domingo, 27 de febrero de 2011

¿Será Gadafi a Zapatero lo que Sadam Hussein fue a Aznar?. Por Federico Quevedo

Sin pies sobre la mesa del Despacho Oval, sin foto en Las Azores, sin esa relación de privilegio que tuvo entonces el Gobierno de España con Washington, pero lo que está pasando en Libia empieza a parecerse, y mucho, a la situación que llevó a Estados Unidos y al Reino Unido a invadir Iraq con el voto favorable en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de España. También entonces la cosa empezó por sanciones y acabó en intervención armada. También había una crisis del petróleo de fondo -Sadam estaba poniendo en riesgo el suministro mundial de crudo-, y también entonces había un dictador que masacraba a su pueblo, aunque lo que no había era una revolución en todo el mundo islámico. El anuncio de Arabia Saudí de que va a aumentar su producción de petróleo relajó ayer un poco los mercados, pero la mayoría de los expertos siguen augurando una escalada que puede llegar a ser muy seria y amenazar a todas las economías europeas, y no digamos la nuestra, frenando la incipiente recuperación.

De entrada, las gasolinas se han disparado y ayer ya rondaban el diesel y la súper normales los 1,3 euros -cuando no los superaban en algunas gasolineras-. Llenar el depósito en plena crisis y con la que está cayendo se está volviendo una verdadera cuesta de enero, febrero, marzo, abril… Y al Gobierno solo se le ocurre que vayamos más despacio… Para eso no hace falta ni que se reúna el Consejo de Ministros, porque solo la subida del precio del carburante y la crisis están actuando ya como desincentivadores del consumo de gasolina, y eso que todavía no han empezado las protestas de los autónomos y transportistas, que no tardarán en llegar. En buen lío se está metiendo el Gobierno, y ya veremos como sale.
«Ni ustedes ni yo nos creemos que Rodríguez le vaya a dar una negativa por respuesta, más bien al contrario creo que si Obama le pide que colabore, lo hará entusiasta, incluso enviando tropas si fuera menester. ¿Saldrán entonces los del ‘No a la Guerra’ a la calle, o eso solo se lo tienen reservado para cuando gobierna la derecha?.»
Pero no iba por ahí mi reflexión. ¿Cuánto más van a aguantar Europa y Estados Unidos sin intervenir en Libia? No creo que mucho. Dependerá de la capacidad de resistencia del régimen de Gadafi, pero si lo que ya se ha convertido en una guerra civil se alarga más de la cuenta, los ‘aliados’ no van a tener más remedio que intervenir si Occidente no quiere que el precio del petróleo supere, como ya vaticinan los más pesimistas, los 200 dólares el barril, un precio que nos conduciría a todos al precipicio. Pongámonos en el peor de los escenarios, porque en estos casos es lo que hay que hacer y si luego no se cumple, pues bendito sea Dios, pero tal y como están hoy las cosas las probabilidades de una intervención armada en Libia empiezan a ser muy serias. Imaginemos que Washington nos pide colaboración, del tipo que sea… Ni ustedes ni yo nos creemos que Rodríguez le vaya a dar una negativa por respuesta, más bien al contrario creo que si Obama le pide que colabore, lo hará entusiasta, incluso enviando tropas si fuera menester. ¿Saldrán entonces los del ‘No a la Guerra’ a la calle, o eso solo se lo tienen reservado para cuando gobierna la derecha? No lo se, la verdad, y me da igual. Lo que me preocupa es la doble vara de medir de este Gobierno y el hecho de que se haya instalado en la mentira permanente y en el engaño sistemático a la opinión pública, y que demás trate de exprimirnos como a limones convirtiéndonos en los paganinis de su propia incompetencia.

Miren, la posibilidad de una intervención armada en Libia y un conflicto largo que además pueda extenderse a otros escenarios no me la invento yo, sino que forma parte de los escenarios con los que trabajan los gobiernos occidentales estos días y buena parte de los expertos. Si llega a producirse, pondrá de nuevo de manifiesto la obscena demagogia que en su día utilizó la izquierda para arremeter contra Aznar haciendo gala, además, de una absoluta irresponsabilidad, aunque ya la situación en Afganistán ha dejado bastante al aire las vergüenzas de este Gobierno.

