domingo, 13 de marzo de 2011

Blanco, misión imposible. Por Eduardo San Martín

Nunca se había visto tan espídico a José Blanco, el gallego tranquilo que suele rubricar con una sonrisa afable (¿o es efecto de la miopía operada?) incluso el exabrupto más tosco, al que es tan aficionado. Esa mañana, Blanco se mostró inusualmente faltón con los periodistas: yo he sido quien ha decidido apartar a Zapatero de la campaña para el 22-M y no me da la gana explicar por qué. Que no quiera explicarlo es su problema, porque hasta el más parvo de los observadores ha elaborado su propia exégesis. Casi todos la misma. Y que subraye con tanta insistencia que se trata de una decisión personal delata más bien lo contrario. ¿Si Zapatero hubiera insistido en implicarse activamente en la campaña, Blanco se lo habría impedido? Pero da igual Pedro que Juan. En realidad, el que ha decidido escamotear al líder ha sido el pánico que se ha apoderado de los candidatos socialistas y de sus cargos electos.

El objetivo declarado de la decisión, seguramente filtrado por el propio Blanco, es no hacer el juego al PP convirtiendo la próxima campaña en un debate general, y el voto del 22-M, en un plebiscito sobre el presidente del Gobierno. Inútil propósito. Cualquier elección de esa amplitud constituye un test de carácter nacional, lo quieran o no sus candidatos, en especial cuando cunde la percepción de un cambio de ciclo; y se convierte, por eso mismo, en un presagio de lo que ocurrirá en las siguientes generales. Sucedió en 1981 y en 1995.

Se trata, además, de la primera cita electoral importante tras la crisis. Imposible privar a tanto ciudadano cabreado del placer de castigar a quien considera responsable de sus males, aunque lo hayan escondido detrás del biombo. La tarea de Blanco, por tanto, no consiste en ejercer de prestidigitador, sino en invertir esas inclinaciones. Difícil, incluso para él.


ABC - Opinión

Objetivo: borrar a Zapatero del mapa (electoral, se entiende). Por Federico Quevedo

Por una vez, y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y con el reproche que el jueves les hacía a los barones regionales y a los dirigentes de su partido que han apostado por apartarle de la campaña electoral. “A mí ya me han juzgado en otras ocasiones. Ahora, yo voy a tratar de que a los compañeros les vaya lo mejor posible, y les voy a dar todo mi apoyo” ha dicho Rodríguez, lo que traducido a un lenguaje que todos podamos entender, viene a querer decir algo así como: “No soy yo el que me presento, sino vosotros, y si perdéis, no seré yo el que pierda, sino vosotros, así que ateneos a las consecuencias porque ya estoy harto de que vayáis por ahí diciendo que vais a perder por mi culpa”. Y no le falta razón. En el fondo, Rodríguez se tiene que sentir herido por el desprecio continuo que de él hacen sus compañeros de partido. En su exagerada autoestima es más que probable que ni siquiera piense que él resta, sino que creerá que todavía sigue sumando, con lo cual debe de entender todavía menos el que los barones socialistas no quieran verle ni en pintura.

Y, ¿por qué digo que tiene razón? Pues verán, básicamente porque siendo cierto que si en las próximas elecciones de mayo se produce la debacle socialista que pronostican las encuestas -que ya veremos-, la política de Rodríguez y su empeño en conducirnos a la ruina tendrá mucho que ver, también lo es que los barones socialistas y los dirigentes del PSOE que ahora se distancian de él son tan responsables como él de esa política, por acción o por omisión, pero son igual de responsables, o de co-responsables. Y el 22 de mayo se les va a juzgar como tales. No es que los ciudadanos les vayan a castigar a ellos por lo que ha hecho o lo que ha dejado de hacer Rodríguez, sino que les van a castigar por haberle dejado, incluso por haber respaldado, una manera de hacer política que nos ha conducido a donde ahora estamos, es decir, al borde del abismo, sino en el propio abismo. ¿Cuántas veces le han dicho el señor Barreda, el señor Fernández Vara, el señor Griñán a Rodríguez que “por ahí no, por ese camino te equivocas, no cuentes con nosotros”? Ninguna, que yo sepa, y que sepamos todos. Es más, les hemos visto y oído respaldar públicamente todas y cada una de sus medidas, todas y cada una de sus palabras, todas y cada una de las veces que cogía la pala para cavar un poco más la fosa en la que el propio Rodríguez va a enterrar al PSOE.
«En el PP, es cierto, también hay mucho desconcierto porque no pueden creerse que las encuestas ofrezcan tanta ventaja y por eso Arriola se ha inventado un sondeo más ajustado que baja los humos de los populares y les vacuna contra el exceso de optimismo.»
Luego, ahora que no se quejen, que no intenten evitar la presencia de Rodríguez para huir del debate nacional y localizarlo, porque por mucho que se empeñen y por mucha estrategia de la que ahora presuma Pepiño Blanco, lo cierto es que la ciudadanía está que se muere de ganas de hacerle pagar al PSOE en las urnas sus errores, y lo va a hacer el 22 de mayo, les guste o no. Hace unas semanas les dije, en unas líneas como estas, que cada vez estaba más convencido de que Rodríguez sería de nuevo el candidato socialista en las elecciones generales y lo argumentaba en la confluencia de una serie de factores que todavía hoy siguen vigentes para sostener esa teoría: la desactivación de Rubalcaba al que Rodríguez ha utilizado como liebre para despistar; la desactivación de los sindicatos, incapaces de responder en la calle a los recortes sociales del Gobierno y a sus reformas; la desactivación de los barones y de la oposición interna en las elecciones del 22 de mayo, si se cumplen las previsiones, y la propia convicción de Rodríguez de que una vez cumplido el castigo de las urnas en las autonómicas y municipales podrá recuperar parte del terreno perdido gracias a una incipiente recuperación y al supuesto miedo que daría a una parte de su electorado la vuelta al poder de la derecha.

