martes, 15 de marzo de 2011

El ecologista ecologizado. Por Arturo Pérez-Reverte

Hace tiempo hablé aquí de mi amigo neoyorkino Daniel Sherr, que aparte ser un magnífico intérprete profesional que habla todas las lenguas de Babel, es judío, alérgico, vegetariano y una de las mejores personas que conozco. Su única pega es ser uno de esos ecologistas pelmazos que, según los días, llegan a romperte los huevos. Por la calle dirige miradas furiosas no ya a los fumadores, sino a quienes sospecha puedan serlo; y cuando viaja mete en la maleta cuanta botella se cruza en su camino, para reciclarlas al regreso, pues no se fía del personal de los hoteles. Carga con bolsas con arroz hervido, como los vietcong, y fruta para consumo propio; y se niega a pasar los plátanos por el control de viajeros en los aeropuertos porque, afirma, los detectores los contaminan con sus rayos radioactivos y malignos. Imagínense el cuadro, e imagínenme caminando lo más lejos posible de él, poniendo cara de que a ese tipo estrafalario al que cachean los guardias, o se llevan aparte para interrogarlo en privado, ni lo conozco ni lo he visto en mi puta vida.

Ése es mi amigo Dani, al que quiero muchísimo. Por eso vivo informado de sus peripecias. La última es tan deliciosa que no me resisto a contarla. Más que nada porque, aunque parece delirante, es un augurio siniestro de lo que nos espera en España. De lo que traerá, de forma irremediable, tanta peligrosa combinación de mansedumbre ciudadana y prepotente imbecilidad oficial. El caso, absolutamente real, es ejemplo de hasta qué punto esos Estados Unidos que para nuestra babeante Europa son referencia ideal de lo socialmente correcto, nos llevarán al absoluto disparate. De hasta dónde puede llegar la descarada injerencia estatal en lo más íntimo de nuestras palabras, nuestras casas y nuestras vidas.

Dani tiene un piso en Nueva York, en un edificio de seis plantas donde viven unos cuarenta inquilinos. Fiel a sus principios ecologistas, llevaba años dando la murga para que la comunidad de vecinos aceptase una auditoría energética, a fin de evitar derroche, contaminación y cosas así. El trámite, le dijeron, pasaba por una visita previa del administrador de la finca. Se presentó éste en casa de Dani, y dijo que lo de la auditoría energética estaba divino de la muerte y era una propuesta interesante a más no poder. Que estaba entusiasmado con la idea hasta el punto de aplaudir, plas, plas, plas. Pero antes había un requisito: comprobar que el apartamento del reclamante se ajustaba a las ordenanzas de Nueva York sobre viviendas libres de toda sospecha. Luego señaló con dedo acusador los libros, periódicos y documentos profesionales que mi amigo tenía en su casa por todas partes. Según la disposición cuarenta y siete barra ochenta, indicó, o una de ésas, los libros apilados en el suelo podían obstaculizar el paso de los bomberos en caso de incendio. Sin contar con el peligro de tener tanto papel -material inflamable- en un edificio de apartamentos. Y mientras Dani, boquiabierto, intentaba deglutir aquello, el otro se asomó a la cocina y dijo literalmente: ajá, qué es lo que veo, tres granos de arroz integral sueltos sobre una mesa. Eso puede atraer cucarachas, e incumple la disposición sanitaria treinta y cuatro barra seis. O algo así. Dani, que viajaba a España dos días más tarde, dijo que sí a todo, acojonado, creyendo que poner tierra de por medio bastaría para que se olvidara el asunto. Pero al regreso encontró una carta preguntándole si había «abordado» lo de subsanar las deficiencias señaladas. Respondió que sí -abordar, pensó con lógica, no significa eliminar ni resolver- y consultó mientras tanto con un abogado la manera de que se olvidaran de él, de la auditoría energética y de la madre que lo parió. Pero el asesor legal dijo que verdes las había segado. Que, según las ordenanzas neoyorkinas, podía ser denunciado por violar los códigos de vivienda, de incendios y de salud. El consejo era que tragara.

El siguiente paso de Dani, que a esas alturas ya era presa del pánico y renegaba hasta de las energías alternativas, fue tirar cuantos papeles pudo, y esconder otros. Tuvo a una señora de la limpieza tres días en casa, buscando hasta el último grano de arroz escondido. Al cabo, el administrador regresó con sonrisa de zorro entrando en gallinero. Mucho mejor, dijo. Casi al noventa y nueve por ciento. Aunque lo ideal según las ordenanzas municipales, añadió con recochineo, es que no queden a la vista papeles en absoluto. En todo caso, no debe haber ni un solo papel ni libro en el suelo, ni tampoco sobresalir de las mesas ni estantes. Los bomberos, ya sabe. La normativa y todo eso. Haré otra inspección en tres meses; y por supuesto, espero que sea la última. En cuanto a lo de la auditoría energética que usted reclamaba para el edificio, desde luego, no hay ningún problema. Aquí somos tan ecológicos como el que más. ¿No le parece? Así que cuando quiera me llama, oiga. Y discutimos el asunto.


XL Semanal

El político ciego. Por Edurne Uriarte

El político ciego se hace peligroso porque apenas admite la crítica.

UN poco antes de que José García Abad publicara su agudo retrato de Zapatero, El Maquiavelo de León, un político francés, Édouard Balladur, publicó otro excelente libro sobre el maquiavelismo de los líderes políticos, de los franceses, de los de todos los lugares, Maquiavelo en democracia. El libro de Balladur es un brillante tratado de psicología política del liderazgo que debería figurar como lectura obligatoria para los estudiantes de Políticas. Y antes de eso, como lectura imprescindible para la comprensión de la degradación del liderazgo de Zapatero. Pues todas las claves de esa degradación se hallan en ese libro, a partir de unas sobresalientes dotes de disección psicológica del comportamiento de los líderes afinadas por Balladur en su observación, no de Zapatero, sino de otros líderes que mostraron las mismas patologías antes que él.

