viernes, 7 de octubre de 2011

Farándula. Hegel, Marx, Willy Toledo y el resto. Por Cristina Losada

El poder que encumbró a este miembro del club de la comedia a la categoría de un Sartre sin lecturas ni cigarrillo, ahora querría silenciarle para evitar que llegue a las masas su mensaje fieramente revolucionario.

El signo visible de que asistimos al fin de la era de Gutenberg no es la siempre anunciada muerte del libro, sino la sustitución del intelectual por la figura del espectáculo. No hay materia política y social, por compleja que sea, sobre la que no se pronuncien los actores, cantantes y comparsas que han usurpado el papel del "intelectual comprometido". Pues así como es norma comúnmente aceptada que para hablar, pongamos, de biología, es preciso disponer de conocimientos al respecto, se admite con igual carácter genérico, que no hace falta ningún saber especial para dictaminar sobre la res publica. De manera que gentes cuyo oficio es entretener al público, han llegado a considerarse guardianes de la conciencia colectiva e infalibles gurúes del pensamiento. Este fenómeno no sería comprensible sin la aportación de los medios donde el show reina cada día, y eso sí que lo ha comprendido alguno de los nuevos salvadores del mundo.

El pobre Willy Toledo, por ejemplo. Después de haber sido objeto de atención de los telediarios, creyó que tenía algo que decir y creyó que muchos querrían escucharle. En consecuencia, publica un libro con sus reflexiones y experiencias políticas, pero en lugar de la admiración acostumbrada, encuentra el vacío. ¡Como si fuera un cualquiera! Dado que es imposible que el pueblo no estuviera en vilo a la espera de sus cogitaciones, el actor ha acusado a la prensa de ignorarle con el propósito de conseguir que se calle. O sea, el poder que encumbró a este miembro del club de la comedia a la categoría de un Sartre sin lecturas ni cigarrillo, ahora querría silenciarle para evitar que llegue a las masas su mensaje fieramente revolucionario. Acabáramos. Unos creen ser Napoleón y otros, cuando se miran al espejo, ven a Lenin. Se dejan llevar por el narcisismo, que casi es connatural al progre, y se acaba por hacer el ridículo.

Más o menos como Sean Penn, el actor que lleva fama de ser el más progresista de Hollywood. En 2002 acudió a Bagdad para prestarle apoyo a Saddam Hussein, no dijo una palabra sobre la represión de aquella dictadura, y hoy visita Egipto y Libia y celebra que se hayan desembarazado de sus tiranos. En tiempos, los peregrinos políticos que cantaban loas a las dictaduras de izquierdas del planeta eran conocidos como tontos útiles. Hoy, visto en quiénes ha recaído la continuidad de esa estirpe, mucho me temo que además son inútiles.


Libertad Digital – Opinión

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