miércoles, 29 de junio de 2011

Zapatero. Un presidente más que amortizado. Por Emilio J. González

Lo mejor que podría hacer el presidente es concluir el debate con el anuncio de la disolución de las Cámaras y la convocatoria de elecciones.

El contenido económico del discurso de ZP en el debate sobre el estado de la Nación constituye una nueva prueba de que Zapatero es ya un presidente más que amortizado que debe dar paso cuanto antes a un nuevo Gobierno salido de las urnas. En sus palabras, como cabía esperar, no había el menor atisbo de autocrítica sino las manidas excusas de siempre: que si la globalización, que si la crisis internacional, que si las turbulencias en los mercados de deuda a causa de Grecia... Vamos, que el Ejecutivo no tiene nada que ver en todo lo que le pasa a la economía española ni tampoco tiene que dar una nueva vuelta de tuerca, aunque sea tan solo una, a las reformas estructurales que necesita este país porque, según el presidente, la recuperación ya está en marcha y el Gabinete ya ha hecho todo cuanto está en su mano para que así sea, por lo que no hacen falta más reformas.

La realidad, sin embargo, dista mucho de ser tan idílica como nos la quiere hacer ver ZP. La reforma del sistema financiero dista mucho de haber concluido y todavía puede haber muchas sorpresas desagradables, el ajuste en el sector inmobiliario aún está pendiente y cuando se produzca, que tendrá que producirse tarde o temprano, nuestros bancos y cajas van a sufrir de lo lindo; aquí no se crea un puesto de trabajo ni por equivocación porque todo lo hecho en el terreno laboral no sirve apenas para nada; en materia de competitividad tenemos aún muchas asignaturas pendientes, empezando por una tan importante como la de la energía y así podríamos seguir llenando páginas y páginas con todo lo que aún hay que hacer. Además, no está nada clara esa consolidación de la recuperación de la que habló Zapatero, con el petróleo otra vez al alza, lo mismo que los alimentos y los tipos de interés, y con los salarios a la baja. Y, encima, los mercados, más allá del efecto contagio de Grecia, siguen dudando de la capacidad de España para embridar el déficit presupuestario, entre otras cosas porque se temen tanto que la magnitud de los agujeros que encuentren los del PP en las autonomías y ayuntamientos que acaban de conquistar sea de tal calibre que resulten inmanejables como que este Gobierno, que ya está en tiempo de descuento, sea incapaz de llegar a los necesarios acuerdos institucionales para que cada parte de la Administración Pública asuma su cuota en el necesario ajuste presupuestario.

Todo ello requiere, además, de la petición de colaboración que ha hecho Zapatero, medidas enérgicas y de amplio calado. ZP, sin embargo, no ha presentado ninguna, como si las cosas se fueran a arreglar por sí solas, lo que no es el caso. No hay más que ver lo que ocurre en Japón, que va camino de la tercera década pérdida después del estallido de la burbuja inmobiliaria, para entender que no es así. Por ello, lo mejor que podría hacer el presidente es concluir el debate con el anuncio de la disolución de las Cámaras y la convocatoria de elecciones. No podemos seguir paralizados por más tiempo a causa de un presidente ya más que amortizado.


Libertad Digital - Opinión

No es de este mundo. Por Pilar Cernuda

«José Luis no es de este mundo», comentaba un diputado socialista al salir del hemiciclo tras escuchar el discurso sobre el Estado de la Nación.

«José Luis no es de este mundo», comentaba un diputado socialista al salir del hemiciclo tras escuchar el discurso sobre el Estado de la Nación.

Queda la duda del sentido de su frase lapidaria: no es de este mundo porque no se entera de lo que ocurre a su alrededor, o no es de este mundo porque está por encima del bien y del mal, es dios. Desde luego Zapatero no se dirigió a la Cámara como se dirige un jefe de gobierno al que le queda un cuarto de hora, incluso anunció iniciativas que él no podrá impulsar porque ya no estará en Moncloa. Planteó el discurso sobre el estado de la nación como si se tratara de un discurso de investidura, con proyectos que provocaron perplejidad reconocida entre la oposición y asombro no reconocido en sus propias filas, porque no era el momento de presentarlas sino de hacer balance de cómo está el país, la nación.

Lo mejor, sin duda, las frases últimas, que no llevaba escritas. Frases de despedida, sentidas, sinceras, respetuosas y que sonaron bien. Pena que esos sentimientos no los haya transmitido suficientemente en sus años de gobierno, las cosas se habrían desarrollado de forma muy distinta. A su lado, Rubalcaba se mantenía en silencio, en su papel de diputado que no pronunciaría palabra en el importante debate, pero que centraba la atención en el importante debate. Todo eran cábalas sobre su futuro. Más que sobre el futuro de Zapatero, que ya es conocido.


ABC - Opinión

¿Qué Estado? ¿Qué nación?. Por Gabriel Albiac

Daba vergüenza oírle farfullar ayer tonterías económicas que no entendía. Pero no, vergüenza daba al principio.

ENVUELTO en la armadura de su estolidez, deliró ayer el presidente. No es nuevo. Hablamos de alguien que llegó al cargo merced a una rara carambola: su partido daba por perdidas las elecciones en 2004, buscó sacrificar a un desechable don nadie; no había otro más adecuado a ese desairado papel que el tal Rodríguez Zapatero. Y llegó lo no previsto: el 11M. Gobernó. Trajo la ruina.