Tres patologías en particular que resumen el momento político de una sociedad española atrapada en la ambición descontrolada de un solo hombre por mantener su poder. La megalomanía y el desprecio a los demás, en primer lugar, que son, escribe Balladur, la contrapartida ordinaria de un poder demasiado grande, ejercido por hombres demasiado poco escrupulosos. El político ciego, en segundo lugar, que se hace peligroso porque apenas admite la crítica, la verdad ya no es sino lo que le conviene y el poder le alimenta un sentimiento de superioridad al que todo parece estarle permitido.


Y la intoxicación de los ánimos, en tercer lugar, la creación de lo irreversible, de la centralidad del propio líder, a través de los sobreentendidos, de las noticias falsas, de las manipulaciones de la prensa, de la eliminación de los rivales, sistemáticamente burlados, despreciados y aniquilados. La «estrategia» de la que alardeaba hace unos días José Blanco tras la suspensión de Vistalegre consiste sustancialmente en lo anterior. En la estrategia para la supervivencia política de Zapatero que es, a su vez, la de él mismo, la de Blanco. Con la repetición como candidato si el milagro en forma de buenos resultados electorales en mayo o de potentes signos de recuperación económica se produce. O con el control sobre la sucesión, si tal milagro no tiene lugar.

Lo más penoso es que la manipulación anterior se lleva a cabo sin que el PSOE sea capaz de contrarrestarlo, a pesar del convencimiento de que su problema central para la recuperación política es Zapatero. Una impotencia que es responsabilidad de los propios socialistas por haber puesto en manos de su líder más mediocre en mucho tiempo un hiperliderazgo que le ha llevado a, otra expresión de Balladur, la embriaguez de la omnipotencia.


ABC - Opinión

Una imputación judicial recalienta el caso de los ERE's. Por Antonio Casado

Se anima la pugna de los dos grandes partidos por ver quién mea más alto, o más bajo, según se mire desde una orilla u otra, en materia de corrupción. En la cuenta particular de gurteles valencianos frente a ERE's andaluces, el borrón se lo apuntó ayer el PSOE. El ex consejero de Empleo de la Junta de Andalucía, Antonio Fernández, ya está imputado por el fraude de los famosos Expedientes de Regulación de Empleo aprobados y financiados por la Junta de Andalucía.

El asunto de los ERE's fraudulentos es una más de las numerosas formas de malversación del dinero público que hemos ido conociendo a lo largo de los años. Por mejor decir, es una forma de malversación de un objetivo tan decente como minimizar los daños por pérdida de puestos de trabajo en empresas fallidas. Discutible en una concepción estrictamente liberal del sistema, de acuerdo, pero decente, siempre que las malas prácticas no lo contaminen a favor del amiguete, el familiar, el vecino o el compañero de partido.


Lo de Mercasevilla, detectado por la Intervención General de Hacienda en 2005, no se quedó ahí. Se hincha, como dice el cuento. El citado ex consejero de Empleo (2004-2010) recibió ayer una comunicación de la jueza que lleva el caso, Mercedes Alaya (Juzgado número 6 de Sevilla), anunciándole que será llamado a declarar como imputado en la causa. Con procurador y letrado, Fernández deberá explicar en sede judicial cómo se gestionaron los 650 millones destinados por los poderes públicos a la reestructuración de empresas en crisis.
«Patinaron los dirigentes socialistas andaluces al anunciar que el escándalo no rebasaría el ámbito de competencias del director general.»
Ese era el objetivo decente. Del uso que se pudo hacer de esos dineros de todos los ciudadanos ya nos dio una pista el ex director general de Trabajo de la Junta, Francisco Javier Guerrero, cuando lo calificó con descaro de “fondo de reptiles”. Y del rigor con el que fueron administrados nos hacemos una idea a la vista del propio expediente personal de Antonio Fernández (sí, sí, el ex consejero ahora imputado) como prejubilado de la empresa González Byass en el año 1981. Pero, ojo al dato, la fecha de antigüedad en la empresa obrante en el expediente -ya corregido, al parecer- era la de su nacimiento.

La derivada política es imparable. Y va a más. Patinaron los dirigentes socialistas andaluces al anunciar que el escándalo no rebasaría el ámbito de competencias del director general. La imputación del consejero deja el listón indagatorio de la jueza a los pies del ex presidente de la Junta, Manuel Chaves, hoy vicepresidente del Gobierno central, y del actual presidente de la Junta, José Antonio Griñán, pues ambos tuvieron bajo su autoridad política e institucional al ex consejero Fernández, un histórico dirigente local del PSOE gaditano.

Griñán y Chaves tienen la obligación de construir un relato convincente que acredite lo que el portavoz socialista en el Parlamento andaluz, Mario Jiménez, atribuyó a “una cuadrilla de cuatro sinvergüenzas que aprovecharon su posición al frente de algunas empresas ajenas a la Administración autonómica” ¿Sin colaboradores necesarios de cierto nivel dentro de la Junta? No parece creíble. Y si lo es, el presidente andaluz no debería desaprovechar la ocasión de cargarse de razón ante una comisión parlamentaria, donde deben ventilarse las responsabilidades políticas mientras el procedimiento judicial sigue su camino.


El Confidencial - Opinión

Tsunamis diversos. Por Hermann Tertsch

Tsumamis en Japón, en Libia y en Occidente. De bombas y ejecuciones, de cobardía y debilidad de criterio.

