jueves, 2 de abril de 2009

Internet, autocrítica y sectarismo. Por Carlos Carnicero

La negación de la evidencia es un paso fundamental en la incapacidad para la autocrítica y ésta atenaza de tal forma a quien no la practica que termina por acabar envuelto en una nube de adhesiones inquebrantables en donde la luz de la discrepancia no tiene espacio para penetrar esas barreras. Digo todo esto en relación con la reacción de la interesada, Carme Chacón, y todos los miembros del Gobierno que se han pronunciado sobre el anuncio hecho por la ministra de la salida de las tropas de Kosovo.

A partir de la negación de la evidencia de esa gestión increíblemente torpe de una decisión legítima, razonable y acertada, toda la catarata de disciplina impuesta en el hemisferio del partido socialista ha cerrado filas para justificar ese error.


Ahora mismo el zapaterismoo como ideología dominante en el PSOE está engendrando unas criaturas supuestamente progresistas que han hecho de la adoración al líder un credo irrenunciable: el líder, por el hecho de serlo, no se equivoca nunca. Y quien lo critique es su enemigo. Pero la realidad es así de sencilla: no se puede culpar a los seguidores por los postulados del profeta porque sólo cumplen los prefectos establecidos en la cúpula del poder.

José Luis Rodríguez Zapatero entiende la discrepancia como una ofensa. Quien no piensa como él está frente a él. Por eso está tan sólo, rodeado de mediocres en un Gobierno en el que está escondido Alfredo Pérez Rubalcaba y con ganas de salir corriendo Pedro Solbes. La vicepresidenta, agotada, no termina de balbucear peticiones de auxilio de forma autoritaria a unos subordinados que no son ya capaces de sustituir el absentismo de sus jefes. Y el resto de los ministros están ausentes porque no tienen autonomía excepto para seguir las directrices de un presidente que no comparte su responsabilidad con nadie. Salvo sus amigos y consejeros particulares que están fuera de las esferas del Gobierno y del partido.

La metodología con que José Luis Rodríguez Zapatero ejerce la política es netamente autoritaria porque niega el debate como instrumento en la toma de decisiones que impone bilateralmente a sus ministros. Solo hay tres personas en ese universo que se atreven a llevarle la contraria: José Blanco, Alfredo Pérez Rubalcaba y Manuel Chaves.

De su primera hora no queda ningún testigo: están todos desterrados porque no quiere referencias de sus orígenes.

Su forma de operar ha tenido el apoyo inestimable de un Partido Popular cavernícola que alimentaba la pretensión del presidente de que la brutalidad de sus posiciones del partido conservador, sus equivocaciones estratégicas, iban a certificar los aciertos irremediables del Gobierno.

Las hordas que le idolatran arremeten contra cualquier crítica que se formule al líder carismático. El único credo posible es la incondicional y quien no lo practica es un traidor. Y quienes unas veces aplaudimos y otras pitamos no somos tolerables y se establece que tenemos que estar al servicio de intereses ocultos.

Escribo todo esto porque me encanta comprobar como una turba de fanáticos insultan a cualquiera que vea debilidad en el liderazgo de Zapatero. No valen los artículos que señalen un acierto, porque su apetito de adhesión es insaciable: señalar un déficit significa obligatoriamente una traición, un interés inconfensable. Esas posiciones son dramáticas porque rebelan que quien las practica no puede concebir la independencia y sus pensamientos aplicados al adversario son el espejo convexo que les devuelve la visión de su propia naturaleza en la que el pensamiento individual es imposible porque la manada obliga a la sumisión,

Internet es un instrumento valioso para esta pléyade de intolerantes disfrazados de progresistas, porque el anonimato les permite el insulto como todo argumento. No necesitan el menor esfuerzo intelectual porque la descalificación personal es suficiente para aliviarse de la posibilidad de discurrir.

No soportan el ridículo que acaba de hacer el Gobierno de España en la gestión de la salida de los soldados españoles de Kosovo y niegan la mayor, la torpeza infinita y las ansias de protagonismo de la ministra de Defensa ,sólo porque ha sido la tecnología aplicada por el Gobierno repitiendo eslóganes de propaganda para ocultar su incapacidad.

