sábado, 24 de enero de 2009

Las embajaditas. Por Alfonso Ussía

Si a un dirigente del separatismo corso se le ocurre viajar a Nueva York para abrir una «Embajada de Córcega», a su vuelta sería detenido en el Aeropuerto. No por orden del Presidente de la República francesa, no por indicación del ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno francés, y menos aún por una diligencia imperativa del ministro del Interior. Sería detenido por el jefe de la Gendarmería del Aeropuerto, y puesto a disposición judicial acusado de traición a la nación francesa. Así de sencillo. En Francia no se admiten nuestras bromas territoriales, y el único que representa al Presidente de la República, a los ciudadanos y a todos los departamentos, es el Embajador de Francia.

Entre el «Lehendakari» vasco, el Tripartito catalán -presidido por un socialista de Córdoba-, y el Gobierno de la «Xunta» de Galicia, están inaugurando y abriendo decenas de embajaditas dispersas por el mundo con pretensión de alto rango. Están convirtiendo en legaciones admitidas por el Gobierno de España lo que antaño eran las Casas Regionales. Las embajadas y consulados de España pierden su significado en beneficio de embajaditas y consuladetes que no tienen otro objetivo que desmenuzar el concepto de España fuera de nuestras fronteras. Y los promotores de estas gamberradas no son detenidos por traidores, porque ningún policía nacional o guardia civil se atrevería a detener a los principales causantes del desquiciamiento, que no son otros que el Presidente del Gobierno de España y su ministro de Asuntos Exteriores. Centenares de millones de euros, tan necesarios para combatir la pavorosa crisis económica que padece España, están siendo invertidos por los nacionalistas y socialistas vascos, catalanes y gallegos, en nuevas casas regionales con aspiraciones de embajaditas. Por supuesto, en ninguna de esas sedes folclóricas ondea ni está presente la Bandera de España, mensaje que no pasa desapercibido en las ciudades donde se ubican esos locales. El siguiente paso será el de exigir competencias consulares, y el último y definitivo, el de alcanzar, mediante la autorización del Gobierno de España, el reconocimiento del rango de embajadas para esos chiringuitos. España no es una nación invertebrada, como decía Ortega. España está vertebradísima desde mucho antes de que se vertebraran la mayor parte de las naciones de Europa. Los invertebrados y descerebrados somos los españoles, que hemos llegado a aceptar como hechos normales, situaciones inconcebibles. Esos chiringos autonómicos, embajaditas de pega y consuladetes de chiste, tienen que ser clausurados por contundentes motivos. Los vascos, los catalanes y los gallegos son españoles, y por ello, si a algún lugar tiene que acudir fuera de España para solucionar sus problemas es a la Embajada o al Consulado. El Embajador de España es el representante del Rey o Jefe de Estado ante la nación que acreditan sus cartas credenciales. Nadie puede usurpar su representatividad. Las relaciones internacionales de las autonomías no pueden ir por un lado y las de España por otro. El gasto de apertura y mantenimiento de esos locales alcanza límites fronterizos con el delito. Y no sirven para nada, excepto para humillar la imagen de España en el exterior. Cerrado el «Joy Eslava», hay que seguir con las embajaditas. Que ése, más o menos, es el rango comparativo.

La Razón - Opinión

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Es cierto, y todo eso, con el beneplacito de ZP,,, que la culpa será porque existe España.

ZP hito p vete! a tu pueblo a pastar.