Daba vergüenza oírle farfullar ayer tonterías económicas que no entendía. Pero no, vergüenza daba al principio. Ahora concita el aburrimiento y el enfado. ¿Cómo ha podido permitir el Parlamento que una nulidad así dispusiera de siete años para completar su política de tierra quemada? Es terrible la responsabilidad de quienes no han sabido —más allá de las siglas de partido— negociar juntos la destitución de un sujeto fuera de sus cabales y, por tanto, perjudicial en igual medida para todos. Un insensato no tiene ni color ni ideología. Tiene sólo peligro.


Tampoco es un azar que este desastre sucediera. Es el síntoma final de una serie de fatales carencias de la España contemporánea. No hay Estado ya. No hay nación siquiera. No hay nada más que un turbio tejido de intereses, de los cuales da muestra poco equívoca el afán con que las gentes que gobiernan batallan por buscarse un buen empleo internacional antes del definitivo desastre. Lo más lejos posible. Allá donde poco se sepa de sus habilidades.

No hay Estado. Democrático. Si es que lo que define a un Estado democrático sigue siendo aquella contraposición de poderes que teorizara Montesquieu: la que imponía que, por la fuerza de las cosas, el poder refrenara al poder. Viene de atrás la destrucción: de la felipista ley orgánica del poder judicial, que enterró la hipótesis constitucionalista de 1978. Es lo que llega ahora al paroxismo en esa horrible farsa, que trueca algo que no es poder judicial, el Tribunal Constitucional, en irregular instancia de casación de la última instancia jurisdiccional: el Tribunal Supremo. El modo en el cual Zapatero garantizó al PNV la anulación de la sentencia del Supremo sobre Bildu, a manos de la institución partidista que preside el señor Sala, hubiera provocado una crisis de Estado en otros sitios. Aquí no.

No hay Gobierno. Ni un átomo de eso quedó, desde el día mismo de hace más de un año en el cual la UE dictó —bajo amenaza de intervención— a Zapatero el viraje de su política económica. Hay ministerios descoordinados, que no saben a qué juegan. Y hay uno que suplanta a la Presidencia: el ministerio a cargo del control policial. Que su titular sea el próximo candidato socialista es lo único serio —¿o preocupante?— en esta farsa.

No hay nación. La «cuestión discutible y discutida», de la cual partió la era Zapatero, ha acabado por construir realidad a su medida. Zapatero creó, primero, el disparate de aceptar dos sujetos constituyentes distintos en el estatuto —Constitución, de hecho— de Cataluña. Lo remató, finalmente, cuando obtuvo del Constitucional una sentencia encaminada a encarrilar la mayoría independentista en el próximo parlamento vasco. ¿Nación? Ni discutible, ni discutida. Dinamitada. Es la histórica herencia del hombre que soñaba con pasar a la historia. Puede dormir tranquilo: ya ha pasado.


ABC - Opinión

Duro discurso de Rajoy que se convirtió en una moción de censura. Por Federico Quevedo

Si este país tuviera una legislación como Dios manda -en frase típica de Mariano Rajoy- el discurso que hizo ayer el líder del PP en el Parlamento sería propio de una moción de censura. En España las mociones de censura son 'constructivas', es decir, no se examina a quien en ese momento detenta el Gobierno, sino a quien aspira a él, razón por la que resulta casi imposible que un líder de la oposición esté dispuesto a presentarla, incluso en una situación tan extrema como la que hoy vive nuestro país.

Pero si la moción de censura fuera lo que su propio nombre dice, es decir, una censura al Gobierno de la nación, el discurso que habría hecho Rajoy coincidiría con el que ayer mismo hizo en el Pleno de las Cortes durante el debate del estado de la Nación. Este país, España -que luego siempre hay algún listo que piensa que no quiero decir el nombre-, necesita unas elecciones generales anticipadas, es lo que reclama la gente de la calle. Si fuera cierto eso que dice Peces Barba de que "la voz del pueblo es la voz de Dios", habría que decir que hoy Dios implora a Zapatero que se vaya.


Este es un Gobierno acabado, sometido al marcapasos de la deuda, una deuda que, como recordó ayer Rajoy, cuando llegó Zapatero al poder estaba sometida a una prima de riesgo de coste cero y hoy se encuentra al borde de los 300 puntos básicos con el bono alemán, lo que supone un encarecimiento brutal del coste de nuestra deuda. Ese dato, y el de los casi cinco millones de parados, es el que hoy identifica el fracaso de este Gobierno y hacen necesario un cambio político inmediato.
«La realidad es que cada vez que el PP presenta alternativas, el Gobierno las rechaza. Y cada vez que le ha tendido la mano, le ha respondido con el desprecio.»
No vale esperar a noviembre, ni mucho menos a marzo. Tiene que ser ya, a la vuelta de verano, en septiembre a ser posible o principios de octubre como muy tarde, para que el nuevo Gobierno esté a tiempo de presentar en el Congreso unos Presupuestos Generales del Estado que cuenten con un amplio apoyo político para llevar a cabo el proceso de reformas que necesita este país. Zapatero nunca ha sido un gobernante con altura de miras, con sentido de Estado, pero alguna vez debería ser la primera para que Rodríguez Zapatero asumiera su responsabilidad.

"Una hoja de calendario es lo que separa a los españoles que claman 'ya está bien', de un señor Rodríguez Zapatero que responde 'todavía no'", le dijo ayer Rajoy a un presidente que por la mañana había dado una muestra evidente de su agotamiento y de su incapacidad para sumir el reto del liderazgo de un país en crisis. España necesita un cambio, le urge un cambio, en todos los sentidos.

