FERNANDO SAVATER 08/09/2009
En el bombardeo preventivo que está recibiendo el Tribunal Constitucional (y de paso el resto de la ciudadanía española) a costa de la demorada sentencia sobre el Estatut, se han oído cosas realmente estupefacientes. Por ejemplo, sobre un posible fallo restrictivo del modelo idiomático que se establece en dicha ley. Veamos: cuando se hizo público hace un año el llamado "Manifiesto por la lengua común", gran parte de las desaforadas críticas que recibió llegaron desde Cataluña. Se estaba creando un problema donde no existía, se ascendían algunos excesos puntuales a norma general, se atacaba al débil y se defendía al fuerte, etcétera. Con cierto asombro oímos a algunas personas que antes se quejaron -privadamente, eso sí- de maltrato institucional a los castellanohablantes proclamar que en Cataluña no había ninguna molestia a este respecto. Me recordaban un poco a esos manifestantes iraníes que protestaron por el supuesto fraude electoral para luego aparecer en la televisión del régimen diciendo que les habían engañado desde el extranjero..
Uno de los argumentos más empleados a favor de la inmersión lingüística en cualquiera de los idiomas autonómicos es que sin ella no se garantiza su dominio al mismo nivel que el castellano. Pues bien, sin duda el bilingüismo en esas autonomías es un objetivo deseable y encomiable (aún mejor sería que todos los españoles conociésemos, además de nuestra lengua común, nociones suficientes del resto de las oficiales) pero no constitucionalmente obligatorio. Ni educativamente prioritario. El bilingüismo perfecto es un raro don: lo normal es hacer la mayor parte de la vida en una lengua, aunque se conozca suficientemente otra... o quizá otras. Es un avance cultural y social que pueda vivirse normalmente también en euskera, gallego o catalán, pero nunca al precio de convertir a la lengua común de nuestro país en otra lengua extranjera, como el apetecido inglés. El pluralismo es sin duda un valor, pero la unidad política, laboral y cultural que garantiza una lengua común no lo es menos... ni tiene por qué oponerse a la diversidad optativa. Salvo que se condene lo que facilita la unidad a ser residuo soportado pero no bienvenido, una manía a erradicar en vez de instrumento indispensable de conjunción. En tal caso, no sólo el TC sino el resto de los ciudadanos supongo que tendremos algo que decir.
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Bilinguismo/efectivo/afectivo/elpepiopi/20090908elpepicul_7/Tes/
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