
Uno de los frentes de esta batalla se ha librado en el desprestigio por manipulación de ciertos términos. Entre ellos están por supuesto «elitismo» y «discriminación», pero también «prejuicio». Podría casi decirse que con la criminalización del contenido real de estos términos comienza una larga agonía del vigor y rigor en la voluntad de formación de los individuos que acaba desembocando ahora en una sociedad desvertebrada y hundida en la ciénaga de ese sentimentalismo intolerante, hostil al pensamiento racional, cuyos máximos representantes en España, o quizás en la tierra, podrían ser el presidente Zapatero y su ministra Aído. Personalmente creo que no hay nada mejor contra el totalitarismo que el elitismo, la discriminación y el prejuicio. El elitismo es la vocación de ser que debiera inculcarse a todos los seres humanos desde que comienzan a hablar y entender. Los niños debieran saber desde muy pequeños que todos somos iguales en derechos, pero que precisamente por eso todos tenemos el derecho a perseguir nuestras metas y objetivos más allá de los de otros.
La discriminación les parece terrible a nuestros gobernantes y por desgracia a la inmensa mayoría de los educadores, todos amamantados por esas ideas igualitaristas que tanto les gustan a quienes quieren gobernar a masas aborregadas y no a individuos con conciencia de ciudadanos libres. Pero la discriminación ¡ay! lo es todo porque es la libertad que tenemos los individuos a elegir entre las opciones que nos da la vida en cada minuto, desde la compañía a la lectura, desde los placeres a los gobernantes. Discriminar es imprescindible en la elección de los mejores en clase para que no se vean sometidos a la represión que les obligaría a ser igual que los peores. Enseñar a discriminar bien es la base de toda educación. Y es también el fundamento de toda democracia madura y sana porque así se sabrá elegir con criterio y sin dejarse engañar o embaucar por farsantes peores que uno mismo. Y ahí es donde interviene el prejuicio que procede de las conclusiones extraídas por el individuo de su formación, es decir, de las discriminaciones hechas por uno mismo o transmitidas por sus mayores. La lucha a favor del elitismo, de la discriminación y del prejuicio es por eso en realidad la lucha por el criterio, por la libertad del individuo. Por eso precisamente los combaten.
ABC - Opinión
0 comentarios:
Publicar un comentario