A todos ellos, a los que son incapaces de ver mácula en sus propias filas, les dedico con toda mi devoción este artículo para que tenga un calentón al leerlo que les motive a ser todavía más intransigentes, haciéndoles saber que todavía tienen recorrido para prosperar y llegar a ser verdaderos Talibán de la vida española. De verdad que he disfrutado mucho dedicándoles estas líneas. Ahora, ¡ánimo! por lo menos sería deseable que los insultos de hoy fueran renovados.


El socialismo democrático, el debate político y la potencialidad de la red. He decidido proseguir el debate iniciado con el artículo de ayer a la vista de la aceptación de los lectores (unos a favor y muchos otros, la mayoría de los que entran en el foro, en contra de mis tesis), lo que me motiva a seguir haciendo una prospección en la intolerancia que anida en la sociedad española y la incapacidad para la autocrítica –que muchos suponen que es patrimonio exclusivo de la derecha- que se ha instalado en sectores del socialismo español como un mecanismo de defensa ante las limitaciones de liderazgo de José Luis Rodríguez Zapatero.

Creo que fundamentalmente lo que diferencia –o lo que debiera diferenciar- a los militantes de izquierda de los de derecha es, sobre todo, la exigencia de participación política en las decisiones, para que el compromiso militante sea el motor de las dinámicas democráticas de los partidos.


Un antídoto contra el establecimiento de castas y camarillas que por un sistema de cooptación tienden a ocupar la cúspide del poder y apartar a quien no practique la adhesión inquebrantable.

Eso, hoy día, es bien visible en el conjunto de los partidos españoles, de tal manera que lo que era un caudal exclusivo de la derecha –la concepción del partido como una maquinaria electoral controlada por los intereses económicos más poderosos en forma de castas- ha terminado por contaminar toda vida partidaria copada en sus direcciones por élites inaccesibles.

La llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la secretaría general del PSOE interrumpió una larga tradición de democracia interna en el partido que en momentos puntuales ha provocado verdaderos climas de tensión.

El congreso de Suresnes –auténtica refundación del PSOE- fue sobre todo una ruptura generacional entre los jóvenes socialistas del interior y los viejos socialistas, supervivientes de la guerra civil. Pero no se estigmatizó a nadie que quiso sumarse a aquel proyecto por razones de procedencia o de edad.

La suma positiva del conjunto de partidos socialistas diseminados por la geografía española, con las limitaciones que pudo llegar a tener, fue un ejercicio democrático en el que se invitaba a la participación de todos.

La batalla de Suresnes fue dura y como es sabido fue ganada por la dirección que encabezaron Felipe González, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo (padre), Enrique Múgica, José María Benegas y toda una generación de líderes que tuvieron buen cuidado en que la victoria no supusiera una ruptura ni con el pasado ni con los veteranos militantes que quisieron seguir incorporados a la vida del partido.

Los congresos sucesivos siempre dieron cabida a la discrepancia, circunstancia que quedó más evidenciada que nunca en el congreso que debatió la adhesión de la ideología del partido al marxismo, con un pulso democrático que ganó Felipe González poniendo en juego su liderazgo.

Durante los años de Felipe González el pluralismo interno no fue un obstáculo para la cohesión del partido. No se invocaba la obediencia ciega y hay sobrados ejemplos de que la vida partidaria permitía los debates profundos y las diferencias no se solucionaban desde la sumisión sino desde el convencimiento y la imposición de mayorías formadas después de un debate bastante libre.

Es cierto que en esa época no había hecho eclosión el aznarismo. La llegada de José María Aznar a la presidencia del Partido Popular marcó el cambio de las reglas de la democracia española. Con un talante autoritario y un soporte ideológico predemocrático, José María Aznar organizó una maquinaria de poder para asaltar La Moncloa sin tener la paciencia de esperar los resultados de las elecciones.

El contubernio organizado por el PP junto a Pedro J. Ramírez, Baltasar Garzón y los periodistas adheridos al llamado “sindicato del crimen”, estuvo a punto de dar un golpe institucional para meter en la cárcel al presidente legítimo del Gobierno de España y forzó las instituciones hasta el límite que le permitió alcanzar un gobierno minoritario en 1.996.

Nada ha sido igual después de aquella ofensiva predemocrática de José María Aznar.

