jueves, 21 de agosto de 2008

El retorno de la Rusia de Amalrik. Por Hermann Tertsch

Pocos de ustedes recordarán su nombre, aunque era un genio destinado a la gloria. Sí lo recordará Vladimir Putin, el gran jefe de la Gran Rusia que en estos últimos días nos está enseñando a los despistados occidentales lo que vale un peine. Putin tiene más decisión y claridad de objetivos, más ambición y menos escrúpulos, pero también más memoria que la mayoría de nosotros. Se acordará de Andrej Amalrik. Por talento, biografía y generación parecía destinado a tomar el relevo de Alexandr Solszenitsin, el que sería después premio Nobel de Literatura y gran autoridad moral para todos los que le entendieran. Amalrik siguió los pasos de Solszenitsin por los campos de Siberia, por Kolyma, por los calabozos de la Liubianka.

Pero a Amalrik le sucedió lo que el maestro Francisco Eguiagaray solía llamar la «maldición del talento literario», a la que, según decía, estaban condenados todos los que no aprovechaban la ocasión de morir como genio joven y no tenían la suerte de llegar a patriarca. Solzhenitsin fue de estos últimos. Amalrik, por el contrario, se mató a los 42 años en España, en un accidente de tráfico extraño en una carretera de Guadalajara cuando acudía a la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) que se celebraba en Madrid en 1980. Venía a denunciar al Kremlin y no llegó. Llevaba cuatro años exiliado en Holanda. Años después se mató en otro extrañísimo accidente en Guadalajara otro gran valor político de Europa Oriental, el entonces embajador de Yugoslavia en España, Rexhai Surroi.

Más allá de estos dos trágicos sucesos nunca explicados, hay ocasiones en los que lejanos recuerdos nos acercan explicaciones actuales oportunas. Antes de pasar cinco años en Siberia, Amalrik escribió un libro corto de ensayo que conmocionó a los círculos intelectuales rusos y occidentales. Se titulaba «¿Podrá sobrevivir la URSS a 1984?». Meses más tarde, Amalrik -que ya había pasado dieciséis meses de prisión por una «obra teatral antisoviética y pornográfica»- comenzaba su calvario de cinco años en un campo de trabajo de Kolyma. Antes de ser deportado, en el prólogo de la primera edición del libro, provocador como siempre, agradecía al KGB que no le confiscara este manuscrito, el más explosivo, en sus registros de su casa.

Desde aquel lejano 1969, en que el joven Amalrik de 31 años escribió su impresionante radiografía de la sociedad soviética y de la miseria del socialismo real -y le puso fecha de caducidad en el año orwelliano de 1984-, han pasado muchas cosas. Pero no invalidan su visión del producto social surgido de la simbiosis de imperialismo ruso e ideología bolchevique que hoy vuelve a enseñar su peor cara en un poder lanzado de nuevo al expansionismo y una sociedad inerme. Rusia es hoy poderosa, como entonces. Pero no próspera. Sus millonarios son mafia del poder. El resto es material humano subsidiado por unos u otros. Dependiente y obediente. Como entonces. Conscientes Putin y los suyos de que su poder actual sólo se basa en el poderío energético y la debilidad y desunión del adversario, intentan crear realidades irreversibles por la misma lógica que entonces. Esa es la razón capital de sus renovados intentos de expansión hegemónica y matonismo. Va unida al miedo a la fuerza corrosiva del occidentalismo hasta en el vecino más diminuto. Tras el pragmatismo y la prepotencia de Putin se esconde la impotencia y el miedo. No hay salto a la modernidad. La URSS sobrevivió poco a la fecha orwelliana de Amalrik. La Rusia de Putin intenta perpetuarse con los mismos métodos, escondiendo los mismos fracasos. Por ello, lejos de consolidarse, su agresividad vuelve a ser la propia de un estado fallido. De ahí su peligro y no sólo para los vecinos.

ABC - Opinión

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