sábado, 3 de septiembre de 2011

Entusiasmo incomprensible. Por Luis del Val

Llevar a la Constitución una norma en la que nos vamos a comprometer a no gastar más de lo que recaudemos se me antoja que es algo así como si lleváramos a la Constitución un párrafo específico en el que constara que meter la mano en la caja y usar el dinero público para fines particulares es algo reprobable. O como si en el reglamento de la Comunidad de propietarios incluyéramos un párrafo donde se especifica que los vecinos se comprometen a no escupir en el ascensor o en las escaleras.

Como el Cándido de Voltaire, yo creía que los gobernantes procuraban por todos los medios no gastar más de lo que se ingresa, de la misma manera que en casa de cada cual sabemos que las deudas excesivas nos pueden llevar a la ruina. Que eso sea motivo de alborozo para unos (PSOE y PP) y argumento de inmenso disgusto para otros (nacionalistas y sindicatos) es algo que me llama bastante la atención, y que me deja en la situación del tardo de entendederas, que no acaba de entender el chiste que tanta risas ha provocado en los demás.

A lo peor, por este camino, un día incluiremos en la Constitución que está feo blasfemar en público o que los españoles se comprometen a no hacer aguas mayores en calles y plazas públicas.

Pero suponiendo que los alborozados tengan razón, hay una duda que me corroe y me desazona: en este país las normas no se cumplen. O se incumplen con bastante frecuencia, salvo la ejecución de medios coercitivos.

¿Y si, a pesar de que incluso esté recogido en el texto constitucional, los dos grandes partidos se ponen también de acuerdo para incumplir lo acordado? Vamos que, de repente, ya se puede ir de nuevo a 120, y derogamos lo de 110 kilómetros por hora.

Se denomina norma a la regla a la que se deben ajustar las conductas y las actividades, pero también llamamos así a la escuadra que usan los artífices para ajustar de manera exacta piedras y maderos. Y así de rígida entienden, los alemanes, por ejemplo, que son las normas. Pero nuestros representantes políticos son, no lo olvidemos, tan españoles como nosotros. De ahí las enormes dudas.


Periodista Digital – Opinión

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