Pero, al margen de eso, lo que está ocurriendo en Libia y, en general, en todo el mundo islámico, ha evidencia la tremenda carencia de aptitudes de este Gobierno para afrontar estas situaciones, así como su absoluta capacidad previsora. Dicho de otro modo, que estaban a por uvas. ¿Y para esto ha servido la tan costosa Alianza de Civilizaciones, uno de los proyectos estrella del señor Rodríguez Zapatero, hoy enterrada bajo los escombros de una revolución que nadie sabe a dónde conduce? Y encima tienen que ser otros países europeos, y una empresa privada, quienes le hagan el trabajo al Ministerio de Exteriores para sacar de allí a nuestros compatriotas, para mayor vergüenza ajena del Gobierno que tenemos. Eso sí, para limitarnos la velocidad al volante han estado prestos… Y, ¿cuánto van a ahorrar? ¿Más o menos de lo que despilfarran en subvenciones y gastos superfluos? Estos, como siempre, jodiendo al sufrido ciudadano…


El Confidencial - Opinión

El tocino y la velocidad. Por José María Carrascal

«Bajar la velocidad máxima en autovía de 120 a 110 es un pellizco de monja al depósito de gasolina»

ANTE la última disposición de nuestro Gobierno me ha venido a la memoria un editorial del «Financial Times» de principios de 2009: «Cuanto más tarde Zapatero en tomar las medidas que necesita la economía española para enderezar su curso —decía—, más difícil, costoso y doloroso le resultará enderezarla», y me pregunto si esa nueva disposición de tráfico no está confundiendo el tocino con la velocidad. Pues si lo que se busca es ahorrar gasolina por los acontecimientos en Libia, poco ahorro significan los diez kilómetros menos de velocidad máxima en autopista, y si es por ahorrar dinero, el impacto en la crisis general será aún menor. Todo apunta, por tanto, a que estamos ante otra de esas medidas de relumbrón, pero de apenas efecto en el curso de nuestra maltrecha economía, como el cheque-bebé o el arreglo de las aceras, que encantan a un gobierno especializado en hacer que hace mientras pasa el chaparrón.

Que es lo que ha venido haciendo Zapatero desde que, al no poder seguir negando la existencia de la crisis, se trazó la estrategia de ir poniéndola parches, en espera de que los demás saliesen de ella y tirasen de nosotros. Estrategia que ha resultado nociva por partida doble: a los demás les está resultando más difícil de lo esperado salir y los pocos que salen no están dispuestos a tirar de los que no han hecho el esfuerzo para lograrlo. Fue como Zapatero se encontró la primavera pasada con el ultimátum de sus socios comunitarios de que o tomaba las medidas necesarias para corregir los defectos estructurales de la economía española o le dejaban caer en la bancarrota, donde de hecho ya estaba. Con esa cara de niño bueno que pone cuando le han pillado con el bote de mermelada, nuestro presidente lo prometió. Pero llega otra primavera y siguen sin verse los brotes verdes tantas veces anunciados. ¿Causas? Pues que las medidas tomadas han sido a medias, con dejadez y llenas de agujeros. Como ésta, la última. Bajar la velocidad máxima en autovía de 120 a 110 es un pellizco de monja al depósito de gasolina. Si quisieran de verdad ahorrarse combustible, la bajarían a 90, que es, según todos los expertos, la ratioóptima velocidad/consumo. Pero ese tipo de medidas contundentes no van con un gobierno que ha hecho del amagar y no dar la clave de su gobernanza.

A no ser, naturalmente, que el verdadero objetivo sea aumentar la recaudación con las multas que se va a hinchar de poner hasta que el pie de los conductores españoles se acostumbre a no pisar tanto el acelerador. Capaces, desde luego, son. Si se dieran tanta maña en hacer las cosas bien como en engañarnos, estaríamos ya eligiendo el destino de nuestras próximas vacaciones, en vez de preguntándonos si podremos hacerlas.


ABC - Opinión

Prohibir y recaudar. Por Jesús Cacho

Será difícil encontrar en el último siglo de historia de España un Gobierno más dañino para el bienestar de los ciudadanos y más lesivo para sus derechos y libertades que el que hoy maneja Alfredo Pérez Rubalcaba (APR), con Rodríguez Zapatero en la sombra. En una situación de estancamiento económico que no deja de producir paro y cierre de empresas, el estado anímico de los españoles, lastrado por la falta de confianza, debe hacer frente con regularidad a las humoradas y ocurrencias, cuando no los simples disparates, de un Gobierno que hace mucho tiempo dejó de representar los intereses de la mayoría. Ocurrencias y disparates. No de otra forma cabe calificar la decisión del Ejecutivo de limitar la velocidad en autovía y autopistas a 110 km/hora, iniciativa convertida en perfecta metáfora de la situación española: una tal velocidad de 110 km en autopista es la que naturalmente corresponde a un país que se ha quedado literalmente parado, parado y empobrecido, achicado por el paro, la pobreza y el paulatino recorte de libertades al que tan aficionado es este Gobierno liberticida. Velocidad tortuga para el país cangrejo. ¡Muerte al progreso!

