sábado, 28 de mayo de 2011

Desconfianzas. Por M. Martín Ferrand

Parte del problema español, que no es solo económico, reside en que la desconfianza que ganan unos no la pierden otros.

OTRA cosa no, pero desconfiados sí que somos los españoles. No nos faltan razones para ello. La Historia nos ha zarandeado sin muchas consideraciones y, más acá, desde la Transición, se suceden peripecias valiosas en su conjunto y crecientemente deleznables en relación directa con su proximidad. El vodevil de la sucesión de José Luis Rodríguez Zapatero, incluida la broma de la negación de Carme Chacón de lo que previamente no había afirmado, es un paradigma, inoportuno y triste, de los muchos recelos que se entrecruzan en nuestra paupérrima vida política, de la asustante prevención que, en las cumbres de los grandes partidos, marcan las relaciones entre los líderes estelares y entre quienes quisieran llegar a serlo.

En el PSOE y en sus franquicias de soberanismo modulable y oportunista, es tan grande el reconcomio que lo que verdaderamente debate entre bambalinas no es la sustitución de Zapatero, que no saldrá de La Moncloa hasta que estén contados los votos de las legislativas de 2012, sino el nombre del aspirante a sustituir a Mariano Rajoy cuando agote su(s) mandato(s). Es natural. Es tan grande el destrozo causado por el todavía presidente del Gobierno a la Nación y a su partido que Alfredo Pérez Rubalcaba, el antagonista de turno en el espectáculo solo podría decirle a su secretario general, como don Luis Mejía, a propósito de doña Inés, le dice a don Juan Tenorio:


«... imposible la has dejado
para vos y para mí».

Imposibles el Estado, la Nación, la Patria, los sindicatos, los municipios y las familias.

Parte fundamental del problema español, que no es solo económico, reside en el hecho de que la desconfianza que ganan unos no la pierden otros. Mariano Rajoy encastillado en su indiscutible éxito del 22-M mantiene una notable pluriempleada como número dos del PP y, cauto que te quiero cauto, no anticipa ni una sola pieza de su programa electoral. El que, estimulándonos, podría darle la mayoría absoluta que le permita gobernar. Podría terminar ocurriéndole lo que a Santiago Rusiñol. Este grande de la Renaixença, pintor magnífico y escritor legible, apostó con sus compañeros de tertulia en Els Quatre Gats que la desconfianza nacional impedía vender duros a tres pesetas. Para demostrarlo, recorrió muchos de los pueblos de su Cataluña natal con un cesto lleno de duros de plata colgado del brazo. Se instalaba en las plazas de los pueblos y ofrecía su mercancía a tres pesetas la pieza. No vendió ni un solo duro. A Zapatero ya no hay quien se los compre. Sus duros son de plomo; pero a Rajoy, que los lleva auténticos, puede pasarle, por sobredosis de cautela, lo que a Rusiñol.


ABC - Opinión

Zapatero rinde su último servicio al PP. Por Juan Carlos Escudier

A Zapatero le han sugerido dos veces en menos de una semana que no demore por más tiempo su regreso a León ahora que hace buen tiempo para las mudanzas, pero este hombre es de los que no entienden una indirecta. Primero fueron los electores los que enseñaron la puerta de salida y después ha sido su propio partido el que estaba dispuesto a prescindir de su agradeciéndole los servicios prestados, como cuando se le da el pasaporte a un consejero delegado. En esta última partida de ajedrez, si se me permite usar una metáfora que no es mía sino de Ernesto Ekaizer, ha estado a punto del mate, y sólo se ha salvado gracias al sacrificio de la dama.

Pero empecemos por el principio. El mensaje de las municipales y autonómicas fue inequívoco. No es que el PP arrasara porque obtuvo el apoyo de medio millón más de electores, sino que el PSOE se hundió tras dejarse en el camino un millón y medio de votos, algo que solo cabía interpretar como una moción de censura contra el presidente del Gobierno, explicable por el volantazo a la derecha con el que había gestionado la crisis.

En circunstancias semejantes, lo lógico es quien ha llevado a su partido al desastre asuma alguna tipo de responsabilidad, ya sea mediante un adelanto de las elecciones generales, renunciando a la secretaría general del PSOE o, cediendo la presidencia del Gobierno a alguno de sus correligionarios, si el hecho de no agotar la legislatura se entendiera como anticipar el suicidio. Es evidente que de las tres alternativas ésta última ofrecía muchas dificultades porque tratar de negociar el apoyo a la investidura de un nuevo presidente para unos cuantos meses se antojaba más difícil que barrer hacia arriba una escalera.


Hubiera existido alguna otra variante si el hombre del que se decía que medía mejor los tiempos que un Longines de pulsera no hubiera cometido el error de revelar anticipadamente que no sería el candidato en 2012, un anuncio que, tras las elecciones, habría podido entenderse como el pago por la deuda contraída. De todas las alternativas posibles Zapatero optó por encogerse de hombros, perseverar en su propósito de llegar a marzo de 2012 y seguir adelante con el proceso de sucesión como si nada hubiera ocurrido.
«La sucesión estaba ya lanzada desde marzo y fijadas buena parte de las posiciones. Desde el principio, el interés del aparato del PSOE, controlado por Blanco, era el de asistir a unas primarias sin primarias, esto es a la proclamación de un único candidato, Alfredo Pérez Rubalcaba.»
La sucesión estaba ya lanzada desde marzo y fijadas buena parte de las posiciones. Desde el principio, el interés del aparato del PSOE, controlado por Blanco, era el de asistir a unas primarias sin primarias, esto es a la proclamación de un único candidato, Alfredo Pérez Rubalcaba, con el que mantiene una alianza de casi una década. En esa línea trabajó sin desmayo, transmitiendo a federaciones y dirigentes territoriales que sólo encomendándose al vicepresidente y ministro del Interior sería posible un milagro en 2012 o, cuando menos, minimizar la derrota y salvar muebles, vajilla y álbumes de fotos.