Hace falta un cambio de Gobierno, pero también un cambio de actitud. La tozudez, la obcecación de Rodríguez Zapatero, no hace más que ahondar en la desesperanza y el desánimo de los españoles, porque ni es creíble, ni genera confianza. Para Zapatero cuatro meses no van a ninguna parte, pero, primero, son más de cuatro meses, y cualquier tiempo es necesario ganarlo en una situación como esta. Elecciones ya, es la única salida a este enquistamiento, a esta agonía lenta a la que nos tiene sometidos Zapatero, como si creyera con somos los propios españoles los culpables de su fatal destino.

Es verdad que, como luego le diría Zapatero, Rajoy no aportó al debate una alternativa a la política del Gobierno... Pero también lo es que, en este momento, lo que necesita el país no es un debate sobre las propuestas del PP, sino, una vez constatada la incapacidad del Ejecutivo para dotar las medidas oportunas y liderar el programa de reformas que urge a la economía, votar y cambiar las cosas.

Zapatero siguió insistiendo ayer en su cortedad de miras, siguió empeñado en querer demostrar que las cosas no están tan mal, que hay brotes verdes, que nuestros sistema financiero sigue siendo el mejor del mundo, que la culpa de la crisis la tiene la construcción y el PP y que él, Zapatero, ha sido el campeón de las políticas sociales... Y en reprocharle al PP que ni ofrezca alternativas ni apoye las reformas del Gobierno. Pero la realidad es que cada vez que el PP presenta alternativas, el Gobierno las rechaza. Y cada vez que le ha tendido la mano, le ha respondido con el desprecio.

"Es muy difícil presentarse aquí con un balance como el suyo", dijo Rajoy. Y así es, porque Rodríguez Zapatero heredó la mejor situación económica, y va a dejar de herencia la peor que hayamos conocido. Si alguien demostró ayer que está profundamente alejado de la realidad, que vive ajeno a ella, a lo que de verdad están sufriendo cientos de miles de familias españolas, ese es Rodríguez Zapatero. Rajoy, al menos, hizo de altavoz de lo que los ciudadanos dejaron muy claro el pasado 22 de mayo: que quieren elecciones generales, y las quieren ya.


El Confidencial - Opinión

Zapatero. Debate sin consenso. Por Agapito Maestre

Zapatero ganó el debate, sobre todo, en el principal apartado: el económico, y consiguió que apenas le rozase la gran tragedia de España: ETA está en las instituciones.

Tengo la sensación de que Rajoy no ha sabido aprovechar la ocasión del debate de la Nación. Salió como ganador, pero no creo que haya conseguido empatar el partido. Lejos de desmontar uno por uno los proyectos y designios del Gobierno de Zapatero, se limitó a una descalificación general de la figura del presidente. He ahí la manera más insensata de erosionar el concepto de alternativa política. Por el contrario, Zapatero ha sabido correr todas las bandas, ha ganado tiempo a través de un descenso a los mismos talleres donde se fabrican esas soluciones; más aún, ha conseguido no sólo dar un diagnóstico de la crisis más acertado que el de Rajoy, sino que también ha explicado todas y cada una de las medidas que su Gobierno ha tomado para salir de la crisis.

Y, además, ha reconocido, cosa extraña en un tipo como Zapatero tan dado al voluntarismo, al adanismo y al escapismo de la realidad, que las medidas producirán efectos positivos lentos y a largo plazo. Ha sido realista y pegado al guión que le han dictado en la UE para contentar a los mercados internacionales. Zapatero ha tenido en este debate el mérito de remontar su reputación: salió a hablar como un perdedor, alguien sin ninguna credibilidad, y acabó como un tipo más curtido, batallador y razonador que Rajoy.


Zapatero ganó el debate, sobre todo, en el principal apartado: el económico, y consiguió que apenas le rozase la gran tragedia de España: ETA está en las instituciones, porque así lo ha querido él y la mayoría de su Tribunal Constitucional. ¿Por qué no quiso extenderse Rajoy en el asunto de Bildu? Es inexplicable esa indolencia a no ser que, en el fondo, sea una simulación para preparar el "trágala" futuro.

No nos engañemos, aunque Rajoy gane las futuras elecciones generales y yo así lo creo, Zapatero ayer, en el Congreso de los Diputados, supo explicar mejor, mucho mejor, que en anteriores ocasiones, las medidas económicas que se habían tomado para salir de la crisis. No cabe la menor duda de que este político, al final de su mandato, parece haber rectificado algunos de sus principales errores en materia económica. También Zapatero, como algunos otros socialistas sensatos, tiene una cierta capacidad de autocrítica. Ayer lo demostró con creces, sobre todo, a la hora de diagnosticar que nuestra crisis procede de nuestro modelo productivo.


Libertad Digital - Opinión

El último patriota. Por José María Carrascal

Su último discurso sobre el estado de la nación fue tan falso como lo que ha venido haciendo al frente de ella.

HACER leña del árbol caído no es agradable ni elegante, pero el presidente del Gobierno no nos deja otra opción con su discurso de ayer, engañoso, inoperante y vacío, como si quisiera cerrar su mandato con una muestra de lo que ha sido todo él. Ni una sola palabra de arrepentimiento por la cadena de errores cometidos desde que negó la existencia de una crisis hasta que se vio obligado a renunciar a la reelección debido a ella. Ni la más ligera admisión de responsabilidades por la calamitosa situación en que deja España. Ni una sola verdad sobre el pasado, el presente o el futuro. Solo las viejas y trilladas mentiras sobre el posible inicio de la recuperación en la segunda mitad del año, los obligados guiños a la izquierda —incluidos los «indignados» del 15-M— y las puñaladas arteras al PP, dando a entender que es el culpable de nuestras desgracias por no apoyarle en sus reformas. Olvidando, primero, que esas reformas no son suyas, sino le han venido impuestas desde fuera. De por sí nunca las hubiera hecho. Y segundo, que ni siquiera las está llevando a cabo con la diligencia y profundidad que requieren, razón de que sigan apremiándole desde las instancias internacionales. En resumen, el Zapatero de siempre, traicionando a todo el mundo, empezando por él mismo.

Pero lo más obsceno en este discurso sobre el estado de la nación, que lo único que tuvo bueno fue ser el último, estuvo en el aroma patriótico —¿o patriotero más bien?— que le insufló. El mismo personaje que cuando le preguntaron si España era una nación contestó que «ese es un concepto discutido y discutible»; el que se lanzó a una negociación con Eta sin saber dónde se metía; el que prometió a los nacionalistas catalanes darles lo que le pidieran y ha rebajado el nivel de nuestro país en todas las clasificaciones internacionales, se nos presenta ahora como un cruzado de los de «¡Santiago y cierra España!», atreviéndose incluso a acusar de falta de patriotismo a quienes le critican. Y eso, no, señor Zapatero, eso es ya demasiado. Usted puede revisar toda la memoria histórica que quiera, tener sus ideas sobre qué se hizo bien o mal en el pasado y dar sus opiniones al respecto, faltaría más. Pero darnos lecciones de patriotismo, no. No, porque para eso hay que creer en el propio país, cosa que usted, lo siento, ha demostrado creer muy poco. Ahora dice que «es necesario un esfuerzo colectivo para superar la crisis». No era lo que decía cuando, aliado con los que no se sienten españoles, trataba se establecer un cordón sanitario en torno a los que no pensaban como usted, es decir, a media España por lo menos. Lo mínimo que pudo usted hacer ayer, fue disculparse por ello. No lo hizo, sino continuar con sus insidias. Lo que quiere decir que su último discurso sobre el estado de la nación fue tan falso como lo que ha venido haciendo al frente de ella.

ABC - Opinión

Canto del cisne de Zapatero y ocasión perdida de Rajoy. Por Atonio Casado

Aires de despedida del casi ex presidente por la mañana y subidón por la tarde, cuando protagonizó un vivo debate con el casi presidente. Entonces se reanimaron las tribunas y sus señorías se levantaron de los asientos, como en los toros, ora a favor, ora en contra, según las preferencias, la faena o el diestro en cuestión. Contra todo pronóstico, la mejor parte de crítica y público se la lleva el que se despide de los ruedos, no el que está a punto de confirmar su alternativa en la Moncloa.

Sólo en la sesión de la mañana caló la sensación irremediable de Legislatura terminada. El cuerpo a cuerpo Zapatero-Rajoy de la tarde, sin embargo, fue tan intenso que el partido parecía estar en lo mejor, aún lejos del pitido final. Una apariencia que Zapatero quiso reforzar al hilo de los caballerosos deseos de Rajoy por un futuro mejor en lo personal y en lo familiar. Aquél le devolvió el cumplido para que también a Rajoy le vaya bien en lo personal y en lo familiar, “pero no en lo político”. Un minuto antes le había reprochado que su programa económico, como líder de la oposición, continúa siendo “tan inédito como sus victorias electorales”.
«Sólo en la sesión de la mañana caló la sensación irremediable de Legislatura terminada. El cuerpo a cuerpo Zapatero-Rajoy de la tarde, sin embargo, fue tan intenso que el partido parecía estar en lo mejor, aún lejos del pitido final.»
Ya entonces, en el tercero de los cruces, había cundido la impresión de que Mariano Rajoy estaba perdiendo la oportunidad de proyectarse hacia el futuro como un casi presidente y pasar por encima de un casi ex presidente cargado de pasado. No ocurrió. Por la agresividad de la esgrima practicada por Zapatero y la escasa frescura de las réplicas de Rajoy, daba la impresión de que los papeles estaban cambiados. No obstante, y aunque Zapatero mostrase un mayor dominio de la situación, los problemas de credibilidad que aquejan, irreversibles a mi juicio, sólo permiten hablar de canto del cisne. Aún así ayer dio la impresión de estar más pendiente del futuro que Rajoy.

En lo argumental, ninguna sorpresa. Enésimo despliegue del mismo discurso. Por ambos lados. Zapatero, en positivo, como es lógico en quien todavía tiene la responsabilidad de gestionar los intereses generales. Rajoy, en negativo, con más soflamas que propuestas concretas. Y más centrado en explicar lo mal que hace las cosas el Gobierno socialista que en lo bien que podría hacerlo un Gobierno del PP. Algo que, por desgracia se suele considerar lógico en un jefe de oposición que asienta su ventaja electoral en los dramáticos datos de la situación económica.

Enésima petición de elecciones anticipadas por parte de Rajoy porque cada día más de “agonía”, según él, significa también “más deuda, más paro, más desconfianza”. Y enésima reprobación de Zapatero a la incapacidad del PP para arrimar el hombro en los planes anticrisis. El casi ex presidente acusó al casi presidente de optar por lo fácil, que es reclamar elecciones, y renunciar a lo más esforzado, que es presentar propuestas. Y la eterna excusa de Rajoy: “No nos puede pedir que, como oposición, nos sumemos a sus errores”.

Y así sucesivamente.


El Confidencial - Opinión

Debate. El estado de la Nada. Por José García Domínguez

Y es que, otra vez, cayó el gallego en la trampa para elefantes de la economía. Uno de los pocos terrenos, acaso el único, donde cesante y aspirante andan en igualdad de condiciones.

