sábado, 6 de octubre de 2007

Una educación de chichirimú

Tenemos una educación de chichirimú, porque somos un país de chichirimú. Empezando por el gobierno, siguiendo por la oposición, continuando por la mayoría de los medios de comunicación, adictos o contrarios a una Iglesia reaccionaria y trabucaria; la clase empresarial, tanto la que duerme en la cárcel como la que solo va de visita; etc, etc, uno llega a la conclusión de que aquí lo único que funciona es Hacienda y la Guardia Civil (y eso que el benemérito cuerpo ya no es ni sombra de lo que fue).


El concepto de chichirimú es un concepto complejo y versatil pues lo mismo vale para un roto que para un descosido. Se aplica a todo aquello sin sustancia ni chicha, desmadejado y delicuescente, de textura gelatinosa y sin sabor. Los anglosajones lo traducen con el término "light", pero aquí preferimos utilizar éste, mucho más castizo y de resonancias mucho más recias. Ni se tomen la molestia de buscarlo en el diccionario pues no la encontrarán ya que me la acabo de inventar. El vocablo se compone de chichi, que en Perú es sinónimo de fácil (aquí también significa otra cosa que no voy a repetir); y rimú, que en América responde a la identidad de una planta de la familia de las oxalidáceas que florece en amarillo y en el mes de Abril (y es que yo nací en ese mes). Juntándolo todo, tenemos la calificación de este país que ni es país ni es ná.

Pues ahí tenemos nuestro sistema educativo, según las últimas noticias, el menos rentable de toda Europa, el que saca menos rendimiento de los recursos que invierte, donde cada cambio de gobierno supone un cambio de orientación didáctica, metodológica, de asignaturas y contenidos, de procedimientos y pedagogías, y donde hasta el padre más tonto sabe más que el propio maestro sobre cómo educar a un hijo que luego te confiesan que no saben qué hacer con él, si darle botellón o adormidera televisiva.

En este país de chichirimú, donde lo mismo te queman por no respetar una bandera que queman la bandera contigo dentro, los sátrapas de la cosa autonómica se aplican a reformar la Historia que se enseña, al tiempo que los obispos le dicen al Estado que ellos son los que tienen el monopolio para lavar conciencias y centrifugar cerebros, mientras cuatro listillos en un despacho diseñan un nuevo modelo educativo cada tres meses que es el ritmo al que las imprentas de las editoriales terminan las tiradas de libros de texto. En este país de chichirimú, lo mejor es apuntar a tu hijo o hija al concurso de supermodelo y rezar en familia para que el niño o la niña tenga suerte con el cretino/a del jurado/a que le toque. O eso, o ensenarle a tu perro a que te eche la primitiva y que tenga la suerte de Curro.


El viaje de la vida

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