Si lo que se contaba entonces era cierto, Blanco tenía además un interés personal en el pacto. En el caso de que Rubalcaba venciera a Rajoy, seguiría en el machito como su mano derecha y, de perder por la mínima, daría el paso de presentar su candidatura a la secretaría general del partido en el Congreso que tenía que celebrarse tras las generales. Obviamente, una derrota abultada se llevaría a ambos por el desagüe.

Zapatero dejó hacer, aunque sus preferencias por la ministra de Defensa, Carme Chacón, eran visibles hasta para los ciegos. La ministra había seguido una especie de master para la presidencia bajo la batuta de Zapatero, cuyo sueño consistía no ya en dar el relevo a alguien de una generación posterior a la suya sino añadir a este hecho dos elementos que juzgaba revolucionarios: que fuera mujer y, además, catalana. Sin crisis de por medio y con otras expectativas electorales para el PSOE, nadie habría discutido sus planes de sucesión; con el partido hundido en las encuestas, Chacón estaba obligada a ganarse la corona de laureles en el campo abierto de unas primarias. El partido tenía tan asumido el proceso que el llamado sector guerrista mantuvo alguna reunión previa a los comicios para dilucidar a quien de los dos presumibles candidatos –Chacón o Rubalcaba- daría su apoyo

Pero llegó el naufragio y desde el mismo lunes comenzaron los movimientos para impedir la contienda interna, avivados por el hecho de que Rubalcaba debió de comunicar a los suyos que sólo estaba dispuesto a ir al matadero de las generales si era por aclamación. En esas se estaba cuando se produjo la petición del lehendakari Patxi López de celebrar un congreso extraordinario, matiz éste, el de extraordinario, de gran importancia, ya que de haber salido adelante implicaba la renuncia previa a sus cargos de toda la Ejecutiva federal, incluido Zapatero. En otras palabras, López estaba pidiendo su cabeza.

En ese momento, el presidente fue consciente de que se le había tendido una trampa y que, de seguir adelante con su idea en el comité federal de este sábado, habría sido derrotado. Se avino entonces a convencer a Chacón, que incluso después de la propuesta del lehendakari seguía dispuesta a optar a la candidatura, para que renunciara a su propósito y jugó antes sus adversarios la única carta que le quedaba en la manga: o el comité federal del PSOE aprobaba el calendario de primarias tal y como él había comprometido - en el entendimiento de que sólo concurriría un candidato- o convocaría de inmediato las elecciones generales. Por eso del ahorro, la ministra aprovechó para su paso atrás el mismo texto que había preparado para su paso al frente, sustituyendo el presente del verbo quiero que jalonaba su esbozo de programa por el condicional de “quería”.

Con la dama sacrificada, el final de la partida debía arrojar como balance la apertura de las primarias, la celebración posterior de una conferencia política para que el candidato proclamado perfilara sus proyectos y el compromiso de que la convocatoria del Congreso del partido, que a partir del mes de julio ya sería ordinario, no se producirá antes de otra convocatoria, la de las generales, que no sólo dependen de la voluntad de Zapatero sino de su capacidad para convencer al PNV de que su apoyo es lo único que podría evitar la mayoría absoluta del PP, que ahora mismo se da por descontada y que los nacionalistas vascos temen más que a un nublado.

El panorama después de la batalla es ciertamente desolador para los socialistas. El presidente ya no controla ni el partido si su propia sucesión, y es un zombi que se resiste a dejar el Gobierno para completar unas reformas cuyo contenido, más allá de los cambios en la negociación colectiva en la que patronal y sindicatos andan distraídos, es un arcano que, de materializarse en algo concreto, agravaría posiblemente el castigo de los ciudadanos. El PSOE sabe que urge retirar a Zapatero de la escena porque, tal y como le ocurrió a Aznar en 2004, su presencia provoca un rechazo somático que induce a votar contra él aunque no sea candidato. Y lo más terrible de todo es que no puede hacer nada para evitarlo.


El Confidencial - Opinión

PSOE. Funeraria Ferraz, dígame. Por Pablo Molina

Nada mejor para el país que este PSOE se convierta en un elemento exótico en el decorado político, a caballo entre una presencia testimonial en las cortes y la marginalidad extraparlamentaria.

Es bueno que el socialismo se bata en retirada. En la situación actual, además, cuantas menos parcelas de poder ocupe más fácil resultará salir de la crisis, porque la presencia de socialistas en cualquier órgano de gobierno sólo sirve para garantizar el agravamiento de la depresión económica y el aumento de la corrupción social. Desde esta perspectiva, la derrota severísima del PSOE en las autonómicas y municipales del pasado domingo ha sido lo mejor que podía ocurrirle a España en términos de higiene política. Sólo cabe esperar que este trompazo monumental sea el preludio del desastre todavía mayor que espera a ZP –o quien le sustituya en la funeraria socialista– en las elecciones generales que presumiblemente tendrán lugar este otoño.

Nada mejor para el país que este PSOE se convierta en un elemento exótico en el decorado político, a caballo entre una presencia testimonial en las cortes y la marginalidad extraparlamentaria, con dos décadas por delante para hacer congresos, regenerarse y jubilar aunque sólo sea por imperativos biológicos a los Rubalcabas, los Bonos y los Solanas, rostros crepusculares de un socialismo desvencijado que –cómo será el desastre zapateril–, amenazan con convertirse en la gran esperanza para su regeneración política.


La mayoría de analistas opina que el desplome total del PSOE sería muy malo para la democracia, que es tanto como decir que la desaparición de la contaminación atmosférica resulta perjudicial para las vías respiratorias. Al contrario. Sin la polución socialista, el medio ambiente democrático mejoraría de forma espectacular, como han comprobado suficientemente los ciudadanos que han estado bajo el yugo del PSOE durante más de un lustro.

