martes, 6 de septiembre de 2011

Fraga Iribarne. Por Alfonso Ussía

Es al único político al que los periodistas, incluídos los nada afines, le llaman «don Manuel». Fue un ministro atípico de Franco, combatió a los tecnócratas del Opus Dei, intentó la apertura, creó la formidable red de paradores de turismo de España, trabajó de sol a sol y le perdieron sus destemplanzas. Su amigo y paisano Pío Cabanillas Gallas dijo de él que le cabía todo el Estado en la cabeza, pero ni una letra más. Superó a Tierno Galván en las oposiciones, y bajo su personalidad arrolladora y tronante siempre encontró el sentido del humor un sitio. También su ingenuidad y su capacidad de equivocarse con las personas cercanas, a las que creía mejores de lo que eran, o competentes cuando eran incompetentes, o leales cuando se les advertía de lejos la miradilla de la traición. Ahí queda el ejemplo de Jorge Verstrynge, ese gran tontuelo, en el que confió plenamente. Ha terminado de asesor de Hugo Chávez después de ingresar por la ranura inferior de la puerta en el PSOE y tratar de engañar a Mario Conde para formar un partido. Siendo embajador de España en Londres, Juan Luis Cebrián le hizo una extensa y elogiosa entrevista en la revista «Gentlemen». Le satisfizo tanto la entrevista de Cebrián que le hizo director de «El País», en perjuicio de Carlos Mendo y Darío Valcárcel, que optaban al puesto desde su fundación. Porque muchos ignoran que el fundador y gran impulsor del periódico de Prisa fue Fraga Iribarne. Fundó Alianza Popular, amansó a la fiera de la derecha reacia a las libertades, y estructuró un partido liberal-conservador que hoy, como Partido Popular, tiene un suelo de diez millones de votos. El techo, alcanzado por José María Aznar en el año 2000 puede aumentar su cota más alta el próximo 20 de noviembre. A Fraga se le ha llamado «fascista» por ser ministro de Franco. Otros gozaron de las amnistías que conceden los sectarios, como Ruiz-Giménez, que también lo fue. Carrillo , como recuerda Raúl del Pozo, «le tocaba los cojones a cuatro manos», pero durante la Santa Transición, sabedor de las ácidas críticas que iban a caer sobre él, presentó a Carrillo amigablemente cuando el genocida de Paracuellos fue invitado a pronunciar una conferencia en el Club Siglo XXI. Porque Carrillo, Paracuellos del Jarama aparte, también contribuyó eficazmente a la convivencia y la paz social en los años difíciles del cambio político. Siendo ministro del Interior, por aquellos sucesos de Vitoria, se le atribuyeron frases y prepotencias que jamás salieron de su boca. En una reunión lo decía: «Puedo ser soberbio, pero no gilipollas. ¿Cómo voy a decir que la calle es mía?».

Ha tenido, en su larga vida universitaria, catedrática y política, altos y bajos, aciertos y errores. Su cultura es inconmensurable. Es, ante todo, un intelectual en el sentido más amplio de la palabra. Humanista, políglota, y excesivamente enfadado. Cuando le pusieron «el Zapatones» no erraron. Nunca ha sido don Manuel un cuidador de su aspecto. Su obra fundamental, el partido político europeísta y conservador que supo crear y fundar, está ahí, ya sin complejos en sus votantes y no tanto en sus dirigentes. Y un dato asombroso. Y lo repito, asombroso. Lleva en las alturas de la política española cincuenta años. Se retira. Y vivirá en el futuro de su pensión. No ha volado ni una peseta de ayer ni un euro de hoy a su bolsillo. Me refiero a vuelos de corrupción y abuso. Sus más afilados y obsesivos detractores tienen que callar cuando se habla de la honradez de don Manuel. Nadie la discute ni pone en duda. Sería bueno que recordáramos ese rasgo ahora que se despide.


La Razón – Opinión

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