lunes, 3 de octubre de 2011

El balbuceo del candidato. Por José María Marco

Las comparecencias públicas de Rubalcaba, como las de estos días bajo la rúbrica infantil de «Ideas de verdad», se han convertido en un recital de balbuceos, de palabras que empiezan y se estiran con la repetición inacabable de las primeras sílabas. En otras ocasiones, Rubalcaba no parece tener ningún problema en mostrarse tajante, como cuando estableció que los periodistas han de tratarle de «Señor», «señor Rubalcaba». Se deduce que el balbuceo es un recurso de estilo por el que aspira a alcanzar determinados objetivos.

Antes de sumergirnos en veneros tan hondos, hay que decir que este balbuceo recuerda los tics que ciertos actores ya mayores, que en su tiempo disfrutaron de algún día de gloria, adoptan como marca de la casa. A veces ni siquiera se dan cuenta de la crueldad con la que ese recurso en el que tanto se complacen revela su decadencia. De grandes divos han pasado a actores de reparto, con un único personaje en la cartera, el suyo… Relacionado con esto, está lo que el recurso al balbuceo indica acerca de la psicología del personaje (del personaje público, claro, no de la persona). Cuando Rubalcaba finge que busca la palabra adecuada, queda claro que se está esforzando por ponerse a nuestro nivel, pobres mortales que no entendemos la complejidad de los conceptos, ni el arcano significado que esos conceptos tienen en la gran estrategia del Príncipe, aquel que domina las incertidumbres y sabe hacer virtud de la fortuna.


No estamos a su altura, en resumidas cuentas, y así lo cuentan los autores de «Los mil secretos de Rubalcaba», una investigación periodística muy entretenida que ha publicado la editorial Ciudadela. Aun así, el recurso tiene también, como ya se ha dicho, intención política. Está claro: Rubalcaba no puede presentarse simplemente como el sucesor del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Hay demasiados borrones en esta historia como para no tomar distancias. Ahora bien, el ex vicepresidente primero tampoco puede dejar de asumir algunos de sus supuestos logros, como la negociación con la ETA, de los que Rubalcaba se siente orgulloso. Así que el trastabilleo no nos indica un imposible intento de rehacerse una inocencia después de tantos años en la cocina del Gobierno. Lo que revela es la dificultad del candidato para encontrar una posición propia.

Rubalcaba está insinuando que no intenta engañarnos. Al contrario, sabe que somos capaces de comprender la tortura a la que se somete por el bien del Partido, por el bien del Socialismo, por el bien de todos. Ofrece la versión tartamuda del político que nos señala como sin querer, para no ofendernos, el martirio al que se ofrece voluntariamente por la Cosa Pública. Ante la dificultad para elaborar un programa creíble, su humildad, su sentido del sacrificio, su pudor desgarrado a la vista de la ciudadanía deben movernos a compasión. En vez de ponerse en nuestro lugar, como recomienda la moderna política de la empatía, nos invita a ponernos en el suyo. Gracias, es la palabra justa, aquella que ha de mover nuestro sufragio.


La Razón –Opinión

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