En esta línea, la decisión de Carmen Chacón de ordenar a su corneta, con perdón, que toque a retirada carece de relevancia respecto al objetivo fundamental que debe preocupar a los ciudadanos conscientes, que no es otro que el PSOE se hunda en las simas electorales cuanto más abajo mejor, pues por muy profundo que llegue a embarrancar y por más tiempo que permanezca en ese abismo no pagará suficientemente todo el daño que ha hecho a la nación española y a sus ciudadanos.

Ni la naturaleza ni la política permiten la existencia de espacios vacíos, es cierto, pero hay partidos de obediencia socialista más que suficientes para ocupar el lugar que el PSOE mantiene todavía en el espectro ideológico. Una desbandada general de los socialistas facilitaría mucho esta regeneración de las siglas, que tanta falta viene haciendo en la izquierda española desde hace varias décadas.

Y el PSOE "auténtico" que lo herede Chacón, que para eso es la única que todavía se declara en público ferviente admiradora de ZP. No se rían. Hay funerarias que se mantienen dignísimamente y dando beneficios con mucha menos clientela.


Libertad Digital - Opinión

Cara de presidente. Por Ignacio Camacho

Tras siete años de ser, como Al Gore, el «ex próximo presidente», Rajoy está en condiciones de soltar la preposición.

EL arrebato de pasión autodestructiva del PSOE le ha permitido a Mariano Rajoy, que tiene injusta fama de vago —es el único éxito reciente de la propaganda socialista—, tomarse una verdadera semana de vacaciones. Las elecciones del domingo las perdió Zapatero, pero el vencedor es él; no hay más que ver cómo le merodean los pelotas —«Mariano, cuenta conmigo para lo que quieras, tú sabes que siempre te he apoyado»— que hasta hace diez días lo acusaban de remolón, de mingafría y de blandengue y ahora elogian rendidos su estrategia de cambio sereno. Va a tener tarea en frenar la euforia e impedir que los suyos bajen los brazos: lleva demasiado tiempo en política para desconocer la volatilidad del éxito. Sin ir más lejos, ya se le escapó una vez la victoria por el sumidero en aquellos trágicos tres días de marzo. Desde entonces ha pasado siete años siendo lo que Al Gore decía con amargo sarcasmo de sí mismo: el «ex próximo presidente» del Gobierno. Ahora está por primera vez en condiciones reales de sacudirse la preposición.

Con los resultados del 22-M, al Partido Popular no habría modo de arrebatarle el triunfo en unas generales. A la ventaja que le otorga la extrapolación bruta de los datos habría que añadirle la ponderación del voto de las candidaturas independientes, que en su mayoría tiende a volcar sobre el centro-derecha cuando se ventila el poder del Estado. La cosecha de Andalucía y Cataluña pone a Rajoy en la puerta de la Moncloa. Pero un análisis más detallado revela indicios que no puede descuidar. El principal, un apunte de desgaste en Madrid y Valencia, y en general en los territorios donde ya gobernaba, que han empezado a dar muestras de cansancio bien por la escasez de inversiones o por la gestión negligente de los casos de corrupción. Luego está la UPyD, que aunque muerde a derecha e izquierda es una fuerza en ascenso a tener en cuenta sin arrogancia ni menosprecio. Puede ser decisiva en futuras alianzas.

Pero además, aunque estando Zapatero por medio nunca se puede descartar incluso un cataclismo mayor, hay que contar con que el PSOE haya tocado fondo, aliviada la decepción de sus electores en esta furiosa catarsis de castigo. Rubalcaba no cometerá torpezas y puede organizar alguna de sus barrocas maniobras estratégicas. Y resulta previsible que la izquierda trabaje a fondo para convertir el vago malestar de los «indignados» en un movimiento de protesta explícitamente antiliberal. Pero más allá de todo eso, el peligro para el PP consiste en la sensación psicológica colectiva de que ya ha ganado, agrandada por la hegemonía de un poder territorial que le va a obligar a anticipar medidas antipáticas. La estrategia de los socialistas apunta a convertirse en oposición antes de tiempo. Expertos como son en transformismo, quizá no pasen muchas semanas sin que veamos el primer Gobierno antigubernamental de la Historia.


ABC - Opinión

La democracia debe caminar con dos pies, izquierdo y derecho. Por Federico Quevedo

La frase se la he tomado prestada al presidente del Foro de la Sociedad Civil, Ignacio Camuñas, porque creo que tiene mucho sentido común, y viene a cuento de todo lo que estamos viviendo estos días y la crisis en la que se ha sumido el Partido Socialista. Una democracia se sostiene por la certeza de que puede haber alternancia en el poder, y para ello hace falta partidos que reúnan condiciones suficientes para poder gobernar y ocupar el espacio de la oposición. Una de las grandes críticas que desde posiciones no de izquierda se ha hecho a estos más de siete años de Gobierno de Rodríguez Zapatero ha sido a los intentos de anular a la oposición, léase Pacto del Tinell, cordón sanitario y políticas que en lugar de buscar el consenso han buscado la confrontación. Pero eso es agua pasada, entre otras cosas porque tal estrategia no ha tenido éxito, y ahora lo verdaderamente preocupante es comprobar como el que amenaza con ver reducido su espacio político no es el PP, sino el PSOE, y no como consecuencia de una estrategia de la derecha sino de sus propios errores. El resultado de las elecciones del pasado domingo deja un panorama desolador para el PSOE, que se agravará si además pierde Andalucía en las próximas autonómicas, mientras que el PP puede acumular una cantidad de poder como nunca haya tenido ningún partido político en nuestro país.