NO sabemos cuántas víctimas mortales causará finalmente el inconcebible terremoto del viernes en Japón que casi se nos sale de la escala Richter y adquirió dimensiones bíblicas. Ni cuántas causó directamente su primera réplica monstruosa que fue el tsunami que devastó las zonas costeras del noreste. Ni todas las réplicas registradas después, muchas de ellas más fuertes que terremotos que en otros rincones del mundo causaron en su día centenares de miles de muertos. Lo que no se ha producido aún es esa catástrofe nuclear que tanto se anuncia desde el primer momento y que algunos parecen añorar con fruición digna de mejor causa. Nadie puede excluir esta terrible desgracia del peor accidente nuclear imaginable, pero resulta escalofriante comprobar la falta de piedad con que algunos parecen esperarla, como la definitiva ratificación de sus tesis. Desde el sábado, algunos sectores de eso que más que izquierda ecopacifista es tribu ecoguerrillera y banda talibán, están literalmente impacientes en su angustiosa esperanza de que se funda algún reactor nuclear en Japón y se cumplan sus peores augurios de cataclismo. Para cargar de razón sus tesis que proclaman la energía nuclear como el mal absoluto. Con sus titulares y su desinformación llevan días dedicados a la danza que invoca a su dios implacable que, con un terrible castigo a los japoneses, logre de una vez por todas que hasta los más descreídos y herejes, aquí y allí, nos arrodillemos ante Él. Y nos convirtamos todos a su nueva religión antinuclear y antitecnológica, expiemos nuestros pecados, fruto ponzoñoso de la falta de fe y del siempre dañino raciocinio y sentido común. Alguna emisora patria tenía tantas ganas de informar sobre la fusión de un reactor que lo hizo. Sin reparar en el detalle de que no se había producido. Como todas las religiones que se precien, ésta tiene su día de redención. Aunque todo puede pasar, da la impresión de que por esta vez se han equivocado de fecha. Lo que no nos eximirá de sufrir el tsunami ideológico que ya está en marcha. Y ante el que se inclinan, temerosos por las angustias de sus electorados, los gobiernos y las oposiciones en Occidente, con una falta de criterio y personalidad, que despiertan vergüenza. Tsumamis en Japón, en Libia y en Occidente. De agua monstruosas, de bombas y ejecuciones, de cobardía, oportunismo y debilidad de criterio.

Los que si van a morir bajo el tsunami sin siquiera mojarse son muchos miles de libios que aún luchan desesperadamente contra el rodillo militar de Gadafi. Con las manos libres, una superioridad abrumadora en armamento y su aviación bombardeando sin cesar al pueblo en armas, el «sátrapa payaso» avanza hacia el control total del territorio. Ya han caído todas las ciudades costeras y es una cuestión de días el comienzo del cerco a Bengasi. En su retaguardia ya ha impuesto a sangre y fuego su orden. Y cumple su amenaza de liquidar a los que se han significado en los levantamientos contra su poder. Con la comunidad internacional volcada en el drama japonés y los Gobiernos occidentales compitiendo en la escalada de histeria colectiva, está claro que son los libios y no los japoneses los que van a morir en masa. Gadafi será dentro de días otra vez el amo absoluto de Libia y de las vidas de sus súbditos. Mejor no imaginarse sus represalias cuando controle el país. Allí están los muertos que no ha habido en Japón. Aún están vivos, pero su grito desesperado no se oye entre el guirigay de la histeria de los gobernantes occidentales y los aullidos del talibanismo que festeja la catástrofe nuclear no habida.

ABC - Opinión

Un bledo. Por Alfonso Ussía

O un rábano, si lo prefieren. No pienso perder ni un minuto más dedicando mi atención a quién será o no será el sucesor de Zapatero en el PSOE. Que si Rubalcaba, que si Chacón, que si Blanco, que si Bono, que si Solana, que si Leire Pajín… Bueno, tengo que reconocer que de darse la última de las opciones me bailarían las pupilas de júbilo, pero no va a ser.

Pero lo malo no es mi desinterés, una elección anímica individual. Lo malo para el PSOE es que también están desinteresados todos los posibles sucesores anteriormente citados. A nadie le gusta perder, y sea quien sea el que sustituya a Zapatero, con Congreso o sin Congreso, será el protagonista de un desastre electoral. De ahí mi humilde petición. Si la derrota es segura, ¿por qué no designan a Leire Pajín, que al menos nos hace bailar las pupilas de júbilo?

El PSOE siempre ha sido magistral en el dominio del despiste. No se habla en la calle de lo fundamental, sino de lo accesorio. «Gómez pinta sus autobuses de blanco». ¿Y qué? Pero se dedican páginas y toda suerte de comentarios a tan elemental nadería. Entonces se desvía la atención por los ERE de la Junta de Andalucía, que hasta el momento no han alarmado a la Fiscalía, tan caprichosa y amable cuando los que se lo llevan caliente son los socialistas. No obstante, me creo con el suficiente apoyo moral para reprender cariñosamente a muchos socialistas zapaterones.


Una cosa es que se hayan dado cuenta con siete años de retraso de que su Rodríguez es una burla. Y otra muy diferente que lo abandonen como están haciendo desde unos meses atrás. La dignidad obliga a hundirse con lo que queda de la nave. Tengo un amigo que, en su casa, luce un cartel de grandes dimensiones con la leyenda «sigo siendo de Zapatero». Me gusta su coherencia ideológica. Un socialista honrado y un votante con oro en su papeleta. Soporta a diario los comentarios irónicos y displicentes de su mujer y sus hijos, que han abandonado la nave como ratas. Cuando le pregunto a quién prefiere para suceder a su Zapatero del alma, me responde con seca contundencia: «A Zapatero». Pero no todo son desgracias en su ánimo. Ha heredado un piso en el Paseo de La Habana y lo ofrece en alquiler. Tiene dos ofertas. La de una viuda procedente de Málaga y la de un inmigrante marroquí que encontró provecho y fortuna en España. Y el muy bribón se lo ha alquilado a la viuda de Málaga, porque a pesar de su moderno socialismo, no se fía de los moros. Con la nueva ley que está ultimando Leire Pajín, estaría obligado a alquilárselo al honesto magrebí, porque doña Leire desea prohibirnos a los españoles la elección de uso sobre nuestros bienes, y esto no le termina de convencer a mi amigo el consecuente, que también es fumador y se sube por las paredes, porque su mujer, la que ha cambiado de bando, ha amenazado con denunciarlo por fumar en casa. No obstante, seguirá siendo de Zapatero, porque como dice y repite, «también los genios se equivocan eligiendo a la gente».

Y es posible que tenga razón con la sucesión de Zapatero. Un Zapatero sucedido por un Zapatero emergente. Faltan los brotes verdes, pero se pintan. Y nadie considera a Trini en la quiniela. Cuidado con Trini. Es a la única a la que no le importaría perder las elecciones porque no ha ganado ninguna. Y cada derrota le ha servido de trampolín. Jamás será presidenta del Gobierno, pero un batacazo ante Rajoy le puede llevar a la Secretaría General de la ONU. En fin, que me importa un bledo quién va a suceder a Zapatero, pero si no es Zapatero, apuesto por Trini. Bono, Solana, Rubalcaba y Chacón son demasiado listos para aceptar el mando de un chinchorro.