No adelantará las elecciones. Lo quiso ratificar, y por escrito, en el discurso. De ahí que, sin venir a cuento, diese en anunciar ante la Cámara el solemne propósito presidencial de defender no recuerdo qué futilidad "en la cumbre del G-20, que tendrá lugar en el mes de noviembre". La fecha, noviembre, era el mensaje. Nada más tenía que decir. Así que nada más dijo. Y como el otro tampoco nada traía que contar, salvo su revival del "márchese, señor González", asistimos, tan cansino, al déjà vu habitual. Al rutinario modo, don Mariano caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Y es que, otra vez, cayó el gallego en la trampa para elefantes de la economía. Uno de los pocos terrenos, acaso el único, donde cesante y aspirante andan en igualdad de condiciones.

Adentrados en esos zarzales, ninguno de los dos, en el fondo, sabe de lo que habla. Y, para desdoro de Rajoy, se le nota. Mucho, además. Zapatero enmascara su ignorancia como suele, enrocado en una retahíla arbitraria de cifras, porcentajes y estadísticas que en sí nada explican, pero impresionan a los simples, que es de lo que se trata. Desbordado por el caos, Rajoy se descubre entonces atrapado en una enredadera numérica de la que ya no logra liberarse. La historia de siempre. Eso sí, tras los muy manidos lugares comunes de ambos, un prejuicio compartido: suponer que el aceite de ricino de los recortes presupuestarios va a curar –y no a agravar – la situación del enfermo.

Como si la austeridad fiscal, sin más, hubiese servido alguna vez para superar una crisis económica. Igual que la cantinela de la "confianza", tan cara al de Pontevedra, puro pensamiento mágico. Con Rajoy, pues, cautivo y desarmado en el jardín de la inflación subyacente y otras hierbas, Bildu se quedó en nota a pie de página. "No les pase ni una vulneración de la Ley", exigió en su primera –y última– referencia al asunto. Rigor que, según parece, no debe hacerse extensivo a sus socios de CiU, los mismos que han retirado la bandera de España en decenas y decenas de Ayuntamientos. En fin, ¿que quién ganó? A la espera del share, me atrevo con un pronóstico: Terelu y la Esteban.


Libertad Digital - Opinión

El patético. Por M. Martín Ferrand

La Nación no tiene por qué someterse al trago amargo de un líder derrotado por los acontecimientos.

SOLO faltó que los dos leones que flanquean el pórtico del Palacio de Congresos, fundidos con el bronce moro de Wad-Ras por Ponciano Ponzano, agitaran sendos pañuelos blancos en señal de despedida a José Luis Rodríguez Zapatero para que el patetismo de la primera jornada del Debate sobre el estado de la Nación fuera completo. El presidente, lacrimógeno y ucrónico, recitó la sarta de naderías de su discurso y lo remató despidiéndose de la Cámara, de la oposición, de su propio grupo parlamentario y de cuantos por allí pasaban o se amontonaban en sus desordenados recuerdos. De hecho, cerró su perorata como debiera concluir, si llega a pronunciarla, la del final del Debate de Presupuestos que es lo que nos tiene anunciado; pero, como aconseja la experiencia, no es cosa de sacar conclusiones de sus gestos ni de tomarle demasiado en serio. Tampoco a la ligera, que el poder, como los toros, tiende a resultar imprevisible y siempre es susceptible de una derrota que haga pupa.

Tan hueco y desaconsejado se presentó ayer el todavía líder socialista y ya declinante jefe del Ejecutivo que, en puridad, solo tuvo dos apuntes pretendidamente sustanciosos en su salmodia parlamentaria: el apunte de un servicio de socorro a quienes viven la tribulación de la deuda hipotecaría, algo que se escapa de sus posibilidades presupuestarias, y la proclama de una regla de gasto para las Autonomías que, sensu contrario, ya está en los Presupuestos. Nada de nada. Incluso menos que eso. Es lo inevitable en quien ya ha acabado su repertorio y, por evitar el mutis, insiste en el concierto.

Aunque algunos melómanos le llaman «Patética» a la sexta, y última, sinfonía de Chaikovski, la mayoría tenemos por la auténtica «Pathétique» la sonata para piano nº 8 de Beethoven. En el territorio de la política española no hay confusión posible. Nadie osaría disputarle a Zapatero el título exclusivo de «el patético». Se le han acentuado, en contradictoria simultaneidad, las ojeras y la sonrisa y, asincrónico en el gesto, transpira melancolía. No supo ponerse en pie, en la solemnidad de un desfile, ante la bandera norteamericana y ahora tiene que arrodillarse ante una realidad que no quiso ver venir y, peor todavía, a la que no ha podido enfrentarse. Es otro signo de su tremenda irresponsabilidad. Aunque, para él, sea algo discutido y discutible, la Nación no tiene por qué someterse al trago amargo de un líder derrotado por los acontecimientos y tan aferrado a su propio poder que, con su actitud, impide la labor de su relevo socialista y, lo que es más grave, la de su sucesor en el Ejecutivo. Patético. Y me quedo corto.