¿Es eso bueno para la democracia? El PP, desde luego, no tiene la culpa. Son los ciudadanos quienes, ante la opción de votar a un partido que ha llevado al país a una situación insostenible o a otro que puede tener en sus manos la capacidad de sacarlo adelante –cosa que el PP tendrá que demostrar cuando gobierne-, optan por lo segundo. Y no estoy haciendo juicios de valor, sino constatando un hecho. Como además en este país el sistema electoral favorece el bipartidismo, se producen resultados como el del pasado domingo y el que vendrá en las próximas elecciones generales. La victoria del PP parece ya inevitable como consecuencia, insisto, de los numerosos errores cometidos por el socialismo y la confianza que hoy por hoy parece despertar el PP en una parte muy importante de la ciudadanía. Y ahora podemos optar por una doble dirección: seguir tirándonos los trastos a la cabeza unos a otros como hemos venido haciendo hasta ahora –y asumo la culpa en la parte proporcional que me toca-, o comenzar a trabajar para buscar una salida a la crisis política y económica que vive este país y que el Gobierno de Rodríguez Zapatero no ha sabido gestionar. Si optamos por lo primero, a mí lo que pase en el PSOE me dará igual: que se despellejen entre ellos que ya acudirán los buitres a alimentarse de los restos… Pero si optamos por lo segundo, y yo creo que es lo razonable, lo que pase en el PSOE va a tener una vital importancia en el futuro para garantizar el mecanismo de contrapesos en que se fundamenta el equilibrio de poderes de una democracia parlamentaria.
«Los próximos años van a ser claves para que nuestro sistema democrático y el modelo que heredamos de la Constitución de 1978 permanezca vivo, aunque sometido a una profunda reforma, o perezca víctima de su anquilosamiento.»
La acusación hecha por la ministra Carmen Chacón el jueves a mediodía sobre los intentos de desestabilizar al PSOE, al Gobierno y a su presidente, me parece gravísima, pero pone de manifiesto la profundidad de la crisis que atraviesa el socialismo patrio. Se equivoca el PSOE si ya de buenas a primeras y como consecuencia de esa crisis prescinde de quienes pueden competir por el liderazgo del partido. Si resulta que lo único bueno que tiene el modelo de elección del candidato en el PSOE, las primarias, se cuestionan sólo por los miedos de unos y otros a dejar ese proceso en manos de los militantes, lo que de verdad nos está transmitiendo ese partido es que nunca ha creído en los procesos democráticos de elección y que solo los pone en práctica cuando le convienen o cuando le interesa contraponerlos al modelo interno de elección de candidatos en el PP. Perece obvio que el Partido Socialista tiene que hacer una reflexión profunda sobre sí mismo, sobre sus fundamentos ideológicos y sobre sus apuestas programáticas, más allá de personas –en eso tiene razón Patxi López-, pero también es verdad que para que esa reflexión se produzca es importante que haya quien la lidere, y está claro que Rodríguez Zapatero ya no sirve para ese papel, bajo ninguna circunstancia.

Unas elecciones anticipadas serían la alternativa más razonable para que el PSOE pudiera después hacer el análisis que necesita sobre hacia donde quiere ir, entre otras cosas porque del resultado de esas elecciones va a depender muchas cosas, entre ellas pactos imprescindibles para llevar adelante las reformas que este país necesita para salir, no ya de la crisis económica, sino de la crisis político-institucional en la que está inmerso. Más allá de lo anecdótico de las acampadas que se han venido produciendo por todo el país –por cierto, desde aquí mi más enérgica condena y rechazo al modo violento con el que los Mossos desalojaron el viernes la acampada de la Plaza de Cataluña, en Barcelona-, lo cierto es que ese movimiento no va a diluirse, sino que tiene vida propia y por mucho tiempo, y al final los partidos políticos no tendrán más remedio que escuchar esas voces y asumir la necesidad de llevar a cabo cambios importantes en el sistema y en el modelo de Estado que tenemos, y eso no lo puede hacer solo el PP porque requiere de mayorías cualificadas para hacer cambios en la Constitución. Ustedes pueden pensar lo que quieran, pero los próximos años van a ser claves para que nuestro sistema democrático y el modelo que heredamos de la Constitución de 1978 permanezca vivo, aunque sometido a una profunda reforma, o perezca víctima de su anquilosamiento.

Las cosas no van a ser igual en el futuro, nos guste o no, y seguramente nos tendremos que ir acostumbrando a ver cosas, a asimilar cambios que hoy nos parecen imposibles. Lo que tenemos que pedir, que exigir, es que nada de eso se produzca sin el debido consenso que requiere una reforma tan profunda, y para eso es necesario que la democracia siga caminando con sus dos pies, el derecho y el izquierdo, y que no cojee de ninguno de los dos como ha venido ocurriendo hasta ahora. Y supongo que será fácil estar de acuerdo en que Rodríguez Zapatero no es la persona, el líder adecuado a esa circunstancia, porque las elecciones del domingo y la crisis interna de su partido lo han dejado completamente fuera de juego y sin capacidad de liderazgo de ninguna clase. La idea de que se mantenga en el poder hasta marzo de 2012 es casi una pesadilla obsesiva que nos conduce a un escenario cada vez más angustioso. Solo una elecciones anticipadas pueden suponer un punto de inflexión en esta locura, y garantizar que el Partido Socialista asuma de verdad la responsabilidad de buscar el “qué” y el “quién” con los que quiere volver a conseguir la confianza de, al menos, sus votantes.


El Confidencial - Opinión

«Okupas». Por Alfonso Ussía

Ramón Mendoza vivía sus últimas semanas en la presidencia del Real Madrid. Me convidó a comer un arroz en «Casa Benigna». Y me ofreció la vicepresidencia para contrarrestar el poder creciente de los «okupas». Resigné el ofrecimiento porque, habiendo conocido el fútbol como candidato a la presidencia, precisamente frente a Ramón, tenía decidido seguir el consejo que don Santiago Bernabéu me dio de niño: «Para ser un buen aficionado al fútbol hay que tener un abono de primer anfiteatro. Cuanto más pequeñitos veas a los jugadores, mejor». Ramón Mendoza, que a pesar de ser mi rival contaba con toda mi simpatía, respeto y cariño, me confesó su preocupación. «Lorenzo Sanz no sería nadie sin la ayuda que siempre le he prestado. Y ahora que me presiente débil, va a dar un golpe de Estado en el club. De los que crees que son los mejores amigos siempre surge el traidor, el «okupa»». Y no se equivocó. En el mundo del poder hay más «okupas» que los que se tienen como tales ocupando pisos y locales en nombre de no se sabe qué. Son más peligrosos los «okupas» con corbata que los uniformados de antisistema, que es uniforme pensadísimo. Camiseta negra con la imagen en carmesí del señorito argentino Guevara –revolucionario desde que se arruinó–, pantalones vaqueros concienzudamente rajados o envejecidos y zapas que huelen mal incluso desde el televisor. Algunos añaden al atractivo desaliño indumentario un pañuelo palestino a pesar de que muchos de los que lo llevan confunden Palestina con Yemen. Pero no es cosa de perder el tiempo con lecciones que no agradecerán nunca.