Me puedo equivocar, obviamente, y que resulte que después de las elecciones de mayo la debacle sea tal que obligue a Rodríguez a renunciar a sus propósitos e, incluso, a convocar elecciones en otoño, y al PSOE a afrontar un delicado proceso de primarias en el que seguramente participarían los dos únicos candidatos que hoy por hoy seducen a los socialistas: Rubalcaba y Chacón. Si eso es así, querrá decir que el desmoronamiento al que ha conducido Rodríguez a su propio partido es histórico. Son muchos los socialistas que creen que en mayo va a ocurrir lo mismo que ocurrió en las catalanas: que la realidad superó, incluso, lo que pronosticaban los sondeos. En el PP, es cierto, también hay mucho desconcierto porque no pueden creerse que las encuestas ofrezcan tanta ventaja y por eso Arriola se ha inventado un sondeo más ajustado que baja los humos de los populares y les vacuna contra el exceso de optimismo. La realidad, sin embargo, es que con Rodríguez o sin Rodríguez, el PSOE va a sufrir un severo castigo y es más que probable que algunos de sus actuales barones se queden sin su baronía, pero la culpa, siendo de Rodríguez, también será suya por haber aplaudido todos y cada uno de los pasos que el presidente ha dado para conducirnos a esta situación a los españoles, y a su propio partido. Ahora, que no se quejen.


El Confidencial - Opinión

Sobre la naturaleza. Por José María Carrascal

«No obedecemos otra norma que la de nuestra conveniencia, con la arrogancia de los que se creen reyes de la Creación»

ACT of God llaman los anglosajones los eventos fuera del control humano, a los que los latinos llamamos desastres naturales, aunque tan naturales no son pues nos sorprenden y atemorizan siempre. Ahora que está tan de moda el culto a la naturaleza, convendría recordar que el hombre es el único ser que no se ha sometido servilmente a ella, y no ha hecho otra cosa desde el principio que contravenir sus leyes, lo que muy bien pudiera haber sido la causa de su expulsión del Paraíso. ¿Expulsión? Yo diría, salida voluntaria en cuanto empezamos a razonar. No por nada, todo arrancó del «árbol de la sabiduría», y la dichosa «la manzana del bien y del mal». Desde entonces, nuestro camino ha sido alejarnos lo más posible de aquel paraíso terrenal e imponer nuestras leyes a las suyas (eso sí, añorándolo, pues otra de nuestras principales características es creer que todo tiempo pasado fue mejor, como cantó con nostalgia el poeta). En cualquier caso, nuestro avance en el terreno de lo «antinatural» es espectacular: volamos sin ser aves y nos sumergimos en las profundidades oceánicas sin ser peces. Creamos calor en invierno, frío en verano y no obedecemos otra norma que la de nuestra conveniencia, con la arrogancia de los que se creen reyes de la creación.

Pero la naturaleza sigue ahí, bajo nuestros pies y sobre nuestras cabezas. Es más, sigue dentro de nosotros porque somos, nos guste o no, naturaleza, y quien lo dude no tiene más que recordar las maldades, tragedias, desastres causados por el hombre a lo largo de la historia, muy superiores a las causadas por la naturaleza, que se limita a cumplir sus leyes, mientras el hombre es capaz de violar las suyas, convirtiéndole en el más feroz de sus enemigos.

De tanto en tanto, sin embargo, la naturaleza nos recuerda que sigue ahí, que ni de lejos la hemos dominado del todo. Y lo hace con esa fuerza ciega, gigantesca, arrasadora que guarda en sus entrañas, con un terremoto, un ciclón, un tsunami, o todos ellos juntos, llevándose por delante cuanto encuentra a su paso, haciendo añicos nuestros juguetes y devolviéndonos a nuestra desnudez original. Igualándonos en suma. La naturaleza no discrimina entre hombre y mujeres, niños y ancianos, blancos y negros, cultos e incultos. Y esta visto que no le gustan lo más mínimos nuestros cada vez más fuertes desafíos: esas construcciones al borde mismo del mar sin tener en cuenta su fuerza, esas aglomeraciones urbanas que se convierten en ratoneras en caso de emergencia, la artificialidad creciente de nuestra vida, que nos hace depender de unos suministros vitales llegados de muy lejos. Y muestra su enfado de forma contundente, recordándonos que no somos los señores de la naturaleza. Somos parte de ella.