La Razón - Opinión

Alarmismo nuclear. ¡Marchando un Chernóbil!. Por Cristina Losada

Se han puesto a temblar, no ante una posible fuga radiactiva en Japón sino ante una posible fuga de votos en su territorio. Pues una cosa es anunciar que se aprenderá de la experiencia japonesa a fin de mejorar la seguridad de las centrales y otra distinta, suspender los programas nucleares en curso

El sensacionalismo de la prensa, que no es lo mismo que la prensa sensacionalista, sirve estos días un inminente Chernóbil del desayuno a la cena. Sus motivos tendrá. El pánico a un accidente nuclear sobrepasa con mucho el miedo a un terremoto y un tsunami. Además, los efectos de la catástrofe natural ya sólo pueden suscitar compasión, mientras que el temor mantiene en vilo. Así, la devastación que ha sufrido Japón, esto es, aquello que ha sucedido, pasa a un segundo plano desplazado por aquello que podría suceder.

Que podría suceder si la central nuclear de Fukushima fuera la central nuclear de Chernóbil. No es el caso, pero el agit-prop de quiosco no se distingue por prestar atención a la letra pequeña. Ni a la suya siquiera. De modo que cuelan analogías como la que presenta un tabloide español, según el cual, únicamenteun cofre de hormigón diferencia a la planta nuclear de un país como Japón de aquella que explotó, hace 25 años, en un país como la Unión Soviética. Entre una economía avanzada y otra en escombros, sólo una capa de cemento, ¿el Muro?


Previsible esa labor informativa, al igual que la explotación del incidente por los nuevos profetas del cambiante Apocalipsis, quedaba por ver cómo reaccionarían los gobiernos. Y algunos lo han hecho espantándose. Se han puesto a temblar, no ante una posible fuga radiactiva en Japón sino ante una posible fuga de votos en su territorio. Pues una cosa es anunciar que se aprenderá de la experiencia japonesa a fin de mejorar la seguridad de las centrales y otra distinta, suspender los programas nucleares en curso. Esa decisión de Alemania y Suiza –¿puede haber un tsunami en los lagos? – huele de lejos a decisión política oportunista. Más grave aún, equivale a reconocer que habían aprobado esos planes desde el desconocimiento o la infravaloración de los riesgos. ¿Cómo es que han tenido que esperar a las explosiones en Fukushima para abrir los ojos? Se trata de una confesión involuntaria de irresponsabilidad e incompetencia.

Tales suspensiones preventivas pretenden aplacar a una población alarmada y, sin embargo, excitan el alarmismo. Nada ayudan, desde luego, a proveer a la opinión pública de una adecuada visión de los riegos reales de la energía nuclear, como tampoco contribuyen a esa tarea desmitificadora quienes los minimizan. No existe el riesgo cero, pero frente a esta evidencia se levanta la paradoja actual: aceptarlo resulta más difícil cuanto mayor es el progreso material y tecnológico.


Libertad Digital - Opinión

Cataplasmas para la crisis. Por M. Martín Ferrand

De espaldas a la realidad, sufriremos menos sin ver llegar la pared contra la que nos vamos a estrellar.

ASEGURAN los italianos del Centro Nacional de Geofísica, gente sabia, que el terremoto que sacudió Japón ha desplazado en casi diez centímetros el eje de la tierra, la línea imaginaria que une el Polo Norte con el Sur. También podría ser al revés. Un desplazamiento del eje es la causa del terremoto y toma razón, a ojos ecologistas, del calentamiento de la tierra y la deforestación de la Amazonia o, en interpretación fatalista, nos anuncia la proximidad del fin del mundo. Es decir, que el Apocalipsis de san Juan se nos convierte en crónica de actualidad y pronto veremos «subir del mar una bestia con diez cuernos y siete cabezas, con una diadema en cada cuerno y un título blasfemo por corona». Aunque muchos, seguimos siendo pequeños, enanos, para interpretar las fuerzas de la Naturaleza y, más todavía, para dominarlas.

Nuestro tsunami particular, lo que nos arrolla y destroza aquí y ahora, es una creciente y, de momento, imparable crisis que cuenta por millones el número de parados y por miles de millones la deuda y el déficit públicos. Algo también apocalíptico que el ahora decaído José Luis Rodríguez Zapatero no quiso ver venir cuando estaba pletórico —el sabrá por qué— y ahora no sabe cómo atajar y contener en sus funestos efectos sociales y económicos que, a mayor abundamiento, como si en Miyagi quisieran, en este instante, acometer una reforma agraria, coincide con una crisis política que, reactivada por Artur Mas, supuesto hombre de orden, compromete la forma y la estructura, incluso el territorio, del Estado.

La patronal enteléquica y los sindicatos anacrónicos, bendecidos por el fantasma gubernamental, llevan tres meses de diálogo para perfilar una reforma laboral, negociación de convenios incluida, que, antes de que llegue San José, sirva para racionalizar y potenciar nuestros mecanismos productivos e incrementar el nivel de competitividad de la Nación. Han descubierto la cataplasma. Ignorantes de los avances clínicos, farmacológicos y quirúrgicos, quienes dicen representar a los empresarios y a los trabajadores —¿a quiénes representarán los diputados de la docena y media de Parlamentos en uso?—, vuelven a los modos de nuestros abuelos. Cataplasmas para la enfermedad por grave que esta sea. No quieren romper lo establecido e insisten en los convenios nacionales con referencia al IPC y, en general, con supuestos contrarios a las recomendaciones que vienen haciendo, desde dentro, el Banco de España y, desde el exterior, la Unión Europea, la OCDE y el FMI. Así, de espaldas a la realidad, sufriremos menos sin ver llegar la pared contra la que nos vamos a estrellar.