No estamos aquí para discutir la efectividad de la nueva parida del ministro bombilla, Miguel Sebastián, al parecer padre de la idea, en lo que a ahorro de combustible se refiere, ahorro real que técnicos y expertos sitúan en menos del 3%. Estamos para denunciar que el Gobierno lleva años empeñado en recortar la velocidad, cuando de lo que se trata es de gestionar –palabra maldita para el Ejecutivo- la velocidad, lo que equivale, entre otras cosas, a adecuarla a la calidad de trazado y estado de conservación de la vía, de forma que en una autopista moderna y bien señalizada se pueda circular a 140, y en aquellos tramos de autovía vieja se imponga la restricción de los 110. La tendencia en Europa no es a reducir los límites de velocidad, sino al contrario: 130 en Francia; hasta 150 en algunos tramos en Italia; a 140 en Polonia desde hace pocas semanas, y a 130 en Holanda. Alemania, con tramos sin limitación, cuenta con el índice de siniestralidad más bajo de Europa, debido, entre otras cosas, a la eficiente red de helicópteros medicalizados con que cuenta, variable que completa la trilogía de “mejores infraestructuras, mejores coches y mejor asistencia sanitaria, igual a menos muertes en la carretera”.


El pasado mes de junio, el Congreso aprobó por unanimidad (también el PSOE) una proposición no de ley instando al Gobierno a revisar, por obsoletos, los límites de velocidad, evidencia de que el debate está sobre la mesa en España. La web Movimiento140.com ha recabado casi 175.000 firmas pidiendo una subida de los límites de velocidad, algo que piensa acometer el nuevo Gobierno de la Generalitat, elevando los límites a 130 en autopistas y eliminando la absurda limitación a 80 en las autovías de circunvalación a Barcelona decretada por el Tripartito de triste memoria, algo que podría dejar en evidencia la política de seguridad vial impuesta por la DGT en el resto de España, basada en la represión pura y dura y en el eslogan torticero de que “la velocidad mata”, mensaje permanente, constante, machacón de los últimos seis años, que esconde la realidad (Anuario Estadístico de Accidentes de la GDT, año 2008) de que la velocidad excesiva es responsable de sólo el 1,92% de las muertes en carretera.

¿Limitar la velocidad o recaudar?

No es aventurado suponer que el ahorro energético perseguido se quedará en nada, y ello por la sencilla razón de que la mayoría de conductores –el 93% de las 11.420 personas que a las 8 de la tarde de ayer habían respondido la encuesta de este diario- tenderán de forma natural a no respetar una norma que consideran disparatada e injusta. Y si el conductor desprecia la norma, el corolario es sencillo: las sanciones por tráfico tenderán a crecer de forma exponencial, que es el objetivo que muchos españoles se malician late detrás de la iniciativa. Recaudar a palo seco, para lo cual es preciso seguir llenando las carreteras de radares, tres cuartas partes de los cuales se instalan paradójicamente en lugares donde apenas se produce el 18% de los accidentes mortales. El director general de la DGT, Pere Navarro, se encargó hace poco de aclarar el misterio con la desfachatez que le caracteriza: “colocar un radar en una carretera secundaria no es rentable”.

Curioso personaje este Pere Navarro, antiguo inspector de Trabajo, típico ejemplar del gen intervencionista, liberticida y meapolítico (el partido es la religión; la propaganda, su profeta) que distingue al socialismo metomentodo que, si no es capaz de convencer, tratará de someter acogido al paternal “por vuestro bien”. Navarro es el guardián entre el centeno que concibe al conductor como un ciudadano de segunda, un tipo sospechoso cuyos derechos conviene limitar y cuya libertad debe ser permanentemente vigilada, y, por tanto, administrada, regulada. Prohibir, prohibir y prohibir. Para los Peres de este mundo derechos como la presunción de inocencia o el de defensa son estorbos intolerables que ralentizan el crecimiento de una cuenta de resultados cuyos ingresos él ha multiplicada por cinco desde que llegó a la DGT: por eso, en el trámite parlamentario de la última reforma de la Ley de Tráfico, don Pere deambulaba triste por los pasillos de Congreso, asegurando ante sus señorías que “lo que yo quiero es la misma capacidad ejecutiva que Hacienda o la Seguridad Social”. ¡Todo por la pasta!