ABC - Opinión

Reforma. ¿Quién debe ligar los salarios a la productividad?. Por Juan Ramón Rallo

Hasta aquí todo claro: si somos más pobres, somos más pobres, y eso ni Zapatero, ni Toxo, ni Méndez pueden remediarlo, sólo ora ocultarlo ora redistribuir las pérdidas desde los trabajadores más eficientes a los menos eficientes.

Aunque algo de sensatez haya en eso de que los salarios de toda la economía no se revaloricen automáticamente según lo haga la inflación, tampoco deberíamos considerar que el voluble compromiso zapateril de ligar la evolución de los sueldos a la productividad constituye la panacea a nuestros problemas.

Empecemos por lo básico. Imagine que el precio de la gasolina se le encarece y que, por tanto, usted puede realizar diariamente menos desplazamientos en automóvil. ¿Tendría algún sentido que usted mismo se engañara afirmando que ahora es más rico y puede realizar un mayor número de desplazamientos? No, mas eso es lo que puede suceder cuando en una economía indexamos indiscriminadamente los salarios a la inflación: debido a la mayor escasez relativa de petróleo (reflejada en su mayor precio), somos capaces de producir menos bienes y servicios y, sin embargo, incrementamos los salarios, algo que significa que podemos adquirir más bienes y servicios.

¿Pero de dónde vamos a poder adquirirlos? ¿Acaso los sindicatos se sitúan por encima de las leyes de la física? No, simplemente el alza salarial por decreto condenará a una parte de los trabajadores al desempleo (cuya demanda de bienes y servicios por tanto caerá a cero) y la otra parte disfrutará de un mayor consumo rapiñando los bienes que ya no pueden consumir los nuevos parados.


Hasta aquí todo claro: si somos más pobres, somos más pobres, y eso ni Zapatero, ni Toxo, ni Méndez pueden remediarlo, sólo ora ocultarlo ora redistribuir las pérdidas desde los trabajadores más eficientes a los menos eficientes.

Así pues, si ligar los salarios a la inflación no es una buena idea, ¿lo será en tal caso vincularlos a la productividad? En abstracto sí. Pero descendamos a la realidad. Debemos indexar cada salario a la productividad... ¿de quién? ¿De la economía? ¿De un sector económico? En esos supuestos, si por ejemplo la productividad agregada del sector textil se eleva año tras año gracias a la genialidad innovadora de Zara y a pesar de la mediocridad de sus competidores, aumentar los salarios de todos los trabajadores según la superior productividad de los de Zara sólo abocará a los competidores de ésta a la quiebra más inmediata, pues sus costes crecerán más de lo que puedan hacerlo sus ingresos.

Lo lógico es fijar el salario de cada trabajador en función de la evolución de su propia productividad, esto es, del valor que posee hoy la riqueza que un determinado empleado contribuirá a crear mañana dentro de un plan empresarial. Pero, ¿quién puede anticipar hoy cuál será la riqueza creada mañana? Nadie, ni siquiera el empresario, simplemente porque no conocemos el futuro.

Ahora bien, dado que si un empresario abona salarios más elevados que la riqueza que crearán en el futuro sus trabajadores perderá dinero, parece lógico que se le deje la libertad de equivocarse, esto es, de pactar la remuneración de cada trabajador con el propio trabajador. No deberían ser los sindicatos ni el Gobierno quienes con ojo del mal cubero establecieran cuál va a ser la productividad de un obrero, pues en tal caso sus errores los sufrirá por entero el empresario. ¿Creen que una ideologizada izquierda tendrá algún incentivo a establecer cuál es la productividad real de un trabajador cuando puede descargar el coste de sus errores en el maléfico empresario? Y aunque lo tuviera, ¿creen que una camarilla de planificadores centrales puede conocer la productividad de cada uno de los 15 millones de trabajadores españoles? Obviamente no.

¿Y si un empresario fija los salarios por debajo de la productividad de un trabajador? Pues simplemente dejen operar a la competencia: si se paga 10 a una persona que produce 20, otro empresario vendrá –o el obrero podrá buscar a otro empresario– dispuesto a pagarle 11, pues la diferencia sigue siendo bastante jugosa.

Dejen actuar al mercado; no porque éste nos vaya a dar salarios más altos o más bajos que los que pueda fijar el Gobierno, sino porque nos dará salarios que permitan crear empleo y maximizar nuestra riqueza dentro de nuestras posibilidades. Justo lo contrario que cuando los fijan los sindicatos, oiga.


Libertad Digital - Opinión

Responsabilidad PSOE. Por M. Martín Ferrand

Se puede discutir sobre el cómo y el cuánto debe repartirse la riqueza, pero después de generarla.

