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Al mezclar la decisión sobre la central de Burgos con el debate genérico sobre la energía atómica, Zapatero ha quedado preso de su propia inclinación a la gestualidad y al final se ha complicado a sí mismo su proyecto de convertir el asunto en un ejercicio de retórica política. Quizá esperaba un respaldo mayor, un aplauso popular entusiasta, y se ha encontrado con una atmósfera imprevista. Primero, la evidencia demoscópica de que está disminuyendo el rechazo social al hecho nuclear. Luego, la inesperada presión de algunos socialdemócratas de relieve que han venido a resaltar la existencia de un discurso alternativo y a romper la dialéctica simple que tanto gusta al presidente; desde el momento en que Felipe González o el propio ministro Sebastián se han pronunciado contra el cierre, resultaba imposible cargar sobre la derecha la etiqueta del nuclearismo a ultranza y apelar a un barato debate ideológico. Y, por último, el problema del empleo, que rodeaba la clausura inmediata de un aura de impopularidad manifiesta, esa clase de atmósferas que tanto detesta un gobernante acostumbrado a moverse a favor de corriente. Al final ha salido del trance con una patada a seguir, embarcando la pelota al otro lado de las elecciones cuando se la había preparado a su gusto para tirar un penalty que creía fácil de convertir en un gol populista.
En el colmo de la osadía, mientras tomaba la decisión de cerrar a plazos la central, el Gobierno presentó ayer en la ONU ¡un candidato para presidir la Agencia de la Energía Atómica! Zapaterismo puro: defender al mismo tiempo una cosa y su contraria. Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. En ese foro debe de haber gente muy civilizada, porque se limitaron a tumbar cortésmente al aspirante español en la primera votación, sin reírse a carcajadas ni hacer amago alguno de tirarlo por la ventana.
ABC - Opinión
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