Estamos, en definitiva, ante un problema de libertades, como ocurre siempre con los partidos socialistas empeñados en la igualdad por decreto en detrimento de la libertad. Es la esencia de la mayoría de las medidas legislativas emprendidas por el Gobierno Zapatero. Como advirtiera Hayek, nos hallamos ante otro caso de involución liberticida, una nueva demostración de cómo una democracia puede perfectamente atentar contra las libertades individuales. Padre de la teoría del “orden espontaneo”, Hayek destacó la importancia del imperio de la ley, del sometimiento de todos los individuos –del Rey abajo- a esas normas surgidas de los usos y costumbres a través del tiempo y que evolucionan conforme lo hace la propia sociedad. El problema del momento radica en la perversión de la ley, en lo que alguien ha llamado la "hiperinflación legislativa" que acaba con el valor ejemplarizante de la misma y la devalúa y desvirtúa al responder a los intereses de grupo o partido al margen de las demandas sociales. Razón por la cual el derecho consuetudinario yace hoy postrado, víctima de un cúmulo de arbitrariedades legales fruto del juego de las élites y los caprichos del legislador liberticida, siempre dispuesto a restringir nuestra libertad y preservar sus privilegios.

Deslumbrante paradoja de la pesadilla Zapatero

El resultado es que el individuo está hoy discrecionalmente restringido en el uso de su libertad, dramáticamente podado por los caprichos de los Rubalcabas de turno, gente que, en el caso que nos ocupa, han descubierto en el uso del automóvil y en la siniestralidad inherente al mismo un caladero fácil de demagogia política -quizá la única muesca de la que puede presumir este Gobierno-, y una fuente inagotable de pasta. Recaudar para después repartir, se supone, olvidando la máxima de Plutarco según la cual “el verdadero destructor de las libertades del pueblo es aquel que reparte botines, donaciones y regalos”. Se trata, por eso, de meter mano en el bolsillo de los ciudadanos y freírlos a multas, como si no supieran ellos cómo y cuándo gastar su dinero mejor que el Estado. Las libertades dañadas y el principio de equidad jurídica hecho añicos. “¡Dadme la libertad o dadme la muerte!”, que dijera Patrick Henry, uno de los más influyentes defensores de la Revolución americana

En un discurso pronunciado en 1964 ante la Convención Republicana, el ex presidente Ronald Reagan planteó la cuestión de las libertades individuales en estos términos: “Se trata de saber si creemos en nuestra capacidad para el autogobierno o si abandonamos la Revolución americana y confesamos que una pequeña élite intelectual en una capital distante puede planear nuestras vidas mejor de lo que nosotros mismos podemos hacerlo”. Casi 50 años después, ésta sigue siendo la esencia del problema español. Como señalara Tocqueville en su Democracia en America, el viejo socialismo despótico del pasado ha sido sustituido por otro mucho más sibilino y peligroso, más soft: en el altar del talante y el buen rollo los españoles han cedido libremente grandes cuotas de libertad -deslumbrante paradoja de la pesadilla Zapatero-, sin que perciban el uso coercitivo de la fuerza. Los efectos de las cesiones y concesiones de los españoles desde 2004 han dañado seriamente nuestra prosperidad y restringido peligrosamente nuestra libertad. ¿Hasta cuándo estaremos dispuestos a consentir que una minoría absurdamente ideologizada que ni de lejos representa ya los intereses de la mayoría del pueblo español actúe por nosotros, restrinja nuestros derechos, coarte nuestra libertad de movimientos y meta impunemente mano en nuestros bolsillos? Quosque tandem abutere, José Luis, patientia nostra?


El Confidencial - Opinión

La esencia del Zapaterismo. Por M. Martín Ferrand

El presidente no parece dueño de sus actos y parece un resorte que salta con la más mínima presión.