SEGÚN se intensifica y agrava la crisis económica que ensombrece el futuro del euro y de los países que lo comparten, se hacen más frecuentes las reuniones de los jefes de los Gobiernos afectados, José Luis Rodríguez Zapatero entre ellos. Angela Merkel pretende ahora la búsqueda común de soluciones para un problema del que, en puridad, sólo hay escapada si el Viejo Continente renuncia a una parte sustancial de las «conquistas sociales» que, desde la inspiración socialdemócrata, han creado el Estado de bienestar, tan hermoso en su formulación como insostenible en su práctica. Se puede discutir sobre el cómo y el cuánto debe repartirse la riqueza, pero después de generarla. Hacerlo por anticipado es una utopía disuasoria del esfuerzo en la que nos hemos instalado con distinta intensidad, según tradiciones y modelos, los diecisiete países de la eurozona y los restante de la UE.

La moneda común que nos sirve de coraza, que nos protege de males mayores que los que ya padecemos, exige la renuncia a muchas peculiaridades nacionales. Irlanda, por ejemplo, quiere mantener un privilegio fiscal para las empresas porque entiende que ese es su motor de progreso; pero la fórmula no cabe en el común europeo en el que llega a triplicarse el impuesto que grava los beneficios de las sociedades mercantiles. ¿Cómo pueden salvarse esas y otras muchas diferencias nacionales, entre las que figura nuestro raro modelo sindical y sus exigencias anacrónicas cuajadas en el franquismo? Sólo con la aplicación de grandes dosis de sentido común que arranquen de una autoridad comúnmente aceptada y que reviva los viejos principios del esfuerzo y la pretensión de la excelencia.

Dentro de menos de quince días el Consejo Europeo tendrá que aprobar las medidas económicas mínimas que puedan aliviar el problema comunitario. Son imprescindibles los recortes sociales y la reducción del gasto público, algo sabido desde antes del inicio de la crisis; pero algunos Gobiernos nacionales, como el nuestro, carecen de energía y respaldo para hacerlo. Ahí entra en juego la responsabilidad específica del PSOE que, contra viento, mareas y evidencias sigue respaldando a un líder incapaz de enfrentarse a la situación y de acudir a las mesas de la decisión europea sin más contenido que una sonrisa que los acontecimientos han tornado en bobalicona e inconsistente. La dirección del partido y el grupo parlamentario socialista tienen en sus manos la única medida posible de relevo presidencial inmediato. Las restantes, salvo la dimisión del propio Zapatero, operan a más largo plazo. Y no hay tiempo europeo que perder.


ABC - Opinión

Seguridad nuclear en Japón

Los daños causados por el violento terremoto en la central nuclear de Fukushima-I han sembrado la alarma en Japón y la lógica preocupación en el resto del mundo, de ahí que numerosos países, España entre ellos, sigan de cerca la evolución de los acontecimientos a través de sus agencias de seguridad atómica. El grado de incertidumbre aumentó después de que una fuerte explosión hiriera a cuatro empleados de la central y destruyera una torre de suministro eléctrico. Los datos oficiales limitan los fallos al sistema de refrigeración, pues la estructura del edificio y la integridad de la vasija que alberga el núcleo radiactivo habrían resistido incólumes la embestida. Para contrarrestar la presión generada por el aumento de temperatura, los técnicos han liberarado a la atmósfera pequeñas cantidades de vapor radiactivo no dañinas para las personas. Como es natural, el Gobierno japonés ha restado dramatismo a la situación, aunque siguiendo los protocolos internacionales para un accidente de nivel 4 en una escala de 7, ha procedido a evacuar a la población (unas 45.000 personas) en un radio de 20 kilómetros, ha desplazado personal especializado a la zona y ha suministrado yodo a los posibles afectados. La cuestión clave durante las próximas horas es la restauración del suministro eléctrico que permita activar el sistema de refrigeración. Las autoridades japonesas, que están recibiendo ayuda de Estados Unidos, dan por descontado que lograrán controlar la temperatura del núcleo y restablecer los valores normales. En todo caso, los tres reactores que estaban activos, de los seis que tiene Fukushima-I, han sido paralizados. Sería estúpido negar que las averías causadas por el terremoto, de 8,9 grados de intensidad, son relevantes y potencialmente peligrosas. Pero es más estúpido aún concluir, como han hecho algunos ecologistas de guardia que disparan apresuradamente contra todo lo que se mueve, que asistimos al accidente más grave de la historia nuclear después de Chernóbil. Aparte de recordarles a estos profetas de la catástrofe que aquel siniestro se produjo en los estertores de la dictadura soviética, tan ejemplar para el ecologismo de la época, y fue causado por la negligencia de unos funcionarios corruptos, convendría subrayar algunos datos de cómo las centrales nucleares han resistido mucho mejor que otras instalaciones estratégicas, como las refinerías y depósitos de combustible, la virulencia de uno de los mayores terremotos registrados en la historia. Japón, que es la tercera potencia nuclear del mundo, dispone de 54 reactores, pero sólo dos han sufrido daños por el seísmo. Las centrales Fukushima-I y II tienen 40 años de antigüedad y fueron diseñadas para soportar temblores de hasta 7,5 grados, por lo que han superado la prueba más extrema, sobre todo si se tiene en cuenta que eran las más próximas al epicentro. La conclusión no puede ser más favorable para unas instalaciones que, pese a no ser de última generación, han resistido el más brutal terremoto padecido por el país. Que exista cierta inquietud por las fallas producidas es muy comprensible, pero de ahí a poner en cuestión la energía nuclear, como están haciendo los que pescan en río revuelto, media un abismo.

