jueves, 22 de septiembre de 2011

Lecciones de la legislatura

El Congreso de los Diputados acogió ayer la última sesión de control al Gobierno de esta legislatura y, también de paso, el último cara a cara entre Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. La situación preocupante del país y los tiempos electorales que se avecinan propiciaron que la tensión parlamentaria que ha marcado la legislatura se prolongara hasta esta jornada. Fue una sesión áspera, porque difícilmente podía haber sido distinta. Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría compilaron en breves intervenciones el legado adverso de la política socialista. El presidente del PP habló de una «herencia envenenada» con «casi cinco millones de parados, altas tasas de paro juvenil, una economía estancada, una deuda disparada...»; y la portavoz de los populares fue igualmente explícita en su discusión con la vicepresidenta económica: «Su cartera cargará con el peso de todas las reformas que ha dejado de hacer. No hará un traspaso de poderes, sino de deberes». El esfuerzo de síntesis de ambos no mermó el realismo y el dramatismo de la coyuntura presente del país, que, como hemos defendido, exigirá el periodo de cambio y de regeneración nacional más importante de la historia democrática de España. Mariano Rajoy ha asumido de forma adecuada y seria lo que los ciudadanos esperan de él y de su partido y el exigente desafío que tendrá que afrontar a partir de dentro de dos meses. Ayer, en esas palabras postreras en el Congreso, el presidente del PP se pronunció en los términos de quien sabe y espera que la responsabilidad de gobernar en una coyuntura crítica esté próxima. En el Hemiciclo habló de España como «un gran país» que superará esta situación con un Gobierno que aprenda las lecciones de los errores. Esas lecciones –«no se puede hacer un mal diagnóstico de la situación y engañar, ni gobernar sin un buen plan, ni generar falsas expectativas, ni gastar más de lo que se tiene, hacer previsiones razonables y hacer reformas para no vivir de la herencia recibida»– establecen reglas y condiciones para una correcta administración que no se pierda en ocurrencias ni improvisaciones. Ese guión del buen gobierno es la otra cara de los grandes pecados capitales de la etapa socialista que, fundamentalmente, arrancó mal, con una demonización del que fue probablemente el mejor Gobierno de la democracia como fue el de Aznar; prosiguió peor, con la dilapidación de la magnífica herencia recibida y con una gestión manirrota y empobrecedora, y dejó un final crítico en todos los campos de la vida nacional. Casi tan malas como el fondo de la gestión fueron las formas del Gobierno que, de nuevo, quedaron de manifiesto en la última sesión de control. Sin un mínimo de autocrítica y con Elena Salgado orgullosa de una gestión económica que mantiene al país con cinco millones de parados y al borde del colapso, el epílogo parlamentario estuvo en consonancia con su decepcionante labor. Las Cortes del cambio, las que salgan de las urnas el 20-M, harán bien en no mirar atrás y en volcarse en una legislatura fundamentalmente reformista que promete una densa y exigente producción legislativa. En todo caso, conviene que aprenda de los errores de estos años.

La Razón – Editorial

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