jueves, 11 de agosto de 2011

El pánico como antesala del cambio. Por Federico Quevedo

Los grandes cambios que se han producido en la Humanidad siempre han venido precedidos de tiempos convulsos, cuando no violentos... Guerras, revoluciones o revueltas sociales han sido la antesala que anunciaba el fin de una era y el inicio de otra nueva, no siempre coincidente con los cambios de siglo. En nuestra memoria colectiva tenemos un ejemplo muy definido, protagonizado por la Gran Depresión y la II Guerra Mundial, a partir de los cuales se puede decir que comenzó su andadura la Era Moderna marcada por profundos cambios sociales muy marcados respecto de los modelos que imperaron durante los siglos XVIII, XIX y primera parte del XX.

La Revolución Francesa fue seguramente el precedente al que más acuden los historiadores para remarcar ese proceso violento como antesala de otro cambio esencial para la Humanidad, del que después nos hemos aprovechado las culturas occidentales para incorporar modelos políticos democráticos. Pero a lo largo de la historia de la Humanidad se han dado procesos muy similares, y da la impresión de que ahora estamos viviendo algo muy parecido que anuncia también cambios importantes en nuestros modelos sociales y políticos.

Lo que parecía que empezaba siendo solo una crisis económica más, hace ya cuatro años -no se olvide ese dato, porque es importante-, se ha ido transformando a medida que ha pasado el tiempo en una crisis social sin precedentes, de cuyo alcance estamos empezando a vislumbrar los primeros síntomas. El tiempo que hemos vivido se acaba y viene un tiempo nuevo, pero hasta que ese tiempo se asiente vamos a vivir todavía mucha convulsión y vamos a ser testigos de situaciones en muchos casos dramáticas que hoy por hoy somos incapaces de adivinar. Quizá los primeros pasos en esa escalada de tensión lo dieron los terroristas de Al Qaeda que estrellaron sus aviones contra las Torres Gemelas, y a partir de ahí se han ido encadenando una serie de acontecimientos que nos están llevando a úna situación de crisis como nunca antes habíamos conocido.


No me tomen por catastrofista al decir esto: lo sería si anunciara alguna clase de debacle o el fin del mundo, pero nada de eso. Lo que creo es que todo lo que está ocurriendo, siendo desagradable en muchos casos y doloroso en la mayoría, es necesario para que el mundo vuelva a encontrar otro periodo largo de estabilidad como fue el que separó la II Guerra Mundial del inicio de esta crisis aquel 11 de septiembre de 2001. En aquel entonces George Bush se embarcó, y embarcó a una parte del mundo, en una guerra contra el terror que implicó el desembolso de grandes sumas de dinero y la necesidad de recurrir al déficit y al endeudamiento para financiar las operaciones militares. Aquella política económica tuvo como consecuencia el debilitamiento de la economía norteamericana, un debilitamiento que se ha hecho visible ahora, cuando Estados Unidos se ha reconocido incapaz de pagar su enorme deuda atesorada durante todos estos años, y las agencias de rating han devaluado la calificación que daban a la misma.
«Vamos a asistir al fin de eso que alguna vez he llamado capitalismo-dirigido, y otra político-social, que afectará principalmente a las estructuras democráticas.»
El primer gran cambio que supone todo esto es precisamente ese, que USA ha dejado de ser la primera economía del mundo, y lo ha hecho de la mano de un presidente negro que llegó a la Casa Blanca subido a lomos de la esperanza de una nación en que con él vendría el gran cambio. Y el gran cambio va a llegar, pero no en la dirección que los norteamericanos querían. Al mismo tiempo, en Europa, la crisis además de poner en cuestión a países como el nuestro por la enorme debilidad de nuestras estructuras, ha puesto en su punto de mira la propia estabilidad del sistema monetario sobre el que los políticos habían cimentado una falsa unión que poco o nada tiene que ver con la que soñaron los padres fundadores de la UE.

En el fondo, lo que nos transmite esta crisis es que nuestras sociedades están en manos de políticos cortoplacistas con una visión egoísta de la realidad, y esa percepción ha calado en la ciudadanía que se ha alzado contra sus instituciones y contra los sistemas que las amparan porque consideran que ya no les sirven para resolver sus problemas. Y tienen buena parte de razón porque, en definitiva, los mismos que nos han llevado hasta aquí son los que tratan de sacarnos del atolladero, y para hacerlo recurren a las mismas políticas que nos han conducido a la crisis.

Y todo ello se ha traducido en pánico. Pánico en los mercados y pánico en las calles. El pánico como antesala de lo que va a venir, aunque hoy por hoy resulte muy difícil adivinarlo, pero podemos aventurar que esos cambios se van a producir en dos direcciones: una económica, en la que vamos a asistir al fin de eso que alguna vez he llamado capitalismo-dirigido, y otra político-social, que afectará principalmente a las estructuras democráticas. Si los cambios son para bien, serán duraderos, pero si cometemos el error de interpretar mal lo que las sociedades requieren y damos pasos atrás hacia modelos mucho más intervencionistas en todos los sentidos, entonces equivocaremos el camino y, lejos de salir de la crisis, seguiremos instalados en ella por mucho tiempo más.


El Confidencial - Opinión

0 comentarios: