Zapatero, en una larga entrevista que editaron a modo de libro turiferario, describía así sus creencias religiosas: «En la medida en que he ido evolucionando y madurando, creo que la religión más auténtica es el hombre. Es el ser humano el que merece adoración». La adoración del hombre es también la religión del Oliver Brand imaginado por Benson, empeñado en acabar con el cristianismo, que juzga la religión «más grotesca y esclavizadora», propia de «incompetentes, ancianos y disminuidos». Para Brand, no existe un Dios trascendente: «Dios, en la medida que era posible conocerlo, era sólo el hombre»; y la única condición del progreso humano «era la paz, no la espada que trajo consigo Jesucristo, (...) la paz que brotaba de la comprensión, la paz que emanaba de un conocimiento claro de que el hombre lo era todo».
Esta religión inmanentista que Oliver Brand desea imponer en todo el orbe hallará su plasmación gracias al surgimiento de «un senador americano» llamado Felsenburgh, dotado de una «extraordinaria elocuencia» y »un prestigio fuera de lo común». En su imparable y apoteósico ascenso, Felsenburgh «no había recurrido a ninguno de los métodos habituales en la política moderna. No controlaba periódicos, no vituperaba a nadie, no defendía a nadie. (...) Parecía más bien que su originalidad se debiera a su pasado inmaculado y a lo magnético de su carácter. Era una personalidad pura, atractiva, como la de un niño radiante. Había tomado a la población por sorpresa, surgiendo como una visión fantástica de las negras y cenagosas aguas del socialismo americano». Entronizado como líder global, Felsenburgh organiza una Convención de Oriente, donde pronuncia un discurso que a todos deja contentos. La prensa mundial, entregada a su elocuencia, resume así el discurso: «Felsenburgh parecía conocedor de la historia, los prejuicios, las esperanzas, las expectativas de todas las innumerables sectas de Oriente. (...) En no menos de nueve localidades se le saludó como el Mesías por parte de una multitud mahometana. Por último, en América, que es donde ha surgido esta figura extraordinaria, todos hablan bien de él».
Oliver Brand, ante el ascenso de este nuevo Mesías, está exultante: «Había caído Jehová; el soñador enloquecido de Galilea estaba ya en su tumba; había terminado el reinado de los sacerdotes. En su lugar, se enaltecía la figura extraña y tranquila de Felsenburgh, de poder indomeñable y ternura infinita... Él era el Hijo del Hombre, el Salvador del Mundo. (...) Allí había alguien a quien se podía seguir con entera tranquilidad, un dios sin duda, un hombre también: dios por ser humano, y humano por ser divino». A quienes deseen saber lo que ocurre después, les ruego que lean la grandiosa novela de Robert Hugh Benson; la encontrarán, traducida al español, en la editorial Homo Legens.
ABC - Opinión
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