Zapatero renegó del felipismo. Se creyó el fundador de un nuevo socialismo. Para ello, eligió el túnel del tiempo y retrocedió hasta los albores del siglo XX. La socialdemocracia de Felipe González se le antojaba excesivamente moderada. Pero salvó a un protagonista destacado de aquella época. Alfredo Pérez Rubalcaba, el más inteligente de todos. Pudo haber prescindido de él, pero no lo hizo. Y poco a poco, Rubalcaba fue creciendo en su ánimo. Llegó a creer que era su amigo, y lo elevó a la máxima altura de su Gobierno. Se apercibió de que don Alfredo era un «okupa» demasiado tarde. Ese gesto de desconcierto de Zapatero en los últimos meses le viene de ahí. Adviertan un detalle en su gesto. Cuando supo que Rubalcaba le estaba haciendo el juego por retambufa, a Zapatero se le abrió la boca. Antaño, en los momentos de distracción, Zapatero mantenía la boca cerrada con un dibujo de sonrisa. Ahora abre el buzón y no lo cierra ni con poleas.

Carmen Chacón no es «okupa». Todo lo contrario. Se ha retirado de la pugna sucesoria para que Rubalcaba no pulverice definitivamente a Zapatero. Ahí hay que reconocer grandeza y sentido de la gratitud en la ministra de Defensa, a la que Rubalcaba y los suyos llaman «la niña». Lo peor de Carmen Chacón es la influencia que pueda ejercer sobre ella su marido, Miguel Barroso, tan listo y peligroso como Rubalcaba, y que jamás olvida. El «okupa» cuenta con todo el apoyo de Prisa. Pero no tendrá el soporte de ese extraño grupo diseñado por Barroso en el que están unidos los trotskistas con Ferrari, los cejeros fundamentalistas de la izquierda Visa Platino, los tostones políticamente correctos y los médicos de familia con obsesión de batuta. Grupo enemigo para el «okupa», que será implacable con él cuando pierda –ya las tiene perdidas– las elecciones de octubre, que serán en octubre. La renuncia de Chacón no supone la victoria del «okupa» Rubalcaba. El odio sobrevuela al partido.


La Razón - Opinión

Movimiento 15-M. Jardiland extremo. Por Maite Nolla

Ya no hay que escuchar las propuestas de los indignados, como dijo antes de compungirse toda ella la señora Chacón; ahora, los socialistas requieren a la policía para que utilice la porra con los acampados, como forma de comunicación no verbal.

Al menos en Lérida –supongo que en la Puerta del Sol la situación debe ser parecida–, el movimiento revolucionario había derivado en una especie de Jardiland extremo o en una versión hardcore de Leroy Merlin. Es como si unos okupas hubieran tomado al asalto la zona de jardín del Ikea de Zaragoza con todas sus consecuencias. Digo había, porque aquí se ha procedido ya al desahucio exprés. Visto que aquello no ha servido de nada, que el tratamiento desproporcionado e inmerecido del fenómeno a lo mejor lo que hizo es acabar de convencer a los que ya estaban hasta el píloro de Zapatero, los alcaldes empiezan a ver un problema de suciedad en lo que era un movimiento político heterogéneo y al que había que estar atentos. Y en esto, tengo que decirles que mi alcalde encabeza el ránking de los hipócritas que dieron cuerda al tema hasta que dejó de hacerles gracia.

El caso es que el alcalde de Lérida dice ahora que en las plazas no se puede vivir ni acampar; desde el pasado domingo, claro, y con una mayoría absoluta debajo del brazo. Ahora al señor alcalde le molesta que una plaza recién inaugurada esté hecha unos zorros; hasta el domingo le dio igual. El alcalde hizo la vista gorda con el movimiento, hasta el punto de que el cierre de campaña socialista se celebró apenas a cien metros de donde estaban los indignados, bajo la sospecha de una entente. ¿Imaginan que el cierre de campaña del PP en Madrid se hubiera hecho en Callao? Les hubieran tirado hasta las papeleras. El problema es que los comerciantes y hosteleros de la zona están ya hasta el gorro del asunto y aquí los mossos han entrado haciendo pocas preguntas. Ya no hay que escuchar las propuestas de los indignados, como dijo antes de compungirse toda ella la señora Chacón; ahora, los socialistas requieren a la policía para que utilice la porra con los acampados, como forma de comunicación no verbal.

El señor alcalde tiene toda la razón, por mucho que hasta ahora haya sido presunto cómplice, en el sentido técnico-jurídico del término. La invasión de las Quechuay de las 2seconds se ha convertido en una agresión permanente y en una forma de hacer daño a personas que no tienen ninguna obligación de soportar el cierre de sus negocios por la estupidez de los políticos. Cierto que hasta el domingo fue maldad y silencio. Por eso, desde el primer día, desde el famoso 15-M, el Estado y los ayuntamientos cómplices, como el de Lérida o el de Madrid, son responsables de cada céntimo que hayan perdido y que pierdan los señores que tienen un bar, una tienda o un hotel, ahora ocultos bajo una capa de carteles, toldos e indignados. Y vale ya.


Libertad Digital - Opinión

El general iluminado. Por Hermann Tertsch

En Europa, en las cancillerías y en las redacciones aún se reían mucho cuando alguien les anunciaba la primera guerra en el continente desde la caída del nazismo.