UNA sociedad con hambre de futuro y vocación de progreso no puede permitirse el lujo de que sus mejores cabezas, sus más preclaras y fecundas inteligencias, se dediquen a la política. En lo que a selección de personal respecta es prioritario dotar de talento los territorios de la investigación y la enseñanza, las áreas de la iniciativa emprendedora e, incluso, las buhardillas de la creación artística. La política, en una democracia asentada y verdadera, tiene suficiente con la aportación de los funcionarios y el impulso de los, literalmente, elegidos que no debieran destacar por su extravagancia y en quienes es exigible la prudencia y rechazable la astucia, que suele ser tramposa. Tampoco es deseable, como ahora parece que nos ocurre, que se dediquen a la política, y lo hagan «profesionalmente», quienes no parecen servir para otra cosa y solo son producto de la partitocracia imperante.

No sé, ni creo que nadie lo sepa, si la decisión gubernamental de rebajar a 110 kilómetros por hora la velocidad máxima en las vías en las que hasta ahora se permitía circular a 120 es buena o mala; si la incomodidad y el disgusto que produce serán superados por un importante ahorro energético o, como suele suceder, haya que clasificarla en el largo catálogo de ocurrencias con las que José Luis Rodríguez Zapatero suele disimular su escasez y, de paso, entretenernos con la provocación de polémicas estériles entre quienes, por socialistas, tienden a ver como bueno, sin mayores análisis, todo cuanto avalan el puño y la rosa o, por populares, a entender que la gaviota nunca se equivoca.

A juzgar por las apariencias, cada amanecer, Zapatero y los suyos se desperezan diciéndose: veamos qué se nos ocurre hoy y, ¡zas!, a falta de un plan bien trazado, dan por buenas las primeras ideas que les vienen al magín, como si fuera posible que lo fácil coincida con lo útil. Se echa en falta, en cuanto a la crisis económica se refiere, un concepto global que alcance todas las aristas del problema y, sobre todo, evite que el parche de hoy sea la génesis del mal de mañana. La improvisación de Zapatero invita a la desconfianza. Más atento a las apariencias que al fondo de los asuntos que nos inquietan, el presidente no parece dueño de sus actos y toma la apariencia de un resorte que salta con la más mínima presión. «Improvisar» algo que no está bien pensado y elaborado es peligroso en el mundo de las artes y resulta suicida en la economía porque una «buena idea» puede resultar contradictoria con otras igualmente buenas y, en su conjunto, resultar todas demoledoras. Esa es la esencia del zapaterismo.


ABC - Opinión

Para fastidiar. Por Alfonso Ussía

No tengo dudas al respecto. Saben que van a perder con holgura las elecciones. Entonces se reúnen, y Zapatero pregunta: «¿A quienes fastidiamos esta semana?». Rubalcaba, muy agudo, reparte el juego. «Esta semana le toca a Elena Salgado». Y Elena Salgado toma la decisión con su acostumbrada ligereza: «A los que tienen coche». Y rebajan la velocidad admitida en autopistas y autovías a 110 kilómetros a la hora.

Más multas y un ahorro ridículo. La cosa es robar al que sea. Los ecologistas «sandía» están encantados con la nueva prohibición. Supongo que el ministro Sebastián obligará a partir de ahora a las fábricas de automóviles a retroceder en el tiempo. La SEAT fabricará de nuevo el «seiscientos», la Renault el 4.4, y Citroën el «Dos Caballos». Así no habrá manera de superar los miserables 110 kilómetros por hora en las autopistas. Con los coches que hoy se venden, y me refiero a los más modestos, se alcanzan los noventa kilómetros por hora con la primera marcha.


La cosa es fastidiar, prohibir, molestar y hacer el imbécil. Lo tienen perdido y se desahogan.
Hay algo más peligroso que un tonto. Un tonto malo. Y este Gobierno, el más tonto e inculto de cuantos hemos padecido los españoles, tiene muy malas intenciones. No hay más accidentes en Alemania que en España, y allí la velocidad en las autopistas es opcional. No hay más accidentes en Italia que en España, y allí el límite de velocidad es de 130 kilómetros por hora. Prohibido fabricar coches con cuarta y quinta velocidad. Volvamos a la romántica y limpia época de las diligencias y los coches de caballos. Lo malo es que lo que ahorraríamos en petróleo lo gastaríamos en tiempo perdido y en cuadras, que hay que ver lo que cuesta mantener un caballo. Que fue así, no lo duden. ¿ Vamos a perder cuatro millones de votos? Pues se van a enterar.

