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En la política española de hoy se ven nítidamente los efectos de las nieblas instaladas y la indeterminación que nos pierde. El PSOE, por ejemplo, dispone de un buen número de militantes capaces y curtidos por la experiencia. Sin embargo, los mecanismos de la oscuridad determinan que cuando el veterano partido tuvo que buscar un líder resultó elegido José Luis Rodríguez Zapatero y, lo que es más significativo, pudieron serlo José Bono o Rosa Díez. Es la abdicación en la pretensión de la excelencia y, para mayor desesperación, algo parecido puede señalarse en el PP, CiU, PNV y cualquier otro partido que no sea monoparental. Es el éxito del fracaso: un conjunto de inteligencias medianas propone y consigue la consagración de la más escasa de todas ellas.
La muerte de Michael Jackson confirma que la confusión dominante no es una característica española. Se expande por todas partes y sirve de cimiento y sostén para muchos de los males, especialmente los de raíz ética, que nos afligen. El que fue estrella precoz de los Jackson Five y se convirtió -junto con los Beatles y Elvis Presley- en la banda sonora de una etapa de la Historia, en uno de los máximos vendedores de discos -muchos más que Bing Crosby y Frank Sinatra-, es la muestra inversa y complementaria de lo que señalaba más arriba: el fracaso del éxito, algo tan social y políticamente demoledor como el éxito del fracaso. El guirigay establecido, el enredo que suscita el salto apuntado por Fernández Asís, es inevitablemente demoledor, el germen de un embrollo cósmico.
ABC - Opinión
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