viernes, 16 de septiembre de 2011

Pánico sin esperanza. Por Joaquín Marco

La población europea –salvo excepciones– se despierta cada día en un pánico sin esperanza, tejido y ampliado por las reiteradas malas noticias económicas. Estamos añorando, incluso, la situación en la que nos encontrábamos hace tan sólo un año: más pobres, con más parados, menos honrados, aunque con algún brote verde a lo lejos. En el día de hoy ni están ni se los espera. El nuevo milenio nos ha conducido a otro escenario donde todo puede ir, de un día para otro, algo peor. Ni los asustados políticos ni los desconcertados economistas saben muy bien cómo atajar una hemorragia que desangra en parte aquel cómodo consumismo en el que estuvimos. Ya se están recortando camas de hospital y maestros y profesores en colegios y universidades. Ya casi nadie alude al paro creciente, porque se da por supuesto. Si necesitáramos un millón de emprendedores nuevos para paliarlo, vamos listos. Se decía antes que la Banca estadounidense concedía, sin avales, créditos a quienes proponían un proyecto que pareciera viable. Y se oponía esta actitud a la española, reacia a conceder créditos, salvo a los empresarios inmobiliarios que respondían con sus propios bienes, sus empresas y hasta sus jubilaciones. Pero los tópicos no son ciertos. Las entidades estadounidenses inventaron las hipotecas subprime y los productos derivados e iniciaron un descalabro que ahora Obama intenta penalizar, porque de todo aquel zafarrancho tan sólo ingresó en la cárcel una única cabeza y no de turco. Aquí, por ahora, los dirigentes bancarios se han ido con excelentes indemnizaciones y planes de pensiones.

Pero aquel inicio de la crisis, de hace cuatro años, se observa ya como idílico. Lo que parece que podría hundirse en el abismo, al que alude Felipe González, alcanza no sólo a la eurozona o al territorio universal del dólar, sino a una forma de vida, aunque no la de todos. En el mundo globalizado se da la paradoja de que algunos países emergentes pueden acudir a salvar a quienes, más ricos, están a punto de ahogarse, aunque bajo condiciones. China prometió comprar deuda española, como hizo con la estadounidense, pero ahora puede hacerse con la de buena parte de la de los países de la zona euro, porque hasta el bono alemán de referencia ha dejado de parecer sólido refugio, pese a oponerse Alemania a la idea del eurobono y Austria y Finlandia hasta al rescate acordado. Lo que se promete es más sangre, sudor y lágrimas: sin el recurso de una victoria. Estamos a un paso de unas elecciones generales, pero ¿alguien atiende a los tímidos mensajes de los candidatos?¿Nos importará más o menos la gestión de la pobreza hacia la que nos encaminamos que algún signo de esperanza? Economistas se preguntan si lo que se pretende es descubrir hasta dónde está dispuesta a resistir una población que ha de olvidarse ya del bienestar.

Grecia se ha convertido en símbolo y su población, de huelga en huelga, con cierre de comercios y escasos recursos para seguir con el festival del consumo, anda más que desorientada. Los más pesimistas le recuerdan el corralito argentino; otros, la salida inmediata del euro, aunque lo nieguen, a dúo, Sarkozy y Merkel; los alemanes les reprochan ayudas que antes les concedieron sin reparos y los bancos franceses tiemblan por su exposición a la deuda. Pero los intereses de la misma a cinco años alcanzan ya el 25%. El problema, de resolverse a trío en el interior de la Unión, reaparecerá, porque sabemos que el abismo no es la deuda griega. Les han apretado las tuercas a los helenos, como a los italianos, en algaradas, y a los españoles, portugueses e irlandeses. Tiemblan los belgas. Recortó Francia en menor medida que Gran Bretaña, fuera del euro, con huelga general anunciada. El dinero incoloro domina la política y se sirve de la economía. No somos más sabios que en 1929, aunque disponemos de fórmulas más complejas. La solución no está en el hombre fuerte que pegue el puñetazo sobre la mesa y ordene y mande.

Alemania se convirtió en gran potencia en tiempos de Hitler. El pasado no parece servir para apuntalar el porvenir. Pero las guerras de hoy acaban con imperios, como ayer. La de Afganistán le está costando a los EEUU más dinero que la II Guerra Mundial y, con la de Irak, ha debilitado su poder. Habrá que descubrir una esperanza a corto plazo en la utópica colaboración entre naciones que han de renunciar a partes de su soberanía. Estamos en una transición a lo desconocido. No todas las formas democráticas resultarán equivalentes, pero esto ya sería harina de otro costal.


La Razón – Opinión

0 comentarios: