lunes, 21 de marzo de 2011

Gadafi. Libia y la hipocresía. Por Pedro de Tena

Del no a la guerra al sí al ataque y del muá muá osculatorio en la cara de Muamar, al toma metralla canalla. Qué espectáculo este de la izquierda irredenta y qué número aquel del andalucismo nacionalista.

Por fin gran parte de Occidente, llamémosle así, ataca al dictador y genocida Gadafi. Alemania, condicionada por su proximidad a Rusia, sus negocios de armas con el ejército libio y su abastecimiento de petróleo, entre otras cosas, no está en la guerra, pero bueno, están en la guerra Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia... Incluso España, con su Gobierno del No a la Guerra que parece haberse metamorfoseado desde los capones de Obama a Zapatero. Hay que alegrarse de que en el mundo haya una dictadura menos. Claro que sí. Ahora, y también en el caso de Sadam Husseim, cuando los del "No a la Guerra" (siempre que fuera una guerra de Bush, claro) dejaron por las calles regueros de hipocresía política y moral. Ahora a callar. Es que Gadafi es un dictador. ¿Y qué era Sadam Hussein? ¿Un ángel de la guarda? Lo de Fernandez Toxo, el sindicalista del crucero, es de matrícula: le parece "muy bien" que se entre en Libia porque significa que la comunidad internacional, a través de la resolución de la ONU, va a dar amparo a todo el pueblo libio. Pero, ¿el pueblo iraquí, kurdo o chiita, no era pueblo también?

Que el sanguinario Gadafi es un mal sujeto y su régimen un despotismo estatalista y militar, se sabe desde hace treinta o cuarenta años. Recuérdese que Gadafi está en el poder desde...1969, sólo diez años menos que los Castro. Se ha sabido siempre que además de masacrar a su pueblo, ha participado en atentados terroristas internacionales y que en la década de los 80, Ronald Reagan intentó derrocarlo de varios modos. El más conocido fue el bombardeo norteamericano a Trípoli de 1986. No llegó a matar al "perro loco de Oriente Medio", como lo llamaba, pero sí a su hija Jana. Ha invadido países limítrofes, ha entrenado a terroristas, ha cambiado de bando y traicionado muchas veces... Pero ahí está. En pie. Y por muy escaso margen no ha terminado de asesinar a toda la oposición que iba retrocediendo de manera evidente ante la potencia y la organización de sus mercenarios.

Gadafi es un asesino internacional, un monstruo, como lo era Sadam. Pero, como ha recordado muy oportunamente, porque es la verdad, el periodista andaluz José Aguilar, Gadafi ha sido el financiero en la sombra del movimiento andalucista, al menos del legendario Partido Socialista de Andalucía que llegó a tener cinco diputados en el Congreso. En 1985 se cruzaron en Libia dos expediciones del andalucismo, la organizada por el Sindicato de Obreros del Campo (SOC) de su entonces líder Paco Casero y la de Alejandro Rojas Marcos y Luis Uruñuela, máximos dirigentes del Partido Andalucista. Iban a pedir dinero al entonces considerado líder del socialismo panárabe, vía directa o vía sociedades importación y exportación e inventos similares. La dirección del PA creó una empresa, Exportándalus, para intermediar las exportaciones. El PSOE no. Iba a orientarse hacia Marruecos.

Y ahora, ¿qué? Del no a la guerra al sí al ataque y del muá muá osculatorio en la cara de Muamar, al toma metralla canalla. Qué espectáculo este de la izquierda irredenta y qué número aquel del andalucismo nacionalista.


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¿Quién decide en el mundo árabe?. Por José María Carrascal

Si seguimos actuando como si fueran niños y nosotros adultos, nunca alcanzarán la mayoría de edad.

EL éxito, o fracaso, de la operación multinacional lanzada sobre Libia depende más de la actitud que de las armas. Por las armas, ya está sentenciada. La impresionante fuerza militar desplegada ante aquellas costas ha detenido el avance de las tropas de Gadafi hacia la capital de los rebeldes, Bengasi. La cuestión ahora es si éstos retoman la iniciativa, hacen retroceder a las fuerzas del coronel y obligan a éste a dimitir o huir. Lo que ha hecho es amenazar con armar a un millón de seguidores para «defender el país de la invasión extranjera». Otra de sus bravuconerías, pues no es probable que cuente con tantas armas ni, menos, tantos seguidores. Pero si resiste, si la situación se estanca y Libia cae en la guerra civil, de poco servirán los navíos y aviones de la coalición. Las guerras, sobre todo las civiles, no se ganan desde el aire. Se ganan en tierra. Y una fuerza aeronaval capitaneada por Estados Unidos e integrada por los principales países europeos disparando contra Libia para imponer «su» bando, no es una perspectiva agradable. Podría tomarse, y bastantes lo harían, como una muestra de neocolonialismo, como una prueba más de que occidente decide el destino de los pueblos de África y Asia. No importa que se trate de un dictador tan sanguinario como corrupto. Ambos continentes están llenos de ellos y occidente no hace nada.

En este sentido, la participación de los países árabes en esa fuerza internacional es importantísima. Hasta ahora, se han limitado, y no todos, a prestar su apoyo moral a la operación. Pero no a participar en ella. Tal vez, dirán algunos, porque bastante trabajo tienen con reprimir a sus manifestantes. O con ayudar a reprimirlos en el país vecino, como está haciendo Arabia Saudí en Bahréin, sin que nadie eleve la más mínima protesta.

Lo que nos lleva a la médula del asunto. Los pueblos árabes y musulmanes vienen quejándose —con razón— de ser meros objetos, no sujetos para los occidentales. Ellos aspiran —con más razón todavía— a ser los protagonistas de su propio destino. Deben de ser capaces de ello y los occidentales debemos de animarles a asumir esas responsabilidades. Si seguimos actuando como si fueran niños y nosotros, adultos, nunca alcanzarán la mayoría de edad.

De ahí la oportunidad histórica y los enormes riesgos de la crisis libia. Va a decirnos si el pueblo libio toma en sus manos su propio destino o bien el oeste sigue conduciéndole. Es decir, si tanto dolor, sacrificios, muertes y prestigio han servido para algo o han sido en vano. Una consideración que sirve para todo el mundo árabe-musulmán, hoy en efervescencia.

Me perdonarán si no hago pronósticos, dado lo incierto de la situación. Diría, solamente diría, que las posibilidades están fifty-fifty.


ABC - Opinión

Libia. La guerra de ZP. Por Emilio Campmany

Lo más probable es que estemos haciendo lo correcto, pero convendría haberse asegurado antes de que nuestros F-18 fueran a defender los derechos humanos de los libios y no los intereses de Francia y Reino Unido.

Zapatero ha entrado en trance. Ahora que se ve obligado a tomar decisiones graves a diario, ha empezado a creerse de verdad que es presidente del Gobierno. Y de verse resolviendo con majestuosidad y sentido de Estado sobre asuntos tan serios como los de la energía nuclear y la intervención militar en Libia, le ha dado un vahído y ha sufrido un repente.

Vean si no cómo, ahora que habla en serio, resulta más campanudo y huero que nunca explicando por qué no en Irak y en Libia, sí: "Si no hubiera habido todo lo que sucedió con los acontecimientos de Irak, no estaríamos ante un hecho tan notable como es el que sólo porque ha habido una resolución de Naciones Unidas, del Consejo de Seguridad, conforme a la legalidad internacional, estamos aquí. Como un supuesto de hecho evidente, que no se producía en otras situaciones y quizá por eso no hubo una resolución del Consejo de Seguridad, que es lo que está pasando en Libia, que está a (sic.) los ojos de toda la Comunidad Internacional y de todos los ciudadanos" (la transcripción es mía, pero su fidelidad puede comprobarse aquí). Traduciré este caos: Aquí, con Libia, tenemos una resolución del Consejo de Seguridad. En Irak no la hubo y quizá fuera porque la situación de los ciudadanos iraquíes entonces no era tan mala como la de los libios ahora.


Desde el punto de vista de la ONU, la invasión de 2003 estuvo autorizada por las Resoluciones 1137 y 1441. Ambas (la última de noviembre de 2002) advertían a Saddam Hussein de no entorpecer las inspecciones de sus arsenales porque, de otro modo, tendría que hacer frente a "graves consecuencias", eufemismo que significa, en el lenguaje diplomático de la ONU, acciones militares. Saddam las entorpeció todo lo que pudo para hacer creer a Irán que tenía armas de destrucción masiva. Tanto se esforzó en el engaño que hasta los inspectores de la ONU se convencieron de que las poseía. Tony Blair se obstinó entonces en lograr una tercera resolución más explícita, que Rusia y China sin embargo vetaron. Esto hizo parecer que la invasión, implícitamente autorizada, estaba aparentemente vedada por esa legalidad internacional a la que con tanto engolamiento como ignorancia se refiere Zapatero.

Además, Zapatero habla de nuestra intervención en Libia como si estuviéramos obligados por la ONU. Nada de eso. La resolución autoriza a intervenir, pero no obliga. Si nada se nos ha perdido allí y son los derechos humanos lo que preocupa a ZP, ¿por qué despreció los de los kurdos y chiíes masacrados por Saddam? ¿Por qué no condena la intervención en la antigua Yugoslavia, que se hizo sin autorización del Consejo de Seguridad? ¿Por qué no promueve alguna iniciativa para defender los derechos de los rebeldes bareiníes, masacrados ahora por un ejército, el saudí, que encima es extranjero?

España debe apoyar una intervención en Libia si hay garantías de que está encaminada a facilitar una democratización del país. Ahora, el papel secundario que quieren jugar los Estados Unidos, el aparatoso protagonismo de Francia (tan renuente a intervenir en Irak) y el que la bandera de los rebeldes sea la del régimen que los ingleses impusieron en la vieja colonia italiana hace dudar del altruismo de las motivaciones de los dos viejos imperios coloniales británico y francés. Además, Rusia y China no se han opuesto y Alemania se ha mostrado reacia. Lo más probable es que estemos haciendo lo correcto, pero convendría haberse asegurado antes de que nuestros F-18 fueran a defender los derechos humanos de los libios y no los intereses de Francia y Reino Unido.


Libertad Digital - Opinión

Hipótesis libias. Por Gabriel Albiac

Sé que lo que me dicen que pasa es falso. Y me desasosiega.

EL Consejo de Seguridad de la ONU ha declarado la guerra a Libia. Hay pocos precedentes. Ni siquiera contra el agresivo Sadam se logró eso. No queda más remedio que preguntarse cuál es la diferencia específica del caso libio; la que hizo tan urgente que la ONU (la mayor congregación de dictaduras del planeta) decidiera acabar con la dictadura de Gadafi. Escasos como andamos de información precisa, envueltos en el estruendo bélico, habremos de limitarnos a proponer sólo hipótesis. Y a buscar si hay en ellas verosimilitud, o, al menos, coherencia lógica.

Primera hipótesis. La guerra vendría exigida por un objetivo humanitario: desembarazar a la población libia de un dictador siempre en la raya de lo delirante y de su corrupta familia. Todos los datos del enunciado son ciertos. Gadafi es un arquetipo de manual psiquiátrico; cualquiera que haya asistido a los montajes escénicos de sus alocuciones, percibe esto con desasosiego: ese que habla no está bien de la cabeza. Gadafi es también un dictador militar, de tradición más nasseriana que islamista; lo cual explica sus pésimas relaciones con el entorno árabe y su acercamiento a Occidente. Su familia se ha enriquecido a costa del petróleo; también su clan, en un país que es más un rompecabezas de tribus que una nación. El derrocamiento de un tirano así sería, no hay duda, respetable. Como lo sería el de sus equivalentes en la zona: el rey de Marruecos, monarca de derecho divino y genocida en el Sahara; todos y cada uno de los emires del Golfo, tiranos medievales, inconmensurablemente más crueles y voraces que Gadafi; la monarquía saudí, muy probablemente el régimen más corrupto y más antidemocrático del mundo, que acaba de ocupar Bahréin; Irán, a punto de poner en marcha su armamento nuclear en el nombre del Altísimo… ¿Por qué empezar por Gadafi?


Segunda hipótesis. Aquella que los de la zeja esgrimieron como moralmente descalificadora de la guerra de Irak: el control del petróleo. Pero, si nos ponemos de verdad cínicos, el petróleo del cual Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos puedan apropiarse en Libia es cosa de broma, comparado con el que se obtendría ocupando la Península Arábiga. Y puede que Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos (y su pequeño y servicial Zapatero) sean tan malos como nuestros tercermundistas pretenden. Pero dudo de que sean idiotas.

Tercera hipótesis. Que estemos asistiendo a los primeros movimientos de peones sobre el tablero de la gran guerra entre suníes y chiíes cuya sombra parece desplegarse inexorablemente, con Arabia Saudí e Irán como adalides. Y que la previa limpieza de esa «irregularidad» que es la dictadura no islamista de Libia y su posterior despedazamiento en zonas tribales, no deje ya otro horizonte verosímil que el de tal choque. Que, bien los servicios de inteligencia saudíes, bien los iraníes, bien ambos, hayan sido la palanca de las extrañas movilizaciones populistas del Mediterráneo Sur en los últimos meses, es bastante más que probable. Jugar tan fuerte, sin embargo, sobre la militarizada Libia supone aceptar riesgos de envergadura mayor.

Describo sólo. Mentiría si digo que entiendo lo que pasa. Sé que lo que me dicen que pasa es falso. Y me desasosiega.


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Zapatero. Sí a la guerra. Por José García Domínguez

Ahí, en el diestro manejo electoral de las miserias más inconfesables del censo, empezaría y acabaría el pacifismo presunto de ZP.

Los doscientos pacifistas contados que hay en España acaban de desfilar en devota procesión por Barcelona tras la manida sábana de rigor. Ésa que, según célebre sentencia de Revel, reza invariable: "No a la enfermedad, no a la medicina". O, lo que para el caso que nos ocupa viene a ser exactamente lo mismo, "No a Gadafi, no a la intervención". Los doscientos, digo. Pues ocurre que ni antes ni ahora ni nunca, ha habido uno más. De ahí lo asombroso de que la derecha, siempre tan cándida la pobre, se llame a algún asombro. Todos esos compungidos aspavientos invocando a los cómicos silentes del "no a la guerra"; los enternecedores reclamos de coherencia adánica al PSOE; la apelación recurrente a la retirada de Irak; diríase que los únicos que se toman en serio la retórica huera del presidente del Gobierno son sus adversarios.

Y es que el Zapatero sentido y sincero pacifista, simplemente, no ha existido jamás. Igual que rojo, rojísimo, presto a implantar no se sabe qué siniestra distopía colectivista. O el astuto Maquiavelo portador de un elaborado proyecto a fin de pervertir el secular orden moral de la tribu. Cuentos de Calleja. Literatura de cordel. Pura fantasía. Nada más lejos, tan prosaica, de la verdad. Al respecto, si Rodríguez fuese el Anticristo que quiso ver en él alguna opinión dada al tremendismo,habría, al menos, una gota de grandeza en el personaje; la suficiente como para simpatizar con su causa. Pero, ¡ay!, Zetapé ni un solo instante ha dejado de ser lo siempre ha sido: un vulgar oportunista.

Un simple estraperlista de emociones lo bastante astuto como para disfrazar de noble afán utópico la vergonzante cobardía, el miedo atroz que atenazó al pueblo soberano en ciertas vísperas de marzo. Ahí, en el diestro manejo electoral de las miserias más inconfesables del censo, empezaría y acabaría el pacifismo presunto de ZP. Por eso, cualquier analogía crítica que pretenda vincular Libia e Irak resulta hoy ociosa. En puridad, sería tanto como conceder que en Zapatero anida alguna convicción profunda de la que fuera susceptible abjurar por mor de fatales imponderables externos. Suponerlo íntimamente atado a un principio, el que sea; elevarlo a traidor, ¿acaso habrá recibido mejor regalo en toda su vida pública?


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El ex pacifista. Por Ignacio Camacho

Peter Pan vestido de comandante en jefe. Final de trayecto, señor presidente; el poder también era esto.

TODO presidente tiene su guerra, dicen. Zapatero y Obama ya tienen la suya como la tuvieron Aznar y Bush junior, y antes González y Bush senior; es la cara amarga de la política, la cicuta del poder. Ocurre que en la personalidad y el currículum de Zapatero chirría el avatar bélico porque el presidente hizo de sí mismo el retrato de un pacifista contumaz, de un objetor de conciencia, de un hijo tardío del flower power, de un Gandhi vestido de Armani. Y se lo ha envainado, como se envainó la espada de paladín socialdemócrata y proteccionista, con la misma frialdad pragmática con que liquidó su apuesta feminista del Ministerio de Igualdad. En un mundo perfecto, en el País de Nunca Jamás, bastarían los buenos propósitos y la retórica de las intenciones para que prevaleciese el ansia infinita de pazzzzzzz. En el mundo real, desordenado y áspero, desapacible y hostil, la paz y la justicia —y el petróleo— requieren a veces el respaldo de unos bombarderos y Peter Pan ha de ponerse los pantalones largos del uniforme de comandante en jefe. En el caso de Zapatero su ingreso en la realidad, el final de su adolescencia política, casi se corresponde con su despedida. Un guiño siniestro de la Historia le devuelve en posición inversa al punto de partida, convertido, como el Zapata de Elia Kazan, en la clase de gobernante al que hace siete años hubiese combatido.

Zapatero se va a ir porque no puede continuar transformado en el reverso de sí mismo. No es ahora cuando más se ha equivocado; antes al contrario, su autodemolición se ha producido al comenzar a hacer parte de lo que debía. En la política económica, en la estrategia nuclear, en las alianzas internacionales, se ha conducido en los últimos tiempos bajo un soplo de relativa sensatez. Forzado por los acontecimientos, sí. A contramano de sus proclamas, sí. Guiado sólo por el afán de permanencia en el poder, sí. Ése es el problema; podía haber renunciado a deconstruirse y no lo hizo porque eso suponía abandonar y confesar un fracaso. Ahora se tiene que ir de todos modos; fracasado, sin crédito y rodeado de una contradicción tan patente que ha triturado su imagen pública. Pero el error esencial fue el del principio, el del adanismo, el de la frivolidad, el de la inconsistencia, el del fatuo engreimiento de la nada. Hoy podría pasar, en abstracción del pasado reciente, por un dirigente tan malo como cualquier otro. Proyectado sobre su propio retrato, aparece como un político sin principios capaz de caminar sin remordimientos en sentido contrario al de sus huellas.

Quizá ni él mismo podía esperar que su deconstrucción acabase en el visto bueno a un lanzamiento de misiles. Su nombre vinculado al siniestro argot bélico, a las palabras-fetiche del lenguaje de la guerra: tomahawks, portaviones, bombardeos. En el via crucisdel pragmatismo ha alcanzado la última estación. Final de trayecto, señor presidente; el poder también era esto.


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Japón. ¿Son seguras las centrales nucleares?. Por María-Teresa Estevan Bolea

La primera lección que tenemos que aprender es evitar en un futuro la indignidad de algunos políticos y la frivolidad y falta de rigor de gran parte de los medios de comunicación en el tratamiento de esta tristísima situación que vive el pueblo japonés.

Desde el 11 de marzo, los medios de comunicación vienen ocupándose continuamente de la situación de los seis reactores existentes en las centrales nucleares japonesas de Fukushima. Ese día se produjo el terremoto y maremoto que asoló un tercio del territorio japonés y con gran incidencia en la zona costera nororiental de Japón.

En primer lugar, quiero poner de manifiesto mi solidaridad con el admirable pueblo japonés que, con su comportamiento en las circunstancias más adversas que pueda sufrir un ser humano, se han comportado ejemplarmente. ¡Qué alta tienen la inteligencia emocional!

El terremoto tuvo una magnitud 9 en la escala de Richter y el epicentro se situó en el mar, a poca profundidad y cercano a las costas nororientales de Japón. Al terremoto siguió un tsunami todavía más terrorífico, que fue el verdadero causante de los inmensos deterioros sufridos y no solo en las centrales nucleares, sino en un tercio del territorio japonés, arrasando tierras, carreteras, puertos, buques, casas, líneas eléctricas, ferrocarriles, vehículos y también las centrales nucleares de Fukushima Daini y Fukushima Daiichi. Se incendiaron dos refinerías de petróleo y muchos automóviles. Para completar el inmenso destrozo, han sufrido una ola de frío importante.

A pesar del gran terremoto, se mantuvieron en pie muchos edificios, líneas eléctricas, infraestructuras, puertos y desde luego las centrales nucleares. El verdadero problema fue el maremoto, con olas de 10 metros, que arrasaron todo lo que encontraron a su paso. Actualmente hay más de 8.000 muertos y más de 10.000 desaparecidos.


Como es bien conocido en esa zona hay dos centrales nucleares con 6 grupos, cuyos reactores han quedado seriamente dañados, no por el terremoto, pero sí por el tsunami.

¿Cómo funciona una central nuclear? Una central eléctrica es una planta industrial que emplea una fuente de energía primaria –agua, vapor, gas o viento– para hacer girar los álabes de una turbina cuyo eje está conectado con el eje del rotor de un alternador. El giro de la turbina hace girar una gran bobina –el rotor– en el interior de un campo magnético –el estator– situado en el alternador de la planta, generando así electricidad. En las centrales nucleares la energía primaria es el uranio 235, que es un isótopo radiactivo del uranio 238 (el uranio natural). El uranio 235 es el combustible nuclear que se coloca en la vasija del reactor y allí se producen las reacciones de fisión –la rotura o partición– de los átomos de uranio al impactar sobre ellos un neutrón. Ello provoca la liberación de una gran cantidad de energía, la cual vaporiza el fluido –agua– que circula por una serie de tubos o directamente para accionar el grupo turbo-alternador, produciendo electricidad.

Las centrales nucleares necesitan energía eléctrica y agua. El agua opera como refrigerante –extrayendo el calor generado en el núcleo por las reacciones de fisión de los átomos– y moderando –reduciendo– la velocidad de los neutrones para que se mantengan las reacciones de fisión. La energía eléctrica es necesaria porque hay numerosos circuitos y sistemas con bombas, válvulas, cambiadores de calor, instrumentación y otros servicios eléctricos y electrónicos.

El problema de la central de Fukushima se ha debido precisamente a la falta de electricidad por los efectos de tsunami sobre las líneas eléctricas del suministro exterior y por el deterioro del depósito y tuberías que alimentan de gasóleo a los generadores diesel, que constituyen la alimentación eléctrica interior y que también fueron dañados por el agua. Para la seguridad nuclear es esencial mantener en cualquier circunstancia la refrigeración del núcleo para extraer el calor generado por el combustible. En operación normal, el calor del núcleo se extrae mediante el circuito principal. En caso de parada del reactor, se sigue generando calor aunque se haya detenido el proceso de fisión, por el calor residual de los productos de fisión. Este calor se evacua mediante un circuito especial –sistema de refrigeración– que opera con bombas y cambiadores de calor.

A partir de aquí, el proceso sucedido en Fukushima es bien conocido.

Hay que tener en cuenta que la situación sigue evolucionando continuamente, por lo que no se dan datos. Afortunadamente ahora no empeora sino que paulatinamente se van controlando los 6 reactores y sus piscinas de enfriamiento y almacenamiento temporal del combustible usado. Hay que recordar también que en el momento del terremoto había 3 reactores en operación, 2 parados por recarga de combustible y 1 parado. En ese momento automáticamente pararon todas las centrales nucleares en operación.

Al alcanzar el tsunami la zona terrestre se perdió toda la alimentación eléctrica exterior. En ese momento arrancaron los generadores diesel, pero al cabo de una hora estos generadores diesel dejaron de funcionar por falta de gasóleo ya que el tsunami dañó también el depósito de gasóleo y las tuberías que alimentaban a los diesel.

Entre los días 11 y 20 de marzo, de forma ejemplar, los responsables y técnicos de las centrales Fukushima Daiichi y Fukushima Daini trabajaron intensamente, llevando a cabo numerosas actividades –las que estaban a su alcance– para controlar las altas temperaturas de los núcleos y vasijas de los reactores, así como en las piscinas de almacenamiento del combustible usado, que iban perdiendo agua al vaporizarse la existente y no poderse reponer.

Al fallar la alimentación eléctrica y no poderse refrigerar el núcleo y las piscinas, se fueron alcanzando temperaturas muy altas, hasta 1.200º C. A dicha temperatura es fácil la disociación de la molécula de agua, absorbiendo el circonio de las vainas del combustible el oxígeno y quedando libre el hidrógeno. El calor convirtió rápidamente en vapor el agua existente y ello obligó a efectuar algunos venteos para despresurizar la contención primaria y evitar así presiones excesivas, saliendo al exterior radiactividad. La acumulación de hidrógeno provocó varias explosiones que ocasionaron la rotura de partes de los edificios de contención, que también produjeron salidas de radiactividad al exterior.

A lo largo de los días se tomaron medidas para refrigerar con agua borada las unidades y para disponer de electricidad. De este modo se ha ido controlando la situación y los mayores riesgos.

El accidente ha sido gravísimo, con fusión de parte de los núcleos y problemas en las piscinas del combustible usado. De momento se ha calificado el accidente con un 5 de la escala INES, que significa accidente con consecuencias de mayor alcance. Se tomaron medidas preventivas para proteger a la población. Se han evacuado 500.000 persona que habitaban en un radio de 30 km. alrededor de las centrales. La situación radiológica ha ido cambiando continuamente, como es natural. La mayor parte de la radiactividad se ha dispersado en el mar. En las centrales han quedado afectados 45 trabajadores.

Respondiendo al título de estos comentarios, quiero recordar que nada en la vida humana es 100% seguro y que la prueba de que las centrales nucleares son seguras nos la da Japón, con sus centrales de Fukushima y su titánica labor para controlar las potentes fuerzas de la naturaleza.

Como siempre, habrá que esperar a que estos reactores lleguen a parada fría, analizar todo lo sucedido, estudiar las lecciones aprendidas y actuar en consecuencia, pero con prudencia, rigor y racionalidad.

La verdadera dimensión del accidente nos la ha dado el pueblo japonés. El mayor problema no han sido las centrales nucleares sino los 8.000 muertos, los 10.000 desaparecidos, el frío, la falta de electricidad, agua y alimentos, la pérdida de sus casa y de todo lo que tenían cientos de miles de japoneses.

Tengo para mí que la primera lección que tenemos que aprender es evitar en un futuro la indignidad de algunos políticos y la frivolidad y falta de rigor de gran parte de los medios de comunicación en el tratamiento de esta tristísima situación que vive el pueblo japonés y sobre todo, creo que debemos pedir disculpas a los japoneses por todo ello.


María-Teresa Estevan Bolea es ex presidenta del Consejo de Seguridad Nuclear

Libertad Digital - Opinión

La crisis libia. Por Florentino Portero

«Los líderes árabes tienen razones para odiar a Gadafi, ¡quién no!, pero de ahí a apoyar la democracia hay un abismo. Francia y España se han sumado a un enjuague interno a la espera de beneficios diplomáticos y económicos»

EL pasado jueves el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó la Resolución 1.973 por la que se permite el uso de la fuerza para resolver la crisis libia. Lo que en un principio había sido una iniciativa francesa para establecer una zona de exclusión aérea se convirtió con el paso de las horas en una carta blanca para para acabar con el régimen de Gadafi. El presidente Obama, remiso a intervenir, una vez se convenció de que no tenía más remedio que involucrarse, pidió a su embajadora en Naciones Unidas garantías para hacerlo con las menos trabas y la mayor contundencia posibles. Rusia y China, miembros con derecho de veto, optaron por abstenerse a la vista de la posición de la Liga Árabe, opción a la que se sumaron estados clave como India, Brasil y Alemania.

Cuando escribo estas líneas cazas franceses y británicos están atacando posiciones controladas por fuerzas adictas a Gadafi y más de cien misiles de crucero han sido disparados desde buques británicos y norteamericanos. Unos hechos de esta magnitud invitan a una primera reflexión sobre las consecuencias internacionales de esta crisis. Nos encontramos ante una alianza ad hoc. No es una misión de Naciones Unidas, ni una acción de la Alianza Atlántica ni, mucho menos, de la Unión Europea. No estamos, como se nos repite hasta la saciedad, ante una posición tomada por la «comunidad internacional», sea eso lo que sea. El Consejo de Seguridad es un directorio de grandes potencias, no la expresión de un orden democrático. Una parte de esas potencias se ha lavado las manos y otra ha decidido intervenir por razones distintas, pero las organizaciones internacionales europeas han quedado de nuevo fuera de juego ante la falta de una visión común.


Tanto la Resolución como las potencias que han conformado la alianza fundamentan su posición en dos argumentos: la crisis libia es el resultado del alzamiento del pueblo frente al dictador, y este último está provocando una crisis humana. Desde mi punto de vista, y con la información disponible, no puedo compartir ninguno de estos dos argumentos. Más aún, estoy convencido de que tampoco los comparten quienes hoy están atacando a las fuerzas leales a Gadafi.

Libia es un estado tribal. Gadafi ha perdido el apoyo de una parte considerable de estas tribus y ello ha llevado a un levantamiento. No es casual que haya comenzado en la Cirenaica, como tampoco lo es que sus apoyos se encuentren en Tripolitania. Los líderes de la revuelta son ex ministros, responsables como el propio Gadafi de crímenes de toda condición y merecedores como él de las mayores penas. Sus motivos nada tienen que ver con la democracia, sino con el reparto de poder. No hay ningún pueblo que se levante contra un dictador, sino tribus enfrentadas.

El uso de la fuerza siempre provoca bajas civiles. Cuando los rebeldes avanzaron hacia Trípoli mataron e hirieron a civiles al tiempo que destruían casas. Cuando las fuerzas de Gadafi contraatacaron ocurrió, y continúa ocurriendo, lo mismo. Exactamente lo mismo que cuando las fuerzas aliadas avanzaron hacia Caen tras el desembarco de Normandía, cuando bombardearon Belgrado, cuando trataron de someter las revueltas en Falulla o cuando intentan erradicar las milicias talibanes en Afganistán. Esa es la naturaleza de la guerra, y cualquier comparación resultaría muy incómoda para los aliados.

Muchos se sorprenden de que Francia o España hayan cambiado sus papeles y se sumen a los que hemos defendido siempre la expansión de la democracia. No lo están haciendo. Su comportamiento, de hecho, no de palabra, es perfectamente coherente. En Libia no está en juego el triunfo de la democracia sino un determinado reparto de poder. La Liga Árabe, un cártel de dictaduras temerosas de los efectos de la democracia en sus propios países, ha solicitado su colaboración, y ellos han entrado en el juego. Fieles a su tradición, los dirigentes árabes mantendrán una posición en privado y otra en público, una hoy y otra mañana. Lo lógico habría sido contestar que lo resolvieran ellos, pero cuando se trata de contentar a amigos y satisfacer objetivos empresariales toda generosidad es poca. Los líderes árabes tienen razones para odiar a Gadafi, ¡quién no!, pero de ahí a apoyar la democracia hay un abismo. Francia y España se han sumado a un enjuague interno a la espera de beneficios diplomáticos y económicos. Sarkozy aprovecha una oportunidad para levantar cabeza y reivindicar tanto el papel de Francia en la región como su compromiso con la democracia. Zapatero, a la vista del fracaso de su Alianza de las Civilizaciones y de su insignificancia internacional, trata de poner en valor una decisión oportunista, determinada por sus declaraciones contra Gadafi —para satisfacer a una opinión pública que no entendería otra posición— y por la defensa de los intereses de nuestras empresas. En ambos casos están jugando a favor de regímenes dictatoriales, de sus socios comerciales o ideológicos.

