miércoles, 24 de junio de 2009

La agenda oculta del Gobierno

EL PSOE demostró ayer en el Congreso de los Diputados cuán alto es su grado de esquizofrenia a la hora de presentar medidas contra la crisis económica y volvió a ofrecer a la opinión pública un ejemplo de la deriva en la que está sumida esta legislatura. Es comprensible que el PSOE quiera tapar lo más posible al jefe del Ejecutivo ante el negro panorama económico, pero hay responsabilidades ineludibles como la de decir la verdad sobre la futura subida de impuestos en lugar de generar incertidumbre. Durante la campaña las elecciones europeas, nada dijo el PSOE acerca de subir los impuestos de los carburantes y el tabaco, pero la medida estaba ya convenientemente preparada en la antesala del Consejo de Ministros. Hace una semana, Zapatero negó la posibilidad de aumentar los impuestos, pero ayer por la mañana el PSOE pactó con IU una moción para instar al Gobierno a incrementar los tributos a las rentas más altas, eliminar algunas desgravaciones, aplicar la progresividad en otras y poner fin a los privilegios fiscales de los deportistas de elite. Se trataba de un impreciso galimatías convenientemente maquillado, y trufado de una demagógica fiscalidad «de izquierdas», con la que el PSOE quería atraerse a IU para que mañana apoye al Gobierno en la decisiva votación que ha de aprobar el techo de gasto presupuestario de las cuentas públicas de 2010. Sin embargo, por la tarde el acuerdo PSOE-IU quedó roto. La coalición no iba a pasar de abstenerse en la votación y el PSOE, quien negociaba a varias bandas, especialmente con CiU, necesita votos a favor. Lo que ayer puso de manifiesto este episodio en el Congreso es el verdadero rostro de la soledad parlamentaria de los socialistas, sus dudas y sus gestos a golpe de oportunismo, sus improvisadas imposturas y su falta de un criterio coherente sobre lo que conviene o no hacer.

La incertidumbre es inaceptable en un Gobierno que tiene que dar seguridad y confianza a las empresas y a los ciudadanos para reactivar la actividad productiva. Es evidente que el Gobierno tiene en mente la subida de la presión fiscal y de los impuestos porque el gasto público desborda la capacidad de recaudación. El problema de fondo no es otro que el empecinamiento en financiar una política social demagógica que responde tanto a los prejuicios ideológicos de una izquierda perdedora en Europa como a la propia mediocridad del Gobierno para asumir profundas reformas estructurales. Desde esta perspectiva, la comparecencia forzada de Zapatero, el próximo 20 de julio ante el Congreso, será una buena ocasión para que explique con sinceridad, sin más ocultaciones, cuál es realmente su política económica. Zapatero tiene la obligación de no jugar más al despiste en los despachos del Congreso vendiendo humo al mejor postor, y ha de confrontar su discurso con los mensajes críticos que está recibiendo de organismos como el Banco Central Europeo o el Banco de España, que están urgiendo a una reforma del mercado laboral. Pero Zapatero sigue optando por la ironía. Responder a Miguel Ángel Fernández Ordóñez y a Jean Claude Trichet con el tópico de que «una cosa es gobernar y otra opinar» es menospreciar otra vez la solvencia que cabe suponer a estas autoridades económicas y la coincidencia de sus criterios con los de otros expertos. Y con ironías, bandazos y golpes de efecto difícilmente saldrá España pronto de esta crisis.

ABC - Editorial

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