El encanallamiento de la vida democrática volvió a enfrentar a España en dos mitades difícilmente reconciliables. La crispación de la anterior legislatura, la falta de responsabilidad democrática del PP para asumir la derrota del 2004, fue la antesala de una confrontación con el Gobierno de Zapatero que no dejó al margen ni la lucha antiterrorista ni la política internacional.

El PP metió todo, incluidas las instituciones, en la trituradora de la práctica política, para tratar de llegar al poder.

El tiro les salió por la culata porque esta derecha agresiva, ligada con los poderes más reaccionarios de la Iglesia católica y de la sociedad, sembró una alarma que movilizó el voto útil de adhesión al PSOE más allá del convencimiento sobre las propuestas que formulaba José Luis Rodríguez Zapatero, como forma de frenar a una derecha tan dura en su escalada hasta el Gobierno.

Esta lucha política ha tenido daños colaterales y efectos secundarios. Primero, que el miedo a una derecha tan dura ha establecido la impunidad del Gobierno sobre el axioma de que cualquier crítica, formulada incluso desde la izquierda, favorecía el crecimiento de las tesis del Partido Popular. Se estableció desde sectores del poder, sobre todo en el entramado más cercano al presidente del Gobierno, que las discrepancias eran imposibles, desde el momento que ejercerlas auxiliaría al Partido Popular.

Ahora, el Gobierno pretende que cualquier crítica equipara a quien la ejerce con el Partido Popular. En el fondo, en La Moncloa y en algunos sectores del PSOE, rezan todos los días para que el PP no se democratice, para que el liderazgo de Mariano Rajoy con todas sus debilidades permita la supervivencia de un partido ultraconservador, agresivo y enraizado con la Conferencia Episcopal, para garantizar la llamada de auxilio de toda la izquierda, desde la renuncia a la crítica y a la participación política, si no es con la condición de aplaudir todas y cada una de las decisiones del Gobierno, incluidos sus errores.

Quienes ejercemos la crítica en las ocasiones que no los dicta nuestro saber y entender, somos sencillamente traidores. Hay una jauría organizada en Internet para desacreditar a quien no aplauda todos y cada uno de los gestos del Gobierno, porque entienden la acción política como mera propaganda y la militancia como adhesión acrítica a un proyecto del que no esperan explicaciones sino consignas.


Una seña de identidad fundamental de la izquierda democrática es el debate. Además de la construcción de los proyectos políticos, la forma de entender la participación popular es lo que marca la distancia entre un proyecto conservador y uno progresista. La reivindicación del liberalismo como exaltación del potencial individual en el factor de crecimiento de la sociedad, en el fondo es una coartada para que los grupos económicos poderosos condicionen el poder político para reducir el papel del estado a labores de auxilio en momentos de crisis: entonces, los liberales se hacen socialistas mientras dura la crisis para socializar las pérdidas y volver a privatizar los beneficios cuando estos se producen.

Para impulsar esos pensamientos es necesario un férreo control de las maquinarias de los partidos que son sólo herramientas de los procesos electorales en los que el sistema de cooptación hace que quienes dirigen la organización no puedan modificar los móviles que se persiguen.


Esta forma de operar ha sido fortalecida con la aparición de los movimientos neoconservadores, donde la radicalidad del pensamiento exigía todavía un mayor control de las organizaciones políticas fundadas en la incondicionalidad sobre unos credos inamovibles, y en los que la sacralizad del mercado se contraponía al desprestigio del estado. La amenaza socialista era el factor de cohesión de esa incondicionalidad.

Por definición la derecha es mucho más acrítica que la izquierda, porque cerrar la válvula del cuestionamiento político es la mejor garantía de un férreo control del pensamiento. Al contrario, la izquierda reivindica los mecanismos de participación y la posibilidad de la discrepancia. En esencia, los partidos de izquierda que son democráticos lo son más que los de derechas sobre todo por el nivel de implicación y de participación de su militancia y la libertad crítica que disfrutan en su seno.