Las potencias anglosajonas, en especial Estados Unidos y el Reino Unido, han adoptado una posición más reactiva: consideran que el triunfo de Gadafi resultaría humillante, una nueva merma de su autoridad, un escándalo de serias consecuencias. Tanto el Pentágono como la comunidad de inteligencia desaconsejaron la intervención norteamericana por desconfiar de los líderes rebeldes. Temen, con razón, que la alternativa puede ser aún peor. Finalmente ha sido el aparato diplomático quien ha ganado el pulso, con razones comprensibles. Los tres años de presidencia de Obama han sido los más más incoherentes en materia estratégica desde la II Guerra Mundial, su política hacia el Mundo Árabe ha sido caótica y necesitan con urgencia recuperar la autoridad perdida. Obama no se engaña sobre lo que está ocurriendo en Libia, sencillamente ha llegado a la conclusión de que tiene que evitar una victoria de Gadafi al tiempo que demostrar a la comunidad árabe que Estados Unidos todavía es la potencia de referencia.

Los hechos han dado la razón a Rumsfeld. La OTAN se ha convertido en un organismo diplomático irrelevante en materia de defensa. Cuando se trata de usar la fuerza se recurre a alianzas ad hoc, que se desvanecen tan fácilmente como se forman. Son las naciones, no los organismos internacionales, los que actúan a partir de sus propios intereses. La defensa de la democracia sigue siendo un buen argumento, pero en casos solo es eso. La democracia no está en juego en Libia, pero sí en Irán, por poner un ejemplo donde la causa de la libertad va unida a una clara amenaza a nuestros intereses de seguridad. Hemos decidido involucrarnos en una guerra civil entre libios donde, como la señora Merkel ha señalado, no sabemos qué parte es peor y qué consecuencias puede tener para la estabilidad de la región. Actuamos en política exterior con la misma ligereza con la que venimos administrando nuestra economía. Esperemos que los resultados no sean tan desastrosos.


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El deber de la seguridad

Los gobiernos occidentales han calibrado la capacidad de reacción de Muamar Gadafi a los ataques de la coalición multinacional. La conclusión se debate entre lo que sugiere el perfil de un asesino indiscriminado y el análisis de su capacidad para causar daño. El historial de este régimen con más de 40 años en el poder no es el clásico de las autocracias o teocracias de la región. Gadafi ha liderado una estructura con relaciones intensas con el terrorismo internacional y, bajo esa condición, ha estado en el punto de mira de las potencias occidentales. Hablar del dictador libio, motor de grupos criminales subversivos en la órbita de la extinta Unión Soviética, es en buena medida hacerlo de la historia del terrorismo internacional de las últimas décadas del siglo XX. Hoy conocemos que Muamar Gadafi ordenó en persona el atentado de Lockerbie, en el que una bomba a bordo de un avión de la Pan Am colocada por agentes libios causó 270 muertos en 1988, en lo que supone el atentado más grave en Europa hasta la fecha.

Por tanto, cuando el dictador amenazó con atacar objetivos militares y civiles del Mediterráneo tras sufrir los primeros bombardeos, la más elemental prudencia obliga a los países afectados a tomar sus palabras en serio. LA RAZÓN publica hoy que el Gobierno ha considerado innecesario aumentar el nivel de alarma terrorista ante la posibilidad de que agentes libios intenten algún ataque contra nuestros intereses por la participación de un notable contingente español en la operación. Se han evaluado los datos de que disponen los aliados y se ha concluido que Gadafi carece de la capacidad necesaria para perpetrar actos terroristas en suelo europeo.
Lógicamente, debemos confiar en la calidad de esas informaciones, aunque también entendemos que toda prudencia y precaucación es poca cuando el enemigo es un terrorista que ha maquinado acciones contra Occidente los últimos 40 años. No se trata de caer en falsos alarmismos ni de alentar fantasmas innecesarios. Son actitudes contraproducentes que confunden. Sin embargo, el Gobierno está obligado a tener muy presente de dónde venimos y cómo el subconsciente colectivo de este país mantiene vivo el recuerdo de los atentados del 11 de marzo cuando valora escenarios tan complejos para la seguridad. Puede que Gadafi no sea una amenaza para España. Estamos convencidos de que los responsables de Interior así lo piensan, pero cómo no preocuparse ante un terrorista con financiación, logística y contactos. Si no es un peligro real, se le parece demasiado.

A los riesgos sobre la seguridad se suma desde ayer el riesgo político de una fractura en la que se suponía era una sólida coalición. La Liga Árabe se desmarcó de la operación militar, porque «se trata de proteger a los civiles y no de bombardearlos». Este paso atrás es una complicación para una operación que era vendida como ejemplar en España.