Pero me parece injusto que limiten la velocidad a 110 por hora y a los motoristas de Tráfico no les obliguen a circular en vespinos. No tiene sentido. Esas motos enormes y formidables que usan nuestros agentes son exageradas para perseguir tortugas. Las autoridades en Vespino, y los policías municipales en «Velosólex», aquellos artilugios en los que había que pedalear y alcanzar una mínima velocidad antes de accionar el motor. En las bajadas superaban los cuarenta por hora, pero en las subidas, con motor y todo, era necesario darle a los pedales para no terminar abrazado al primer árbol de la cuneta. Lo que no puede hacer un Gobierno es cobrar treinta mil euros de impuestos a quien compre un Ferrari y obligarle a circular a 110 por hora como máximo, que es como exigir a los de la Ceja que rueden sus películas en blanco y negro con No-Do incluido.

Y por supuesto, los Audi de los ministros a los garajes oficiales. A partir de ahora, los ministros en SEAT 1500, que estaban muy bien y lucían aparentes. Porque rodar a 110 kilómetros rumbo a Benidorm y experimentar el adelantamiento del Audi de Leire Pajín a 160 kilómetros por hora porque la nena quiere llegar a tiempo a la cena que le han preparados sus padres, se me antoja muy poco edificante. Si nos tenemos que fastidiar, hagámoslo todos.

En mi caso particular, no tengo problema. No me gusta la velocidad y me preocupa la carretera. Pero no se trata de eso, como la soviética ley del tabaco. A este paso, Elena Salgado va a obligar a los aviones a volar muy despacio y muy bajito. ¡Tontooooss!


La Razón - Opinión

El terrorista reversible. Por Ignacio Camacho

La complacencia con Gadafi ha sido tan obscena, obsequiosa y evidente que no deja resquicio al disimulo.

EL tipo que puso la bomba que mató a 260 personas en un avión que volaba sobre Lockerbie cumplió tan sólo diez años mal contados de cárcel: Gran Bretaña lo devolvió el año pasado a su país, Libia, por compasivas «razones humanitarias». El hombre que ordenó el atentado, el coronel Muammar El Gadafi, no sólo no cumplió pena alguna sino que recibió durante años atenciones preferentes de los grandes líderes europeos, que lo agasajaron con reiteración, le pasaron la mano por la espalda y se rieron mucho con él agradecidos porque les vendía petróleo, les compraba armamento y contenía a los integristas islámicos plantado con su jaima como un dóberman en el patio de atrás del Magreb. Era tanta la mutua satisfacción y tan preclara la amistad recíproca que Europa sacó a Libia de la lista de países terroristas y le entregó en 2003… ¡la presidencia del Comité de Derechos Humanos de la ONU! Ahora esos dirigentes tan estupendos de esas naciones tan serias, incluida España, acaban de descubrir que aquel socio tan simpático y estrafalario era en realidad un conspicuo malhechor que usaba para asesinar a su pueblo las armas que ellos mismos le suministraban. Con alborotada contrición y enorme alharaca diplomática se han llamado a escándalo y proponen juzgarlo como criminal de guerra, hondamente decepcionados por tan patente abuso de confianza.

Ni siquiera ante China, cuyo régimen totalitario es sistemáticamente soslayado por Occidente dada la rentable pujanza comercial de que hace gala como cliente comprador de bienes, deuda y servicios, ha sufrido la dudosa ética de la realpolitik una humillación tan flagrante como en el caso libio. La complacencia con Gadafi ha sido tan obscena, obsequiosa y evidente que no deja resquicio al disimulo. No sólo porque las democracias han ignorado adrede su continuo y reiterado apoyo al terrorismo, amnistiando por dos veces su incontestable participación en graves crímenes cometidos en suelo europeo, sino porque han armado hasta ayer mismo su tiranía y le han mostrado sumisa gratitud con visitas aduladoras y sonrojantes recepciones. Una coba indisimulada, un vergonzoso doble rasero que en plena guerra civil libia inhabilita a las naciones europeas como cómplices morales del sátrapa al que con tardía e impostada pesadumbre pretenden volver airadamente la espalda.

Lo sabe el pueblo en armas y lo sabe Gadafi. Lo sabe tan bien que se cree autorizado a resistir desde la confianza en que si eventualmente aguanta el pulso podrá por tercera vez obtener, para él o para su hijo aprendiz de tirano, un relativo silencio de conveniencia. En su sangriento delirio megalómano conoce bien las claves de un mundo al que desprecia por débil, por pusilánime, por medroso y por hipócrita. Y porque le ha demostrado que sus farisaicas condenas son tan reversibles como interesadas sus absoluciones.


