viernes, 16 de septiembre de 2011

Zapatero, ¿ser humano?. Por Rafael Torres

En la que fue última sesión de control en el Senado para José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno, celebrada el martes, se produjo un fenómeno casi sobrenatural: que Pío García, el portavoz del Partido Popular, no le mirara como si le debiera dinero. Zapatero ya no era, súbitamente, el íncubo rojo y judeomasónico que tanto había afligido a la España nacional con sus leyes de la Memoria y sus matrimonios homosexuales, sino un interlocutor educado, respetuoso y atento -cosas que había sido siempre- porque venía a despedirse. La mayoría de los portavoces de los diferentes grupos le desearon lo mejor para su vida futura, e incluso el del BNG habló bien de él y le describió como un político trabajador, dialogante y honesto, pero llegado el turno de Pío García Escudero, que llevaba años atizándole con furia, confundiendo la persona con el cargo, hasta en el carnet de identidad, se hizo el silencio: Pío clavaba en el presidente la misma mirada terrible de siempre, y su expresión gestual parecía, también, la misma agresiva y retadora de tantas otras veces. Sin embargo, cuando rompió a hablar, acción que le costó un poco más que de ordinario, no brotó de sus labios una descalificación ni un insulto, sino el deseo de que, cuando deje el gobierno, le vaya bien en la vida.

Para García Escudero, Zapatero dejará en breve de ser su enemigo, lo que ya el pasado martes le convertía por anticipado en persona, en ser humano, en criatura respetable. Pero eso es terrible: la incapacidad tan pepera, pero no sólo pepera, de percibir al adversario político como eso mismo, como un simple adversario, como un antagonista político necesario, imprescindible. Lamentablemente, en España, donde tan escasa tradición democrática hay, se confunde el radicalismo (radical, de raíz) con la ferocidad, la oposición con el aborrecimiento y al adversario con el enemigo. De esto ha dado en los últimos años todo un recital Pío García Escudero, exigiéndose a sí mismo más acíbar y más intemperancia de la que seguramente le apetecía o era capaz. Hasta el martes, cuando recordó que la cortesía y la educación son grandes activos de los hombres, y vio que ese ciudadano, Zapatero, no le había hecho nada. Antes al contrario, y contraviniendo los usos de los presidentes de Gobierno, quiso restaurar con su frecuente presencia la dignidad del Senado, donde Pío García Escudero y tantos otros hacían, apartadamente, su vida.

Periodista Digital – Opinión

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