La izquierda democrática tiene una tradición de control de las bases sobre la dirección. Pero en España el PSOE, como genuino representante de la izquierda, ha entrado en una deriva derechista en su concepción de la política. Si Felipe González fue acusado de cesarismo en determinadas actitudes de dirección del partido, con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero la tendencia a prescindir de la organización se ha incrementado hasta el punto de que la independencia política, la ausencia de compromiso militante, se ha constituido en un valor sobredimensionado sobre el esfuerzo de los miembros del partido. Se llegó al paroxismo de que José Antonio Alonso, ex ministro de Interior y de Defensa, fue nombrado portavoz del Grupo Parlamentario socialista sin ser militante del partido. El jefe de los militantes parlamentarios no lo era. El caso fue tan insoportable que finalmente Alonso, ejerciendo ya su nuevo papel, tuvo que pedir el alta en la organización.

De esa forma, advenedizos como el ministro de Cultura o el dimitido ministro de Justicia se movilizaban para encabezar candidaturas en provincias donde debían ser encapsulados buscando raíces artificiales y suplantando a los cuadros locales. Los veteranos y jóvenes dirigentes que acompañaron al líder en sus comienzos han sido sistemáticamente desplazados: Juan Fernando López Aguilar, cesado como Ministro de Justicia para encabezar el intento imposible de conquistar el Gobierno de las Canarias. Jesús Caldera, brillante ministro de Trabajo está en un laboratorio de ideas como un retiro del que fue informado cuando se le llamó a La Moncloa y el interesado esperaba su confirmación como miembro del Gobierno.

Jordi Sevilla, no corrió mejor suerte. José Bono que se enfrentó Zapatero compitiendo por la secretaría general, está en el Congreso de los Diputados, presidiendo una institución importante, pero lejos de la capacidad de defender sus posiciones en el partido. Juan Carlos Rodríguez Ibarra está prácticamente jubilado; Francisco Vázquez, embajador en el Vaticano… El cedazo de la edad ha sido la manera de mantener alejados de posiciones de influencia orgánica a dirigentes tan valiosos como Alfonso Guerra, José María Benegas y muchos otros más que al final han buscado refugio en actividades privadas.

Manuel Marín, un experimentado político que demostró además capacidad e independencia en la presidencia del Congreso de los Diputados, ya está fuera de la política activa y se enteró de que no sería renovado en su cargo por los periódicos, porque la crueldad del líder cuando amortiza servicios prestados es extraordinaria.

La falta de experiencia y de peso político es una condición para ser miembro de la ejecutiva socialista con contadas excepciones. Y en el Gobierno, el marketing ejercido sobre la edad y el número de mujeres superior al de hombres ha convertido lo que fue un logro innegable en la tapadera para formar un ejecutivo en el que los independientes y las adhesiones personales al líder han sustituido en la mayoría de los casos el peso político y la influencia orgánica.

Una parte de la explicación de esta metodología política del presidente Zapatero es sencilla: el presidente es conservador en los modos políticos y entiende la diferencia con sus propios criterios como una ofensa de la que no se regresa jamás. De esa forma, cualquiera que tenga criterio propio será tratado con cautela y a la postre alejado de cualquier núcleo de poder. Es en esa clave en la que hay que estudiar muchos nombramientos. No tienen más importancia en sí mismos que el haber aliviado al presidente de elegir a otro más idóneo pero con más criterio. Si se observa la ascensión meteórica de jóvenes promesas a cargos de extraordinaria relevancia se verá que la mayor ventaja es que no tienen pedigrí para pedir explicaciones ni para manifestar discrepancias. Serán sumisos cuanto menos arraigo tengan en la organización del partido y menos experiencia acumulen.

Los ejemplos antes citados y su destierro tienen que ver con la prevalencia de criterios contrarios a los del líder. Personas independientes, sin méritos de militancia, son mucho más maleables que quienes tienen historia y raíces en el partido. La forma de entender la política de José Luis Rodríguez Zapatero no tiene que ver con la labor de equipo ni con el ejercicio de compartir responsabilidades: el liderazgo es personal y no se prorratea sino en contadas ocasiones cuando aparece un ungido en enamoramientos políticos apasionados que siempre acaban en divorcios dramáticos.

Ahora Miguel Sebastián está a la baja después de aparecer como el caballo blanco que iba a conquistar la alcaldía de Madrid desde su condición de independiente e ignorante absoluto de la vida política. Durante mucho tiempo marcó las pautas económicas en la primera legislatura desde la oficina económica de Moncloa, por encima o contraponiendo los criterios del vicepresidente económico Pedro Solbes, que, con un paciencia profesional e infinita, soportó con estoicismo todo tipo de desplantes.

