viernes, 2 de septiembre de 2011

Izquierda. Crisis y democracia. Por Agapito Maestre

La crisis es de tal envergadura que ha arrasado a la izquierda dogmática que trata de compaginar la revolución, con la verticalidad del franquismo, y a gentes que todavía creen en la revolución.

Independientemente de que sean o no efectivas para relanzar la economía, las medidas que están tomando los nuevos mesogobiernos autonómicos del PP, por ejemplo, las que ha anunciado De Cospedal para Castilla-La Mancha, dejan claro que asistimos al inicio de otra forma de hacer política que, sin duda alguna, también tendrá consecuencias en el futuro de la socialdemocracia española. La autonomía de la política en el metafórico pacto socialdemócrata, surgido después de la Segunda Guerra Mundial, entre mercado y Estado estaba asegurada siempre que la deuda y el consiguiente déficit fueran razonables, es decir, pudieran satisfacerse sin poner en peligro el mercado, o mejor, la sociedad. Este catón de la socialdemocracia, en verdad, de la izquierda y la derecha democráticas europeas ha saltado hecho añicos por las políticas populistas, es decir, de gasto sin medida, llevada a cabo por nuestros gobernantes. Aquí todos son culpables, aunque reconozcamos que el PSOE de Zapatero se ha pasado.

Una parte de la izquierda no quiere enterarse de ese asunto y culpa a los mercados de imposición, o peor, de querer subyugar a la democracia. Eso es falso. Al contrario, han sido las "políticas" populistas de la izquierda y de la derecha, que sin ninguna autolimitación han gastado sin control alguno las causas fundamentales de la crisis, que ha puesto al borde del abismo el sistema democrático surgido después de la Segunda Gran Guerra. Se impone, pues, otra política y, sobre todo, otro estilo político que antes que mimar al votante, como si fuera un niño mal criado, lo trate como un ciudadano consciente de los límites del sistema político. Ha llegado, pues, la hora de los políticos serios que expliquen con rigor que el actual déficit no sólo es insostenible, sino que pone en cuestión la autonomía de la política: la democracia.

La crisis económica trae, pues, una nueva forma de ejercer la política. No trato de hacer de la necesidad, como se dice vulgarmente, virtud, sino de resaltar que asistiremos al final de un tipo de político populista, entre los que destacan los nacionalistas, porque la crisis económica le impide mantenerse en el poder a base de deuda y déficit. No se trata sólo de que haya llegado la hora de los recortes para mostrar que podemos pagar la deuda, sino que es imposible ya esa forma de político que se mantiene en el poder en función de darle más a su votante que lo ofrecido por el adversario. Eso se ha terminado.

La crisis es de tal envergadura que ha arrasado a la izquierda dogmática, que aún sigue pensando como si la Unión Soviética no hubiera desaparecido, al sindicalismo, que trata de compaginar la revolución, con la verticalidad del franquismo, y a gentes que todavía creen en la revolución. En fin, la vieja izquierda y, por supuesto, la derecha intervencionista no quieren enterarse de que la rehabilitación del pacto socialdemócrata, es decir, la vía genuinamente política es la salvación de la democracia. En síntesis, si logramos poner frenos al déficit, entonces no habrá deuda. Es la única manera de no depender de los mercados. O se acepta "esto" o a la calle hacer la revolución. Aunque habrás posiciones aún más enloquecidas, por ejemplo, la de aquellos socialistas serios y demócratas que serán obligados por sus torpes dirigentes a estar en los dos sitios. Tendremos ocasión, antes de lo que piensan algunos, de levantar acta de esa locura.


Libertad Digital – Opinión

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