ABC - Opinión

Fukushima como excusa ‘progre’ para reabrir el debate nuclear. Por Federico Quevedo

A la hora de escribir estas líneas, los técnicos de la central nuclear de Fukushima parecían conseguir recuperar refrigerante en la central y alejar el riesgo de una fusión y la posterior catástrofe. No sé, porque no tengo una bola de cristal, lo que estará pasando cuando ustedes lean estas líneas, pero es evidente que se trata del gran tema, del asunto que moviliza los debates sociales y políticos en el mundo occidental desde que el pasado viernes un terrible terremoto de nueve grados en la escala Richter, y el posterior tsunami de una fuerza devastadora, asolaran Japón.

Ayer, en la encuesta de urgencia llevada a cabo por este periódico, más del 80% de sus lectores consideraba que el debate abierto sobre la seguridad en las centrales nucleares atufa a demagogia, y yo me alineo con la mayoría, sin lugar a dudas, aunque supongo que en el foro los del Pensamiento Único se harán notar, como siempre.


Si algo parece haber quedado bastante claro cuatro días después del terremoto, es que las centrales nucleares soportaron sin problemas el movimiento brutal de la tierra. Hoy sabemos que lo que ha provocado la crisis nuclear fue algo con lo que, probablemente, los expertos no contaban: la fuerza devastadora del mar. De hecho, fue el tsunami el que provocó que la central quedara aislada desde el punto de vista energético, impidiendo la acción de sus mecanismos de refrigeración. La estructura de la central había aguantado la embestida de la tierra y del agua, pero lo que no aguantó fue la ausencia de energía. Esta puede ser, sin duda, una lección de cara al futuro, y eso es lo que dicen los expertos que ahora hay que poner sobre la mesa: el riesgo de que un ‘apagón’ pueda provocar algo similar en las centrales que ahora mismo abastecen de energía a la mayoría de los países del mundo. De hecho, de ese asunto se va a hablar en los próximos días en las reuniones de expertos convocadas en el marco de la Unión Europea.
«Hoy, sin duda, estamos pagando los excesos de un Gobierno que ha hecho del ecologismo radical una religión y ha traducido sus dogmas en una apuesta sobredimensionada por las energías renovables, encareciendo hasta lo insoportable el coste de la energía en los hogares.»
Pero la izquierda ya ha aprovechado este debate para volver a plantear las dudas sobre la energía nuclear y la seguridad de las centrales. El argumento más repetido ayer en los foros de Internet era el de que basta con que exista el riesgo de un solo accidente nuclear para decir que no a este tipo de energía. Un argumento muy convincente, pero terriblemente demagógico, porque realmente si la humanidad hubiese hecho caso de quienes lo esgrimen, hoy todavía estaríamos viviendo en las cavernas y no habríamos evolucionado nada.

Lo cierto es que la humanidad ha progresado a fuerza de asumir riesgos, y a fuerza de accidentes inevitables unas veces, evitables otras, provocados o fortuitos. Si reflexionáramos de verdad, con sentido común, sobre el accidente de la central de Fukushima, a lo que debería de conducirnos es a una constatación de la seguridad con la que se construyen estas centrales, y eso que de la que hablamos procede de la década de los setenta, hasta el punto de soportar un terremoto de nueve grados en la escala Richter.

Eso es lo que debería de llamar nuestra atención porque, ¿cuántas veces más se van a producir terremotos de esa magnitud? ¿Cuántas catástrofes más como la vivida por Japón creemos que pueden sucederse en países como el nuestro? ¿Qué probabilidades hay de que el Mediterráneo sufra un terremoto de ese calibre, y su costa sea devorada por un tsunami que provoque un accidente nuclear en la central de Vandellós? Lo digo por simular una situación parecida a la de Japón. Ni siquiera en el caso de Garoña es posible la comparación, a pesar de que la central data de la misma fecha que la de Fukushima… Más bien al contrario, a lo que debería de llevarnos es a la tranquilidad de saber que estas centrales, incuso las más antiguas, tienen unos niveles de seguridad muy elevados incluso en situaciones extremas como la vivida por Japón. ¿Eso significa que no puede ocurrir un accidente? En absoluto. Esa posibilidad siempre va a estar ahí, pero como lo está en todas y cada una de las acciones que el hombre lleva a cabo en beneficio de su propio desarrollo y progreso.

Hacer demagogia sobre el accidente de Fukushima es fácil y recurrente. Cada vez que ocurre una catástrofe de estas características el fundamentalismo ecológico sale a la luz, pero lo cierto es que negar hoy las ventajas de la energía nuclear es una auténtica barbaridad. Un país como el nuestro no tiene otra manera de reducir su dependencia energética no siendo la de incrementar la producción propia por esa vía, porque cualquier otra implica unos costes finalistas que los usuarios no van a poder seguir soportando y menos en tiempos de crisis como los actuales. Hoy, sin duda, estamos pagando los excesos de un Gobierno que ha hecho del ecologismo radical una religión y ha traducido sus dogmas en una apuesta sobredimensionada por las energías renovables, encareciendo hasta lo insoportable el coste de la energía en los hogares. Nadie dice que no deba haber una contribución importante de la producción energética procedente de las centrales eólicas, fotovoltaicas, etc, pero sin duda la energía nuclear -más limpia, más barata, más duradera- debe tener un papel importante en nuestro mix energético futuro, incluso más importante que el de las renovables.