La Razón - Editorial

Zapatero. Un talante perverso e irresponsable. Por José T. Raga

No hable más de reformas que no existen, ni distraiga la atención de los graves problemas que nos aquejan mediante pegatinas o cambios de bombillas. España necesita luz, pero no la que pueda proceder de esas bombillas.

Parece que, por lo que se percibe en estos últimos días, los del poder, los de la arrogancia y la presunción están más nerviosos que de ordinario, porque ¡oh perspicacia! han creído detectar un descontento generalizado en la población, que llega en muchos casos a la crispación y al insulto. Esos signos, aunque nunca disculparé los insultos, están produciendo tensiones y discusiones más agrias de lo habitual en el seno del propio partido en el Gobierno.

Que al menos, por fin, se hayan enterado de que la situación general y los discursos apologéticos del Gobierno y sus comparsas, están haciendo mella en la vida de los ciudadanos españoles, es digno de la máxima consideración. A estas alturas, lo del talante y lo del diálogo no se lo cree nadie, reduciéndose todo a una indolencia en la toma de decisiones que mina la economía de la nación, generando la desesperación en millones de afectados directamente por el desempleo y en sus familias que lo padecen de manera muy cercana.

Lo falso del diálogo, además, es que ni siquiera dialogan entre ellos; la sarta de contradicciones entre los ministros del Gobierno, y entre estos y el señor presidente es una buena muestra de falta de comunicación. Cuando un vicepresidente y algún ministro lanzan una apología al ahorro, desde otro Ministerio, el de Economía, su secretario de Estado, de forma inmediata, pontifica acerca de la riqueza de los españoles y de lo perjudicial que, para la economía de la nación, tiene el excesivo ahorro, instando por ello a consumir más, a gastar sin miramientos, responsabilizando a quienes no lo hagan de la atrofia de nuestra economía, pues, sin demanda no puede reavivarse la producción.


En fin, todo un despropósito gubernamental; como para mantener la proclama de un talante abierto, materializado en un permanente diálogo. Lo que sí que es cierto es que la ideología del diálogo proclamada por ZP es el refugio en el que se encierra cuando su indolencia enfermiza, o su pereza congénita, le aconsejan no tomar una decisión que es necesaria para un mejor desenvolvimiento de la vida económica, política y social.

Un buen ejemplo de esto que acabo de decir, es el enmohecido diálogo social en torno a una negociación colectiva, recubierta hoy de herrumbre, estéril, y perversa por sí misma para el crecimiento económico y para la generación de empleo; ese empleo que están esperando cinco millones de españoles y que les ha llevado a la desesperación y a la reclusión en un espacio sin horizonte creíble.

Los españoles, o al menos este español y alguno más del que tengo constancia, estamos hartos. Estamos hartos de usted señor presidente y de su Gobierno, por la irresponsabilidad que muestran a la hora de tomar decisiones, aunque estas sean impopulares, en un momento dramático en el que nadie, con un mínimo de conciencia pública, pensaría en la popularidad. Estamos hartos de los sindicatos, al menos de los que se sientan en la mesa de la negociación, pues la defensa de su feudo está llevando a los españoles por una deriva que bien podría haberse evitado. Estamos hartos también de los otros negociadores, de las centrales empresariales que no se sabe muy bien por quién negocian, además de por sus propios y privativos intereses.

Mientras tanto, una economía en recesión prolongada, con un nivel de paro que afecta a más de un veinte por ciento de la población activa y es causa de preocupación para más del ochenta por ciento de los españoles. Por ello, estamos hartos sobre todo de ustedes, que fueron elegidos para gobernar, es decir para tomar decisiones en pro del bien común de todos los españoles y no para esperar el advenimiento de una decisión emanada de unos negociadores que nunca fueron elegidos por el pueblo soberano, aunque llamado a sufrir bajo este Gobierno.

Estos negociadores, en contraste con lo que vive la nación, están bien alimentados, viven confortablemente gozando de las aportaciones indebidas que les hace el presupuesto del Estado, además de las de su propio patrimonio y renta, por ello se explica su dilación en la búsqueda de soluciones; para ellos se trata de un proceso burocrático y tedioso que, como tal, tiene un desarrollo complejo y un final en el que no cabe la premura. Pero los parados están ahí, y la imagen de España y su solvencia destrozadas por una irresponsable gestión.

Señor presidente, si usted quería ser fiel a su ideología del talante, hubiera bastado con abrir una consulta de un par de meses, como mucho, para que le dieran su opinión, pero llevamos años de indefinición en los que, su indecisión y falta de fortaleza para ejercer la responsabilidad que le fue confiada en su investidura, ha generado desconfianza, paralización y caos económico. ¡Tome decisiones, que para eso está y para eso le pagamos! No se escude en el recurso a un diálogo que se ha demostrado estéril y que causa daños, posiblemente irreparables, a la economía española y, sobre todo, a muchos millones de españoles.

