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El nuevo amanecer republicano que haría ciertos en un futuro cercano los anhelos del muy mítico abuelo bueno -el capitán Lozano-, que son ni más ni menos que «el amor por el bien, un ansia infinita de paz, la mejora de los humildes», comienza a ser incierto ante la reacción de los españoles. Por eso ya no les basta el talante y la complicidad -unas buscadas y otras siempre disponibles- de las fuerzas enemigas del Estado, legales o ilegales. Ahora se trata ya de arremeter con todos los medios contra lo que la secta Z ha impuesto en su afán redentorista como el bando del abuelo malo -el próspero Faustino Zapatero-, aquel pediatra muy franquista que le vio nacer y el único abuelo que el niño que sería líder conoció. Como dice el filósofo Gabriel Albiac en su muy recomendado libro «Contra los políticos» esta identificación con el «tótem familiar canonizado» tiene todos los visos de ser «el síntoma brutal de una enfermedad anímica». Ahora, ante la posibilidad cierta de una derrota, no quepa la menor duda a nadie de que del chapucero «como sea» se ha pasado a la fase del implacable «a cualquier precio»
Desde el Pacto del Tinell, experimento inicial del zapaterismo para diseñar un régimen sin alternancia posible hasta la aparición del Gran Timonel ayer en la Plaza de Vista Alegre donde ya dejó claro que está «harto de la derecha», es perfectamente evidente que el objetivo estratégico de la secta -dictado por el personal y vocacional del personaje- es intimidar tanto a los votantes como a los representantes de la única oposición existente. Ahora quieren condenar el debate público sobre la inmigración, como antes sobre terrorismo o economía. Cuando Zapatero dice que «está harto de la derecha» -le sobra media España al presidente del Gobierno- como cuando la vicepresidenta y cada vez más ministros dicen que «no tolerarán» posiciones políticas u opiniones críticas, no explican cómo van a «no tolerar». Sabemos que en el País Vasco acallar voces es fácil, también que en Cataluña aun se sobran y bastan para acallar disensos sus socios de Gobierno, como ya sucede también en Galicia.
Cuando se parte del ansia de bondad y paz infinita y cuando -como dijo Z- se ha puesto «mucho afán», no cabe exigir responsabilidades por los resultados. Ayer en Vista Alegre, Z volvió a superarse. En frase heroica y rebelde aseguró a gritos a sus correligionarios: «Yo no me callo». Como si de un resistente amordazado se tratara, el presidente del Gobierno que no escatima las amenazas a todo el que discrepe, que ha tomado decisiones gravísimas que comprometen el futuro de nuestra cohesión y seguridad, adopta el papel del rebelde antisistema. Nadie se pregunta a qué viene tan ridícula frase. Tiene un sentido y es grave: Quien ostenta el Gobierno tiene aun pendiente el asalto al poder que cree merecer. Han de liquidarse las resistencias. Está «harto» de ellas. Sus «ansias infinitas» merecen cualquier sacrificio. Y no precisamente propio..
ABC - Opinión
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