El Confidencial - Opinión

Los mercados y el tsunami

Los mercados financieros internacionales abren hoy sus puertas agitados por la incertidumbre de Japón, cuya economía sufre ya los efectos letales del terremoto y el tsunami. Pese a que el Gobierno de Tokio ha garantizado la inyección de liquidez necesaria para evitar los ataques especulativos, lo cierto es que los expertos temen la apertura de los mercados y el desplome de la Bolsa de Tokio, que no ha levantado cabeza desde el año 2008. Ya nadie pone en duda que la tragedia trasciende las fronteras del país y que su onda expansiva supone también un serio problema económico para el resto del mundo, en especial para Estados Unidos y Europa. Japón no ha vivido en las últimas décadas su mejor ni más ejemplar era económica. La crisis de los noventa y la burbuja tecnológica de principios de 2000 dejaron al descubierto un país con una banca excesivamente debilitada para alimentar a la, entonces, segunda potencia económica del mundo. Los años sucesivos siguieron la misma tónica y en 2009 el país sufrió un desplome severo del 6,3%, lo que le llevaría a ceder a China la segunda plaza económica mundial, puesto que venía ocupando desde 1968. Si bien en 2010 su PIB creció un 3,9%, las previsiones para el presente ejercicio eran ya lo bastante discretas, un 1,3% de crecimiento, que pueden venirse al traste si se confirman los peores augurios sobre daños en propiedades, aparato productivo, sector energético, instalaciones portuarias, infraestructuras... El Banco de Japón calcula que las pérdidas podrían ascender a los 100.000 millones de dólares, lo que equivaldría a decir que el terremoto y el tsunami han sepultado alrededor del 2% del Producto Interior Bruto del país. Hay que tener en cuenta que la zona devastada generaba el 16% del PIB total. Por otro lado, el cierre de una docena de reactores nucleares, que aportaban buena parte de la energía eléctrica, exigirá drásticos planes de ahorro y aumentar las importaciones de gas, lo que sin duda repercutirá al alza en las cotizaciones internacionales. En el aspecto monetario, el yen puede verse fortalecido, pero eso causaría un problema adicional: el encarecimiento de las exportaciones para un país que vive de lo que vende a los demás, fundamentalmente industria y bienes de equipo. En concreto, el sector exterior representa nada menos que el 40% de su riqueza nacional. Otro dato inquietante es que uno de los motores económicos del país, la industria automovilística, está paralizado, con la única excepción de Mazda. Ante este panorama generado desde el viernes y con los mercados cerrados, es preciso plantearse la necesidad de una urgente acción concertada a escala internacional para impedir, primero, que la economía japonesa entre en una deriva incontrolada y para, después, favorecer su estabilización, de modo que no arrastre a las demás economías justo en el momento más delicado. Es probable que Europa y EE UU tengan que revisar sus previsiones y rebajar sus expectativas de recuperación. Pero también puede ser una oportunidad para profundizar en la coordinación de medidas conjuntas, hasta ahora bastante ausentes en los diferentes planes de recuperación.

La Razón - Editorial

Alarmismo nuclear. El Chernóbil de la demagogia. Por José García Domínguez

Europa, patria universal del miedo, incapaz siquiera de mover un solo soldado a fin de acabar con una carnicería a cien kilómetros de sus fronteras, se conduce cada vez más como un niño malcriado.

A espera de lo que ocurra con las centrales de Japón, el Chernóbil de la demagogia ya ha estallado en las redacciones de los periódicos, cantera ahora mismo de una súbita inflación de avezados peritos en seguridad nuclear. Es sabido, en este negocio el más tonto fabrica relojes radiactivos. Así las cosas, ha empezado otra disputa soterrada donde el amarillismo cripto-ecologista y el pro-atómico juegan una y la misma baza: tomar por menor de edad a la opinión pública. Los unos, augurando la inminencia cierta del Apocalipsis de San Juan en los quioscos; los otros, pugnando por expandir el cuento de hadas de que un reactor termonuclear acarrea riesgos parejos a los de un molino de viento. Aunque lo peor es que, en el fondo, ni los unos ni los otros yerran la estrategia.

Europa, patria universal del miedo, incapaz siquiera de mover un solo soldado a fin de acabar con una carnicería a cien kilómetros de sus fronteras, se conduce cada vez más como un niño malcriado. Un niño que lo quiere todo porque, en su cosmovisión pueril, pretende habitar un mundo sin costes; un gozoso jardín de infancia en el que las recetas de los jarabes no conocen el apartado de las contraindicaciones. Al contrario de cuanto acontece en el aciago orden de los adultos, de continuo abocado a la condena de tener que elegir. Sin ir más lejos, la nuclear ni resulta una energía completamente segura, ni en absoluto se antoja imprescindible. A fin de cuentas, España podría desprenderse de ella hoy mismo. Nada nos lo impide.

Bastaría para ello con que renunciásemos de grado a confluir algún día con los países punteros del continente. Únicamente eso. Y es que, pese a importar el ochenta por ciento de la energía, como resulta ser el desolador caso, disponemos de alternativas. Por más señas, de dos: o nuclear, sí gracias; o bienvenidos a Portugal. Siempre nos cabrá elegir, pues. Mientras, en este pobre país tan dado al escapismo, cuestiones de Estado como la ubicación óptima de los residuos radiactivos constituyen una prerrogativa municipal. Prosaica bagatela sometida arbitrio de alcaldes de pueblo. Todo con tal de que nuestros supremos infantes, Zapatero y Rajoy, sigan esquivando las responsabilidades propias de los mayores. Qué Dios nos coja confesados.


Libertad Digital - Opinión

Radiactividad política. Por Ignacio Camacho

Bajo la psicosis emotiva de la opinión pública, los políticos temen más las fugas de votos que las de partículas.

A falta de una evaluación fiable de sus daños y consecuencias reales, el accidente de Fukushima ha expandido ya a escala planetaria un severo escape de radiactividad política. El lobby antinuclear —que existe como existe un lobby favorable, y con idéntica o mayor pasión activista— se ha lanzado en tromba a tratar de recuperar con agitación oportunista las posiciones que venía perdiendo en el largo debate sobre la energía atómica. Y ha cosechado triunfos rápidos a lomos del Caballo Pálido —«el infierno le seguía»— y de la estructura emocional de los estados de opinión pública. Merkel ha aplazado su plan de expansión de centrales y Obama titubea en medio de una fuerte tormenta sociológica; en período preelectoral los gobernantes temen más las fugas de votos que las de partículas y atienden a su propio blindaje más que al de los reactores de plutonio. Ningún estratega político aconsejaría profundizar en este debate bajo la psicosis de una sacudida emotiva.