ABC - Opinión

La velocidad y el tocino

Tras la sorpresa y el estupor inicial, ha llegado la nada disimulada irritación de los conductores ante el cosmético plan de ahorro energético que presentó el viernes el Gobierno con una medida estrella, o más bien cabría decir estrellada, como es la reducción del límite de velocidad máxima en las autopistas y autovías de 120 a 110 km/h. Según una encuesta de NC Report para LA RAZÓN, este anuncio es rechazado por los ciudadanos en un 55,7%, mientras que un 68,7% cree lo evidente: que esta iniciativa responde más a un afán recaudatorio del Ejecutivo que a un intento serio y con fundamento de ahorrar gasolina en un momento en que las revueltas en varios países árabes hacen zozobrar el mercado del petróleo, con la amenaza en el horizonte de que su precio se vaya a encarecer significativamente. Lejos de acometer una reforma en profundidad, con sólidos pilares que permitan proyectarse al futuro sin que se vea sacudida por cualquier contingencia, la vicepresidenta segunda y ministra de Economía, Elena Salgado, ha vuelto a optar por las ocurrencias y la improvisación, sacando de la chistera una medida que tiene hechuras de parche por cuanto tiene de endeble. Reducir la velocidad no es directamente proporcional a ahorrar gasolina, al menos no en los porcentajes que maneja Economía. Así lo han subrayado las asociaciones de automovilistas, que le han recordado algo básico que sabe cualquier conductor de una gran ciudad que viva un día sí y otro también un atasco: un automóvil parado y acelerando puede estar consumiendo como si fuese a 120 km/h. Sea como fuere, esta iniciativa se corresponde con el espíritu cortoplacista e impulsivo de este Ejecutivo y de su titular de Economía, que gobierna a golpes de efecto, con el consiguiente sobresalto de los ciudadanos. El poso de esta imposición de reducir la velocidad en las autovías también encuentra su sentido en la única política sólidas que es capaz de ofrecer el Gobierno: la recaudatoria. Además de ser un atropello para los ciudadanos, no se puede confiar parte de la bonanza de las arcas públicas al dinero que se obtenga por las multas. Ésa es una política errática y desafortunada. Y no vale la coartada del ahorro porque, como ya se indicó ayer desde varias asociaciones de consumidores, los conductores gastarán más en multas de lo que ahorrarán en gasolina.No se puede obviar que con esta medida emerge una vez más el talante prohibicionista de este Ejecutivo, que parece empecinado en gobernar atando en corto a sus ciudadanos, restringiendo sus derechos y libertades. Ocurrió con la ley antitabaco, en cuyos inicios también estuvo presente Salgado, y ahora con esta obligación de conducir más lento si no se quiere pasar por taquilla para pagar una multa. Se deberían imponer la seriedad y el rigor, desechar a las prohibiciones con carácter punitivo –que no es más que pan para hoy y hambre para mañana–, abordar de una vez por todas el problema desde la raíz y presentar un plan de ahorro energético bien articulado que no esté a merced de coyunturas ni de las pulsiones coercitivas. Una vez más, el Gobierno socialista ha vuelto a confundir la velocidad con el tocino.

La Razón - Editorial

¿Le queda a Zapatero algo por prohibir?

El socialismo sedicentemente democrático ha de travestir su esencia con la farfolla metafísica que intenta convencer a los ciudadanos de que su ataque a la libertad es, en realidad, la manera de extender unos novedosos "derechos de ciudadanía" (sic).

La base del socialismo es restringir las libertades individuales, porque este es la único modo de ver convertidos en realidad unos principios constructivistas diametralmente contrarios a la naturaleza humana. Desde esta perspectiva, está fuera de toda duda que para ser socialista hay que tener primero una fuerte inclinación totalitaria y vocación de ingeniero social.

Esta evidencia primordial choca, sin embargo, con la opinión mayoritaria de la sociedad moderna, en última instancia refractaria al recorte de derechos, por lo que el socialismo sedicentemente democrático ha de travestir su esencia con la farfolla metafísica que intenta convencer a los ciudadanos de que su ataque a la libertad es, en realidad, la manera de extender unos novedosos "derechos de ciudadanía" que, por otra parte, nadie ha logrado hasta el momento identificar adecuadamente.


José Luis Rodríguez Zapatero resulta ser, bajo esta perspectiva, el perfecto socialista, y lo único que lo diferencia de sus colegas es su mayor ineptitud a la hora de enfrentarse a los retos cotidianos que las sociedades modernas exigen de sus gobernantes. Incapaz de entender cómo funcionan las interacciones sociales y víctima de un sectarismo ideológico inveterado, Zapatero se nos muestra cada vez más insolente en su afán de imponernos todo tipo de trabas a los ciudadanos, tal vez con la esperanza de que su proyecto revolucionario en lo social disimule su inverecundia en lo político y su fracaso absoluto en lo económico.

