martes, 10 de febrero de 2009

Espías. Alfonso Ussía

El espionaje lo practica mucho mejor el PSOE que el PP. Los hechos son incuestionables. Desde al Rey en tiempos de Felipe González a Manuel Pizarro en los de Zapatero, los socialistas han espiado, los han descubierto y el manso olvido ha aliviado sus culpas. El PP me recuerda un poco a los soviéticos cuando establecieron plenas relaciones diplomáticas con España. Eran tan espías que iban vestidos como tales. El primer embajador, Serguei Bogomolov, usaba gabardinas largas cuando no llovía y espiaba hasta a los ceniceros. «Aquí ha habido alguien», comentaba con gran trascendencia cuando veía ceniceros con colillas. A Bogomolov le espiaba a su vez el chófer de la Embajada, que era el que mandaba de verdad. La mujer de Bogomolov era guapísima, y toda la sociedad de Madrid quería ligar con ella, pero el chófer lo impedía. Brillaba en aquella primera delegación soviética un jovencísimo diplomático, Igor Ivanov, que terminaría siendo ministro de Exteriores de la Rusia poscomunista.

Ivanov, un tipo simpatiquísimo, también mandaba más que Bogomolov, que no se enteraba de nada. Hablaba -y habla-, un español perfecto y dominaba el argot de la calle, aunque errara a veces en los protagonistas de las frases hechas. «Bogomolov está como un calamar en un garaje». En el fondo, un calamar y un pulpo están igual de despistados en un garaje, pero al pulpo lo que es del pulpo, con todos los respetos debidos al calamar. La sede de la primera Embajada de la URSS era un pequeño chalé del Viso, más profundo que alto. Contaba con unos sótanos amplios y abarrotados de espías. En uno de ellos, el chófer de la KGB regañaba a Bogomolov cada vez que éste metía la pata, lo que sucedía con frecuencia. A Bogomolov sólo lo trataba bien el gran Juan Garrigues, y se sentía tan a gusto en la casa de Juan y Carmen que no había quién lo echara. Era muy gorrón. Pero no importaba, porque el verdadero embajador, el chófer, se entendía con Ivanov y un tal Afanasiev, bigotudo y con aspecto de checheno, que era el espía encargado de sacar información mientras jugaba al ajedrez. Se dejaba ganar a cambio de noticias. Cuando leo que en el Partido Popular se han espiado los unos a los otros, traslado mi memoria a aquellos tiempos de la transición, en los cuales, los espías actuaban a cielo abierto, excepto los que trabajaban en los sótanos de la Embajada de la URSS, que eran espías de segunda clase, redactores de informes, y que se pasaban meses sin ver la luz. Los espías del Partido Popular no merecen respeto alguno, porque se les huele a distancia. Siempre hay alguno en los hoteles con la caña preparada para pescar a un alto dirigente del PP en algún renuncio amoroso. Son espías de polvos, y de ahí los actuales lodos. Tengo para mí que a Ignacio González lo han espiado por envidia, y que están deseando sorprender en una cana al aire a Esperanza Aguirre. Lo tienen crudo, que la conozco y quiero desde la infancia y Esperanza era mujer de ligue difícil y trabajoso. Yo mismo fracasé en el empeño. Los espías del Partido Popular tendrían que trabajar en las redacciones de los programas alcantarillados de Tele-5. Buenos espías, los del PSOE. La Historia no engaña. Los del PP, como Bogomolov.

La Razón - Opinión

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