Sucede que al Gobierno español le ha pillado el problema a contrapié de sus habituales indefiniciones. Se puede estar a favor o en contra de la energía nuclear, y ambas posturas son legítimas y respetables aunque a menudo estén contaminadas de prejuicios, pero cuando se tiene responsabilidad de poder conviene atenerse a algún criterio y no dar bandazos retráctiles. Eso es exactamente lo que han hecho los zapateristas respecto a la vida útil de las instalaciones actuales, cuyo calendario de cierre sometieron primero a sus caprichosos mantras ideológicos —a despecho de juicios e informes técnicos— para acabar forzados a envainarse el órdago. Ahora quizá se sientan incómodos porque el sensato viraje les haya cogido, ya es mala suerte, con el pie cambiado en plena polémica internacional; son los efectos derivados de la ausencia de una opinión clara.

En vísperas de elecciones en España, nadie salvo los ecologistas y la izquierda radical saldrá de la ambigüedad calculada. Tampoco el PP, cuya opción nuclear se esconde bajo vergonzantes propuestas intermedias. El accidente japonés va a aconsejar a los directores estratégicos no meterse en conflictos, lo que equivale a dejar el terreno libre a la ventajista alharaca apocalíptica. Malos tiempos para aventurarse a romper tabúes tan profundos cuando hasta los alemanes reculan y ganan tiempo: si Fukushima acarrea consecuencias graves será menester revisar los protocolos de seguridad vigentes, y si no tal vez dé la vuelta el viento y el inquietante episodio japonés acabe convertido en el paradigma de la resistencia tecnológica ante desafíos de gran escala.

Eso sí: como no somos Alemania ni tenemos su solvencia energética seremos los ciudadanos, convertidos al efecto en simples consumidores, quienes sigamos pagando en la factura eléctrica los costes de la procrastinación y la espera.


ABC - Opinión

El valor de un líder

Esperanza Aguirre ha pasado por un complicado trance de salud estas semanas, pero su fuerza vital parece tan poderosa como sus principios y convicciones. Lo demostró de nuevo ayer en una importante comparecencia en el foro de debate de nuestro periódico «LA RAZÓN de...», al que asistieron numerosas personalidades de la política, la empresa y la cultura. Entre las muchas cualidades de la presidenta de la Comunidad de Madrid está que siempre habla alto y claro. Sus palabras fueron de preocupación por la situación económica, pero también de esperanza y fe en las posibilidades de España para salir de una crisis que interpretó como una oportunidad de «coger impulso y cambiar» todo lo que se ha descubierto «obsoleto o inútil». Aprender de los errores, en suma, y corregirlos «haciendo bien las cosas». Las reflexiones de Aguirre tienen el valor añadido de provenir de la máxima responsable de una Comunidad que es hoy el motor económico de España y que ha soportado la recesión mejor que ninguna otra región o autonomía. En 2010, la Comunidad madrileña lideró el crecimiento económico de España (0,7%), mientras el Estado caía por segundo año consecutivo (-0,1%). Con 15 meses de resultado positivo, Madrid aporta uno de cada cinco euros de la actividad financiera española. Las políticas de Esperanza Aguirre fueron capaces de crear empleo el pasado año mientras éste se destruía en el conjunto del país. Además, Madrid encabeza la mayoría de indicadores, como la compraventa de viviendas, la constitución de créditos hipotecarios, la creación de empresas o el incremento de turistas. Estamos, sin duda, ante un balance espectacular al que habría que sumar programas como el de los nuevos hospitales, colegios bilingües o infraestructuras. Durante su intervención en La Razón, Esperanza Aguirre repasó la hoja de ruta para salir de «esta pavorosa crisis». Como ya ha demostrado en estos casi ocho años al frente de la Comunidad, «las mejores soluciones son las liberales y las que ponen la libertad de los individuos por delante de los prejuicios ideológicos de nadie». Como resaltó ayer, cree con toda razón que el catálogo de reformas profundas que el próximo Gobierno de España tendrá que emprender supone «una tarea formidable» que afectará a múltiples campos. Así, defendió un cambio profundo en la Educación, un nuevo modelo energético, sin prejuicios contra la energía nuclear, y otro modelo laboral, que repare los obstáculos derivados de «los convenios colectivos, las dificultades para contratar de una manera flexible o la intrincada selva de una legislación laboral complicadísima». Y habló de actuaciones en el sistema impositivo, de pensiones o «del extraordinario modelo sanitario, amenazado por unos gastos descomunales», así como «de restaurar los consensos institucionales y constitucionales que Zapatero rompió». Es, en suma, el ambicioso guión de un pilar político fundamental en el proyecto nacional y de cambio de Mariano Rajoy. Convencida liberal y excelente gestora, Esperanza Aguirre es mucho más. Vence y convence incluso a la enfermedad. Un ejemplo magnífico y un motivo de esperanza.

La Razón - Editorial

Alarma nuclear

Las explosiones en Fukushima avivan la polémica sobre el desarrollo de este tipo de energía.

La terrible catástrofe sufrida por Japón en estos últimos días ha afectado a todos los sectores productivos y a la vida de cientos de miles de personas. Pero lo que quizá ha despertado mayor inquietud ha sido el daño sufrido por algunas plantas nucleares situadas en la zona más castigada por los terremotos, empezando por el mayor, de magnitud 8,9, y el tsunami posterior. La inquietud se debe, más que a los efectos nocivos sobre la población o el medio ambiente, menores hasta este momento, sobre todo a la potencialidad de graves emisiones de radiactividad al medio ambiente y al efecto que puede tener sobre el debate mundial acerca del papel de la energía nuclear en el futuro.

Ante los problemas de seguridad de suministro, volatilidad de precios y emisiones de gases de efecto invernadero, se discute sobre la necesidad de impulsar un profundo cambio en nuestro paradigma energético para las próximas décadas, tanto desde el lado de la demanda, con medidas de ahorro y eficiencia energética, como desde el de la oferta, con fuentes de energía libres de carbono. La energía nuclear es uno de los candidatos a complementar el creciente papel que deben jugar las renovables en nuestro futuro esquema de suministro energético.


Los sucesos de Japón ya han afectado al debate y han suscitado reservas sobre el uso de esta energía y, dependiendo de lo que ocurra con los reactores dañados del complejo de Fukushima, podrían suponer un nuevo parón de décadas, tal como ocurrió tras los accidentes de Three Mile Island, en 1979, y Chernóbil, en 1986, o incluso un abandono definitivo de la alternativa nuclear. El primer impacto político se ha producido en Alemania: la canciller Merkel ha decidido suspender la prolongación del funcionamiento de sus 17 centrales nucleares en tanto se revisan los estándares de seguridad de las plantas.

