miércoles, 6 de diciembre de 2006

Los progretanos


En general, no se debe decir aquello que la gente no está dispuesta a creer. Pero como excepción…
La gente no está dispuesta a creer que el progresismo sea puritano. Para Juan Español, un tipo con aristas pero no carente de sentido común, más amante de la retranca que de la prosopopeya, el progresismo consiste en que las señoras enseñen las piernas. Y no va mal encaminado, porque ya se sabe que el progresismo consiste más o menos en eso : “Abajo los curas y arriba las faldas”.

Ahora bien, a Juan Español le cuesta algo más entender que el progre sea puritano. Y sin embargo es así. El progre es ferozmente puritano, no porque le importe la pureza, sino porque no vive la vida, sólo la sobrevive. Y enlaza con el puritanos anglosajón por su miedo a la libertad, que no es otra cosa que miedo a la vida.

El progretano, hoy en la cresta de la ola, sólo tiene dos mandamientos: la salud y la seguridad, y por ambos está dispuesto a los mayores sacrificios.

El Gobierno Zapatero es un ejemplo eximio de puritanismo. Primero la cogió con el tabaco. ¡Ojo!, no animó a dejar de fumar: simplemente lo prohibió. Luego con el alcohol. La Federación Española del Vino (FEV) acaba de protestar contra el borrador de la ley para la protección de la salud (siempre la salud) y la prevención del consumo de bebidas alcohólicas por menores. Se oponen, entre otras cosas, a la pretensión de consumir vino delante de menores… “y a todo lo que suponga una intromisión en el ámbito de la responsabilidad personal”. Esta es la clave: una nueva merma de libertad, y, con ella, de responsabilidad personal.

Más. Ahora le toca el turno a la obesidad. Nuestra inefable ministra de Sanidad, Elena Salgado, vegetariana ella, por tanto portadora de una inefable melancolía, amenaza a Burger King por su hamburguesa XXL. La firma norteamericana (no me cae muy simpática, pero aquí aplaudo su actitud con las dos manos) le ha respondido que si los clientes la solicitan… Es decir, está dispuesta a afrontar el mismo viacrucis de los juzgados norteamericanos. Los gringos, ese pueblo más adorable que imitable, inventaron el puritanismo (bueno, lo inventaron los ingleses, pero ya se sabe de quiénes descienden), fueron los primeros en inventar el puritanismo progre. En su nombre, consideran que, si están gordos, la culpa no la tienen ellos, sino quien les ha proporcionado el presunto componente de su obesidad. El progretano siempre está dispuesto a vender su libertad si con ello se deshace de su responsabilidad. Como decía en aquel asesino psicópata recién llegado a Estados Unidos: “Me encanta América. Nadie es responsable de nada”.

Y así, el Gobierno británico quiere recetar –es decir, obligar- a los británicos gordos a bailar en público para adelgazar, y nuestra ministra Salgado se dispone a marcar el menú de los niños, que luego llegará el de los adultos. La excusa para esta nueva merma de libertad: los costes que la obesidad origina a la Sanidad pública, en forma de hipertensión, enfermedades coronarias, diabetes y -todavía no se ha certificado pero estamos en ello- mal de ojo.

Pues bien, el Gobierno español, en nombre de la izquierda progresista, se dispone a decirnos qué debemos comer. Como comentaba alguien en un bar: “Vamos a ser los más sanos del cementerio”.

La historia del progretano es la historia del viejo chiste, en el que el médico prohíbe al paciente, fumar, beber, tomar alimentos grasos, dulces, ver la tele, hacer el amor, ducharse con agua caliente…

-¡Y usted cree que así viviré más, doctor?

A lo que el médico, puritano pero sincero, responde:

-Si vivirá más no lo sé, pero se le va hacer de un largo…

Tan largo, que un de las consecuencias habituales de este puritanismo de izquierdas es, precisamente, la depresión.

Lo que más me asombra es que el feroz atentado progretano contra la libertad individual pase inadvertido. Si a ello se le une la obsesión por la seguridad, cuado la vida es riesgo permanente, debo concluir que la libertad está en peligro, y que la única posibilidad de escape es hacer justo lo contrario de lo que nos recomienda el ‘progretanismo’, amen de mandarles a freír espárragos. Viviremos igual de inseguros y seremos mucho más felices. Porque, de seguir así, el poder progrepuritano nos dirá lo que debemos comer, lo que de debemos vestir, lo que debemos leer y de quién nos tenemos que enamorar. Y deberemos estarle agradecido porque lo hará por nuestro bien: por nuestra salud y seguridad.

Odio las hamburguesas, pero mañana aprovecharé la Fiesta de la Constitución para entrar en un Burger King y solicitar el producto estrella: a la memoria de Zapatero y su ministra Salgado. ¡Nadie podrá detenerme! Y no será una “Ingesta”, sino un acto libertario.

Eulogio López (Hispanidad.com) (05/XII/06)

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