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Ayer, de milagro y con la sospechosa ayuda de Coalición Canaria y UPN, la vicepresidenta segunda -que así quiere ser llamada- consiguió, con la oposición del PP, ERC y UpyD y la abstención de todos los demás, salvar su proyecto de limite para los gastos financieros en los Presupuestos que están por venir. Coincidieron sus oponentes, incluso de manera machacona, en señalar la indefinición de Hacienda en los cambios fiscales para el próximo ejercicio. Debe de ser un efecto de la resaca que sigue a la melopea presidencial cuando, en el plazo de solo unas horas, cambió su pretensión de subir los impuestos a los ricos -¡qué talante más social!- por dejar, de momento, las cosas como están.
Visto lo que llevamos visto tras la sustitución del muermo polivalente que precedió a Salgado, le ocurre a la vicepresidenta -segunda, naturalmente- lo mismo que a su presidente, afortunadamente único. No estuvieron suficientemente atentos a las emisiones de Barrio Sésamo y desperdiciaron las útiles enseñanzas de Epi y Blas para distinguir entre más y menos, cerca y lejos, arriba y abajo... Ahora somos todos quienes pagamos su indolencia juvenil. Alonso la pagará un poco más cara, cosas del rango y la función; pero, dado que nuestra vida parlamentaria maneja mejor los precios que las ideas, será cosa, en atención al morbo, de ir tasando cada uno de los apoyos que, en todos sus epígrafes, puedan merecer los Presupuestos y sus mentores. Mucho, poco; caro, barato; rico, pobre...
ABC - Opinión
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