martes, 12 de mayo de 2009

PALABRAS Y MENTIRAS. Por M. Martín Ferrand

JOSÉ Luis Rodríguez Zapatero es un orador singular. Su método camina más cercano al sermón de catequesis que al discurso político tradicional y en sus palabras todo cuanto no resulta esotérico es falso; pero, aun así, convence al respetable. Más que un mérito propio es un demérito de sus oponentes -tan aburridos y tecnocráticos- y, también, el fruto de la generalizada bondad de los españoles. Se le ve tan tierno e inmaduro y se le supone tan abrumado por las circunstancias que incita a la conmiseración y/o, según los sexos, despierta el instinto maternal.

Hoy y mañana tendremos sobredosis oratoria del presidente del Gobierno. El Debate sobre el Estado de la Nación es la única de sus grandes comparecencias parlamentarias anuales que le obliga a algo. Para nuestra desgracia cívica, ya sabemos que las que se corresponden con los Presupuestos son pura ceremonia. Esa Ley se discute y aprueba con la intención de no cumplirla y, en consecuencia, su debate es un trámite mentiroso, algo para el desfogue de la oposición. El Debate de hoy, en vísperas de una confrontación electoral, tiene fuerza en sí mismo. Hace sólo unas horas y después de cinco años de Gobierno, tuvo el desparpajo de señalar la responsabilidad de José María Aznar en el inflado de la burbuja inmobiliaria. ¿Qué no podrá decirnos durante las próximas cuarenta y ocho?

El momento parece el de una gran conjura de necios. Hablar y decir mentiras e inconveniencias sale gratis. Viene un escritor menor, como el británico Martin Amis, de quien he leído dos o tres novelas debiendo haberlo hecho solo con una o ninguna, y dice que «hay que agradecer a ETA que matara a Carrero Blanco». Lo dice en el sentido de que el entonces presidente del Gobierno, cuando ya tenía más de setenta años, era el «previsto» para la sucesión de Francisco Franco. Una machada, con apología del terrorismo incluida, que todos parecen aceptar y los diarios publican sin mayores reparos u observaciones.

Habría que esforzarse para devolverle a la palabra el rigor y la responsabilidad que le corresponden. El mal uso que de ella hacemos todos terminará por incomunicarnos a unos con otros después de producirnos un insoportable prurito de desconfianzas. En el Debate que hoy comienza, por respeto a los parados, Zapatero debiera intentarlo con la verdad, el único subterfugio dialéctico que no ha probado todavía.

ABC - Opinión

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