Y es que al Gobierno apenas le quedan ya actividades que prohibir habida cuenta de que prácticamente en todos los sectores de la vida cotidiana ha metido sus zarpas coactivas. El consumo de tabaco en locales privados, la ingesta de dulces y otros alimentos hipercalóricos en los colegios, las opiniones supuestamente discriminatorias a criterio de la autoridad gubernativa, los toros en alguna región española, los crucifijos en las aulas o el uso de internet como herramienta para compartir información son algunos de los ejemplos que nos indican con gran fidelidad el apego real que los socialistas de Zapatero tienen por la libertad individual.

En cambio, todas las restricciones que su Gobierno impone a los ciudadanos honrados contrastan con las facilidades que constantemente otorga a quienes deciden incumplir la ley atentando contra nuestros derechos. En España, delinquir sale muy barato y si el responsable no ha cumplido aún dieciocho años, entonces resulta casi gratis, aunque haya acabado con la vida de otro ser humano de la forma más cruel. Por su parte, los que atentan contra la propiedad ajena, ya sea por vagancia como los "okupas", o por afán de lucro como las bandas de desvalijadores, gozan también de una serie de ventajas legales que convierten su actividad delictiva en una forma de vida más bajo el paraguas de la impunidad.

Y en esta tesitura llega Rubalcaba y anuncia a todos los españoles su decisión de restringir más aún la velocidad en las carreteras aprovechando los disturbios de Oriente Próximo para, según asegura, ahorrar divisas. Una astracanada que bien hubiera merecido del personaje haberla presentado en sociedad como otra ampliación de los "derechos de ciudadanía" prometidos por Zapatero.


Libertad Digital - Editorial

El injustificable abandono de Libia

La ONU y la Unión Africana sienten ahora cómo chirrían sus estructuras ante los tardíos debates abiertos en su seno sobre el destino de Gadafi.

DURANTE muchos años, los libios van a reprochar al mundo libre su injustificable falta de coherencia y su inacción en estos tristes momentos en los que Gadafi destruye su propio país. A pesar de la evidencia inapelable de los hechos, el mundo libre ha faltado a sus principios y está abandonando a todos los libios que hoy luchan por la libertad, aunque con ello corramos el riesgo de dejarlos en el futuro en manos de los extremistas islámicos, y de provocar una suerte de éxodo hacia Occidente de miles de musulmanes descontentos en busca de otro modo de vida. Es necesario pasar por alto los convencionalismos de salón y tomar las decisiones que puedan evitar, precisamente, escenarios indeseables que mañana resultarían mucho más peligrosos y costosos de afrontar. En estas mismas páginas ya se ha evocado la posibilidad de que en Libia se pueda reproducir el modelo de Somalia, cuya sola mención debería bastar para no seguir mirando hacia la costa sur del Mediterráneo como si lo que allí sucede no fuera más que un desastre meteorológico. Pese a ello, si la ONU y la Unión Africana sienten cómo chirrían sus estructuras ante los tardíos debates abiertos en su seno sobre el destino de Gadafi y su familia, se debe, sobre todo, a la incapacidad de Estados Unidos y Europa para liderar un movimiento claro y activo de condena contra un tirano cuyo innoble comportamiento era de sobras conocido desde hace mucho tiempo.

Libia es sólo un elemento —y ni siquiera el más grande— de un conjunto de escenarios que pueden causar abruptamente un daño terrible a nuestro confiado modo de vida. Es imposible predecir lo que puede suceder, por ejemplo, en Irán, cuya influencia en los mercados energéticos es mucho mayor que la de Libia y está dirigido por una versión persa y mucho más agresiva que la que representa el sátrapa norteafricano. ¿Qué pueden esperar de Occidente los partidarios de la democracia cuando salgan a manifestarse a las calles de Teherán bajo las balas de Ahmadineyad? Es evidente que la fragilidad de las sociedades modernas frente a un entorno inestable no se resuelve cultivando cierto tipo de relaciones que, a la postre, equivalen a rodearse de un campo de minas, sino preparándose concienzudamente para hacer frente a los riesgos y trabajando con decisión para eliminarlos cuando sea posible, no mirando para otro lado.


ABC - Editorial