A la vista de los datos concluyentes, sorprende -todavía más- que nadie en Ferraz o en La Moncloa promueva una autocrítica seria y rigurosa, confiando toda la estrategia a las ocurrencias del día a día y una campaña de descrédito contra el adversario a base de maniobras oportunistas. Está claro que los ciudadanos otorgan escaso crédito a los planteamientos que dan por hecho la identificación entre el PP y la corrupción, entre otros motivos porque intentan extraer conclusiones definitivas donde sólo existen procesos judiciales abiertos.
Tampoco el giro a la izquierda en el terreno ideológico resulta eficaz en una sociedad madura y seriamente preocupada por las secuelas de la crisis económica. Solo un análisis tosco y superficial puede imaginar -que a estas alturas- la opinión pública se dejara influir por mensajes obsoletos contra la energía nuclear o por guiños a los sectores extremistas en relación con el aborto y otras cuestiones sensibles en el plano moral. El PSOE ha perdido la sintonía con la gran mayoría social, mientras el presidente del Gobierno agota su crédito entre medidas incoherentes y promesas sin fundamento. El Ejecutivo ya no goza de la confianza de una sociedad irritada y, en estas condiciones, es casi imposible superar una legislatura llena de obstáculos a base de equilibrios parlamentarios cada vez más inestables y de imágenes para la galería que ya no engañan a nadie. Con el mapa de España en la mano, el PSOE debería hacer examen de conciencia y exigir a los aparatos territoriales un nuevo impulso político a base de trabajo, coherencia y sentido de la responsabilidad.
Muy al contrario, Rodríguez Zapatero parece dispuesto a vivir al día, ignorando las voces de alarma que provienen de líderes históricos tan relevantes como Javier Solana, Joaquín Almunia, Jesús Leguina o el propio Felipe González, e incluso ahora Alfonso Guerra. Lo peor es que todos los españoles pagamos la consecuencias del autismo presidencial.
ABC - Editorial
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