LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA
«Los intelectuales no terminamos jamás de arrepentirnos de nuestras aventuras políticas; pero, como se trata de una adicción, siempre acabamos repitiendo. En otro partido, es cierto, pero repitiendo: los partidos pasan por nosotros y no a la inversa.»
Hace unos años, en 2005, en el curso de unas cenas regularmente convocadas en el restaurante El Taxidermista de la Plaza Real de Barcelona, en las que nos reuníamos, y perdonen ustedes la falta de modestia, docena y media de personas decentes, surgió la idea de reclamar, como abajofirmantes, la creación de un partido no nacionalista en Cataluña.

De modo que firmamos y dimos a conocer un manifiesto con 16 firmas, si la memoria no me engaña, a favor de la creación de un partido no nacionalista en Cataluña. Ni más ni menos. Al parecer, los tiempos eran favorables a la propuesta, la ingeniería social aún no había acabado con la disidencia y más gente de la que nos imaginábamos acogió encantada la propuesta. Fuimos casi populares durante un rato. Fuimos Ciutadans de Catalunya.

Después se marcharon otros por disidencias diversas, de modo que cuando se hizo el congreso apenas si quedaba la sombra de lo que se había imaginado y, trapisonda más o menos, se mantuvo al frente el joven Albert Rivera, empleado de La Caixa que, para demostrar que no era en absoluto un catalán medio, con los prejuicios y limitaciones de esa condición, se hizo fotografiar en pelota picada para los carteles de propaganda electoral, aunque después alguien tendió una piadosa franja con una leyenda para cubrir do más pecado había.
No era un partido de verdad, pero había suscitado las suficientes esperanzas –por nuestra culpa, por nuestra grandísima culpa– como para meter a tres candidatos en el Parlament y seguir viviendo, como tantos otros partidos, ahora con el nombre renovado: Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía. No hubo muchos más éxitos visibles. Más aún: Rosa Díez, lista como es, mantuvo UPyD sanamente a salvo de cualquier alianza con los de Rivera; en cambio, algunos de los firmantes del primer manifiesto y de los que colaboraron en la primera etapa desde fuera de Cataluña, como Fernando Savater, se reunieron con ella en el nuevo partido.

Pero, por si eso fuera poco, Durán pertenece a la coalición Libertas, liderada por el irlandés Declan Ganley, un partido ultrarreacionario en el que, al parecer, a los únicos que no discriminan es a los ciegos y que, por un lado, quiere unos Estados Unidos de Europa y, por otro, hace campaña por el no a la Constitución Europea. Además, se suman al invento Tamayo y Balbás (sí, aquéllos), que ahora se llaman Partido Socialdemócrata, y una ignorada Unión del Pueblo Salmantino, cuyo propio nombre desmiente todo lo que Ciutadans quiso ser en el principio.
Antonio Robles, número dos del partido de Rivera, que se ha mantenido en bajo perfil durante mucho tiempo, protesta ahora para decir que con esa gente no va. Bueno, al menos uno dice lo que hay que decir sobre eso.
¿A usted, querido lector, se le ocurriría levantar el PP ofreciéndole a Mario Conde la candidatura presidencial, con la asesoría de Sáenz de Ynestrillas? ¿O volver a poner a Rafael Vera o a Luis Roldán al frente de algún cuerpo de seguridad? Pero ellos son famosos, hasta célebres, si se quiere, y dan brillo a una lista: ése es el corto pensamiento de Ciudadanos, que sigue teniéndonos a todos los taxidermistas en su web: no podemos negar la historia que yo mismo acabo de contar, pero ya se han diferenciado demasiado de aquel primer manifiesto como para tener derecho a incluirlo en su propia historia. Sospecho que tienen una cierta manía con los nombres, pero nuestra presencia allí ya es una estafa. Si les parece bien Miguel Durán, ¿por qué me incluyen en su trayectoria, que no se inició con el Manifiesto de los 16, sino en ese congreso en el que quedaban dos o tres de los fundadores? ¿Por qué se permiten elegir a Miguel Durán respaldándose en mi nombre, o en el de Ana Nuño, o en el de Ferran Toutain, o en el de...?
Les dimos la oportunidad de nacer, pero no son nuestros hijos, no tenemos el mismo ADN y no los hemos criado. Y ninguno de nosotros tiene nada que ver con Miguel Durán ni con el pelotazo, que sólo tocó a dos o tres intelectuales de los de la industria. ¿Por qué no hacen sus barbaridades en su propio nombre? ¿Habrá que ir a los tribunales para que nos quiten de allí? ¿O el juez nos dirá que los delitos ideológicos no prescriben, o que los errores políticos jamás son gratuitos?
Libertad Digital - Ideas
0 comentarios:
Publicar un comentario