jueves, 11 de agosto de 2011

Rapiña. Indignante. Por Bernd Dietz

El timo esperpéntico que ha supuesto la izquierda española se fundamenta en su rencor impotente, su demagogia infantil, su corrupción dineraria y su asco a toda emancipación individual.

Cualquier persona bienintencionada y con dos dedos de frente sabe cómo se habría podido esquivar esta crisis y cómo, inmersos en ella, podríamos comenzar a superarla. Siquiera desde ese pelotón de los torpes a cuyas profundidades nos devolvió el patológico Zetapé, por diferenciarse de Aznar, antes de que la persistencia en el autoengaño y la fatuidad tontiloca que ha instaurado nos aboque a otra guerra civil. Desastre que más de un progresista neroniano, por llamar de alguna forma a esos adanistas pomposos que viven como plutócratas y esquilman los fondos del contribuyente, imaginará como goyesca catarsis. Porque andamos bien surtidos de psicópatas, de idiotas sin presciencia insensibles al dolor ajeno, de narcisos instalados en su factoría de ficción, por mor de una intelectualidad iletrada y venal, cortada según el patrón rentista de la SGAE, que le bate las palmas al institucionalismo ejerciente. A esa izquierda de guardarropía y rapiña, tan typical de este solar fabulador e iracundo como una postal con bailaora en relieve.

Si no hubiéramos vivido por encima de nuestras posibilidades, con cortoplacismo casquivano, aferrados a la quimera del ladrillo, la ostentación sin merecimiento y el cuento de la lechera, no estaríamos tan endeudados. Si no hubiéramos reemplazado el paradigma de la meritocracia y la creatividad por el sindicalismo vertical, el familismo mafioso y el enchufismo elevado al cubo, dispondríamos de ciertas reservas de inteligencia sobre las que basar nuestra regeneración. Si fuésemos menos expertos en el arte del trampantojo y hubiéramos rechazado que el sectarismo y la prevaricación se adueñaran ufanamente de los principales ámbitos de decisión, cabría esperar que rompiese la costra de lo fáctico algo de honradez y coherencia.


Pues hay en España, como en todas partes, abundancia de gente buena, modesta y sana. Ciudadanos que cumplen, desdeñan codiciar las poltronas y las medallas que no les corresponden y podrían ofrecer a su patria el mismo rendimiento útil que cuando emigran a sociedades afectas al pragmatismo, la seguridad jurídica y la vocación de que triunfe el valioso, no el rufián palabrero. El timo esperpéntico que ha supuesto la izquierda española se fundamenta en su rencor impotente, su demagogia infantil, su corrupción dineraria y su asco a toda emancipación individual.

Está por ver si la derecha llega con capacidad de arrumbar lo castizo y desmontar los recios andamiajes del paternalismo. Sobre todo, por la ubicuidad de unas conductas y el éxito obsceno de unos usos orientados a la doblez permanente y las redes de complicidad caciquil, en las que florecen compadreos, subvenciones, trueques y nepotismos. Amiguismos y enemiguismos a mansalva, mas ninguna objetividad. Lacras que impiden cualquier actuación política que no sirva para extraer rédito ilegítimo, congraciarse con lo establecido y comprar protección. La derecha lleva lustros aprendiendo de la izquierda gobernante, y no precisamente a trasvasarle margen de iniciativa a la sociedad civil. Que una nación que dice enorgullecerse de las Cortes de Cádiz siga manifestando tal temor a la libre competencia lo condiciona todo. Lo trunca todo, manteniéndonos encadenados al paripé, la lisonja, la recomendación y el apuñalamiento por detrás. Sin juego limpio no puede haber justicia ni imperio de la ley. Sin equidad, respeto al noble esfuerzo y valoración del talento seguiremos igual, atiborrándonos de mentiras. Echando escupitajos contra el viento.


Libertad Digital - Opinión

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