sábado, 12 de abril de 2008

¿Qué le pasa a Rajoy? Por José Miguel Alvarado

Tras la derrota electoral, el PP vive su particular encaje y engranaje. Hasta ahora, su máximo dirigente no ha hecho nada que merezca una desaprobación estatutaria. La vida sigue. Sin embargo, existe alboroto, estupor y temblores contenidos en las filas del partido de centro reformista español.

La causa de tanto jaleo mediático es el rechazo a una renovación generacional impuesta desde arriba, en uso de las atribuciones que el número uno tiene conferidas. Ese revuelo, por ejemplo, no fue tal cuatro años atrás. Y no es Soraya, que sí. Es otra cosa.

Pero lo que dicen algunos es que la derrota de Rajoy frente al desgaste de Zapatero, cambia las cosas. Reclaman un congreso abierto que lave la imagen de un PP por dos veces perdedor aún con más votos que en el 2004.

Los muy veteranos gustan de hacer relevos generacionales a su imagen y semejanza cuando quieren blindarse o cuando se atribuyen todo el mérito. Pasa con frecuencia en las empresas y ahora también en los partidos políticos. Ocurrió en el PSOE y ocurrirá en el PP si las circunstancias no lo impiden.

La resistencia al adiós de los referentes ideológicos de carne y hueso, de las baronías, implica la pulverización de unos perfiles para crear otros nuevos. Ejercicio y despliegue del poder. Marketing. Ley de vida, si se quiere ver así, aunque no lo comparta al ciento por ciento.

Porque en España el electorado de centro reformista y liberal no es el mismo que el de la izquierda socialdemócrata, o socialista a secas. Por lo tanto, se engaña el PP si cree que va a arañar un solo voto de esa izquierda centrista que añora hoy recuperada para la Moncloa. Es más acertado calibrar el riesgo de que pase por lo mismo que IU, a diferente escala, por supuesto. O le haga la campaña a Rosa Diez, qué gusta por su coherencia y claridad expositiva.

La paradoja (o el drama, según se prefiera) para los votantes del PP es que mientras sus representantes intentan parecerse al "nice&vane party" (tradúzcase por bonitos y veletas), los auténticos atrápalotodo de la izquierda, a costa de lo que sea, ganen tiempo y les adjudiquen para siempre un cliché tan repugnante: "the nasty party". Tiempo al tiempo. Pero… ¡allá películas!

Pero lo que realmente se puede calificar de "nasty" es el espectáculo político de desavenencia al que asisten los más de diez millones de votantes, militantes y simpatizantes del PP, a unas listas cerradas. El valor de la marca.

Al fin y al cabo, esos votantes son los que, como Esperanza Aguirre, no se resignan a un Estado regido por un ideario zapaterista. Esos votos son precisamente los que corren el peligro de sentirse "très fatigués" y "tres desolés" de tanta tontería en su propia portería. Esos votos son como el Getafe y el Getafe mismo.

El hombre, se dice, es el único animal que tropieza tres veces en la misma piedra. Pues bien, el PP, a derecha, centro e izquierda, haría muy bien en dejar de mirarse a sí mismo y ponerse a trabajar cuanto antes como Fuenteovejuna, todos a una, por el 2012. Con transparencia. Sin enjuagues.

La renovación popular debería satisfacer y representar la diversidad ideológica de esos diez millones de votantes, hecho que tiene un análisis sociológico muy concreto. Eso sería justicia distributiva.

De modo que cómo no se resuelvan equilibradamente los problemas que trascienden, el PP del "líder oportuno", a decir de gente importante como Camps, se quedará con el sobrenombre de "nasty party" por los siglos de los siglos.

El Diario Exterior

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