No hable más de reformas que no existen, ni distraiga la atención de los graves problemas que nos aquejan mediante pegatinas o cambios de bombillas. España necesita luz, pero no la que pueda proceder de esas bombillas. Hacen falta ideas y políticas y sobran contradicciones y artificios de estrategas de la disuasión. Los problemas no se arreglan cuando se esconden o se orillan, sino cuando se afrontan, pero para eso hace falta una valentía, de la que me temo que usted carece. Por eso no es de extrañar el juicio que le merecemos a Moody’s y otras agencias.

Decida si está dispuesto a hacer ese camino, el del compromiso y el del coraje para decidir lo que necesita el pueblo español y España como nación. Sólo usted puede pensar en ello y, aunque excepcionalmente, debe hacerlo con honestidad, mirándose a su interior; en algún momento escucho a alguna hija suya, no sé si es momento de hacerlo también ahora. Pero tome una decisión; los españoles lo necesitan. Y, si no está dispuesto a moverse por ese camino, por el bien de todos, incluso del suyo, ¡márchese!, ¡convoque elecciones! mejor antes que después, no vaya a ser demasiado tarde.


Libertad Digital - Opinión

Seísmo nuclear. Por Ignacio Camacho

En el debate nuclear sobra ventajismo: Fukushima es un «accidente» o un «incidente» según los prejuicios.

LA explosión de Fukushima va a reabrir en España el debate nuclear por su punto de fricción más áspera en un momento en que hasta ciertos sectores de la socialdemocracia y del Gobierno empezaban a reconsiderar su tradicional resistencia a la opción atómica bajo la presión de la crisis. En esa vieja polémica todo es apriorismo radical y abuso ventajista: los adversarios aprovechan cualquier episodio de alarma para agitar los fantasmas del apocalipsis y los pronucleares minimizan la evidencia del riesgo y refuerzan su argumentario cuando la recesión aprieta sobre los costes de las energías renovables. Hasta el lenguaje aparece contaminado de oportunismo, de modo que el mismo problema resulta un «accidente» o un «incidente» según los prejuicios de parte. Ésta es una confrontación de trazo grueso en la que los matices son siempre la primera víctima. Mientras los ecologistas destacan la gravedad de los daños y asimilan el reactor averiado al de Garoña, sus oponentes resaltan la excepcionalidad histórica del terremoto japonés y el relativo aguante de la instalación afectada. Estamos ante un paradigma de énfasis subjetivo; hechos desenfocados al servicio de la propaganda.

Fukushima va a ayudar poco a la necesaria reflexión que la cuestión nuclear necesita en España, porque el miedo crea una contagiosa atmósfera emocional que espanta cualquier clase de ponderación objetiva; mal aliado del esperanzador replanteamiento que empezaba a producirse en torno a nuestro sistema de producción de energía. Desdeñar el problema de la seguridad, como suele hacer el lobbyatómico, supone un grave error de orientación; el riesgo cero no existe en las centrales, la gente lo sabe y no habrá ningún avance por el camino de minusvalorar la amenaza. Pero tampoco por la indecorosa manipulación de la inquietud de la opinión pública.

Lo que procede es tratar a los ciudadanos como personas maduras sin intentar pastorearlas desde la simplificación o la demagogia. Falta pedagogía y sobra ofuscación. España tiene una aguda dependencia energética que grava los costes industriales y domésticos de la electricidad y lastra la recuperación económica. En ese marco de déficit parece irresponsable no plantearse un incremento nuclear, pero hay que establecer con claridad las contraindicaciones y dejar que la gente forme su criterio. Mantener el parque actual de centrales supone afrontar su delicado proceso de envejecimiento. Para ampliarlo falta consenso social y político. Y la seguridad completa es una utopía. Ésas son las premisas sobre las que sólo cabe una discusión honesta y sin tabúes, interferencias ni recelos. La crucial decisión estratégica que el país deberá tomar en algún momento pasa por evaluar costes, riesgos y oportunidades, y actuar en consecuencia. No parece la clase de juicio que convenga emitir bajo el impacto expansivo de un descomunal seísmo.


