martes, 12 de julio de 2011

Europa se resquebraja pero, ¿quién castiga a los responsables?. Por Federico Quevedo

Hace unos días en el informativo de Intereconomía la alcaldesa de Pioz denunciaba la situación en la que se encuentra su Ayuntamiento, a saber, ha heredado de la anterior corporación una deuda de 15 millones de euros que vienen a ser casi 5.000 euros por cada uno de los poco más de 3.000 habitantes de la localidad. Vamos, que no tiene ni para pipas. A la buena mujer solo se le ha ocurrido pedirle al Estado que intervenga el ayuntamiento y lo gestione hasta que la nueva corporación salida de las urnas pueda hacerse cargo de la situación. No es el único municipio en esas circunstancias, pero lo verdaderamente sorprendente es que eso haya ocurrido sin que nadie pusiera coto al dispendio, y más sorprendente todavía es que eso pueda ocurrir y nadie asuma la responsabilidad.

Una responsabilidad que debe ir más allá de lo político o, dicho de modo claro, conciso y concreto: el anterior alcalde de Pioz debería estar procesado penalmente. La razón es muy simple: los ciudadanos no elegimos a nuestros gobernantes para que nos conduzcan a un estado de semejante ruina que ponga en riesgo nuestro futuro. Y si eso ocurre porque resulta que la res pública se ha gestionado hasta el extremo de la incompetencia y con un absoluto desprecio a las normas básicas del bien común, no basta con una sanción en las urnas sino que ésta debe ir más allá e incurrir en el capítulo de lo penal aunque solo sea por una cuestión de decencia política y de ejemplo aleccionador para quienes les sustituyan al frente la gestión de lo público.


Lo del Ayuntamiento de Pioz es un pequeño ejemplo -aunque para sus habitantes sea muy grande- de lo que realmente está ocurriendo en toda Europa. En su día, nos vendieron la imagen idílica de una Europa unida en torno al euro, camino de su unión política, como si ese paraguas fuera además la cura de todos nuestros males y la garantía de que nunca más volveríamos a vivir los dramas de antaño. Y así fue durante un tiempo, mientras la economía funcionaba, pero aquello estaba sujeto con alfileres por lo que se ha visto después y ahora nos encontramos en una situación absolutamente dramática en la que esa Europa idílica en la que casi todos creíamos -porque nos creímos las palabras de sus gobernantes- se resquebraja y amenaza con llegar a su fin. Con un agravante: en el camino los ciudadanos hemos visto -estamos viendo- cómo nos hemos empobrecido hasta límites que nunca habíamos imaginado y cómo nos estamos endeudando por décadas y por generaciones para pagar los excesos de nuestros políticos, al tiempo que éstos nos recortan o directamente nos arrebatan derechos que creíamos consolidados.
«La reacción violenta de la sociedad griega al programa de ajustes de su Gobierno es perfectamente razonable, principalmente por ese principio básico que vengo exponiendo a lo largo de estas líneas: los ciudadanos no votamos a nuestros gobernantes para que nos conduzcan a vivir peor de lo que lo hacíamos.»
¿Y los ciudadanos les hemos elegido para esto? No, ni mucho menos. En ninguna parte del contrato, ni siquiera en la letra pequeña, estipulaba que elegiríamos a nuestros gobernantes para que nos arruinaran, ni siquiera se nos advertía de ese riesgo… Más bien al contrario; lo que se nos prometía era salud y bienestar inacabables… ¿Y quién corre ahora con los gastos? ¿Quién pagará la cuenta? Nosotros, honrados ciudadanos todavía estupefactos ante la que se nos está viniendo encima.

A nadie se le escapa, sobre todo después del día de ayer, que la situación es extremadamente grave. Parecía que después de haberse aprobado el segundo rescate griego la crisis de la deuda soberana se iba a relajar, pero también eso era una engañifa, entre otras cosas porque todo el mundo sabe que es absolutamente imposible que Grecia pueda pagar la deuda que está asumiendo con el resto de Europa, porque esa deuda estrangula su capacidad de crecimiento, y sin crecimiento es imposible generar los ingresos suficientes para poder liquidar ni tan siquiera los intereses de la misma. Y, ahora, en el punto de mira están España e Italia, ¿o es que alguien pensaba que esto se había acabado, que la machacona insistencia en que ni España ni Italia son Grecia-Portugal-Irlanda iba a calmar a los mercados financieros?

El discurso demagógico de Rubalcaba

No, pero los mercados no son los responsables de esta crisis, ellos simplemente se limitan a pescar en río revuelto. El río ya lo había revuelto antes una cadena de errores que inevitablemente iban a conducirnos a esta situación, empezando por el empeño de llevar a cabo una unión monetaria entre países con estructuras político-financieras tan radicalmente diferentes en algunos casos. El siguiente error ha sido no ver la profundidad de esta crisis y, un tercero, intentar ganar absurdamente tiempo a la vez que se buscaban parches para tapar las grietas en los estados y se intentaba poner a salvo de la quema a la banca, una de las piezas que más responsabilidad acumulaba en esta situación.

¡Cuidado! Con ello no pretendo dar por bueno el discurso demagógico de Rubalcaba, que no es más que pura patraña para intentar arrancar cuatro votos de la izquierda. No, miren, este asunto es mucho más grave porque afecta a las estructuras cívicas y morales sobre las que habíamos construido un modelo de convivencia que se antojaba bastante bueno. Todo eso ahora se ha venido abajo, y no sabemos a quién responsabilizar de esta situación porque a los únicos a los que podríamos echar la culpa siguen al frente del machito y, es más, nos imponen ajustes durísimos con la promesa de que esos ajustes terminarán por sacarnos del pozo en el que nos han metido. Pero, ¿por qué tenemos que creerles? ¿Por qué tenemos que pagar nosotros el ajuste y no ellos? La reacción violenta de la sociedad griega al programa de ajustes de su Gobierno es perfectamente razonable, ya lo dije otra vez, principalmente por ese principio básico que vengo exponiendo a lo largo de estas líneas: los ciudadanos no votamos a nuestros gobernantes para que nos conduzcan a vivir peor de lo que lo hacíamos.

Ponía al principio el ejemplo del Ayuntamiento de Pioz porque, en efecto, habrá veces en las que la responsabilidad de una situación así recaiga de modo casi absoluto sobre quienes han llevado a cabo esa mala gestión, y en ese caso, insisto, habría que modificar la ley para que pueda contemplarse la posibilidad de que eso incurra en un delito de tipo penal. Habrá otras veces, como ocurre ahora mismo en la situación que atraviesa Europa en general, y España en particular, en las que la delimitación de responsabilidades sea más complicada, porque intervienen otros factores que la condicionan, pero aún así los ciudadanos tenemos el deber y la obligación de exigirlas, tanto en el ámbito de lo público como en el de lo privado cuando sus decisiones erróneas nos hayan conducido a situaciones que no deseábamos. El engaño, la mentira, la ocultación de la realidad, no pueden ser políticas ni actitudes que escapen a un justo castigo proporcionado al daño que han infringido a la ciudadanía y a las deudas que nos han obligado a contraer.


El Confidencial - Opinión

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