Las grandes ocurrencias como el reparto electoral indiscriminado de cuatrocientos euros y el cheque bebé sin tener en cuenta niveles de renta, lejos de ser políticas socialdemócratas, impulsan el populismo con políticas que en la mayor parte de los casos son iniciativas personales del líder y su entorno más cercano, sin pasar el filtro de la militancia y la dirección del partido. Miguel Sebastián apadrinó operaciones fallidas como la OPA de Sacyr sobre el BBVA (qué hubiera ocurrido ahora si llega a tener éxito con la crisis de la constructora) y la famosa estrategia para hacer de Endesa un campeón energético nacional que ha terminado por ser italiano. A ambas operaciones se opuso Pedro Solbes, pero prevalecieron los criterios del amigo cercano al presidente.

El éxito electoral y la contraposición con las posturas reaccionarias del PP son la gran coartada que evita la crítica, asumiendo que está será utilizada por el enemigo. Un chantaje con lógica electoral: criticar, incluso desde la izquierda, desgasta al Gobierno; y el sacrificio que se pide es la abstinencia en la discrepancia pero sin compensar esa exigencia con una oferta de diálogo constructivo y con aplicación de fórmulas socialistas para compartir el poder que en el caso de Zapatero es cesarista.

En el horizonte socialista hay algunas excepciones al control del líder. En primer lugar, viejos supervivientes imprescindibles como Alfredo Pérez Rubalcaba, la cabeza mejor amueblada del Gobierno y de la ejecutiva socialista, que tiene un límite en su nivel de flotación; lo lógico era que hubiera sido vicepresidente del Gobierno pero ha sido relegado a la labor (sin embargo importantísima) de Ministro de Interior y encargado de la prioridad de acabar con el terrorismo, tarea que está llevando a cabo con extraordinaria eficacia.

Eso le salva de la criba. Alfredo Pérez Rubalcaba sabe mejor que nadie que sus límites están marcados. Su carrera política no puede ir más allá porque su inteligencia es un elemento de repulsión para ser llamado a mayores cotas de poder. Manuel Chaves tiene un equipo relativamente autónomo en el PSOE de Andalucía. Desde el profundo sentido de lealtad, con raíces históricas de los socialistas andaluces, se han conformado con constituirse en una isla dentro del entramado organizativo del PSOE con personalidad propia y en donde el Gobierno tiene que pedir permiso para entrar.

Cataluña, en el otro extremo, ha hecho de la cuestión identitaria una formulación de independencia orgánica que además está consagrada por su configuración estatutaria de organización política independiente del PSOE.

El resto del partido es más una maquinaria electoral que un cauce de debate y participación política.

Las nuevas tecnologías ofrecen un aspecto contradictorio a la participación política. De una parte, cualquier puede acceder a la red, dar a conocer sus criterios, proponer debates, iniciativas y movilizaciones. Internet es una herramienta poderosa para traspasar los límites de los medios de comunicación y sus servidumbres; democratizan la capacidad de influir. La red, utilizada inteligentemente, puede ser un instrumento movilizador que puede permitir, en momentos de crisis como el que vivimos, formulación y difusión de alternativas que suelen ser condicionadas, mediatizadas o anuladas por los medios de comunicación conservadores trufados de intereses económicos y reacios a abrir debates innovadores.

Pero la red tiene también inconvenientes. Las formas de comunicación actuales, televisión e Internet dan a la información una velocidad de rotación tan alta que dificulta la reflexión y el debate. Se navega por la superficie de la información pero no se sumerge en sus raíces.

Para defender este modo de entender la política y blindarse de críticas externas, el presidente del Gobierno creó un grupo mediático a su medida a partir de un pequeño grupo de periodistas y recién convertidos empresarios que, además de haberse hecho ricos a la sombra del líder y del BOE, son el grupo que más influencia política tiene en el presidente del Gobierno, influencia que ejercen desde fuera de la organización del partido. Internet, la movilización de jóvenes blogueros agresivos es la otra punta de lanza para desacreditar a todos los discrepantes que son convertidos en arribistas, vendidos y traidores.

Periodista Digital: Internet, autocrítica y sectarismo (I)
Periodista Digital: Internet, autocrítica y sectarismo (II)
Periodista Digital: Internet, autocrítica y sectarismo (III)

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