jueves, 16 de julio de 2009

Una visión pesimista del modelo de financiación. Por Antonio Casado

El Consejo de Política Fiscal y Financiera aprobó ayer tarde el nuevo sistema de financiación autonómica. Decisión colegiada del principal órgano de coordinación presupuestaria del Estado (Gobierno central-Comunidades). Se abstienen las Comunidades gobernadas por el PP, según quiso Rajoy y la cúpula nacional del partido. Esa postura formalmente neutra no disimula la guerra declarada a un modelo de aplicación multilateral alumbrado en una operación descaradamente bilateral.

Bilateralidad de origen, multilateralidad de ejercicio. Una de las aberraciones del nuevo modelo. Al menos estética ¿Cómo explicar que lo de todos se pacta solo con uno, Cataluña, y los demás vienen obligados a aceptarlo como regla común? Es exactamente la misma pregunta que nos hicimos los analistas cuando en 1998 el Gobierno Aznar pactó el modelo anterior con los nacionalistas catalanes de CiU (Convergencia i Unió). O sea, que viene de lejos el poder condicionante de Cataluña sobre la política nacional.


Los socialistas de Montilla están ahora donde antes estaban los nacionalistas de Pujol (Generalitat). Y donde estaban los populares de Aznar reinan ahora los socialistas de Zapatero (Moncloa). Lo demás se parece mucho. Una película de cansina reposición, incluidas las reticencias de los territorios gobernados entonces por los

socialistas, comparables a las reticencias de las territorios gobernados ahora por el PP.

Así que no nos rasguemos las vestiduras. Ni en la bilateralidad del origen del modelo ni en la falta de consenso PSOE-PP, otra de las aberraciones del nuevo modelo de financiación autonómica. Es una fuente de conflictos el hecho de fletarlo sin estar asentado sobre la voluntad concertada de los dos grandes pilares del sistema de representación política de la Nación, el derecho y el izquierdo. No es de recibo. Pero se explica. Se explica a la luz de sus respectivas conveniencias, resumidas en algo tan viejo como la conquista y conservación del poder.

Debería ser compatible la conservación del poder con la sintonía en políticas de Estado, o normas de general aplicación que sirvan para cohesionar y no para alimentar agravios entre las distintas Comunidades Autónomas. Peor aún, entre una Comunidad determinada y las demás, que es la variable insoportable en la relación de Cataluña con el resto de España. Pero no hay forma. Hasta en el modo de relacionar a Cataluña con el Gobierno de la Nación, y viceversa, siempre ha habido diferencias entre el PSOE y el PP. Salvo en la utilización de Cataluña para su respectivo mantenimiento en el poder.

A Aznar no le importó pasar en veinticuatro horas del “Pujol, enano, habla castellano”a la práctica del catalán “en la intimidad”. Y a Zapatero no le ha importado consentir un “Estatut” de cuestionada constitucionalidad, o estirar el talonario hasta donde hiciera falta, si eso suponía reforzar su gran caladero electoral y garantizarse base parlamentaria suficiente para seguir en el poder. Esto es así de crudo y no vale la pena darle más vueltas. El instinto de supervivencia de un político en el poder siempre será más fuerte que esos intereses generales cosidos al discurso de un gobernante.

Los grandes principios, cuando aparecen, desempeñan el papel de las grandes coartadas. Por ejemplo, los de solidaridad, autonomía, suficiencia y corresponsabilidad, aplicados a las nuevas fórmulas de distribución de recursos entre las quince comunidades afectadas, además de Ceuta y Melilla.

El Confidencial

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