El mando militar español informó de que nuestro contingente está ya desplegado y cuenta con autorización para el combate. De su profesionalidad y capacidad no hay duda. Estarán a la altura como siempre.


La Razón - Editorial
Lo sorprendente no es la hipocresía de las dictaduras, sino la incapacidad de las democracias por aprender la lección y mostrar una mayor resolución y convicción a la hora de defender las libertades.

A estas alturas ya debería resultar evidente que los principios del multilateralismo y del pacifismo conducen a una desastrosa política exterior y defensa en Occidente. En el caso de Libia, ya denunciamos que la lentitud a la hora de pararle los pies a Gadafi le había concedido al dictador libio un tiempo precioso para reconquistar el país y acorralar a los rebeldes. Antes de iniciar cualquier ofensiva, EEUU, Francia y Gran Bretaña deseaban contar con el apoyo explícito de la Liga Árabe y, al menos, con la no oposición de Rusia y China dentro del Consejo de Seguridad de la ONU.

En su momento, ya pusimos de manifiesto el absurdo que suponía buscar la aquiescencia de dictaduras y de Estados de Derecho fallidos en la defensa de la democracia y de la libertad. Dado que la izquierda sólo está dispuesta a apoyar una ofensiva militar no en función del resultado que persiga sino de la presencia de acompañantes indeseables, hubo que consentir que Gadafi continuara "persiguiendo como ratas" a sus ciudadanos mientras nuestros diplomáticos se cocinaban el acuerdo.


Finalmente, el acuerdo llegó: la Liga Árabe apoyó la zona de exclusión aérea y Rusia y China se abstuvieron en el seno de la ONU. La izquierda tenía su guerra multilateral y el apoyo a los rebeldes podía, por fin, comenzar. Mas a los pocos días de iniciar la ofensiva, no queda demasiado claro para qué hubo que esperar tanto: la Liga Árabe, Rusia y China ya han pedido el cese inmediato de los ataques. Por si alguien tenía alguna duda, ninguno de estos países tiene sólidos principios –mucho menos sólidos principios democráticos– sino sólo unos intereses que defienden perfectamente gracias a su capacidad para mezclar diplomacia con propaganda.

No es algo que debiera extrañarnos, pues sin ir más lejos la Liga Árabe viene empleando esta maniobra desde hace años. Ya sucedió con la guerra del Líbano de 2006 –cuando la propia Liga le pidió a Israel que le parara los pies a Hizbollah para rasgarse las vestiduras nada más comenzar los ataques– o con la reciente ofensiva israelí contra Gaza. Lo sorprendente no es la hipocresía de las dictaduras, sino la incapacidad de las democracias por aprender la lección y mostrar una mayor resolución y convicción a la hora de defender las libertades. Los libios le habrían agradecido a Occidente una mayor celeridad a la hora de defenderlos del mismo modo en que hoy la inmensa mayoría de iraquíes le agradecen a Bush que no comulgara con las ruedas de molino de un paralizador multilateralismo.


Libertad Digital - Editorial

En busca del efímero apoyo de las dictaduras

El pulso global por la libertad

Es necesario que la operación militar occidental en Libia se defina como una toma de posición a favor de los demócratas de todo el mundo árabe.

DESDE la perspectiva del gigantesco terremoto político que se está desarrollando en el mundo árabe y musulmán, la guerra civil libia en la que numerosos gobiernos occidentales han decidido intervenir se puede definir como una transición traumática entre los episodios de países en los que la demanda de mayor libertad ha logrado derribar a los déspotas que mantenían las riendas de la sociedad y los de aquellos donde ese proceso todavía está en plena fermentación, como, por ejemplo, Marruecos, donde las promesas de reformas hechas desde el poder no han acallado las protestas. El caso libio es indeseable en todos los sentidos, y por ello resulta tan importante para los defensores de la libertad que concluya cuanto antes con el derribo —en este caso voladura— de un sistema totalitario que los delirios de un perturbado han llevado a este desenlace dramático. El pulso que se lleva a cabo en Libia explica las razones por las que la mayoría de los gobernantes alérgicos a la democracia están tomando abiertamente posiciones a favor de Gadafi. De hecho, la Liga Árabe ya ha empezado a desmarcarse del objetivo de una coalición a la que apoyó en su inicio, señal evidente de que la organización también está siendo sometida a esa división entre los que luchan por la libertad y los que intentan —esperemos que inútilmente—perpetuar la situación actual.

Frente a esa guerra a la que Gadafi ha conducido a su pueblo, resulta esperanzador ver que ayer mismo la inmensa mayoría de los egipcios se han manifestado a favor de una reforma constitucional que permita la construcción de un sistema democrático en el país. Pero ese proceso que se ha abierto en Túnez y Egipto está tan cargado de de esperanzas como de riesgos. No es fácil que los sistemas viciados por décadas de totalitarismo corrupto estén dispuestos a perder todas sus posiciones, ni que otras fuerzas tanto o más nocivas para la libertad vayan a quedar automáticamente anuladas. Por ello es necesario que la operación militar occidental en Libia se defina indudablemente como una toma de posición a favor de los demócratas de todo el mundo árabe. Aquellos gobiernos de la región que se han sumado al esfuerzo militar, como Marruecos, han de saber también que ello no les exime de su obligación de atender las ansias de apertura de sus sociedades.


ABC - Editorial