ABC - Opinión

Despedida y cierre

Si tras las elecciones de mayo quedaba todavía alguna duda de que el Gobierno socialista es el pasado y Mariano Rajoy encarna el futuro, el debate del Estado de la Nación la despejó ayer de manera contundente. Frente a un combativo Zapatero, que se aferra a un futuro mejor que nunca acaba de llegar, el líder del PP desplegó un solvente argumentario para demostrar que es imprescindible convocar ya elecciones generales como única forma de que España salga del túnel y recupere la confianza de los mercados. El propio Zapatero, con su mensaje de despedida un punto emocionado, vino a corroborar que su Gobierno tiene fecha de caducidad y que su única razón para no adelantar los comicios es culminar las reformas pendientes, entre ellas fijar un techo de gasto, modificar la ley hipotecaria y favorecer el crédito a los emprendores, amén de completar el trámite de pensiones y negociación colectiva. ¿Justifica esta minuta de tareas pendientes que se agote la Legislatura o es una mera excusa? Ésta es la pregunta que desde hace meses se hacen políticos, empresarios, sindicalistas y hasta los mercados internacionales. Pues bien, Mariano Rajoy la contestó ayer de forma cumplida y convincente: son excusas de un Gobierno que ha sido incapaz de enderezar el rumbo y que ha despilfarrado la mejor herencia de la democracia. Desde luego, la cifras cantan: estamos peor que hace un año, hay más paro, la deuda es más cara y nuestra renta per cápita ha caído en el ranking europeo. Incluso el proceso reformista emprendido en mayo de 2010 a raíz de las presiones de Merkel, Sarkozy y Obama ha resultado insuficiente e ineficaz. La tibia reforma laboral no ha impedido que haya 300.000 nuevos parados; los retoques del sistema financiero no han servido para activar el crédito; los cambios en pensiones y en negociación colectiva han sufrido un trámite parlamentario agónico y sin el apoyo explícito de la mayoría... De poco o nada sirvió que el presidente socialista se enzarzara en una disputa sobre los datos o las causas de la crisis: cuando la situación es peor que la de hace un año, no hay discurso que la maquille. Todo ello ha desembocado en una grave falta de confianza en España, como lo demuestra el constante acoso de los especuladores. Entonces, ¿a qué esperar para convocar elecciones, tal vez a que se produzca un «milagro»? Para Rajoy el tiempo cuenta y cuanto más se dilate el cambio tanto más tardará en llegar la recuperación. «España se merece un Gobierno que genere confianza», concluyó el presidente del PP. Aunque con los matices que le son propios, el portavoz de CiU también coincidió en el diagnóstico de Rajoy al señalar que el tiempo del PSOE ha pasado porque sus propuestas de futuro ni son creibles ni tienen contenido. Con su moderación y espíritu constructivo habituales, Duran Lleida no ahorró críticas fundadas a la gestión del Gobierno para llegar a la misma conclusión que el PP: es necesario ir a las urnas para que un nuevo equipo enderece el rumbo. Por más que la bancada socialista sobreactuara ayer para proteger a su líder en retirada, un intenso aroma a despedida y fin de ciclo político impregnó ayer el Congreso.

La Razón - Editorial

Debate de despedida

Zapatero defiende su gestión pero no despeja las dudas sobre la viabilidad de agotar la legislatura.

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, pronunció ayer el único discurso que le permitían las actuales circunstancias económicas y políticas, incluyendo las de su propio liderazgo. El jefe de la oposición, Mariano Rajoy, se atuvo, por su parte, al mismo que ha venido repitiendo durante el último año. El resultado fue un debate sobre el estado de la nación en el que, de nuevo, se reafirmó la divergencia entre los aspectos marginales en los que se suele enredar la política institucional y las decisiones que reclama cada vez con mayor urgencia la realidad del país. En esta ocasión, sin embargo, la previsibilidad de los discursos dentro del Congreso no pudo ocultar la radical transformación del contexto fuera de él: la crisis griega está acarreando profundas consecuencias para la economía española y, por primera vez desde que comenzaron las dificultades, empieza a aflorar la contestación social.

En su último discurso como presidente en este género de debates, Zapatero estaba obligado a enumerar las reformas emprendidas por el Gobierno a lo largo de los últimos meses y, al mismo tiempo, a describir sus efectos, todavía tímidos o inexistentes, bajo la perspectiva del optimismo. El objetivo no era solo justificar el trabajo realizado, sino también, y sobre todo, legitimar su propósito de agotar la legislatura. Salvo los anuncios de una regla de gasto para que las comunidades autónomas contribuyan a la reducción del déficit, y de una iniciativa legislativa para mejorar la protección de las familias que pierden sus casas por desahucio, Zapatero se limitó a glosar el pasado inmediato, intentando establecer una relación causal entre los escasos datos positivos que ofrece el panorama económico y la gestión de su Gobierno. El estado de las cuentas públicas no concedía margen para iniciativas sorprendentes y, consciente de ello, Zapatero no trató de forzarlo.


Rajoy disponía de una excusa formal para seguir escamoteando -solo hizo propuestas sobre leyes poco esenciales- el programa que aplicará si, como auguran las encuestas, llega a La Moncloa: ayer se examinaba la gestión del Gobierno, no los planes de la oposición. Pero su margen para pronunciar un discurso distinto del que realizó era tan estrecho como el de Zapatero para anunciar nuevas medidas: el líder de los populares sabe que su política no puede ser radicalmente distinta de la que está desarrollando el Gobierno, y de ahí que se vea obligado a centrar sus críticas en la credibilidad. En este terreno juega con una ventaja relativa, puesto que él no se la ha ganado en las dos legislaturas que ha ejercido la oposición, pero es cierto que el Gobierno la ha perdido y no parece en situación de poder recuperarla de aquí a las próximas elecciones generales.

El debate de ayer dejó sin despejar las dos incógnitas mayores que siguen pesando sobre la situación política. Aunque Zapatero anunció un crecimiento del 1,5% para el último trimestre del año, no resulta fácil predecir cuál será el comportamiento de la economía española en el caso de que la crisis griega continúe agravándose, y más si en las próximas horas el Parlamento de aquel país no aprueba el duro plan de ajuste propuesto por el Gobierno de Papandreu. Tampoco se despejaron las dudas acerca de un adelanto electoral. Una cosa es que Zapatero desee agotar la legislatura y otra que cuente con los apoyos suficientes para hacerlo. El grupo catalán no parece dispuesto a pagar coste alguno para aprobar los próximos Presupuestos. Y, aunque falta por conocer la posición oficial de vascos y canarios, las contrapartidas que podrían exigir a cambio de sus votos podrían resultar tan excesivas para un Partido Socialista que atraviesa las horas más bajas de su historia, como para ellos mismos, obligados a entenderse con un Partido Popular asomándose a la cima de su poder.


