
Ni la apertura del Instituto Cervantes en la Roca ni los vuelos de Iberia han tenido el menor efecto. El Gobierno querría hacer creer que la elección de Barack Obama como presidente norteamericano había cambiado el mundo y que ello demostraría que la orientación de su política exterior ha sido la adecuada, cuando la realidad se encarga constantemente de confirmar que lo que han fallado han sido los fundamentos esenciales de cada uno de sus proyectos en el campo de la diplomacia, desde el Magreb hasta el Caribe. El de Gibraltar es, entre otros, uno de los más evidentes, puesto que de las arriesgadas concesiones unilaterales que ha hecho el Ejecutivo socialista lo único que ha obtenido es una situación en la que cualquier desenlace amenaza con complicar nuestras posiciones. Ahora solo faltaría que en este ambiente de justa persecución de la piratería financiera, las autoridades de un lugar tan turbio en este aspecto como Gibraltar aparecieran en el papel de probos cooperadores con las autoridades de control internacional, y España pudiera ser tenida por un obstáculo. Lo más grave no ha sido la firma de este convenio, lo peor puede venir después, a la hora de impedir que las autoridades del Peñón recojan un premio político por una respetabilidad que no merecen en absoluto.
ABC - Editorial
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