miércoles, 5 de octubre de 2011

Nosotros, los cerdos. Por Angela Vallvey

Antaño, los economistas aseguraban que los auténticos factores que delimitan el progreso económico de una nación son la inteligencia, la educación de sus habitantes y la competencia y honradez de su sistema administrativo; que ningún país puede adelantarse al desenvolvimiento social general, y tampoco progresar sin una Administración eficiente, una Policía incorruptible, unos servicios postales y ferroviarios eficaces, unos jueces no venales y un sistema bancario sólido. En las primeras décadas del siglo XX ya se estudiaba la dificultad de un mundo compuesto por «casi setenta» sistemas económicos «diferentes», muchos de ellos pugnando como podían hacia la industrialización. El planeta ha cambiado sobremanera desde entonces, pero aquellas viejas premisas a mí se me antojan igual de válidas que hace un siglo. Inteligencia, educación, competencia, seguridad jurídica, jueces incorruptos, bancos seguros… no parecen malos principios para sentar las bases a partir de las que construir un bienestar generalizado. En Europa, teníamos mucho de eso, hasta hace poco. Durante un tiempo, los llamados PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, España…) incluso fuimos «ejemplos» a seguir. Hoy, Europa, el corazón de Occidente, está siendo auto-destruida a través de los PIIGS: los anglosajones nos atacan como fieras con sus agencias de calificación muy, muy sospechosas, sus marrullerías bursátiles y sus periódicos de «influencia mundial». Sus líderes –Obama y Cameron, que están de porquería hasta el cuello, mucho más que nosotros– hacen declaraciones ofensivas y le dan ¡lecciones! al euro, contribuyendo a derribarlo. Dicen que somos un peligro para el mundo. (Hay que fastidiarse). Los líderes europeos, descoordinados e incapaces, faltos de grandeza, les siguen ese juego salvaje que conduce al abismo. Por torpeza, porque sólo atienden a razones electoralistas y porque, a río revuelto, procuran obtener ventajas para sus respectivos países que, con suerte, se traduzcan en votos a sus partidos. Una piensa en la pequeña Grecia, con una población que no llega a la tercera parte de la muy endeudada y quebrada California y un peso económico de broma comparado con el californiano, y se pregunta: «¿pero qué me están contando…? ¿Grecia la amenaza del mundo? ¿España? ¿Italia…?». Y mientras en Grecia sólo falta que la ley prohíba desayunar a los niños de cinco años, para ahorrar, mister Bernanke, republicano presidente de la Reserva Federal, que no se tiene que reunir con nadie para tomar decisiones, fabrica chorizodólares a toda máquina… Y que lloren los griegos, oiga.

La Razón – Opinión

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