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La citada sesión políglota del Senado representa toda una metáfora de cómo este país es capaz de plantearse en cinco idiomas problemas que no sabe resolver en ninguno. Lo que allí se trató fue el modo de cuadrar la demanda financiera de unas comunidades que en gran medida exigen dinero para satisfacer necesidades tan artificiales como la propia versión multilingüe en que las expresaron. Hablando en castellano, idioma común de todos los reunidos, el Estado se hubiese ahorrado siete mil euros en traductores, que no son muchos pero sin duda estarían mejor empleados en otros asuntos más perentorios cuya desatención va a provocar que el Estado acabe subiendo los impuestos. La discusión de la financiación autonómica afecta a algunos servicios esenciales, pero también en buena parte a la exigencia caprichosa y voraz de poderes virreinales que mantienen aparatos administrativos tan costosos como superfluos, con un tren de gasto inaceptable en una época de quiebra social y económica.
No se trata sólo de una cuestión de falta de austeridad, sino de una insensible determinación de prioridades. Para nuestra clase -quizá fuese más apropiado decir casta- política, la defensa de los símbolos identitarios prevalece ante la necesidad de economizar recursos generales. De ahí que el debate de la financiación constituya un desaprensivo tironeo entre regiones que sólo puede resolverse mediante una inyección de fondos con cargo al desbordado déficit público. La traducción simultánea del Senado no es más que la parábola absurda de este extravagante desvarío. Por más que, siendo Chaves el orador principal, acaso hubiese estado justificada la contratación no tanto de siete intérpretes como de un gramático.
ABC - Opinión
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