ABC - Opinión

Paso atrás en el 11-M

El séptimo aniversario de los atentados del 11 de marzo de 2004, el ataque terrorista más sangriento de nuestra historia, ha demostrado que la memoria colectiva en algunos sectores del país, fundamentalmente la izquierda, es tan débil como selectiva. Han bastado siete años para que la habitual conmemoración con un gran acto institucional que unía a toda la sociedad –que el año pasado se celebró en el Congreso a instancias de la Fundación de Víctimas del Terrorismo– se haya convertido en un día para la fractura con homenajes desperdigados y marcados por el desencuentro. Era una jornada para honrar el sacrificio de las 192 víctimas mortales y de los cientos de heridos y sus familias, pero ha interesado más la diferencia que la concordia. Incluso se ha percibido cierto grado de abulia, como si el aniversario del 11-M fuera un estorbo y lo conveniente fuera pasar página. ¿Cómo interpretar la ausencia de los ministros en los actos institucionales? Ramón Jáuregui intentó convencer a la opinión pública de que no acudieron porque estaba reunidos en Consejo. El silencio habría sido una respuesta más presentable. El liderazgo y el empuje del Ejecutivo en el recuerdo a las víctimas de la matanza del 11-M no han existido y esa actitud política reprobable les retrata en buena medida ante la sociedad. Puede que les incomode estar junto a las víctimas o que se rememoren las connotaciones de aquella fecha y de cómo propició un inesperado vuelco político en el país, pero eso no justifica que no cumplan con un deber moral e institucional. Como prueba de la especial sensibilidad de la izquierda, el «sindicato de la ceja» reapareció en este 11-M no para solidarizarse con los asesinados y los heridos en los trenes, sino para hacerlo con Garzón, el juez suspendido y procesado por varios delitos. Ese mismo grupo fue el que, en aquella jornada trágica de hace siete años, se alejó del sufrimiento de la gente y ayudó a manipular políticamente a un país conmocionado para conseguir el objetivo: desalojar al PP del Gobierno. Empezando por Almodóvar, que entonces habló de un golpe de Estado de los populares. El balance del séptimo aniversario de la matanza ha supuesto un paso atrás en cuanto a la obligación de mantener vivos en la memoria a todos aquellos con los que estaremos siempre en deuda. Los que han preferido restar en lugar de sumar han fallado a las víctimas y también algunas de ellas han colaborado en una jornada poco ejemplar. No es tranquilizador que siete años después la mayoría de los colectivos de víctimas del terrorismo del país cuestionen abiertamente la verdad judicial sobre el 11-M. Que un grupo serio y respetable como la AVT se plantee la reapertura del proceso porque entiende que «se tiene que investigar casi todo» de los atentados no es argumento razonable en tanto no aparezcan nuevas pruebas de calado. Tampoco se entiende que ayer fueran llamados a declarar por el juez 15 Tedax por las supuestas irregularidades en la recuperación de los restos de la matanza. Extender, sin bases sólidas, la percepción de que la sentencia fue truculenta no ayuda ni a la justicia, ni a la verdad ni a la dignidad de las víctimas.

La Razón - Editorial

Más que un tsunami

Un maremoto devasta Japón y destruye una central provocando una alarma nuclear.

Dos minutos y medio de pánico extremo mientras duró el gran temblor; horas, días, quizá semanas de futura angustia para conocer las consecuencias de la explosión en la central nuclear de Fukushima; y meses o años para reparar la devastación causada en la costa noreste de Japón por el mayor tsunami -8,9 grados Richter- que ha sufrido el archipiélago desde que se compilan esos registros en 1900. Ha sido el quinto seísmo más intenso de la historia del planeta, se ha dejado sentir a miles de kilómetros en las costas americanas, de California a Chile, y pese a lo excepcionalmente bien preparado que se halla Japón para esta clase de siniestros, el número de muertos podría elevarse a decenas de millares.

Menos de 24 horas después del primer gran espasmo en la mañana -hora española- del viernes, una operación de salvamento tan gigantesca como el propio azote de la naturaleza se hallaba ya en marcha. Cientos de aviones y embarcaciones y miles de soldados acudían a las áreas afectadas, con una precisión, disciplina y serenidad apenas mayores que las de los propios ciudadanos, que en su gran mayoría no perdió la compostura ni cuando debían estar sobrecogidos por el terror. Los que hubieran sobrevivido tenían todas las posibilidades de salvarse, y solo en las 24 horas que siguieron al desastre más de 3.000 personas eran rescatadas de entre las ruinas.


Pero no solamente el temblor se replicaba a sí mismo, como en una inacabable reacción en cadena, en ocasiones tan amenazadora como la primera sacudida, sino que la ola, de 10 metros de altura y una velocidad de desplazamiento de 800 kilómetros por hora, afectaba a la central nuclear de Fukushima, donde ayer se producía una explosión que destruía la estructura que protege el reactor.

En cuanto se supo que había habido un escape radiactivo se procedió a evacuar a los 200.000 residentes en un área de 20 kilómetros a la redonda de la central. El escape, aunque ha sido calificado de menor, está contaminando la atmósfera, con consecuencias aún imprevisibles. Las autoridades aseguran, sin embargo, que es "improbable" que la explosión haya dañado al reactor, lo que recordaría la tragedia de la central Chernóbil en Ucrania. Pero "improbable" es un adjetivo escasamente pensado para tranquilizar a la opinión, y se ha declarado el estado de alerta nuclear. La catástrofe se ha convertido ya, en cualquier caso, en un poderoso argumento para los que se oponen a la utilización de este tipo de energía, y es relevante para países como España, donde se debate su futuro.

Los efectos del maremoto no son solo geofísicos. Las bolsas asiáticas reaccionaban obviamente a la baja, y las expectativas no pueden ser buenas ante la reapertura, mañana lunes, de la Bolsa de Tokio. Los daños causados por la devastación se calculan en unos 40.000 millones de euros, para un país que ya sufría una recesión anterior a la crisis económica mundial.


El País - Editorial

Peor que hace treinta años... y un día

La situación actual es mucho peor que cuando el Manifiesto de los 2.300 vio la luz porque ese mismo problema que denunciaban sus firmantes, circunscrito a Cataluña, ha adquirido carta de naturaleza también en otras comunidades autónomas.

