lunes, 29 de agosto de 2011

Todo es posible. Por Enrique López

Vivimos tiempos muy extraños y aunque desde una perspectiva histórica esta frase ha servido para explicar múltiples sucesos, lo que sí es cierto es que desde la perspectiva que da una vida, en estos momentos asistimos a sucesos que por más explicación que tengan no dejan de sorprender. La situación económica está marcando muchos de estos sucesos, y lo imposible se convierte en posible; sólo hace falta leer los periódicos de los últimos días para ver cómo la situación económica ha forzado un consenso constitucional tan inimaginable como necesario en España, y que ojalá en un tiempo no muy lejano, pueda ser extendido a otros extremos. No voy a entrar en el contenido de la reforma, pero si bien de la necesidad dicen que se hace virtud, sería bueno ante otros problemas, no llegar a situaciones límites. Por otro lado, hemos asistido a la actuación económica concertada en Europa de mayor calado en los últimos tiempos y ello para tranquilizar los mercados bursátiles en ayuda de las economías nacionales que estaban viéndose asediadas desde los propios mercados y por la actuación de los mismos. Hace más de un año, escribía en esta misma Tribuna que «Soluciones hay, y no se trata de penalizar, ni inventarse fiscalías europeas ad hoc, sino de identificar y regular las ventas ‘‘en corto’’ (short selling), operaciones de venta en descubierto concertadas en el mercado de contado con títulos obtenidos en préstamo durante la misma sesión de negociación» y que «se deben regular las denominadas ventas a crédito, en las que las entidades financieras se encargan de prestar los valores que el cliente quiera para, a continuación, venderlos al precio del día». Lo primero es difícil de mantener de forma permanente porque iría contra la esencia del propio mercado de valores y lo segundo, difícil de controlar, pero no cabe duda de que soluciones que hace poco tiempo se consideraban imposibles, hoy se hacen necesarias. Aun así, no debemos olvidar que se está ante cirugía de urgencia, debiéndose analizar lo que está pasando y por qué, para así tomar decisiones de futuro. Gran parte del problema económico mundial, y del cual es tributaria nuestra economía, se centra en lo que los expertos llaman la dominación de la industria por las finanzas, esto es, los mercados financieros han sometido a la industria, manufactura, servicios, etc., como un designio de economía global. Pero el problema real es que no sólo la economía financiera conduce a la economía real, la productiva, sino que además lo hace con total desprecio de la misma, hasta el punto de que el mercado tiene que defenderse de sí mismo, esto es, se tiene que comprar deuda soberana y privada, para preservar el normal funcionamiento del propio mercado, y ello contra sus propias actuaciones. ¡Qué paradoja, utilizar el mercado para defenderse del mismo mercado! A esto ha conducido el exceso de deuda por el temerario apalancamiento de la misma permitido en la últimas décadas, lo cual ha aumentado la inversión no productiva y el consumo, y no sobre la base de riqueza, sino de crédito. Esto requiere más deuda para pagar este crédito, y así se genera un círculo vicioso donde deja de ser prioritaria la actividad productiva, y al final es difícil distinguir quién debe a quién y cuánto. A esto se le debe añadir la oscuridad que se ha instalado en muchas operaciones, donde el riesgo aparece totalmente camuflado, desaprendiendo una de las máximas del mercado financiero: el conocimiento del riesgo. Todo ello ha producido una quiebra de confianza, fiducia, algo necesario en un mercado en el que todo se tituliza y vale al margen de su valor real. Recuperar la confianza perdida no es gratis ni se genera por Ley; se requiere diseñar instrumentos que la otorguen y soporten. Cuando un ciudadano realiza un pago con su tarjeta de crédito, confía en él porque les firma un documento abierto con la tarjeta de crédito, y no porque suelte un discurso acerca de lo honorable y buena que pueda ser su persona. Y el comerciante confía en un instrumento que al instante les dice que cuenta con crédito disponible, y este sistema es confiable porque el banco emisor posee información exacta acerca de su disponibilidad y capacidad de pago. Los gobiernos e instituciones deben diseñar mecanismos para restablecer la fiducia con instrumentos que evalúen a los agentes financieros que elaboran la información y transparencia necesaria, y un esquema de regulación que otorgue garantías de que la codicia de algunos operadores financieros no volverá a aparecer en los mercados. Al final no podemos olvidar que tras los mercados hay personas, con sus valores y sus miserias. Hay que apostar por la economía productiva, y ésta es la que debe determinar la financiera y no al revés. Esto requiere instrumentos regulatorios, pero también un rearme de valores y principios. En estos momentos todo es posible.

La Razón – Opinión

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