sábado, 10 de septiembre de 2011

La venganza del hombre tranquilo. Por Federico Quevedo

La noche del 9 de marzo de 2008 empezaron a cambiar muchas cosas en este país. Sin duda alguna, como luego se ha comprobado, la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero no iba a tener nada que ver con la anterior. Pero no solo los cambios afectaron a la gobernabilidad, sino también a la tarea del principal partido de la oposición, hoy clara alternativa de cambio a un Gobierno derrotado y a un partido que amenaza con la descomposición. Pero aquella noche, ajenos todavía a todo lo que iba a ocurrir en los años posteriores, en el Partido Popular cundió una desilusión colectiva, a pesar de que los resultados habían sido los mejores de su historia y de que se había logrado evitar lo que el PP más temía: la mayoría absoluta del PSOE. Pero en algún momento de la campaña, con una perspectiva de más de diez millones de apoyos -los mismos que le dieron a Aznar la mayoría absoluta en el año 2000-, se llegó a pensar en la victoria, y el no lograrla hundió los ánimos de buena parte de los dirigentes, militantes y simpatizantes de este partido.

En aquella noche Mariano, Rajoy, como reconoce en su libro En confianza editado estos días por Planeta, pensó en abandonar, pero fueron varios los dirigentes del PP los que le hicieron desistir de esa decisión. Lo que pasó después es de sobra conocido, las tensiones que se produjeron en el seno del PP y como el partido amenazó ruptura en varias ocasiones antes del Congreso de Valencia. Rajoy aguantó los envites, algunos de ellos muy fuertes, tanto de dentro como de fuera del partido. Lo tuvo todo en contra: sectores muy importantes de la propia derecha le hicieron la guerra sin cuartel, sobre todo desde las tribunas de los medios. Que en la izquierda se cebaran con el líder del PP iba de suyo, pero que la propia derecha buscara su derribo… No hay más que ir a las hemerotecas y a los archivos sonoros para leer muchas de las cosas que se escribieron desde diarios como El Mundo, o se dijeron desde programas liderados por locutores como Federico Jiménez Losantos…
«Esa manera marianista de entender la política llegó de la mano de la victoria de Rajoy con el 87% de los votos emitidos en el Congreso de Valencia de 2008. Fue a partir de ahí cuando Rajoy empezó a ser él mismo, y orientó la estrategia del PP hacia un modelo basado en el equilibrio entre la firmeza y la moderación.»
De hecho, éste último y el director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, se convirtieron en los cabecillas mediáticos de la revuelta interna contra Mariano Rajoy, y lanzaron a la lucha contra él a todo aquel que se dejó manipular y convencer por ambos. En la defensa de Rajoy, sin embargo, en aquellos días se podían contar con los dedos de una mano los apoyos, algunos muy vituperados y censurados por los cabecillas de la revuelta. Pero Rajoy siguió. Él de esto habla poco en su libro, pero merece la pena recordarlo. Verán, hasta las elecciones de marzo de 2008, el PP siguió una estrategia de oposición muy marcada por tres hechos fundamentales: primero, la actitud de un Gobierno empeñado en situar a la derecha fuera del sistema -¿se acuerdan de aquello del cordón sanitario, el Pacto del Tinell, no?-; segundo, la herencia de un equipo y una política estrechamente vinculados a José María Aznar; y, tercero, un entorno mediático empeñado en demostrar que la victoria del PSOE en 2004 había sido ilegítima.

Un cóctel difícil de gestionar por un Mariano Rajoy cuyo carácter se alejaba y se aleja muy mucho de la política de trincheras, pero cuyo margen de maniobra era tan estrecho y su capacidad de mando tan limitada que le resultaba imposible imponer un estilo distinto de hacer política. Ese estilo, esa manera marianista de entender la política, el poder y su ejercicio, llegó de la mano de la victoria de Rajoy con el 87% de los votos emitidos en el Congreso de Valencia de 2008. Fue a partir de ahí cuando Rajoy empezó a ser él mismo, y orientó la estrategia del PP hacia un modelo basado en el equilibrio entre la firmeza y la moderación, entre la denuncia de los errores del Gobierno y el acercamiento a una ciudadanía que, a pesar del resultado en las urnas, parecía haberle dado la espalda al centro-derecha.

Rajoy rompió definitivamente con todos los lazos que desde la derecha más conservadora pretendían intimidarle y obligarle a mantener viva la estrategia de confrontación permanente con el PSOE (con el terrorismo como eje central de esa estrategia), y que quería que el PP mantuviera encendidas algunas llamas prendidas en la legislatura anterior como, por ejemplo, la que ocupó buena parte de las portadas del diario de Pedro Jota y de las tertulias de Jiménez Losantos entorno a la ‘Teoría de la Conspiración’ del 11-M.

Zapatero ante el abismo

El líder del PP dio, sin embargo, muestras de enorme sentido común y capacidad de visualización de los tiempos políticos: las cosas estaban cambiando, y con una crisis económica que acechaba ya y se iba a convertir en el eje central del debate político, no podía distraerse en guerras particulares. Aún así, el acoso siguió, de manera impenitente, durante los meses y años siguientes, a pesar de las victorias en Galicia y en Europa, prácticamente hasta el 12 de mayo de 2010, la fecha en que José Luis Rodríguez Zapatero tiró la toalla definitivamente y entregó a su partido a una deriva imposible que le iba a llevar al borde de ese mismo abismo del que este verano advertía a los sindicalistas Méndez y Toxo.

Hoy, a las puertas de unas elecciones generales anticipadas para el 20 de noviembre, Mariano Rajoy es ya un líder indiscutible. Pero, por si eso fuera poco, va a ser además el presidente del Gobierno con más y mayor poder político de toda la historia de España. Decir eso podría atemorizar, si no fuera porque se trata de un hombre tranquilo, moderado, dialogante, tolerante, que parece saber muy bien qué debe hacer y al que parece no asustar ni un ápice la dificilísima y enrevesada situación que atraviesa este país. Y eso va a ser, a pesar de los muchos palos en las ruedas que se le han puesto a Rajoy a lo largo del camino, y a pesar de que desde el punto de vista mediático sigue sin contar con respaldos claros y elocuentes como sí cuenta su adversario socialista.

Pero sin lugar a dudas, esa es hoy una de sus mayores virtudes: Rajoy, a su manera, con sus tiempos, con su estilo, se ha vengado -y como- de todos los que o le dieron por muerto o quisieron matarle, y va a gobernar durante cuatro años, al menos, en todos los rincones de este país, y si lo hace medianamente bien, puede llegar a estar muchos años en el poder. Es la venganza del hombre tranquilo, de la persona que ha tenido siempre muy claro lo que quería, y del político que ha sabido siempre lo que tenía que hacer, y que hoy por hoy es la única garantía de que en este país se vuelvan a hacer las cosas desde ese mismo espíritu de diálogo y de consenso con que se hicieron en la Transición. Y puedo asegurarles que la situación que atraviesa España es tan difícil que sólo alguien con esa capacidad de diálogo y con ese espíritu de tolerancia puede llevar a cabo la tarea de sumar, y no restar, para volver a levantar este país, mal que les pese a todos los que quisieron -y quieren- evitar que lo consiguiera.


El Confidencial – Opinión

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