Fue en la primavera de 1991. Sonaban ya muy fuertes los tambores de guerra en aquel país llamado Yugoslavia. Pero en Europa, en las cancillerías y en las redacciones aún se reían mucho cuando alguien les anunciaba la primera guerra en el continente desde la caída del nazismo. El corresponsal de la BBC, Misha Glenny, y yo habíamos tardado cerca de seis horas en recorrer los menos de 200 km que separan Zagreb de Knin. Ya en Karlovac, otrora elegante ciudad y guarnición del Imperio austro-húngaro, habían comenzado los controles de carretera. Primero eran de la policía croata, después de campesinos asustados ya en armas, después del ejército yugoslavo para entonces ya bajo firme control serbio. Y finalmente, unos cincuenta kilómetros de agotadores controles de milicianos serbios, paramilitares, plenamente uniformados ya al estilo Cetnik, de los implacables guerreros monárquicos que en la Segunda Guerra Mundial combatieron al mismo tiempo a los partisanos comunistas de Josip Broz «Tito» y a los ustachas filonazis croatas de Ante Pavelic. Llegamos a Knin escoltados por un grupo de estos, paramilitares que obedecían las ordenes de un caudillo local de la Krajina, Martic. Eran los temidos «marticevski», que ya habían comenzado su larga e intensa carrera sangrienta y sembrarían de terror la región durante años. No podíamos llevar mejor salvoconducto en aquel territorio, parte de Croacia pero ya fuera del control de Zagreb después de que su policía huyera tras continuos ataques a sus comisarías. Porque Misha Glenny tenía apalabrada una entrevista. El nombre de su interlocutor en aquella cita era un santo y seña milagroso. General Ratko Mladic. Los serbios de la Krajina tenían muchos héroes en la historia. Entonaban cánticos que evocaban al Rey Lazar, muerto en la batalla de Kosovo Polje en 1389 frente a los turcos. Pero tenían dos grandes héroes en esta nueva prueba que Dios les ponía para demostrar que los serbios nunca más serían derrotados. Y eran Slobodan Milosevic y Ratko Mladic. Este era un brillante general yugoslavo, que ya no pensaba en Yugoslavia. Sino en la Gran Serbia que Milosevic había convertido en mito y bandera para que el aparato comunista de Belgrado no se hundiera como les había sucedido a los comunistas en Centroeuropa dos años antes. El ultranacionalismo pararreligioso había sustituido con eficacia al comunismo como ideología. Las reglas eran claras. Los serbios habrían de imponerse a los demás pueblos y ser amos de toda tierra sagrada donde haya una sola tumba serbia. Si el odio a los católicos croatas era inmenso, mayor era el desprecio a los musulmanes de Kosovo, albaneses, y de Bosnia, por eslavos que estos fueran. Allí, en Knin, estaba Mladic esperando a Glenny. A mí no me dejaron pasar. Allí Mladic preparaba la gran guerra para la Gran Serbia que solo dejaría a los demás pueblos lo que no quisieran ellos.

La Gran Serbia sería un país idílico, de serbios viviendo con serbios en armonía. Y quien se pusiera en el camino de este sueño moriría. Salimos de allí convencidos de que la guerra sería terrible. Y en nuestras redacciones se reían de nuestra insistencia de que el nacionalismo de este general era garantía de guerra en Europa. Cinco años y doscientos mil muertos habrían de pasar antes de que las cancillerías europeas supieran con quienes estaban tratando.


MEDIO - Opinión

Tiempo convulso: Rubalcaba for president y caso Chacón. Por Antonio Casado

En el minuto y resultado aparece el caso Chacón. La ministra renuncia pública y oficialmente a lo que pública y oficialmente nunca ostentó. Pero era un secreto a voces que, animada de forma más o menos explícita por Zapatero, contaba las horas que faltaban hasta el sábado para anunciar su deseo de medirse con Rubalcaba en las urnas.

La espantada evita el careo político y generacional con su compañero de Gobierno aunque el careo ya se percibía. Y se percibe. Véanse las reacciones del aparato central del partido, más próximo al vicepresidente, donde reina un visible malestar por el papel de víctima adoptado ayer por la ministra. Así, mientras ella dice que renuncia para no poner en riesgo la unidad del PSOE, la autoridad de Zapatero y la estabilidad del Gobierno, los del otro bando atribuyen su decisión a la falta de apoyos para seguir adelante.


Son los despropósitos del tiempo convulso que está viviendo el PSOE. Suma y sigue. La joven dirigente “catalana y española” retira su candidatura a la Moncloa en unas primarias internas y la presenta a la secretaría general del partido en un futuro congreso. En su comparecencia de ayer presentó un esbozo de programa: recuperar identidad socialdemócrata, aplicar valores de igualdad en un contexto de crisis, reafirmar la política frente a los poderes económicos, devolver la dignidad al oficio político, por una España unida y plural, etc. Y sus adversarios, que creen haber visto un cierto narcisismo en su discurso, se preguntan si acaso ella tiene el copyright de esos objetivos.
«La joven dirigente “catalana y española” retira su candidatura a la Moncloa en unas primarias internas y la presenta a la secretaría general del partido en un futuro congreso.»
Así de revueltas bajan las aguas del PSOE. Decíamos ayer (a sus pies, fray Luis) que habría primarias internas siempre que Chacón diese un paso adelante y Rubalcaba no diese un paso atrás. Y ha ocurrido algo absurdo: sin haber dado el paso adelante, Chacón lo dio hacia atrás. Y cuando Rubacaba amagó con dar un paso hacia atrás -los resultados del 22-M y la revuelta de los indignados arruinaron su hoja de ruta-, la espantada de Chacón le dejó sólo en la posición de delantero centro.

Ahora quedamos a la espera de que alguien dé el pasito y quiera disputarle esa posición al vicepresidente del Gobierno al amparo de las elecciones primarias que mañana convocará el Comité Federal. Lo más probable es que no se celebren. Por incomparencia de un segundo candidato socialista a la Moncloa. O un tercero, o un cuarto.