Para cualquiera que examine aunque sea someramente la realidad actual de Cataluña, resulta más que evidente que las denuncias contenidas en el Manifiesto de los 2.300 y sus lúgubres vaticinios no sólo tienen vigencia treinta años después, sino que, como afirma uno de sus firmantes más destacados, los redactores del documento se quedaron bastante cortos.

La valentía cívica de los firmantes del original, algunos de ellos a un alto precio, hizo posible que la sociedad española entera conociera los avatares de la comunidad lingüística castellanohablante en Cataluña, cuyos miembros eran despreciados por una incipiente casta nacionalista que, treinta años después, no se ha civilizado en lo que atañe al respeto del derecho individual del uso de la lengua materna en materia educativa, sino que ha culminado el proyecto del pujolismo consistente en erradicar la lengua española de la esfera pública a toda costa.


Pero la situación actual es mucho peor que cuando el Manifiesto de los 2.300 vio la luz, porque ese mismo problema que denunciaban sus firmantes, circunscrito a Cataluña, ha adquirido carta de naturaleza también en otras comunidades autónomas en las que el proyecto de erradicación de la lengua común de todos los españoles avanza a pasos acelerados. Y es que no sólo son las comunidades autónomas que han sido gobernadas largamente por partidos nacionalistas las que han perpetrado esta coacción intolerable hacia los derechos individuales de la mayoría de su población, sino también otras como Galicia o Baleares, en las que los nacionalistas sólo han formado parte de coaliciones durante cortos periodos. En la Comunidad Valenciana es aún más sangrante ya que allí donde no han gobernado jamás los nacionalistas y, a pesar de ello, para vergüenza de sus dirigentes, también resulta un trámite heroico intentar que los niños castellanohablantes se eduquen en su lengua materna, o que las relaciones con la administración puedan mantenerse en castellano tal y como exige la Constitución.

Pero este viejo proyecto nacionalista de construir un Estado independiente suprimiendo previamente cualquier vínculo emocional con la patria española, con la lengua común en primer lugar, no hubiera triunfado sin la cooperación necesaria de unas instituciones políticas nacionales que llevan más de treinta años evadiéndose de su obligación de garantizar los derechos individuales de todos los españoles, sin distinción del territorio en el que vivan.

La complicidad de las instituciones culturales y los medios de comunicación de masas ha sido también de tales dimensiones que, incluso hoy, treinta años y un día después del histórico documento, aquellos que han querido dedicar un sencillo homenaje a la efeméride han tenido serios problemas para encontrar un espacio público que albergara el acto.

El 12 de marzo de 1981, 2.300 españoles cumplieron con su deber exigiendo respeto para los derechos individuales de sus conciudadanos. Sirva su ejemplo para que la libertad no quede nunca huérfana de defensores, por más que arrecien los vientos totalitarios. En eso estamos.


Libertad Digital - Editorial

Alemania fija el rumbo

La implantación de un vínculo entre salarios y productividad supone para Zapatero una nueva distorsión de su perfil de izquierdas.

LA reunión del Consejo Europeo se saldó el pasado viernes con un «pacto por el euro» en el que Alemania consiguió introducir buena parte de sus condiciones para apoyar la ampliación del fondo de rescate para países en riesgo. Es cierto que Angela Merkel iba a la reunión con un programa de máximos y que el consenso final ha obligado a todos a ceder, pero Europa parece tener claro que esta crisis impone un cambio de rumbo hacia economías más competitivas, mercados laborales más flexibles, fronteras más permeables para el comercio y los profesionales y sistemas de pensiones ajustados a la realidad demográfica. Más allá de si Merkel consigue imponer toda o parte de su agenda, es evidente que Alemania refuerza día a día su liderazgo económico, lo que explica que Rodríguez Zapatero haya tenido que aceptar —como era previsible desde que Merkel lo anunciara antes de su breve visita a Madrid— la relación entre salarios y productividad. La fórmula no es discutida en los países con su inflación controlada y una economía bien asentada en el I+D y la cualificación de profesionales y trabajadores. En España, esta medida ya fue rechazada por el ministro de Trabajo, nuevamente desautorizado por su presidente, y los sindicatos, principalmente porque aquí hay inflación y poca productividad. Por tanto, la vinculación de los salarios a un factor inexistente supondría la congelación salarial y la pérdida de poder adquisitivo.

Si el apoyo expresado por Zapatero a la tesis de Merkel es serio, el Gobierno socialista tiene que ponerse inmediatamente a dar forma a esta novedad del régimen de los salarios, porque la inflación es alta y el incremento de los impuestos y del precio del petróleo empeora las expectativas para la competitividad. La cruz de esta moneda es que la implantación de un vínculo entre salarios y productividad supone para Zapatero otra crisis de su discurso social, una nueva distorsión de su perfil de izquierdas, lo que tampoco ha podido ni sabido compensar con una evolución favorable de la economía. Son necesarias medidas nuevas y audaces ante una crisis mucho grave, profunda y duradera de lo que desearía la sociedad española. Es necesario avanzar hacia una economía productiva y competitiva, como exige Bruselas. El problema para España es no tener un Gobierno con fuerza política suficiente para asumir el reto.

ABC - Editorial