Amigos los dos, Alfonso Sastre y Genoveva Forest, de todos los altos dirigentes de la banda terrorista, «Argala» incluido. Hoy, Alfonso Sastre se ha convertido en un simple y elemental propagandista de la ETA, que firma sus amenazas en el diario «Gara» y ha hecho de su deteriorada capacidad intelectual un bazar del odio, de la depresión que su pasado le causa, de la frustración que su vanidad le recuerda. A sus ochenta años, este pobre individuo, ensalzado durante décadas por la crítica oficial de la retroprogresía, nos revela el patético camino hacia su propia destrucción. Su mirada es una ennegrecida asignatura de rencor, de pudrimiento, de venganza no se sabe contra quién ni contra qué, de ridículo, de necedad, de chochez y lo que es peor, de júbilo ante la barbarie. Pero no tiene sitio en su mirada la expresión del júbilo, porque son tantos y tan variados los odios acumulados, los pasos perdidos, las vanidades degradadas, que nada le queda por ofrecer excepto su tributo a la barbarie y su dependencia de los canallas. Cuando Alfonso Sastre muera, nadie tendrá que cerrarle los ojos. La mancha negra del odio es también clausura.
Publicaba el domingo en ABC un dibujo prodigioso, tremendo, estallante, el genio. El genio es el de siempre y no precisa ser identificado, pero lo hago. Antonio Mingote. Unos terroristas encapuchados, cumplido el asesinato de Eduardo Puelles, hablan de sus cosas. «No hay que preocuparse porque nos llamen asesinos. Siempre nos quedará el Tribunal Constitucional». Eso. El mismo Tribunal que no quiso ver en Alfonso Sastre todo el lastre ignominioso de su pasado y permitió que los cómplices del crimen tuvieran la oportunidad de formar parte del Parlamento europeo. El dibujo es irreal, porque a ningún asesinado de la ETA y a nadie de su entorno se le puede ocurrir un editorial de catorce palabras como a Antonio Mingote. No condenar el terrorismo no significa apoyar el terrorismo, dicen los magistrados. Pero amenazar al «Lehendakari» con más dolor en el futuro, sí es amenazar desde el terrorismo y a través del periódico del terrorismo. No obstante, déjenlo estar. Ya no es nada. Alfonso Sastre es una patética sombra de ennegrecido odio. Una caricatura soez de la tragedia, un final abrazado al fracaso.
La Razón - Opinión
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