El País - Editorial

Zapatero, decidido a prolongar el calvario de la Nación

Que nadie se llame a engaño. Un Zapatero políticamente enterrado pretende mantenerse en el poder hasta el último día, le cueste lo que le cueste a una Nación a la que ya ha colocado al borde del colapso.

No le ha faltado razón al líder del PP, Mariano Rajoy, al considerar que la situación política y económica en la que está inmersa España es de tan notoria e indiscutible gravedad que debería resultar absurdo debatir sobre cuál es el estado de la Nación por mucho que ése sea el nombre del debate que se ha celebrado este martes en el Congreso. Así debería ser, ciertamente, si todos los intervinientes en el mismo tuvieran un mínimo de apertura a esa lamentable realidad; pero el presidente del Gobierno, tras su patética intervención, ha vuelto a dejar en evidencia que él no es uno de ellos.

Con afirmaciones propias de un mentiroso compulsivo, Zapatero no ha dudado en quitar gravedad a la situación y en aferrarse a cosas como que "en los últimos trimestres nuestra economía ha presentado un patrón de recuperación caracterizado por la fortaleza del sector exterior"; o que "el turismo será uno de los sectores de actividad que contribuirá a que en 2011 se alcancen las previsiones de crecimiento logrando más de 55 millones de visitantes".


Evidentemente, el presidente del Gobierno no ha podido soslayar los cinco millones de parados, pero ha tenido la desfachatez de quitarle hierro asegurando que "ya hemos observado el primer incremento interanual en el número total de horas trabajadas o del empleo temporal". No menos alarmante ha resultado verlo calificar el colapso económico que padecemos como "la corrección de los desequilibrios propios de nuestro anterior modelo de crecimiento". Sólo le ha faltado hablar de "los brotes verdes" o de "la luz al final del túnel", pero como Zapatero viene utilizando estas expresiones desde que tuvo que admitir la existencia de la crisis, ha preferido expresarlo con otras palabras.

Decidido a prolongar el estéril calvario que para la Nación supone su permanencia en el Gobierno, Zapatero ni siquiera se ha molestado en anunciar esas numerosas y profundas reformas que, según él, iban a justificar el agotamiento de la legislatura. Tan sólo ha anunciado una inconcreta propuesta de fijar un techo de gasto para las autonomías y un par de demagógicas promesas para frenar los desahucios hipotecarios y la morosidad municipal que sufren las empresas. Si lo primero se puede traducir en un encarecimiento del crédito hipotecario y un debilitamiento de su seguridad jurídica, lo segundo tiene todo el aspecto de que va a correr a cuenta del contribuyente.

Con un presidente de Gobierno que no alcanza a admitir la gravedad de la situación y que consecuentemente no propone medidas de envergadura para paliarla, más que nunca resulta evidente la imperiosa necesidad de celebrar nuevas elecciones como condición sine qua non para tratar de poner fin a la agonía. Con todo, que a nadie llame engaño ni "el tono de despedida" o de "fin de ciclo" que se ha podido detectar en casi toda la lamentable intervención de Zapatero. Ha sido de despedida por cuanto es su último debate del estado de la Nación, pero no, desde luego, porque esté decidido a irse antes de agotar la legislatura. Pretende quedarse hasta el último día, le cueste lo que le cueste a una Nación a la que ya ha colocado al el borde del colapso.


Libertad Digital - Editorial

Zapatero no termina de irse

El presidente del Gobierno reflejó con cruda nitidez el estado actual del socialismo español: sin discurso frente a los ciudadanos, crispado frente a la oposición y fracasado frente a la crisis:

EL debate entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición transcurrió ayer por los cauces previstos. Zapatero llegó al Congreso como un gobernante cesante, con un saldo de cinco millones de parados y la mayor crisis económica de la reciente historia de España. El golpe electoral del 22-M todavía hace mella, y eso se notó en la falta de entusiasmo del Grupo Socialista, que solo se animó cuando Zapatero utilizó la sal gruesa contra Mariano Rajoy, con el tópico reproche de no haber apoyado las reformas del Gobierno y añadiendo la acusación de que había utilizado en su réplica datos falsos. Zapatero no ofreció un «sprint» final de reformas convincentes o novedosas, que sacudieran la modorra y la inercia en la que está instalado el Gobierno, más pendiente de lo que Alemania puede hacer por Grecia que de lo que él puede hacer por España. Y este es el problema que subyacía al discurso de Zapatero: la pérdida de control sobre los acontecimientos que afectan a la economía española. Por eso fue certero Mariano Rajoy cuando desarmó dialécticamente a Zapatero al afirmar que no lo acusaba de la crisis, sino de haberla negado, de haberla agravado y de haber dilapidado «la mejor herencia recibida», en referencia a la situación económica que dejó el Partido Popular en 2004, gracias a cuyas rentas ha vivido el Gobierno socialista hasta la eclosión de la crisis financiera.

