miércoles, 13 de julio de 2011

Catorce años... Nada. Por Gabriel Albiac

Al absurdo no hay modo de acomodarse. Eso estalló en el frío asesinato, con fecha y hora fija, de Miguel Ángel Blanco.

«OH sol, sol, deslumbrante fallo!» La fría matemática de los versos de Paul Valéry fue lo primero, es extraño, que me vino a la cabeza cuando estalló todo nuestro universo convenido. Era verano, al borde de la playa. Yo me había blindado frente a la amarga cosa a la cual llamamos mundo: vacaciones. Todavía hoy me sorprendo al preguntarme cómo supe la noticia. Sin radio, sin ordenador, sin teléfono… Pero la supe. Fue como si algo se hubiera roto en la desidia de sol, playa, verano, gentes que buscan olvidar por unos días. Un disparo. En la cabeza. 1997. ¿Cómo pueden haber pasado catorce años tan deprisa?

No era nueva la presencia de la muerte en el País Vasco. Desde el final de los años sesenta era una recurrente pesadilla. Estaba en nuestras vidas. Pudimos, con ingenuidad, pensar que el final de la dictadura sería también el de aquel delirio. No lo fue. Como en todo lo crónico, la monotonía acabó por sobreponerse incluso a la tragedia. Morían gentes. No queríamos percibirlo. Demasiado amargo.


¿Qué fue lo que hizo quiebra aquel 13 de julio? ¿Por qué a todos nos hirió así el dolor vivir en un país que ha perdido su alma? No era el horror. De eso, a tales alturas, sabíamos demasiado. Fue el absurdo lo que nos dejó como cristalizados en el ámbar de un sol que era, de pronto, el del poema de Valéry: mentira inmensa que nos preserva de ver hasta qué punto nuestro universo «no es más que un fallo en la pureza del no ser».

El absurdo. Un hombre de 22 años que sale de casa para coger el cercanías, acercarse a donde sus amigos lo esperan para un ensayo. El batería no llega, los amigos se preocupan. Y el aviso de ETA. Será «ejecutado» en cuarenta y ocho horas. Todo está demasiado en el límite para que nadie pueda fingir ilusiones. Ortega Lara había sido liberado por la Policía poco antes. Tras un año pudriéndose en un agujero. Miguel Ángel Blanco era el precio al cual ETA necesitaba rescatar aquel fracaso. No había esperanza de piedad. Ni tiempo para una operación de rescate. El partido del joven concejal sabía la tragedia a la cual se enfrentaba. Lo sabía su familia. Hubo algo nuevo entonces. Todos supimos, de pronto, que aquella tragedia no era ni de partido ni de familia. Sólo. Era nuestra. La de la España herida que fue la nuestra. Cada minuto de aquel plazo de muerte nos mataba. Cuando la noticia congeló la indolencia del verano, supimos que algo en nosotros se había roto: la esperanza. Y la amargura de vivir para ver eso fue de todos. Al horror, sí, estábamos habituados: va en lo humano. Al absurdo no hay modo de acomodarse. Eso estalló en el frío asesinato, con fecha y hora fija, de Miguel Ángel Blanco.

Yo había cortado puentes: me creía a salvo de la sobredosis de realidad por unos días. No sirvió. Todo seguía igual: el mar, ante cuya perseverancia nada son nuestras miserias; el sol, a cuyo plomo retorna todo siempre; «la extraña omnipotencia de la Nada».

No escuché la radio, no leí la prensa, no conecté el teléfono… La muerte estaba allí, en cada corro de gentes mudas frente al mar. Traté de abandonarme al sosiego ajeno de las olas. En vano. Nada iba a ser lo mismo tras aquel 13 de julio. Hace ya catorce años. ¿Cómo puede pasar el tiempo tan deprisa?


ABC - Opinión

Cospedal. Quejas o política. Por Agapito Maestre

¿Quién sería el ingenuo de pensar que, después de casi treinta años en el gobierno regional, los socialistas iban a dejar limpia la comunidad?

María Dolores de Cospedal se queja de que Castilla-La Mancha está en bancarrota. En principio, la queja está más que justificada, es necesaria para que nadie se llame a engaño; incluso creo que es buenísimo quejarse de los engaños de los socialistas, si ello va acompañado de una pedagogía política rigurosa y estricta, o sea, a la queja y a la crítica tiene que seguirle el diagnóstico preciso y la solución imaginativa.

La presidenta de la región castellano-manchega tiene, sin duda alguna, la obligación moral de explicar todos los pufos de los socialistas, detenerse en el detalle de los gastos suntuosos y sinsentidos de Bono y Barreda, y, por supuesto, es perfectamente comprensible para sus electores que la señora de Cospedal juré en hebreo por el estado lamentable de las cuentas que le han dejado los socialistas. Pero todo eso, no se engañen los peperos, tiene un límite. Más aún, el trayecto de la queja en política, es decir, lamentarse del estado caótico en el que han dejado las cuentas los socialistas, es muy corto.


De hecho, ya son miles los ciudadanos que empiezan a decir que, precisamente, por eso han votado al PP. Los votantes no son ingenuos. Le han dado la mayoría al PP, porque ya intuían ese tipo de cosas. ¿Quién sería el ingenuo de pensar que, después de casi treinta años en el gobierno regional, los socialistas iban a dejar limpia la comunidad? Nadie, excepto la señora de Cospedal, por los aspavientos que está haciendo, pensaría bien de las cuentas que los socialistas. Lo normal es que hayan dejado la caja vacía y con teleraña.

Así las cosas, debería dejarse ya de lamentos la señora de Cospedal, y hacer un poco más de política. Para empezar debería ser un poco más rápida a la hora de contarnos su diagnóstico del estado de la comunidad y, sobre todo, darnos unas cuantas soluciones al margen de emitir deuda pública. Y sobre todo, insisto, debería hacer más política. No se esconda en su despacho. Salga y dialogue con todos los ciudadanos y todos los agentes sociales que se lo pidan. Saque también a sus consejeros a la calle. No sean cobardes; y, por supuesto, si no tienen dinero ni soluciones, intenten buscarlas en el foro público.

No estoy hablando en abstracto, sino conociendo muy bien algunos problemas concretos que tienen que abordar ya, si no quieren que muchos colectivos sociales, que les han votado el 22-M, se queden en casa en las generales. Por ejemplo, el colectivo de farmacéuticos de Castilla-La Mancha lleva no sé cuánto tiempo sin cobrar las recetas de la Seguridad Social, pero, a pesar de pedir insistentemente una reunión con la presidenta o con el consejero de Sanidad, nadie les contesta ni nadie les recibe. Nadie dice nada. Independientemente de la gravedad de este problema, e independientemente de que nadie acusará a este Ejecutivo de un problema creado por la anterior administración, los farmacéuticos castellano-manchegos tienen todo el derecho del mundo a quejarse de que tampoco la nueva administración del PP quiere oír hablar de sus problemas.

O sea, o el PP se "arremanga" y debate todos y cada uno de los problemas que encuentre a su paso o estará dando tiempo y, seguramente, votos al candidato Rubalcaba.


Libertad Digital - Opinión

Estamos arruinados. Por M. Martín Ferrand

Estamos arruinados, y de lo que debe tratarse es de salir de la ruina. No de tener razón y humillar al adversario.

NO conviene deprimirse con la que se nos viene encima. Según demuestra la experiencia, en la mayoría de las ocasiones adversas es preciso hundirse hasta el fondo para que broten las soluciones más sabias, las capaces de conseguir que los grandes males encuentren grandísimos remedios. Dicho en el lenguaje de la calle, en el que hablan entre sí Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, el que no quieren utilizar Elena Salgado ni su equivalente italiano, Giulio Tremonti, estamos arruinados. De hecho, lo estábamos ya hace años, cuando señalábamos con el dedo a Grecia, Irlanda y Portugal; pero ahora, al alimón con Italia, ya se nos nota. No pasa nada. Como, con poco éxito, predicaban los sabios de Roma cuando formábamos parte de ella, la felicidad reside en el vivere parvo. Hay que vivir con lo que se tiene y se puede. No, como venimos haciendo en ejercicio de insensatez colectiva, jaleado por los gobiernos que se suceden desde hace tres décadas, tirando la casa por la ventana y confiando en el Estado con la fe con que los muy piadosos tienen en la Providencia.

Tampoco resulta conveniente, ni útil o satisfactorio, aprovechar la circunstancia para que el PP, en vísperas de poder, se deje atrapar por la tentación de alancear al PSOE, ya decaído, por su autoría de la calamidad presente. Las desgracias tienen más padres que los éxitos y sería injusto reservarle a José Luis Rodríguez Zapatero y su sucesiva caterva gubernamental la responsabilidad única de tan lamentable situación. Buena parte de ella les corresponde a los partidos políticos de ámbito nacional, vistos en su conjunto, por el entusiasmo autonómico que mostraron en el calor de la Transición y del que se derivó un Título VIII de la Constitución en el que se asienta un modelo de Estado que, bueno o malo, no nos podemos permitir. Escapa del vivere parvo al que, con alegría o tristeza, debemos someternos.

Como es costumbre, y más en las fechas vacacionales en las que estamos, unos y otros tratarán de echarle tierra al fuego y esperar a que llegue la vendimia. Nada habrá mejorado para entonces. Urgen soluciones drásticas, enérgicas y pactadas entre los pesos pesados de la partitocracia, que de la política no los tenemos. La ocasión no es para discursos brillantes ni señalamientos acusadores. Menos todavía para cerradas defensas de orgullo y dignidad militante. Estamos arruinados y de lo que debe tratarse prioritariamente es de salir de la ruina. No de tener razón y humillar al adversario. Hay cinco millones de españoles, crecientes en número, más arruinados que los demás. Sería tremendo que esos fueran los indignados.


ABC - Opinión

Crisis de deuda. El contubernio de la prima. Por Pablo Molina

Como en los tiempos del Caudillo, los problemas actuales de nuestra deuda soberana obedecen según el Gobierno a una conspiración extranjera seguramente urdida por la judería internacional.

La subida de la prima de riesgo por encima de cualquier nivel conocido está siendo interpretada por el socialismo, una vez más, como un ataque contra España. Deberían nuestros sociatas alegrarse puesto que no creen en esa entelequia llamada "nación española", pero cuando sus expectativas electorales andan en juego, a los socialistas les sale una vena patriota que desmiente su desapego tradicional a ese concepto discutido y discutible. Al lado de Rubalcaba y Salgado en estos momentos, los Reyes Católicos unos hippies.

Como en los tiempos del Caudillo, los problemas actuales de nuestra deuda soberana obedecen según el Gobierno a una conspiración extranjera seguramente urdida por la judería internacional, porque los socialistas son incapaces de entender que su pavorosa gestión de la crisis pueda recibir el justo castigo que merece por parte de los que tienen que seguir pagándonos la fiesta. Es más, todos andan convencidos de que el manejo de la recesión por parte de Zapatero ha sido más que brillante y si tenemos cinco millones de parados y una economía con graves dificultades, desde luego no es por la incompetencia proteica del presidente, la burricie insondable de sus ministros o el sectarismo patológico del partido al que todos ellos pertenecen, sino por la avaricia de los mercados, ingrediente principal de la papilla ideológica que distribuyen a diario los medios afectos al socialismo entre sus televidentes, oyentes y, digamos, lectores.


Hasta Jordi Sevilla, que pasa por ser la parte más solvente del socialindignadismo español, lamenta en las redes sociales el escaso patriotismo de los críticos a la gestión de ZP, como si señalar el desastre provocado por un ejecutivo del que forman parte personajes como Leire Pajín fuera un delito de lesa patria.

Así pues, Zapatero va a pasar un verano agónico pero, en contra del discurso de la izquierda, no por culpa de un boicot internacional orquestado para oscurecer los logros de su mandato, sino por la cultura maniobrera y cortoplacista de un gobernante más preocupado de no agravar la ruina electoral que espera a su partido que de hacer las reformas necesarias, por duras que sean, para poder dar los primeros pasos en la senda de la recuperación económica.

Si el PSOE pone por delante sus exigencias electorales al interés del país no pude acusar de antipatriotas a los que señalamos la permanente huida delante de un gobierno y su candidato prometiendo más despilfarro público, más subvenciones, mayor coacción institucional, subidas de impuestos y el resto de disparates incluidos en eso que los medios progres denominan con júbilo "el giro a la izquierda". Un giro que acabará llevándonos exactamente a donde estamos ahora mismo sin avanzar ni un solo metro en la dirección correcta habiendo perdido un tiempo precioso en tan absurdo recorrido. La geometría, que también es muy antipatriota.


Libertad Digital - Opinión

La presidencia bicéfala. Por José María Carrascal

En adelante tendremos dos presidentes: uno cara afuera, juicioso; otro cara adentro, revoltoso

ESE refrán «mal de muchos consuelo de tontos» que doña Elena Salgado explicaba a sus colegas en Bruselas, tendría que explicárselo a los medios de comunicación oficiales y oficialistas españoles que disimulan las desdichas de nuestras finanzas con el hecho de compartirlas con Italia. Pero sobre todo tendría que explicárselo a su ex colega y ya candidato socialista a la presidencia que, con la que está cayendo, no se le ocurrió otra cosa que presentarse con nuevos impuestos, recargos a los bancos y tasas a las transacciones internacionales bajo el brazo. ¡Eso sí que es hacer patria! ¡Eso sí que es atraer inversores! ¡Eso sí que es tener vista! ¿O se creía don Alfredo P. que hablaba sólo para los amigos? En adelante, tendrá que andarse con mucho cuidado con lo que dice, pues ni siquiera Zapatero se había atrevido a desafiar tan abiertamente a ese dinero transeúnte que busca oportunidades y huye de peligros. Ya no está contando fábulas a unos españoles que se lo tragan todo, sino tratando con gentes que se las saben todas. De seguir Rubalcaba por ese camino, Zapatero tendrá que coger de nuevo las riendas o el PSOE tendrá que buscarse otro candidato. Lo que vende dentro del partido no vende fuera del país (e incluso dentro del país) por una razón muy sencilla: el partido está encorsetado por una ideología que no encaja en las directrices que rigen hoy la economía mundial. Y nos adaptamos a ella o nos vamos a hacer compañía a Grecia. Así de sencillo.

En cuanto a los reajustes ministeriales para cubrir la triple función del candidato, ninguna sorpresa, habiendo para todos. Rubalcaba se cubre las espaldas dejando en Interior a su segundo, que por la cuenta que le tiene, hará lo posible y lo imposible para que no salga el esqueleto de Faisán que tienen en el armario. Zapatero se asegura la tribuna para defenderse en los últimos y turbulentos meses que le quedan de mandato, dando la portavocía al compañero más fiel en su periplo político, José Blanco. Y se corre escalafón en las Vicepresidencias, quedando doña Elena Salgado para explicar en Bruselas por qué el candidato socialista se olvidó de las reformas prometidas. ¿Vino Van Rompuy a Madrid a enterarse de ello?

Si esa era su comisión, se fue como vino. Aquí están dispuestos a aguantar lo que sea con dos presidentes: uno cara afuera, obediente y juicioso, que hace lo que le mandan; otro cara adentro, revoltoso e indignado, que hace guiños al 15-M. Con lo que las mentiras gubernamentales serán dobles. Bueno, aguantar lo que sea, no: aguantar lo les dejen los mercados, cuya tolerancia a las mentiras es menos 273 grados, cero absoluto. Ya lo están viendo. Y sufriendo.


ABC - Opinión

Rajoy. El cambalache. Por José García Domínguez

Todo un presagio del implacable rigor y la férrea disciplina fiscal que el Partido Popular piensa imponer a las comunidades díscolas en cuanto se instale en el poder.

Mariano Rajoy, que ya empieza a desprender el suave aroma a BOE que tanto amansa a las fieras, se acaba de despachar con una verdad a medias a fin de sosegar a los mercados. Pues, como todos los políticos, el gallego también ignora que el único modo efectivo de contagiar tranquilidad al dinero consiste en permanecer tranquilo. De ahí esa liturgia recurrente, la de los dirigentes desfilando ante las cámaras de la televisión para avivar aún más el pánico financiero con sus compulsivos llamamientos a la calma. Así, fiel a la tradición, don Mariano corrió ayer a declarar que "España es un país solvente, pese a su Gobierno".

"Y a su Oposición", le faltó añadir. Repárese, si no, en el último cambalache vergonzante que acaban de maquinar PP y CiU en el Parlament. Me refiero, huelga decirlo, al apaño que, bendición de Génova mediante, habrá de permitir que la Generalidad ignore –un año más– el déficit máximo fijado a las autonomías. Y es que, merced a las muy generosas tragaderas del de Pontevedra, los catalanistas han vuelto a convertir en papel mojado lo que se acordó en el Consejo de Política Fiscal y Financiera. El célebre techo del 1,3 por ciento del PIB va a quedar entonces en mandato exclusivo para valencianos, murcianos, manchegos y demás gentes de mal vivir.

Por su parte, y con carácter exclusivo, Cataluña ha visto elevar al 1,8 ese muro infranqueable que constriñe el gasto del resto. Todo un presagio del implacable rigor y la férrea disciplina fiscal que el Partido Popular piensa imponer a las comunidades díscolas en cuanto se instale en el poder. En la Plaza de San Jaime deben estar temblando... de risa. Aunque no, por cierto, en las oficinas centrales de Moody’s, donde no se acaba de encontrar la gracia a las licencias periféricas de Rajoy. Por algo, su último boletín interno reza, lacónico: "el caso de Cataluña muestra que el Gobierno central no dispone de herramientas efectivas para forzar el cumplimiento presupuestario por parte de las comunidades autónomas". Pero acaso lo peor sea que tampoco dispondría de gobernantes prestos a hacerlo cumplir. Ni los hay hoy, ni parece que mañana los vaya a haber. Y las fieras, silentes.


Libertad Digital - Opinión

Europa, causa y excusa. Por Ignacio Camacho

El error de Zapatero consiste en parapetarse en la magnitud del problema para eludir su propio fracaso

HASTA ahora sólo había una cosa peor que la necesidad de un rescate financiero europeo, y era que ese rescate no se produjese. Ahora ha surgido una posibilidad mucho más grave: la de que Europa tenga que rescatarse a sí misma. Y una tercera francamente pavorosa, que es de la de que no sepa cómo. Nos estamos acercando peligrosamente a esa hipótesis que pone en peligro la unidad monetaria, la económica y por supuesto la política si es que alguna vez fue algo más que un sueño. La falta de liderazgo —ese melifluo Van Rompuy no ha podido gobernar ni su propio y pequeño país—, la ortodoxia desbordada del Banco Central y los intereses electorales de Merkel y Sarkozy, ambos en horas bajas, han bloqueado unos mecanismos comunitarios que ya de por sí carecían de flexibilidad de respuesta. Hemos llegado a un punto crítico que compromete a las naciones de economías más frágiles como España pero también la estabilidad del euro, del mercado único y de la propia construcción europea.

Aunque el presidente Zapatero haya utilizado la nueva tormenta monetaria para exculpar sus propias responsabilidades, que son esenciales en el clima de desconfianza sobre la solvencia española, lo cierto es que en esta oleada de incertidumbre no sirven sólo los argumentos de política interna. Muchos menos los mantras, consignas y excusas al uso en la escena pública española: que si no somos Grecia, que si hay que avanzar en las reformas, que si hay que adelantar elecciones. Esto es una crisis europea en toda regla, un naufragio continental, y necesita respuestas de la misma escala que no se vislumbran porque falta cohesión en la propia estructura de la UE. El error y la culpa del presidente español consisten en parapetarse en la magnitud del problema para esconder las consecuencias de su flagrante fracaso político, y en disparar por elevación tratando de desviar hacia el victimismo su patente incapacidad de hacer frente a los problemas. Éstos serían muchos menores si los prestamistas de deuda tuviesen razones para confiar en nuestra capacidad de pago, puesta en solfa por la inmadurez, la incompetencia y el bloqueo del Gobierno. Pero más allá de esta cuota de compromiso fallido es cierto que nos hallamos ante un conflicto de dimensiones gigantes que afecta al núcleo mismo de la idea de Europa como comunidad, en el que han estallado de golpe todos los defectos internos que habían quedado solapados en los años de prosperidad y crecimiento.

Nunca como ahora, desde que empezó la recesión, se había extendido una sensación semejante de fragilidad ni de zozobra. Hay motivo: la Unión ha entrado en estado de colapso estructural y se halla a punto de shock. No vale el sálvese quien pueda porque hay que salvarse todos juntos. Pero al menos vendría bien que cada uno se ayudase a sí mismo con un sentido del deber que en España se ha evaporado en medio de un suicida egoísmo político.


ABC - Opinión

Elecciones y confianza

Europa no encuentra la salida a la tormenta perfecta que amenaza su estabilidad y que ha situado a parte de sus economías al borde del colapso. Las autoridades comunitarias se citaron ayer en nuevas reuniones para tejer alguna respuesta contra la emergencia de los mercados de deuda y un mínimo aliento para los países especialmente cercados por la desconfianza de los inversores. El presidente del Consejo Europeo ultimó una cumbre extraordinaria con los líderes del euro para tratar el rescate de Grecia y el contagio de la crisis a Italia y España, pero el pesimismo se generaliza. Las autoridades europeas parecen afectadas por una incapacidad endémica para trazar una hoja de ruta viable y adecuada desde que arrancó esta crisis. Existe una falta de liderazgo evidente y una ausencia de voluntad real para aglutinarse en torno a propuestas comunes con los sacrificios nacionales necesarios. Es también un sarcasmo que aquellos países que no hicieron en su momento los deberes pretendan imponer sus políticas y condiciones hoy a las grandes economías que se recuperan gracias a reformas exigentes. En este sentido, que el Gobierno culpara ayer a Alemania del repunte de la crisis de la deuda es un pobre argumento para explicar la fragilidad de nuestro bono y su mermada credibilidad política. Una vulnerabilidad que disparó la prima de riesgo hasta rozar unos históricos 380 puntos básicos y que sólo se relajó después de que el Banco Central Europeo interviniera para frenar la sangría en los mercados con la compra de bonos periféricos.
Cada día que pasa demuestra que la UE y España padecen los efectos de una crisis de confianza. La primera, por la incapacidad del proyecto europeísta para consolidarse como una auténtica unión política y económica capaz de coordinar sus políticas para salir de una encrucijada que amenaza a la UE con el naufragio. La segunda, por la falta de credibilidad de un Gobierno socialista agonizante y sin pulso ni determinación para afrontar el ingente, pero imprescindible, proyecto reformista que España necesita. Lo cierto es que nuestro país tiene unas urgencias divergentes de las necesidades particulares del Ejecutivo, volcado y condicionado por los planes y la estrategia electoral del candidato del PSOE a la Presidencia. España necesita cambiar la percepción internacional que genera y está perdiendo meses clave en los estertores de un tiempo político vencido. No son la sociedad ni las empresas ni los trabajadores los que alimentan la desconfianza, sino un Ejecutivo que fracasó incluso cuando se vio obligado a cambiar su discurso con reformas que no fueron tales.
Como con acierto recordó Mariano Rajoy, «España es un país solvente», con potencial y capacidad para afrontar un exigente proyecto de recuperación nacional y estar «en el grupo de los buenos». Pero ello sólo será posible con otro Gobierno y por eso el adelanto electoral es ya una cuestión de interés general. El objetivo es que el país cuente de nuevo con un Ejecutivo serio y una política creíble y adecuada para responder a los problemas. Sólo así se podrá recuperar la confianza y sólo así se despejarán las incertidumbres y se desvanecerán los fantasmas poco a poco.


La Razón - Editorial

Emergencia a la italiana

Los mercados de deuda aceleran el ritmo europeo e imponen una solución rápida al rescate griego.

Mientras amainaba ayer ligeramente la tormenta sobre las deudas nacionales de Italia y España, debido a la convicción entre los inversores de que el Banco Central Europeo (BCE) está comprando bonos españoles e italianos y al brusco anuncio de que Italia prepara un plan de ajuste, el presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, iniciaba las consultas para convocar una cumbre urgente del Eurogrupo que ponga remedio a la enloquecida situación financiera en Europa. Con retraso, porque esa es la cumbre que debió reunirse con urgencia el lunes. Al ritmo de la burocracia europea, incapaz de ofrecer un mensaje tranquilizador en medio de la crisis más grave que ha sufrido la eurozona, se cuecen en su propia salsa Grecia, Portugal, Irlanda, España y ahora Italia. Demoran sus posibilidades de recuperación y tienen que pagar intereses astronómicos por la deuda que necesitan refinanciar.

Respecto a convulsiones financieras anteriores, la crisis actual ofrece la novedad de que Italia está en el ojo del huracán. No es lo mismo albergar en el hospital financiero a Portugal, Grecia o Irlanda que tener ingresados a España (más del 11% del PIB de la eurozona) e Italia (más del 17%). La negligencia culpable de la avanzadilla europea (Alemania y su zona de influencia, más Francia) ha llevado a una situación en la que cada día que pasa es más probable la ruptura del euro. Angela Merkel y Nicolas Sarkozy tienen que decidir sin dilación sobre un problema de supervivencia: o salvan la moneda única o se quedan en el refugio de sus electorados. Hasta ahora han hecho lo contrario de lo que exige el reforzamiento de la unidad económica: prestar más atención a sus votantes que al buen gobierno europeo. Pero con Italia en la UVI, la situación es crítica, la alarma de emergencia está sonando estruendosamente y las decisiones son obligadas.


Italia no ha descendido por casualidad al escalón de los países con solvencia dudosa. Su tasa de crecimiento en los últimos 10 años apenas llega al 2,5% (en el caso de España fue del 24,4%), su nivel de deuda es muy elevado (el 120% del PIB; el 53% está en manos de extranjeros), tiene probablemente el mayor volumen de economía sumergida de Europa (junto con Grecia), está perdiendo cuota de exportación en el mercado mundial de forma continuada y, a pesar de este mal diagnóstico económico, no cuenta con un plan de austeridad para reducir el endeudamiento. Aunque suele olvidarse o trivializarse, para los inversores también cuenta el desorden político del país. Es insólito que en una economía occidental, desarrollada, se admita una trifulca virulenta entre el primer ministro, en este caso Berlusconi, y el ministro de Economía, Tremonti, sin que se resuelva con las destituciones o dimisiones permanentes. En Italia está sucediendo.

Un análisis optimista diría que los mercados de deuda han echado un órdago a Bruselas y a Berlín. Requieren una solución inmediata para Grecia; no aceptan aplazar el caso hasta septiembre. Por esa razón la prima de riesgo de España se disparó hasta más allá de los 375 puntos básicos, la italiana superó los 360 puntos y las Bolsas se desplomaron. Un análisis pesimista insistiría en que los Estados han vuelto a ceder. Si Van Rompuy no se equivoca, habrá cumbre extraordinaria el viernes.

Este nuevo incendio solo se apagará definitivamente si se cumplen condiciones estrictas. La primera, que se apruebe un nuevo rescate para Grecia con reestructuración de la deuda y sin declaración de impago; la segunda, que el BCE siga comprando bonos de los países damnificados; la tercera, más difícil de articular, es que el Fondo de Estabilidad Financiera pueda operar en el mercado secundario. Esto es lo que tienen que decidir los ministros europeos. O más Europa así, o sus elecciones nacionales y regionales. Que, por cierto, muchos de ellos tienen ya perdidas.


El País - Editorial

ETA celebra sus resultados electorales

Si hace unos días era su más célebre vocero, Arnaldo Otegui, el que se vanagloriaba de los resultados de Bildu -"ya somos 313.00"-, hoy es la propia banda terrorista la que celebra que "Euskal Herria haya ganado la batalla de la ilegalización".

La casualidad o el sadismo propio de los etarras ha querido que el mismo día en que se conmemora el decimocuarto aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, la organización terrorista ETA haya hecho público un comunicado en el que celebra su nueva burla al Estado de Derecho y los buenos resultados cosechados por Bildu.

Si hace unos días era su más célebre vocero, Arnaldo Otegui, el que se vanagloriaba de los buenos resultados de la formación proetarra- "empezamos siendo cuatro o cinco y ya somos 313.00"-, hoy es la propia banda terrorista la que celebra que "Euskal Herria haya ganado la batalla política e ideológica de la ilegalización". La euforia de los terroristas es tan ofensiva como lógica, pues, a pesar de ilegalización del Bildu sentenciada por el Tribunal Supremo y de la supuesta vigencia de la Ley de Partidos, el Tribunal Constitucional permitió a la formación presentarse a las elecciones, tras las que se ha convertido en la primera fuerza política del Pais Vasco por número de concejales.


Si la alegría que causa en los criminales los buenos resultados cosechados por Bildu, debe causan indignación entre los ciudadanos, en general, y entre las víctimas de ETA, en particular, también debería causar vergüenza en el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en Alfredo Pérez Rubalcaba y en los que han sido sus correas de transmisión de cara a la legalización de los proetarras. A saber, los magistrados del Constitucional designados por el PSOE: Pascual Sala, Eugenio Gay, Elisa Pérez Vera, Pablo Pérez Tremps, Luis Ortega y Adela Asua.

Con todo, los terroristas no se limitan a expresar su alegría por ver conseguido este objetivo de permanencia en las instituciones, sino que exigen el cese de la "represión y el bloqueo de los estados español y francés" para no obstaculizar los otros objetivos de su estratégico "alto el fuego" y que nos son otros que aquellos por los que han venido practicando la "lucha armada".


Libertad Digital - Editorial

España, al límite

Ni Merkel ni Grecia pueden ser indefinidamente los burladeros del Gobierno frente al deterioro evidente de la situación económica de España y las embestidas de los mercados financieros.

LA crisis de la deuda pública española tuvo ayer, tras horas al borde del abismo, un ligero alivio, pero sigue manteniéndose en niveles casi incompatibles con una financiación estable —asumible a largo plazo— del Estado y de las empresas. El hecho de que mejorase levemente la prima de riesgo, hasta situarse alrededor de los 320 puntos, o de que el bono a diez años se pagara por debajo del 6 por ciento no resta un ápice a la extrema gravedad de la situación que se ha vivido en las últimas cuarenta y ocho horas. Y aunque estos parámetros —prima de riesgo e interés de la deuda— sigan evolucionando favorablemente, estas jornadas han demostrado la absoluta vulnerabilidad de la posición de España ante los mercados internacionales. La situación puede tornarse desastre en cualquier momento. Si nuestro país sufre ataques financieros cada vez que corren rumores sobre Grecia o, como ahora, Italia, no es por una conspiración planetaria contra España, sino por la visión que se tiene de que no hay muchas posibilidades reales de reducir el déficit público, de crear empleo y de aumentar la actividad productiva.

Es evidente que en los mercados hay especuladores que juegan con las fluctuaciones de las deudas de ciertos países. Pero para que se pueda jugar con un país, este tiene que estar en una situación de debilidad que lo propicie. Por eso no ayudan a España los emplazamientos públicos de Rodríguez Zapatero a Angela Merkel para que apoye la entrada de capital privado en el rescate griego. Se podrá estar de acuerdo o no con la canciller alemana, pero, tal y como se percibe a España en Europa, no resulta oportuno que sea precisamente Zapatero quien pida responsabilidad al Gobierno de Berlín. Uno de los males de la posición española es que el Ejecutivo socialista no ha gestionado su presencia internacional de la manera adecuada para, en situaciones de crisis como la actual, tener voz autorizada ante los principales socios europeos. Con una tasa de paro del 20 por ciento y un endeudamiento exterior cada vez más costoso, el Gobierno español tendría que asumir que la responsabilidad empieza por uno mismo, y dejar definitivamente de culpar a los demás.

Como dijo Mariano Rajoy ayer, arrimando el hombro en un momento crítico, España es un país solvente. En efecto, pero la solvencia no es una virtud innata a las economías, sino el resultado de unas determinadas políticas que ordenen un gasto público racional, faciliten la creación de empleo y generen un sistema fiscal equilibrado. España es solvente, pero hay quienes creen que puede dejar de serlo. Las dudas de los mercados no van a disiparse por repetir este mensaje de apoyo a la solvencia de la economía española, sino por ver medidas concretas que sean fiables.

Ni Merkel ni Grecia pueden ser indefinidamente los burladeros del Gobierno frente al deterioro evidente de la situación económica de España y las embestidas de los mercados financieros. Desde las elecciones municipales, el Ejecutivo de Rodríguez Zapatero ha estado más pendiente del candidato Pérez Rubalcaba que de centrarse en la crisis. Y una vez zanjada la cuestión del candidato, resulta que, en su primer discurso, este echa gasolina al fuego de la deuda, advirtiendo a la banca de nuevos impuestos y convirtiéndola en el chivo expiatorio del desastre electoral socialista. Poca inversión va a atraer así el candidato Rubalcaba.

La crisis de España requiere soluciones que no están en las manos de Van Rompuy, ni de Trichet ni de Angela Merkel, por mucho que Europa se enfrente torpemente al desastre. Si no hay confianza —que no la hay— en la dirección política del país, tampoco la habrá en su dirección económica. Con los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del 22-M, Rodríguez Zapatero debió haber dimitido y convocado inmediatamente elecciones generales. A estas alturas estarían a punto de celebrarse y, en contra de lo que argumentan los socialistas, no se habría perdido tiempo alguno para reformas que no están dando resultado, como la del mercado de trabajo, o que no han provocado ninguna confianza, como la de la negociación colectiva.

Es imprescindible una crisis política, en el sentido positivo del término crisis, una ruptura de esta inercia decadente que ha impuesto el Gobierno socialista a España. La democracia tiene el procedimiento necesario —la disolución anticipada del Parlamento— para que la crisis política que necesita España abra una nueva etapa, en la que no habrá soluciones mágicas, en absoluto, pero sí, al menos, una oportunidad para hacer las cosas de manera diferente, dando al Gobierno elegido una legitimación ciudadana renovada y una mayor fortaleza para su acción ante los mercados, los agentes sociales y los socios europeos.


ABC - Editorial