jueves, 25 de diciembre de 2008

Lengua de cobro/a. Por Santiago González

Maragall sostuvo el criterio de “pagar por renta y recibir por población”, que parecía un espacio posible para la cohesión y la solidaridad. ¡Y pensar que Montilla se lo cargó por nacionalista! El catalán de Iznájar matizó en la cena de Zapatero con los lendakaris socialistas, (21-5-2008) que éste sería también su esquema, siempre que se reciba lo mismo que se haya pagado: "Defiendo la solidaridad pero no es razonable que los que dan más reciban menos...”

A falta de saber qué entiende Montilla por ‘solidaridad’, y qué le gusta más a Esperanza Aguirre, si una financiación cumplida o mosquear a Génova, parece que lo de recibir por renta no se va a llevar. Ya se agotó en Cataluña con la inversión de 7.000 millones en infraestructuras, “equivalente a su participación en el PIB del conjunto del país”, según dijo Zapatero en 2.006.


Tenemos el criterio de la población, que goza de aceptación entre las autonomías de primera. Luego están las comunidades exportadoras de mano de obra, que aducen el envejecimiento de su personal. Las clases pasivas, es lo que tienen, no gastan en escuelas, pero van mucho más al médico. Habría que ponderar la extensión del territorio y la dispersión de la población, pero también el factor de la insularidad y, aún dentro de ésta, el alejamiento, como en el caso de los presos etarras. No es lo mismo vivir en la comunidad balear que en la canaria.

Otro concepto manejado es el de kilómetros de costa, aunque todavía puede perfeccionarse. A igualdad de litoral, habría que tener en cuenta el criterio de la escabrosidad: las comunidades de costas escarpadas están en desventaja frente a las que ofrecen al turismo playas de fina arena. “Costas las de Levante, playas las de Lloret”, cantaba el tenor en la ópera ‘Marina’. A la contra, las comunidades playeras podrían alegar la necesidad de ser compensadas porque en las playas no se pueden coger percebes. ¿No han de tener, en fin, una financiación privilegiada las comunidades más afectadas por el cambio climático?

El mejor criterio, con todo, es el de Pérez Touriño: en su turno de visita, ha pedido a Zapatero que en el reparto de la financiación se incluya el "coste que supone el hecho diferencial de tener una lengua propia". Impresionante. ¿Será que algunas comunidades sólo tienen lengua ajena? Los castellanos podrían argumentar que el castellano o español es también su lengua propia. ¿Deberían Castilla-León y Castilla-La Mancha cobrar derechos al resto de las comunidades por cederles su lengua en plan koiné, con el fin de que Montilla se pueda entender con Ibarretxe, y ambos con Zapatero, en la única lengua que los tres dominan aceptablemente? Vistas así las cosas, los comisarios lingüísticos de la Esquerra se convertirían en teddies bautistas de las haciendas castellanas, poniendo la oreja en las bodas mixtas (y en las otras) para oír en qué se hablan los novios y poder cobrar su canon.

Y cuando el maestro Zapatero, un pedazo de artista, haya terminado la ronda de la música, faltará conocer la letra, vale decir el número, y ver si esa cantidad, que así, a ojo, va a ser muy alta, es compatible con un déficit que se disputan encarnizadamente necesidades muy alternativas. Y si los más desasistidos de criterios, los que no tienen renta, ni población, ni lengua propia; comunidades que por no tener, ni siquiera tengan cambio climático, se dan por satisfechas, empezará a crecer la disconformidad de las autonomías de primera, por falta de respeto al hecho diferencial o por no guardar la debida asimetría confederal. Y vuelta a empezar.

El vivero

Carta al presidente Mago. por Juan Carlos Girauta

«Usted, pedazo de pan, no sabe decir no. Bien. Creo que hay una película a punto de estrenarse que se ocupa de un problema similar. Todos se aprovechan de usted, sin excepción, y encuentran las mejores excusas para hacerlo.»

Querido presidente Mago:

No se asuste, no le voy a pedir nada. Sé que este año no me he portado muy bien, le he llamado Rodríguez hasta la saciedad, lo cual, sin ser insulto ni mentira, parece que le enoja según me cuenta Carlos Herrera. También he hecho chanza con sus ministras de la cuota, la narcolepsia de Solbes y la aversión a la verdad de Rubalcaba, que parece uno de esos griegos de los silogismos, que siempre mienten. No lo tome a mal; el columnismo tiene estas cosas. Uno se ve obligado a producir sin descanso, y lo cierto es que su equipete, presidente Mago, propicia mucha chirigota y da una de material que no te lo acabas. Tampoco he sido bueno al negarme a borrar de mi memoria su política, digamos, antiterrorista de la anterior legislatura. Reconozco lo desagradable que resulta echar algo al olvido (el pajarillo muerto de la canción de Aute, por ejemplo) y que te lo vayan sirviendo todos los días para desayunar.


Con todo, querido presidente Mago, he recordado que no tiene usted un no para nadie, rasgo de perversión o santidad que ya he glosado aquí recientemente en una baudelairiana, y aun muy atrás, cuando le bauticé Rodríguez Siatodo, circunstancia que no traigo a colación para molestarle de nuevo sino para que vea hasta que punto comprendo de antiguo su debilidad. Usted, pedazo de pan, no sabe decir no. Bien. Creo que hay una película a punto de estrenarse que se ocupa de un problema similar. Todos se aprovechan de usted, sin excepción, y encuentran las mejores excusas para hacerlo.

Del mismo modo que alguien se encaprichó con un par de piscinas en Canarias, con una escolta de Guardias Civiles para bucear, con delirantes reformas en un palacio, con compras en Londres y vaya usted a saber con cuantas cosas más, y usted aceptó, transigió, consintió, concedió; del mismo modo le están sacando los higadillos una ristra de presidentes autonómicos en fila india. Usted, ataviado con larga capa roja y corona republicana de cartón (quizá del McDonald’s), majestuosamente sentado en su trona de Moncloa, las cejas y orejillas puntiagudas, los brazos pegados al tronco, los antebrazos arriba y abajo como un autómata del Tibidabo, los va recibiendo con mucha paciencia, los sienta en su falda, les da un caramelo, les coge la cartita y se la entrega a Bernardino León vestido de paje, les hace un arrumaco, les toca la punta de la nariz, cuchi cuchi, y los despacha más contentos que unas pascuas. Salen todos convencidos de que se la han metido, pero eso es sólo porque no saben sumar.

Libertad Digital - Opinión