Solo es lo más probable, pero en un PSOE en ebullición nada se puede descartar. Ni un congreso extraordinario, aunque la convocatoria de primarias aleja esa posibilidad que, de todos modos, ya había perdido fuerza en las últimas horas. Patxi López y otros acabaron entendiendo que un congreso exraordinario para sustituir a Zapatero equivale a hacerle el trabajo a Mariano Rajoy con una moción de censura. No ya contra el líder socialista sino contra el presidente del Gobierno, que hubiera tenido que adelantar las elecciones generales, al gusto del PP, antes de verse abocado a gobernar con un partido que acaba de repudiarle. Absurdo.


El Confidencial - Opinión

Justicia y desalojos

Los incidentes de la Plaza de Cataluña de Barcelona –escenario ayer de una auténtica batalla campal entre los Mossos y la Guardia Urbana y los acampados del movimiento 15-M– nos han recordado que las capitales del país tienen un serio problema de abierta desobediencia, de orden público y ahora también de salubridad sin resolver. Hay responsabilidades delimitadas en un contencioso alimentado por el Gobierno, que ha consentido una movilización ilegal que ha conculcado no sólo resoluciones de la Junta Electoral Central, sino un catálogo de ordenanzas urbanas y, lo que es peor, ha pasado por encima de los derechos de decenas de miles de ciudadanos.

Las consecuencias de esta política pasiva no han sido menores ni limitadas. Una de ellas, como se comprobó ayer en la Plaza de Cataluña, afectó a la seguridad pública de forma grave. Los agentes intentaron desalojar temporalmente la zona para permitir que las brigadas de limpieza actuasen y se retiraran los objetos contundentes que podían ser utilizados en caso de que se produzcan disturbios tras la final de la Liga de Campeones. La respuesta de la mayoría de los jóvenes fue la de resistirse con violencia a la operación de limpieza, lo que provocó las cargas de los mossos y decenas de heridos. Aunque habrá que analizar la planificación y el desarrollo de la operación policial, lo incomprensible es que los agentes se retiraran después de la intervención y dejaran que la plaza fuera tomada de nuevo. Que los responsables gubernativos aceptaran de nuevo la ocupación del espacio público fue una cesión que no se puede comprender.


La «fiesta» de los «indignados» ha deparado efectos negativos para pequeñas y medianas empresas de los distritos afectados por los asentamientos. Los comerciantes de la Puerta del Sol, por ejemplo, han denunciado que sus ventas han caído entre el 70 y el 80 por ciento, y que ese bajón ha evitado que 1.500 personas fueran contratadas para la temporada de primavera. ¿Quién resarcirá a estos ciudadanos de esas pérdidas? Probablemente, nadie. Decíamos días atrás que las protestas no eran inocuas y el perjuicio económico y social lo ha confirmado. Ante la falta de respuesta del Ejecutivo es lógico que los empresarios madrileños hayan anunciado acciones legales si las autoridades del Ministerio del Interior no acaban con la «ocupación». Están en su derecho y cumplen con la obligación de velar por sus intereses y los de sus trabajadores. Existe además un impacto desfavorable sobre la imagen de Madrid y de España en el mundo. Que los centros neurálgicos de las ciudades se hayan transformado en poblados chabolistas, casi en vertederos, sin que la autoridad haya intervenido, ha sido una pésima campaña que ni las ciudades ni su gente se merecen.

Cuando la autoridad desiste de cumplir con sus deberes y consiente complaciente la quiebra de principios básicos de la convivencia y de la libertad, se quiebra el necesario estado de confianza de la ciudadanía en la Justicia y, por ende, la democracia se resiente. El desalojo y el restablecimiento de la normalidad no pueden esperar.


La Razón - Editorial

15-M de ida y vuelta

El consejero de Interior debe dar explicaciones de la desmesura del desalojo de la plaza de Catalunya.

La actuación de los Mossos d'Esquadra ayer en la plaza de Catalunya de Barcelona pasará a los anales de la desproporción y de la torpeza. La operación de reminiscencias robespierranas -el consejero de Interior habló de razones de "higiene y seguridad"- fue un fiasco desde su principio. El objetivo era desmantelar el campamento de los indignados del Movimiento del 15-M. Pero lo cierto es que seis horas después de tan brillante operación el panorama de la plaza era completamente idéntico -con más éxito de público todavía- al de seis horas antes.

Alrededor de las siete de la mañana, efectivos de los mossos y de la Policía Municipal rompieron el sueño del centenar de concentrados en la céntrica plaza. Los indignados que en aquellas horas se desperezaban tuvieron que desmontar las jaimas y entregar todo el material a la autoridad, con el fin de que las brigadas de limpieza pudieran higienizar la plaza y los agentes se incautaran el material peligroso (botes de conserva o bombonas de butano). El objetivo era evitar, según la Generalitat, que todo ello se convirtiera en un inesperado arsenal para los más exaltados si el Barça gana hoy la Liga de Campeones y sus seguidores invaden el centro de la ciudad.


Pero la resistencia pasiva de los concentrados y sus gritos de socorro a través de las redes sociales provocaron un efecto llamada. Al poco rato, la plaza era un hervidero de indignados a los que los 350 policías se enfrentaron con inusitada contundencia. La actuación, efectuada bajo las órdenes del consejero de Interior, Felip Puig, se saldó con 121 heridos leves. Puig dijo que la contundencia de los mossos la motivó la actitud agresiva de algunos manifestantes. Las imágenes de jóvenes sentados y pasivos mientras eran brutalmente golpeados desmienten esta argumentación y exigen una explicación más convincente. Puig se disculpó ante quienes se hubieran sentido ofendidos, no por las cargas, sino por las imágenes donde se puede certificar la desmesura de los porrazos.

La actuación de los mossos se produce una semana después de que la Junta Electoral Central vetase las concentraciones del Movimiento 15-M en la jornada de reflexión y el día de las elecciones municipales y autonómicas. En aquella ocasión las autoridades hicieron buen uso del sentido común y decidieron no desalojar, aun a riesgo de ser blanco de críticas por parte de los fanáticos de la contundencia.

Es evidente que las concentraciones no pueden eternizarse y que las autoridades deben tomar cartas en el asunto. También el Gobierno regional de Madrid y los comerciantes exigen el desalojo de Sol. Y hoy la situación puede complicarse en Barcelona por la final de Londres. Pero elegir el momento y hacerlo con inteligencia es el deber de todo responsable político. Ayer hubo desmesura, contundencia excesiva e ineficacia, además de unas explicaciones insatisfactorias y en algunos puntos ridículas. No es extraño que los grupos parlamentarios hayan pedido la comparecencia de Puig ante el Parlamento catalán.


El País - Editorial

Hora de desalojar la Puerta del Sol

Es imprescindible desalojar todas las plazas de España, pero también lo es hacerlo con inteligencia y proporcionalidad. De momento, ni en Madrid ni en Barcelona se ha actuado con la diligencia debida.

Las protestas de Sol nunca tuvieron un carácter pacífico, por el simple motivo de que se basaban en una ilegalidad: ocupar los espacios públicos privándolos del uso para el que fueron concebidos; de hecho, la violación de la jornada de reflexión del pasado sábado sólo fue la guinda de un proceso de permanente afrenta a nuestro Estado de derecho. De ahí que resulte absurdo afirmar que las actuaciones policiales contra el Movimiento 15-M no resultan procedentes: los hurtos o las ocupaciones de inmuebles también pueden efectuarse sin mediar violencia y ello no significa, ni mucho menos, que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado deban quedarse con los brazos cruzados. Es más, la violencia policial puede llegar a ser imprescindible para restituir a la víctima, que no es el ladrón sino la persona desposeída de su propiedad.

Lo mismo sucede con Sol o con la ocupación de todos los restantes espacios públicos de España. Las plazas y las calles son patrimonio de todos los españoles y no de quienes opten por erigir sus tenderetes sobre ellas: la finalidad de la vía pública es facilitar la circulación y el tránsito, no imposibilitarlo. No es de extrañar, pues, que los comerciantes de Sol estén profundamente indignados, no ya con los ocupantes ilegales, sino con un Ministerio del Interior que hace completa dejación de sus funciones. Es urgente que la policía, tras casi dos semanas de impunidad, comience a restituirles las plazas a todos los españoles. Para eso están y para eso les pagamos.

Sin embargo, que haya que desalojar las plazas no significa que se deba hacer de cualquier forma. Es preferible realizarlo de noche y con lluvia, cuando el número de ocupantes es mínimo, que a plena luz del día, cuando se les unen un elevado número de espontáneos; es preferible emplear la menor violencia posible para lograr el objetivo marcado que utilizar de inmediato e indiscriminadamente las porras contra los manifestantes. Por eso, la actuación de los Mossos d’Esquadra en Barcelona resulta del todo desproporcionada. El propósito de la carga no fue desalojar Plaza Cataluña, sino limpiarla para que luego se pudiese volver a ocupar; y para tan desnortado objetivo, se han empleado medios tan inadecuados como para ocasionar decenas de heridos entre los ocupantes ilegales y entre los mossos.

Es imprescindible desalojar todas las plazas de España, pero también lo es hacerlo con inteligencia y proporcionalidad. De momento, ni en Madrid ni en Barcelona se ha actuado con la diligencia debida. Y mientras tanto, los "indignados" siguen ocupando la vía pública, perjudicando a todos los españoles y ocasionando cuantiosas pérdidas a los comerciantes.


Libertad Digital - Editorial

De la indignación a la sinrazón

Pasada la novedad de la «indignación», el movimiento de protesta se está agotando por su falta de contenido.

EL desalojo policial de los «indignados» en la Plaza de Cataluña demuestra que este movimiento ya ha pasado el límite de la tolerancia con la ocupación permanente de los espacios públicos. La situación en la Puerta del Sol es igualmente insostenible. No puede mantenerse bajo bloqueo un lugar emblemático de la capital de España, zona de paso de miles de peatones, nudo de medios de transporte y área principal de atracción turística. La queja de los comerciantes madrileños está más que justificada. Sus ventas han caído un 70 por ciento, lo que en tiempo de crisis de consumo es, sencillamente, ruinoso. Hasta aquí, suficiente. La simpatía que generó inicialmente el «Movimiento del 15-M» tenía mucho que ver con el desencanto de una buena parte de la juventud, la mitad de la cual está en paro, y con los efectos de la crisis en decenas de miles de familias, jubilados y trabajadores. El desprestigio de la clase política se hizo más patente aún en plena campaña electoral, y la opinión pública, sin reparar en los discursos de izquierda añeja que decoraban la acampada, asumió que había motivos para protestar. Pero el desarrollo de los acontecimientos ha llevado la protesta a una escenificación en la que se mezcla el populismo chavista, tan propio de las «asambleas de barrio» que se van a impulsar, con la pura agitación antisistema.

Pasada la novedad de la «indignación», el movimiento de protesta se está agotando por su falta de contenido. La utopía fue descubierta hace mucho tiempo, y la realidad enseña que los cambios políticos, al final, tienen que articularse por los cauces del sistema democrático y del juego de las mayorías que surgen de los procesos electorales. Fuera de estas reglas, no hay utopía, sino antidemocracia. Lo que no debería suceder es que el fin de las expresiones callejeras de indignación suponga el fin de un debate necesario sobre los fallos del sistema de partidos, de los valores de la sociedad moderna, del futuro de la juventud. Porque sí hay razones para reclamar de la clase política no solo su propia regeneración, tan difícil por la endogamia partitocrática, sino también una mucho mayor receptividad de lo que reclama la opinión pública. El movimiento de los «indignados» ha degenerado en una expresión radical de postulados de izquierda, pero en su gestación había una amalgama de sentimientos sociales de frustración y decepción que sería injusto y temerario despreciar.

ABC - Editorial