
Mariano Rajoy está dedicado íntegramente a sacrificarse por la patria manteniéndose en su poltrona genovita. La mayor parte de su actividad se dedica a mamporrear a los populares que tienen la osadía de no rendirse sin condiciones a sus propósitos. Su actividad se centra en que su apoteosis en el Congreso de Valencia le permita desplegar, en todo su esplendor, la cola del pavo real.
Diez millones de españoles votaron al PP, bien para ganar, bien para, en caso de derrota, que se limitaran los abusos, los errores o las ocurrencias del presidente del Gobierno. La decepción del votante del PP es palpable. A los simpatizantes del centro-derecha les importa un rábano las luchas intestinas del partido. Aún más: abominan de ellas. Tras su segunda derrota, Rajoy debió anunciar su retirada y la puesta en marcha de una sucesión ordenada. Ya que no hizo lo que exigía el buen estilo democrático, lo menos que se le puede pedir es que haga oposición y que no le tenga que recordar un periódico, tan poco sospechoso como “El Mundo”, su abandono de la función primordial que le corresponde como presidente de uno de los dos grandes partidos nacionales.
El Imparcial
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