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Arriola navega por encima de gobiernos, presidentes, líderes del PP. Él siempre está presente para prestar sus consejos a cambio de suculentas remuneraciones. Las bases del PP están de Arriola hasta los bemoles. No quieren que el consulting gobierne de hecho al partido. Rajoy, impertérrito, mantiene a su valido contra vientos y tempestades. Lo que se le ocurre a Arriola se convierte en doctrina oficial del PP. Pero eso sería lo de menos si Rajoy sacara de su escondite al favorito, lo exhibiera en público y reconociera: “Éste es mi hombre. Lo que él dice es lo que hay que hacer”.
Sin embargo, todo queda en el oscurantismo, las veladuras, las medias tintas. Arriola se difumina y se hace invisible. Se ha convertido en el fantasma de Canterbury. Arrastra sus cadenas por los pasillos de Génova entre incesantes rumores. Se escaquea de careos y responsabilidades. Tira la piedra y se esconde tras las faldas de Soraya. Lo que ocurre es que son muchos los que saben ya que Rajoy permanece en Génova porque así lo ha decidido Arriola. Es el consulting el que ha impuesto su criterio de bien pagá, para que Rajoy continúe, mientras se resquebraja por los cuatro costados la estructura del partido.
El Imparcial
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