Fue un debate, por tanto, perdido en la absoluta disparidad de papeles que Zapatero y Rajoy cumplen en la política nacional. El primero, abrumado por su fracaso en la gestión de la crisis. El segundo, aupado al liderazgo político tras los resultados de los comicios municipales del 22 de mayo. Solo la prerrogativa de disolver el Parlamento mantiene al presidente del Gobierno con vida política. En todo caso, la réplica de Zapatero a Rajoy marca la senda del discurso del PSOE —y, por tanto, de Rubalcaba— contra el PP, que es el mismo de los últimos meses. Los socialistas se van a emplear a fondo en denunciar que los populares no han actuado con sentido de Estado ante la crisis. Pero esta agenda demuestra que, realmente, el PSOE no ha aprendido nada de las elecciones municipales y autonómicas. Si, en general, ningún partido de la oposición puede responsabilizarse de las políticas de pactos del Gobierno, en el caso español la acusación al PP es una insidia, vista la estrategia del Gobierno de pactar con cualquiera antes que con Rajoy. Están registradas para la posteridad las cesiones abusivas que ha tenido que hacer el Gobierno al PNV y a CiU para lograr su abstención y sus votos, respectivamente, y sacar adelante las reformas de la negociación colectiva y del sistema de pensiones. Diga lo que diga Rajoy —y aunque demuestre con datos sus apoyos al Gobierno al comienzo de la crisis y las múltiples propuestas hechas en materia laboral, social y fiscal—, el Gobierno y el PSOE no tienen más opción que socavar al adversario, a falta de un balance propio favorable. Las políticas sociales serán, también, un campo de batalla entre el Gobierno y la oposición, pero ahí la situación del Ejecutivo es de extrema debilidad, porque no es posible abanderar la cohesión social ante las políticas de la derecha, como pretende el presidente del Gobierno, cuando bajo su mandato se ha superado el 20 por ciento de tasa de paro y se ha llegado al límite de los cinco millones de parados.

Añádanse desahucios, empobrecimiento, exclusión social, y quedará completado el cuadro de una crisis económica que se ha transformado en la crisis social que hará de España un país más pobre.

En lo político, Zapatero reflejó ayer con cruda nitidez el estado actual del socialismo español: sin discurso frente a los ciudadanos, crispado frente a la oposición y fracasado frente a la crisis. La petición de elecciones generales anticipadas no es una obsesión del Partido Popular, sino la necesidad democrática de provocar un revulsivo, por el único cauce legítimo que conoce el sistema, que es convocar a los ciudadanos cuando el Gobierno se ha agotado. Otros países en crisis no han empeorado su situación por convocar elecciones anticipadas, como Irlanda o Portugal. Al contrario, sus gobiernos han tomado las riendas de la situación, con mayor o menor acierto, pero con el respaldo de unos ciudadanos que han votado con conocimiento de la crisis que padecen. Con los resultados desastrosos del 22 de mayo en las elecciones locales y autonómicas, cualquier Ejecutivo europeo habría dimitido en bloque para dar paso a una nueva legislatura. Pero el Ejecutivo socialista de Rodríguez Zapatero ha decidido convertirse en la excepción negativa a la normalidad democrática. Y lo ha conseguido, porque Zapatero no termina de irse.


ABC - Editorial

Un debate desolador. Por Salvador Sostres

La sensación que tuve viendo el Debate sobre del Estado de la Nación fue desoladora. Primero porque tenemos un presidente terrible, el primer mal presidente que ha tenido España desde la recuperación de la democracia. Después porque el que con toda probabilidad va a ser el próximo presidente no promete demasiado, las reformas que anuncia son superficiales y chapotean en el charco socialdemócrata como si nada hubiera pasado.

No tenemos un buen Gobierno. De hecho tenemos un muy mal Gobierno y un presidente todavía peor. Pero tampoco he visto que tengamos a un líder de la oposición esperanzador; no le escuchado ni una sola propuesta estimulante más allá de que su victoria va a significar que los que hay ahora se vayan a la oposición, que dicho sea de paso va a ser un logro considerable.


No vi a Rajoy consciente que lo que ha quebrado no ha sido el capitalismo o la economía de mercado sino la socialdemocracia entendida como un atraco a las empresas y a los empresarios. No vi a Rajoy enterado que lo que ha fracasado ha sido el “gratis total” y que falta que cada cual aprenda a vivir tomando las riendas de su vida y asumiendo la responsabilidad de sus actos. No vi a Rajoy denunciando el daño que han hecho los convenios colectivos y recalcando la necesidad de que patrón y empleado tengan la libertad de negociar bilateralmente su relación profesional. No vi a Rajoy anunciando que si llega a presidente dejará de subvencionar a los sindicatos y a los partidos políticos; no vi a Rajoy prometiendo la abolición de los liberados sindicales.

Las reformas que necesita España son de índole económica pero de calado moral. En el fondo del fondo, la crisis la ha provocado que a partir de un cierto nivel de comodidad, insostenible e ilusorio, creado por el Estado del Bienestar, muchos españoles creyeron que era posible vivir, y vivir muy bien, sin tener que trabajar.

No veo a Rajoy dispuesto a la grandeza, a la grandeza de hacer lo que España necesita aunque sea al precio de tener que soportar el lógico desgaste de protestas y movilizaciones. En ningún momento del debate de ayer vi ninguna generosidad. Vi tacticismo menor y barato, especialmente cínico cuando de fondo tienes un país con tanta gente que sufre tanto. En ningún momento vi ninguna altura de miras, en ningún momento intuí ningún pensamiento fuerte ninguna idea consistente que nos pudiera ayudar a levantar los ojos por encima de las tinieblas.

Fue un debate descorazonador, desesperante. Zapatero estuvo fatal y Rajoy no demostró ser mucho mejor. No hay luz al final del túnel, ayer todo pareció un largo y tenebroso túnel; aterrador.


El Mundo - Opinión