Ahora Zapatero promete, recogiendo el ejemplo felipista, comenzar por Andalucía su modernización productiva, el ya célebre cambio del modelo hacia una economía «sostenible». Dado el estado subsidial de la sociedad andaluza, la más subvencionada de Europa, esta declaración permite atisbar algo de su vigorosa propuesta recién improvisada: se trata de dar ayudas a tutiplén para instalar por doquier molinos de viento y paneles solares. Dejando de lado la pequeña contradicción de que cuando el aire está quieto -lo que en el sur ocurre a menudo- y el cielo nublado la red eléctrica tira en el acto de la muy nuclear y cara energía francesa, el presidente parece proponer un cambio del sistema de recalificaciones que prime el valor de los suelos según su potencial receptor de instalaciones renovables en vez de su aprovechamiento inmobiliario. Pero ese mercado es artificial: o lo sostiene el Estado o volveremos al fiasco post-Expo, resumido en su momento por una célebre pintada mural que puso a Chaves de los nervios: Expo 92=Paro 93.
El retrato social de la economía andaluza por donde ZP quiere empezar su recién parida reconversión no es precisamente un modelo de dinamismo: la mitad de la población activa es funcionaria -en sentido lato, es decir, trabaja para el sector público- o está en el paro, e incluso la gran mayoría de los emprendedores depende de alguna subvención o ayuda, como el resto de la llamada sociedad civil. La tasa de dependencia clientelar es la más alta de España, y la de productividad por habitante, la más baja. La receta modernizadora del Gobierno apunta a convertir a los parados en rentistas por el procedimiento de instalar generadores subvencionados hasta en las macetas. Un método sostenible y renovable: sostiene al socialismo en el poder desde hace cinco lustros y lo puede renovar por otros tantos.
ABC - Opinión
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