domingo, 1 de marzo de 2009

El dolor de Quintana. Por Alfonso Ussía

Decía el gran Santiago Amón, que las ilusiones de los paletos siempre van de la mano de la pretensión y el arribismo social

Quintana es apellido y topónimo, raíz humana y sitio. Los Quintana son asturianos, montañeses, altocastellanos y catalanes en su mayoría. Y los topónimos se extienden por Asturias, La Montaña de Cantabria, las dos Castillas, Extremadura y Andalucía. Siguiendo la perversa norma nacionalista de despreciar a los de fuera, Quintana es a Galicia lo que el obispo Blázquez –«un tal Blázquez» según Arzallus–, al País Vasco. Existe una diferencia. Quintana nació en Galicia y es gallego, y abusa del nacionalismo de los llegados de otras partes. Ahí tenemos al catalanista Thierry Henry, que es un francés proveniente de África que ha vivido en Inglaterra muchos años antes de anclarse en Barcelona y ha decidido que Cataluña no es España con la misma autoridad que uno tiene para determinar que Thierry Henry es tonto del antifonario, la forma sutil de escribir que es tonto del culo.


Los nacionalismos cansan y embrutecen. Víctor Manuel, el juglar asturiano que fue comunista y más tarde socialista después de haber cantado una bellísima balada en honor y homenaje a Franco, se ha sumado a un movimiento cultural astur que promueve la implantación del «bable» como idioma oficial en el Principado. La supina majadería cuenta con el apoyo y las firmas de grandes intelectuales asturianos, como el propio Víctor Manuel, y los futbolistas Villa y Cazorla, grandes estudiosos de los dialectos astures. Estudiosos de verdad del «bable», y autores de un «Diccionario Español-Bable Bable-Español» fueron el abuelo y el padre de Rodrigo Rato, que rindieron un homenaje de singularidad a su tierra sin pretensiones de establecer sus dialectos de aldea como el más adecuado entre los asturianos. El «bable» varía según un valle lo separa del vecino, y donde en la solana se habla de una manera y en la umbría de otra. Pretender que el «bable» sea reconocido como un idioma oficial supera a la más alta necedad. De ahí, podríamos pasar al «panocho» murciano, pero en Murcia no han proliferado todavía las tonterías de los nacionalismos.

Anxo Quintana es un gallego sin raíces galaicas, y en ese sentido no tiene por qué ser discutido ni desplazado. Cada uno es de donde nace y se educa, y si después de nacer y educarse en un sitio se quiere ser de otro, hay plena libertad para hacerlo. Aquí, el firmante, se considera cántabro en la vida y andaluz en la escritura, y no hay ley que me lo impida. El dolor de Anxo es otro. Ha sido sorprendido navegando en un prodigioso balandro, propiedad de un constructor que se beneficia de las licencias que Quintana concede. Decía el gran Santiago Amón, que las ilusiones de los paletos siempre van de la mano de la pretensión y el arribismo social. «A un paleto le gusta más el barco de un rico que a un tonto una tiza». Gran dolor el de Anxo. Creyó navegar en el mejor, y resulta que Fernando Fernández-Tapias, naviero gallego, se ha construido un barco, el «Nufer II», con más de sesenta metros de eslora y que le ha costado cuarenta millones de euros. Eso no se le hace a Anxo Quintana, que presumía de haberse sentado en la mullida popa del mejor barco de Galicia. Además, Fernández-Tapias, empresario listísimo, puede presumir de ser un gran anfitrión, no como Jacinto Rey, que tenía a Anxo Quintana a palo seco en el poperío del balandro. Las elecciones han pasado a segundo plano. Quintana sólo desea ser invitado al «Nufer II». Y a Fernández-Tapias, la energía eólica del futuro.

La Razón - Opinión

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