Lo que les ha ocurrido a los reactores de la central de Fukushima es probablemente lo peor que podía imaginarse, con un terremoto de inusitado poder destructivo y un tsunami que, además de agravar los daños, ha dificultado el acceso a las instalaciones y el transporte del equipamiento necesario para paliar los daños. En general, los reactores han respondido con seguridad excepto dos, o quizá tres, en los que está siendo difícil extraer el calor residual generado dentro del núcleo debido a las desintegraciones del material radiactivo en su interior. Si dicho material escapa de los sistemas de contención y se difunde por el exterior, es muy probable que se produzca una reacción contraria a cualquier desarrollo de nuevas plantas, por más seguras y perfeccionadas que sean.

Si, por el contrario, el inventario de materiales radiactivos se mantiene confinado dentro de los recintos de las centrales, los daños a la salud de las personas serán reducidos, y el debate adoptará formas distintas aunque, en todo caso, supondrán una clara inflexión en la actual tendencia a considerar la energía nuclear como una tecnología valiosa para el futuro.


El País - Editorial

Japón, lecciones de un país ejemplar

Japón nos ha enseñado en sólo tres días cómo funciona un país, cómo se mide ante la fatalidad y cómo debe sobreponerse a golpes inesperados y demoledores como el del terremoto del pasado viernes.

Japón acaba de ser víctima de una de las mayores catástrofes naturales que se recuerdan. Un terremoto de 9 en la escala de Richter seguido de un devastador tsunami que ha arrasado gran parte de su costa oriental. La tragedia se cifra en términos humanos en unas 5.000 víctimas, un número infinitamente menor al que se registró en el tsunami del Índico en diciembre de 2004 (230.00 víctimas) o al del reciente terremoto de Haití (316.000 víctimas).

Los japoneses han demostrado al mundo que su tesón y esfuerzo durante generaciones para luchar contra las fuerzas de la naturaleza ha terminado dando frutos. Ese triunfo de nuestra especie sobre los elementos es algo todos deberíamos celebrar. Lo que en cualquier otro país hubiese constituido un drama de incalculables dimensiones, en Japón se ha saldado con un número muy modesto de muertes, cuantiosos destrozos –aunque perfectamente asumibles para una economía como la japonesa– y 11 reactores nucleares parados, uno de los cuales se encuentra actualmente en problemas de sobrecalentamiento aunque no existen riesgos de que esto provoque una catástrofe nuclear del estilo de la de Chernóbil.


Pero ese no ha sido el único ejemplo que Japón ha dado al resto de las naciones. La sociedad japonesa nos ha entregado una admirable lección de civismo y templanza en unos dramáticos momentos en los que ambas virtudes tienden a olvidarse. Sólo tres días después de la catástrofe, Japón ha vuelto a la normalidad. Exceptuando a las brigadas de emergencia que asistían a los damnificados y a los retenes de limpieza en las zonas afectadas, el resto del país ha vivido un lunes casi como cualquier otro. Hoy en Tokio los transportes, las oficinas, la Bolsa de Comercio, los colegios y organismos públicos han funcionado como sino hubiese pasado nada. A pesar de los cortes de luz programados, no se han producido saqueos ni problemas de orden público, todo lo contrario, los tokiotas se han esforzado más que nunca por cooperar entre ellos para salir juntos del mal trago.

Japón nos ha enseñado en sólo tres días cómo funciona un país, cómo se mide ante la fatalidad y cómo debe sobreponerse a golpes inesperados y demoledores como el del terremoto del pasado viernes. Japón, en definitiva, nos reconcilia con lo mejor del ser humano, esa extraordinaria criatura que, cuando se lo propone, jamás se da por vencida.


Libertad Digital - Editorial

Un debate nuclear en frío

Las autoridades tienen la obligación de proteger al ciudadano, pero también de garantizar el necesario suministro de energía.

LOS graves incidentes que desde el pasado viernes vienen afectando a varias centrales japonesas pueden resultar extremadamente útiles para el debate nuclear, pero a condición de que se enfoquen correctamente. Frente a un mismo hecho, bien conocido, se puede poner el acento en unos mecanismos de seguridad que no han podido prever todas las eventualidades destructivas de la naturaleza, pero también resulta legítimo subrayar que —incluso sometidas al mayor terremoto de la historia de Japón, seguido de un gigantesco tsunami— sólo algunas centrales niponas han sufrido consecuencias, y éstas en un grado hasta ahora controlable. En el peor de los casos, el diseño de estas plantas impediría que se produjese una fuga de radiactividad similar a la que escapó hace veinticinco años de Chernobil. Hay razones para preocuparse, pero siempre que el foco de esa inquietud se dirija hacia argumentos alejados de la demagogia habitual. Muchos países europeos, empezando por Alemania, han decidido dar una vuelta más al debate sobre la necesidad de prolongar la vida útil de las centrales atómicas, un gesto que pretende —inútilmente, sin duda— alejarlo de la batalla electoral más inmediata, a pesar de que no se han producido incidentes similares en Alemania y de que lo sucedido en Japón no cambia las necesidades energéticas de la primera economía continental. Sería mucho más acertado revisar las condiciones en las que se planea construir o se explotan centrales nucleares en países como Irán o Corea del Norte, que comparten con Japón los elevados riesgos sísmicos, pero no la tecnología ni la organización para hacer frente a una situación similar.

Las pruebas a las que se pretende someter a las centrales atómicas europeas pueden ser de gran utilidad ahora que la experiencia ha demostrado hasta qué punto es posible que las fuerzas telúricas lleguen a afectar a sus condiciones de funcionamiento. La ausencia total de riesgo no existe, como no existe la seguridad absoluta de que una parte cualquiera del planeta no sea devastada por un fenómeno natural. Las autoridades tienen la obligación de asegurar un máximo de protección para sus ciudadanos frente a accidentes imprevistos, pero también el necesario suministro de energía para mantener la actividad de las sociedades desarrolladas.


ABC - Editorial