miércoles, 14 de septiembre de 2011

Nos van a crujir. Por Angela Vallvey

Me gustaría saber a qué ricos se refiere Rubalcaba (RbCb) cuando habla de ricos. ¿A los que poseen algún milloncejo que otro, como él? Me gustaría saber quién se cree todavía esa perorata decimonónica que establece que España se divide en pobres y ricos, como si viviésemos en una novela de Dickens: los pobres, tras escaparse del tétrico orfanato, trabajando desde los diez años jornadas de once horas en fábricas de betún, telares tóxicos y minas de sal. Los ricos, practicando la usura, alienando al obrero, explotando a los débiles y acaparando los medios de producción. Me gustaría saber hasta cuándo vamos a seguir viviendo en el siglo XIX, ideológicamente hablando.

Lo digo por aquello de la resurrección del Impuesto de Patrimonio, que todo el mundo da por seguro que volverá a la vida fiscal este próximo viernes, reencarnado en «Impuesto de Pobres contra Ricos». Junto con el impuesto de Patrimonio se intenta reanimar la lucha de clases. (Cielo santo). Hacerle la respiración artificial al pobre Proudhon y su romántica aseveración de que «la propiedad es un robo». Se envía el mensaje: «El impuesto de Patrimonio es progresista. Quien está en contra defiende a los ricos. O sea, que es un facha». A veces da la impresión de que el socialismo continúa viviendo en el Romanticismo, en una dacha con vistas a la estepa siberiana. Pero no. En realidad, nos toman por cernícalos. El impuesto de Patrimonio es una antigualla en la que sólo creen los franceses, que por algo inventaron la guillotina. Aquí no hay tantos ricos. Ya quisiéramos. A no ser que consideremos ricos a los que tienen más de seis gallinas. El impuesto de Patrimonio es ineficiente socialmente. No penaliza a los ricos, sino a la clase media, a los pocos que sostenemos –fritos, achicharrados a impuestos– este chiringuito para que no se caiga. Trabajadores empleados, ahorradores, funcionarios… Gente que sólo cobra «en negro» el salario del miedo de sus pesadillas tributarias. Que no puede defraudar. Este impuesto, que a efectos de las cuentas del Estado es una «ná entre dos platos», recaerá sobre las costillas de los de siempre. De los paganos de clase media. A los ricos de verdad les importa un bledo esa calderilla. Nos van a crujir a usted y a mí. Y encima tendremos que aguantar el discursito ese de «los pobres y los ricos», que ya cansa.


La Razón – Opinión

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