domingo, 1 de febrero de 2009

Funcionarios. Por Alfonso Ussía

Nada tengo contra el honesto funcionariado público, pero no consigo comprender la necesidad de esta abundancia. Manía muy socialista

Se atribuye a Ramón Gómez de la Serna y a Catarineu. Suena más divertido con el primero y más verídico con el segundo. También los escritores y poetas de la posguerra querían ser funcionarios del Estado, un seguro de sueldo para toda la vida. En el siglo XIX, el mejor poeta satírico español, Manuel del Palacio, también alcanzó el sosiego del funcionariado en el ministerio de Ultramar, en el que no ponía un pie. El cambio de ministro destrozó sus planes. Fue nombrado ministro de Ultramar don Juan Manuel Sánchez Gutiérrez de Castro, duque de Almodóvar del Río, Grande de España y muy bajo de estatura física, amén de gruñón y cascarrabias.
Enterado el ministro de la nula labor que ofrecía al ministerio Manuel del Palacio, le dio boleta. Y don Manuel se vengó con unos versos precisos.


«¿No lo conoces aún?
Pues lo mismo que otros cien,
no pasa de lo común.
Entre cursi y parisién,
trucha con algo de atún.
Parece grande y es chico,
fue ministro porque sí;
y en cuatro meses y pico,
perdió a Cuba, a Puerto Rico,
a Filipinas, y a mí».

Vuelta a Gómez de la Serna o Catarineu. Son funcionarios enchufados. Tampoco acuden al Ministerio. Y un Jefe de Sección les urge a presentar un informe acerca de su negociado. La respuesta no se hace esperar, pero los conduce directamente a la calle. «La Sección está al corriente,/ y los papeles en regla./ Nada tenemos pendiente/ salvo el bolo que me cuelga». En la España de Zapatero la cifra de tres millones vuela de un lado a otro. Se han alcanzado los tres millones de parados, y simultáneamente, los tres millones de funcionarios. Mientras un millón y medio de asalariados perdían su trabajo, el monstruo público ha contratado a ciento veinte mil funcionarios más. Muchos de ellos, parientes de los que mandan. Nada tengo contra el imprescindible y honesto funcionariado público, pero no consigo comprender la necesidad de esta abundancia. Manía muy socialista. Contratar, enchufar, colocar y pagar a los allegados con el dinero de los contribuyentes. Antaño se hacía con los cuñados, pero no hay tantos cuñados para ocupar ciento veinte mil plazas nuevas. Don Juan March rogó vivamente al ministro Gual Villalbí un puesto de funcionario para el hijo de un íntimo amigo de su infancia mallorquina. A March no se le negaban las cosas, y el chico ingresó en el ministerio una semana más tarde, sin exámenes, oposiciones ni trámite selectivo alguno. Meses más tarde, y a punto de ser cesado -«Con Gual o sin Gual¿/ es igual»-, Gual Villalbí se sinceró con March. «Su recomendado, don Juan, y lamento mucho decírselo, no vale para nada. ¿Por qué no lo ha colocado usted en alguna de sus empresas?»; «Porque, como usted bien ha dicho, señor ministro, no vale para nada, y para trabajar en mi grupo, hay que valer». España, que como Estado ha cedido muy numerosas competencias a las autonomías, se ha convertido en un Estado limitado con diecisiete Estados sin límites que se creen que todo es jauja. De seguir así, cuando el Gobierno de Zapatero produzca cuatro millones de parados, el funcionariado público ascenderá hasta la misma cifra. Aquí termina de funcionaria hasta Pilar Bardem, si no lo es ya.

La Razón - Opinión

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